domingo, 30 de diciembre de 2018

El Sur

"El Sur" es un cuento del escritor argentino Jorge Luis Borges que fue publicado inicialmente en 1953 en el periódico La Nación,​ y en 1956 en el libro Artificios, la segunda parte de Ficciones.

En el prólogo del volumen, el mismo Borges dice que El sur es "acaso mi mejor cuento". Borges manifiesta su gran inclinación por la obra, no solo por los muchos rasgos autobiográficos, sino porque ha logrado combinar varios de sus temas predilectos: el sueño, el destino, el tiempo y la muerte.

El manuscrito de "El Sur" fue fechado en Adrogué y subastado en junio de 2002 por 186.000 dólares. El dinero fue pagado por la fundación suiza.

La información periodística del 21 de junio de 2002 daba cuenta de que "la venta fue un éxito. Los 186.000 dólares conseguidos por la versión manuscrita de su cuento «El Sur», escrito en 1953 y datado en Adrogué, superó ampliamente la base inicial estimada de unos 90.000".

Las hojas eran 18 páginas amarillentas arrancadas de un cuaderno espiral y con márgenes llenos de anotaciones del propio Borges.

Tal vez la popularidad se dio debido a que fue el último cuento de puño y letra, antes de quedar ciego. De allí se desprende esa maestría para no perder detalles de ese almacén antiguo que él describe en el cuento y que muchos dan por descontado que se trata del Almacén de Ramos Generales Santa Rita. El Almacén de Santa Rita fue construido hacia 1870 en la confluencia del Camino Real y el Camino de las Tropas (actualmente avenida H. Yrigoyen y avenida Frías). Funcionaba como almacén de ramos generales y despacho de bebidas. Allí se filmó la película "De eso no se habla", de María Luisa Bemberg, y pasaron figuras como Marcello Mastroianni, Joan Manuel Serrat, Luisina Brando.

Borges lo inmortalizó con estas líneas de "El Sur": "El almacén había sido punzó, pero los años habían mitigado para su bien ese color violento. Algo en su pobre arquitectura le recordó un grabado en acero, acaso de una vieja edición de Pablo y Virginia. Atados al palenque había unos caballos."​

El cuento tiene como protagonista a un hombre llamado Juan Dahlmann, secretario de una biblioteca municipal de Buenos Aires.

Cabe destacar el nacionalismo de Dahlmann:

“Su abuelo materno había sido aquel Francisco Flores, del 2 de infantería de línea, que murió en la frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel: en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica.”

Dahlmann mantenía en el sur el casco de una estancia que había pertenecido a su abuelo materno, pero “Las tareas y acaso la indolencia lo retenían en la ciudad.” “Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme.” Se puede establecer que las vías del ferrocarril representan la división entre el Norte y el Sur, donde el Norte constituye con la civilización y el Sur con la barbarie.

Un día, se golpea la cabeza con el borde de un batiente que alguien se olvidó de cerrar. Después de ocho días de fiebre, es llevado a un sanatorio. Dahlmann está al borde de la muerte, y es aquí cuando Borges comienza a jugar con el tiempo y el espacio; el lector confunde constantemente el lugar en donde se encuentra Dahlmann, se muestran dos lugares paralelos, el Sur y el sanatorio, no se sabe si por la fiebre el personaje alucina con estar en el Sur, si simplemente es su deseo, o si se ha recuperado y ha podido viajar. En el final del cuento, Dahlmann muere en el Sur en una riña con un compadrito que lo estaba molestando.

Sin embargo se puede interpretar que esa muerte no es real; que Dahlmann nunca estuvo en el Sur, permaneció y murió en la camilla del sanatorio. Ante la posibilidad de una muerte absurda, sintió odio por sí mismo, se sintió humillado, y soñó una muerte “criolla”, como había sido la de su abuelo materno.

"Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado."

Para el académico Gustavo Faverón Patriau, este cuento está estrechamente ligado al relato «Ser polvo» de Santiago Dabove.



miércoles, 26 de diciembre de 2018

Dos Imágenes en un Estanque

Papini no sólo ha tratado el tema de los dobles en “Dos imágenes en un estanque”, sino que también lo ha hecho en “Lo trágico cotidiano”, en donde afirma: “Estas aventuras, temores y esperanzas no son propias solamente de aquel yo de hace tantos años, sino de todos aquellos jóvenes que poco a poco se van acostumbrando a hacer la disección de sí mismos (…)”

Esta es la historia de un hombre que decide visitar la ciudad en donde estudió. Es así que vuelve a la casa en donde habitó durante dicha época. Allí se encuentra con el estanque en el que solía pasar las tardes y donde veía reflejada su imagen. Todo estaba abandonado, nada era como antes.

De repente notó reflejado un hombre, volteó su vista y vio un individuo idéntico a él 7 años atrás. Era la imagen del yo pasado, la cual había quedado grabada en el estanque. Éste último quería volver a unirse a él. Pasaron muchos días juntos. Los primeros fueron felices, pero el yo presente comenzó a cansarse del pasado. Lo veía como un ingenuo, bruto, grotesco, con ideas ridículas, tal cual era él hacía 7 años.

Quiso separarse, pero el pasado se negó rotundamente. Así fue que el presente se cansó del pasado y lo ahogó en el estanque.

En esta historia podemos ver cómo el presente ve reflejado su carácter de joven en su pasado. Esto lo vemos manifestado cuando el contemporáneo dice: “Y sin embargo -pensé- este hombre del que me río, este joven ridículo e ignorante, en otros tiempos, fui yo mismo. En cierto modo, él sigue siendo yo mismo. Durante estos largos años he vivido, he visto, he adivinado, he pensado; y él ha permanecido aquí, en medio de la soledad, intacto, exactamente igual al que yo era el día que dejé estos lugares. Ahora mi yo presente desprecia a mi yo pasado”.

Fuente:
http://cortitoyconciso.blogspot.com/2011/06/resumen-libro-cuentos-duplicados.html



martes, 25 de diciembre de 2018

El Piloto Ciego

Giovanni Papini es uno de los escritores más importantes que ha dado la Italia del siglo XX.Jorge Luis Borges aseguraba que de Giovanni Papini, uno de sus escritores predilectos, pervivirían algunos aforismos, algunas páginas, algunos cuentos... Y entre ellos figuran sin duda varios de los que componen El piloto ciego, una de las grandes obras de la literatura fantástica de principios del siglo XX que, inexplicablemente, desde hace décadas no había sido reeditada en español. Maestro de Dino Buzzati y discípulo de Edgar Allan Poe, «si los cuentos papinianos no reflejan el terror o la morbosidad de la temática de Poe, es evidente que en ellos se desborda la extrañeza y la reflexión metafísica, tratadas con mayor o menor grado de ironía y sarcasmo junto a una magnífica práctica del suspense, que acaba provocando en el lector un efecto abrumador de sorpresa, desconcierto y turbación». En todos estos relatos, «envueltos en el humor cáustico de Papini», se refleja la melancolía que emana del escepticismo. A eso se refería Borges cuando afirmaba: «Estos cuentos proceden de una fecha en que el hombre se reclinaba en su melancolía y en sus crepúsculos...».

Es un libro con 13 cuentos difíciles de clasificar. Uno diría que son fantásticos, extraños, terroríficos, absurdos. Todos los cuentos están escritos en primera persona con historias extravagantes y paradójicas. Algunas parecen ser fábulas filosóficas con las que el autor quiera adoctrinarnos y hacernos abrir los ojos ante ciertos temas. 

Papini tuvo, de forma autodidacta, una gran formación filosófica y esto se plasma en sus relatos con una gran carga metafísica. Los cuentos están envueltos de una niebla de angustia, miedo y melancolía por no entender la existencia del hombre. También con ellos araña la realidad para intentar ver que hay detrás de ella. Uno al leerlos piensa inevitablemente en Poe y Kafka.




Giovanni Papini

Giovanni Papini (Florencia, 9 de enero de 1881 - íd. 8 de julio de 1956) fue un escritor italiano. Inicialmente ateo y escéptico, posteriormente pasó a ser un fervoroso católico.

Nacido en Florencia en 1881 y fallecido en 1956, es uno de los escritores más importantes que ha dado la Italia del siglo XX. Hijo de Luigi Papini, republicano, ateo y anticlerical, y Emilia Cardini que decide bautizarlo sin conocimiento de su padre, vive una infancia solitaria y de privaciones encontrando en los libros y las bibliotecas una fuente de inagotable consuelo y placer. Se diplomó de maestro en 1899 y ejerció la docencia algunos años para posteriormente trabajar como bibliotecario.

A comienzos de siglo, en 1903, funda en Florencia junto a Giuseppe Prezzolini y otros más la revista "Leonardo" utilizando como sede el Palacio Davanzati. Alrededor de 1920, un año antes de publicar su Historia de Cristo, se produjo su conversión al catolicismo, no sin escándalo y sorpresa de todos.

En 1935 obtuvo la Cátedra de Literatura Italiana en la Universidad de Bolonia (a pesar de que sus estudios solo lo habilitaban para enseñanza primaria) pero que no ejerció debido a sus problemas de vista (en 1938 rechazó la misma cátedra pero de la Universidad de Florencia); las autoridades confirmaron la "impecable reputación" de Papini a través de ese nombramiento. En 1937, Papini publicó el primer y único volumen de su Historia de la literatura italiana, dedicada "A Benito Mussolini, amigo de la poesía y de los poetas", que recibió gran consideración del mundo académico, especialmente en lo referente al estudio del Renacimiento Italiano.

También ese mismo año fue nombrado miembro de la Real Academia de Italia, la mayor institución cultural del país, y en 1939 Presidente del Centro de Estudios Nacionales sobre el Renacimiento. Asimismo, fue vicepresidente de la Federación Europea de Escritores desde marzo de 1942. A mediados de 1944, refugiándose de la postrimería de la Segunda Guerra Mundial, Papini abandonó su casa de Bulciano (destruida luego por los bombardeos ingleses) e ingresó en el convento franciscano de Verna. Murió en 1956 en su natal Florencia, ciego, mudo y paralítico.

En 1906 publica El Crepúsculo de los Filósofos, en el que critica los sistemas filosóficos de Kant, Hegel, Schopenhauer, Comte, etc. Al año siguiente publica Lo trágico cotidiano y El piloto ciego, una "novela metafísica" e innovadora.

sábado, 22 de diciembre de 2018

La Noche de Lear

"La Noche de Lear"
Andrés González-Barba


Capítulo I

A John W. Sinclair nunca le había gustado excesivamente la Navidad. ¿Por qué tenía que cambiar ahora de idea en aquellos meses finales de 1940 en los que los aviones de la Luftwaffe estaban masacrando sin piedad Londres desde el cielo? Desde hace tiempo, John no tenía una ilusión grande por la que vivir, e iba sin un rumbo fijo que le guiara hacia alguna parte en concreto. El mundo que él amaba se fue derrumbando en los últimos años bajo unos efectos aún mucho más devastadores que los de las bombas que, a diario, caían incesantemente desde las alturas. Los incendios estaban a la orden del día y la gran capital de antaño era, en esos momentos, un inmenso escenario de dolor y desesperación lleno de jirones de hierro y escombros de hormigón por todas partes. 

John vivía en un pequeño piso de alquiler cercano a la zona del Covent Garden. Su vida no era nada extraordinaria. Se levantaba todas las mañanas; leía el Times con las últimas noticias sobre la guerra y los movimientos de Churchill, y se tomaba una taza de té mientras miraba impasible el horizonte que se le presentaba.Tenía una complexión delgada y una estatura mediana. Poseía, además, unos ojos azules oscuros muy profundos y vestía de manera elegante, muy similar a la de un dandi, aunque no lo fuese al cien por cien. Era, asimismo, el director de una pequeña compañía amateur de teatro que iba a representar El rey Lear el día de Año Nuevo en un hospicio. Y es que, a pesar de que fuesen tiempos de barbarie y de precariedad humana, él encontraba aún en los textos de Shakespeare una tabla de salvación para su mísera existencia.




El Carbunclo Azul

"El Carbunclo Azul" (título original: The Adventure of the Blue Carbuncle) es uno de los 56 relatos cortos sobre Sherlock Holmes escrito por Arthur Conan Doyle. Fue publicado originalmente en The Strand Magazine y posteriormente recogido en la colección Las aventuras de Sherlock Holmes.

Un 25 de diciembre, Watson se acerca al 221-B de Baker Street para felicitar las Navidades a su inseparable amigo Holmes. Al llegar, lo encuentra analizando un sombrero en lamentable estado, que el inspector Peterson de Scotland Yard le ha llevado. Tanto el sombrero como una oca de buen tamaño proceden de un incidente callejero, en el curso del cual el propietario acabó huyendo. La oca llevaba una tarjeta, que indicaba que era para la señora de Henry Baker, y el sombrero llevaba las iniciales H.B. Ante la dificultad de encontrar al propietario, en una ciudad con tantos Baker, Peterson se lleva la oca con destino a la cocina de su casa, y Holmes se entretiene estudiando el sombrero.

De pronto, la puerta se abre y el inspector Peterson, demudado, irrumpe en la habitación. Al sacar las vísceras del animal, su esposa ha encontrado una piedra preciosa: un maravilloso carbunclo azul. Se trata de una famosísima piedra, de valor incalculable y fama legendaria, robada tres días antes de Navidad a la condesa de Morcar, en el hotel Cosmopolitan. El inspector Bradstreet de Scotland Yard, que investiga el robo, ha detenido a un fontanero llamado John Horner, que había realizado un arreglo en el baño de la condesa. Pero en las historias de Sherlock Holmes nada es lo que parece. Tras seguir hábilmente la pista del ganso por Londres en plenas fiestas, Sherlock Holmes descubre al verdadero culpable. Una vez más queda demostrado que el espíritu de la Navidad hace mella en todos, incluso en Sherlock Holmes, cuando el detective deja ir al culpable.

Uno de sus más grandes relatos, donde con gran creación e inteligencia Sir Arthur Conan Doyle hace gala de su gran maestría en el género detectivesco, gran narrativa y descripción, sus bien logrados y colocados personajes en cada uno de sus roles afirman su capacidad imaginativa, la cual lo llevaría a crear un sinnúmero de grandes libros y novelas que lo llevarían a ser uno de los mejores escritores de todos los tiempos.




viernes, 21 de diciembre de 2018

Cadavedrios

"Cadavedrios"
  Wilson 


Supongo que la mayoría recordará el hallazgo —rimbombante en su momento— de aquel animalito tan particular hace unos años, en la profundidad de los bosques del sureste de nuestro país (me parece que después encontraron más ejemplares, cerca del volcán R., aunque luego los investigadores coincidieron en que había ciertas diferencias, mínimas, entre ambas poblaciones). 

Mi querida M. fue una de las investigadoras encargadas del estudio de esta nueva especie. Yo me atrevería a decir que sus aportaciones fueron vitales, imprescindibles. Ella se topó con el animalito en uno de nuestros viajes por esos lugares llenos de bichos infecciosos y pantanos, a los que nadie más —excepto yo— aceptaba acompañarla; desde luego, sé que me estoy dejando llevar por amiguismos y por el amor rabioso que —aún— siento por ella. Es decir, no soy un tipo demasiado versado en ciencia, como lo fue ella, de manera que es probable que esté incurriendo en imprecisiones. Sin embargo, para mí ella merece una estatua y merece estar en el salón de la fama —si acaso existe cosa semejante— de la ciencia de nuestra nación. 

Como muchos deben de saber, los cadavedrios son conocidos por una característica bastante peculiar: algunos especímenes son venenosos, mortíferos, de herida incurable, muerte segura y casi fulminante, sin agonías prolongadas, incluso, para animales de grandes proporciones (entre los que se encuentra el ser humano, claro); otros especímenes apenas producen, con su mordedura, una leve indisposición; y otros son absolutamente inofensivos; las mordeduras de estos últimos provocan, si acaso, un puntito rojo que a veces se hincha, similar a la picadura de un mosquito enorme. No obstante, lo extraordinario estriba en lo siguiente: a simple vista resulta imposible —hasta ahora— diferenciar a un cadavedrio letal de otro que no lo es. Para distinguirlos con certeza es menester inducir al animalito en cuestión a morder alguna superficie adecuada (acción que no es difícil de obtener, pues la mayoría de los cadavedrios suelen ser agresivos). El líquido-baba resultante es examinado. Después se le asigna una de las tres categorías al cadavedrio. Todo esto lo sé porque M. me lo contó, antes de que la información empezara a circular por los medios y por las bocas distorsionadoras del resto de las personas. 

M. se encontraba analizando las propiedades y composición química de las diferentes sustancias segregadas por los cadavedrios: sus posibilidades en la creación de sueros antiofídicos, o como sustrato para el desarrollo de tratamientos contra el cáncer, o como ingrediente esencial utilizado en una serie de procesos regenerativos de la piel, etcétera, contingente panacea, etcétera, algo nunca visto, etcétera, fantasiosas expectativas, etcétera. No recuerdo demasiado, o quizá no estaba poniendo la atención necesaria a las simplificadas y amables explicaciones que me brindaba M. durante la cena. Sólo recuerdo que los cadavedrios fueron moda durante un tiempo entre los colegas de M. Ahora no sé si los estudios van por buen camino o si ya han llegado a conclusiones favorables; ya no me interesan los progresos o fracasos de esos proyectos clínicos. 

En la casa aún hay dos urnas de vidrio, repletas de humedad, empañadas, envejecidas desde la última vez que M. las limpió para introducir un par de cadavedrios. Aquella tarde, cuando regresé del hospital, días después del accidente de M., me encontré con los pequeños y peludos cuerpos, fríos, tiesos, de los cautivos cadavedrios que M. cuidaba en nuestro hogar. Desde entonces nadie limpia esas urnas. Y fue hace apenas unas semanas que, mientras contemplaba los vidrios manchados, grisáceos de las urnas abandonadas, se me ocurrió el desenlace, el siguiente paso, el final de la espera. 

Encontrar a un vendedor «dispuesto» no representó ninguna dificultad; admito, sin embargo, que debí pagar una cantidad exorbitante por los dos ejemplares para asegurarme de que ambos fueran venenosos. Los funestos cadavedrios me fueron suministrados de manera clandestina por un estudiante que trabajaba en una de las tantas investigaciones que todavía se llevan a cabo en varias universidades. Yo le entregué el dinero y el muchacho depositó dos cajas de cartón, apenas agujereadas, en el asiento trasero de mi automóvil. Las cajas estaban envueltas, selladas por unas cintas usadas en el laboratorio de la universidad, me explicó el muchacho. Finalmente —y sin que se lo pidiera— me detalló la información relativa a los cuidados, alimentación y costumbres de los cadavedrios. 

—¿Estás seguro de que ambos son venenosos? —le pregunté. 

—Sí. Por favor, tenga mucho cuidado; son muy peligrosos. 

—De acuerdo. 

—¿Puedo preguntarle… qué planea hacer con los cadavedrios? 

—No te daría toda esta plata si pensara en soltarte explicaciones. Ya puedes largarte. 

M., un año, ocho meses, cuatro días en coma. Creí que podría soportarlo. No pude. Nunca tomé en serio la posibilidad de su muerte. Yo guardaba mis historias cotidianas, mis éxitos y mis derrotas, el último sueño, los chismes, los chistes, un recuerdo de infancia, alguna confesión vergonzosa, el capítulo 23 de la serie que estábamos viendo, comida en la refrigeradora, sus golosinas sin abrir y las que dejó a medio comer; todo lo guardaba, lo dejaba suspendido, como quien espera a alguien que regresa de un largo viaje. Pero jamás regresó; y yo he decidido ir a buscarla. 

Me acuesto en el suelo, estoy desnudo, pienso en M., escucho los golpecitos sordos que dan contra el cartón. Las cajas ya están desatadas, sin los seguros. Pronto, sin demasiado esfuerzo, abrirán las tapas, saldrán, tímidos al principio, frenéticos después, y vendrán a salvarme, mientras pienso en M.

jueves, 20 de diciembre de 2018

Noelderman

"Noelderman"
Isa


Amaneció aquel buen día con una aparatosa erupción en la barbilla, más bien la afección abarcaba toda la zona del mentón. Era una erosión dérmica de orígen desconocido, de esas que posiblemente responden a la ingesta de algún alimento mal tolerado más que a una posible picadura de cualquier diminuta araña u otro insecto similar, a saber…
No se rascaba con insistencia, ni siquiera sin ella, parecía no picarle. Sólo era perceptible a la vista. Él sabía de aquello que tenía en la barba porque me avisó de la advertencia de su madre respecto a que lo observara por si había empeoramiento y, en ese caso, le informara. Su madre trabaja en el mismo colegio, y él tiene cinco años largos y un diente menos desde hace pocos días.
La zona epidermica continuó en el mismo grado de rojez durante casi toda la jornada. Al término de ésta, ya en el césped y durante su último esparcimiento, me interesé por el progreso de la dichosa urticaria.
- ¿A ver? ¡Uy!, parece que lo tienes algo más irritadillo, ve a la clase de tu madre para que te lo mire… 

Le sumistró, según creí entender por otra compañera, algún antihistamínico. Nada más aconteció al respecto hasta la hora mágica de la salida, las dos de la tarde. ¡A casa!
La vivienda estaba en silencio, medio a oscuras, alguna lucecita alimentada por un discreto enchufe espantando monstruos y miedos. La cama del cuarto de los padres acogía el sueño reparador de éstos, casi profundo, pues las jornadas laborales y domésticas invitan a hacer una visita al reino de Morfeo. Sin dosis de antitérmicos ni de antibióticos que administrar en el tramo nocturno… la ocasión era propicia para recobrar las energías robadas, con premeditación o al asalto, de otras tantas veladas interrumpidas. Tiempo de crianza… de vino y rosas, al cabo.
En el dormitorio de los niños, las camas bien remetiditas cobijaban sendos bultos quietos y pequeños. En la almohada de la benjamina reposaban algunos bucles perfectos, eran rubios pero en esa luz tenue apenas se apreciaba el color, todo sombreados se acomodaban con la perfección sólo posible en un cabello nuevo, recién lavado. En la del hermano mayor -cinco años- ¿qué es eso? Parecía como si la guata del edredón se hubiera salido un poco por cualquier agujero o por una costura descosida. Las sombras todo lo confunden, la noche y el sueño también… pero al acercar la vista… lo que en principio parecía un mechón de pelo blanco resultó ser exactamente eso mismo. Descartando en el acercamiento y segunda exploración su naturaleza textil, el espanto fue mayúsculo. Al pretender tocarlo, el pequeño gimió y se removió, pues aquel cuerpo canoso arrancaba al parecer de la mismísima cara del niño. Una enorme barba blanca pendía asombrosamente de su pequeño e infantil rostro.

A pesar de la extraordinaria impresión, caí dormida, y recuerdo que en mis sueños de aquella extraña noche, me inquietaron los despertares alarmantes en la casa a la mañana siguiente, con carreras de idas y venidas a todos los espejos de la casa, con llantos, gritos, llamadas telefónicas, padres descompuestos, una pequeñaja escondida debajo de la cama, asustada y empecinada en no volver a salir de allí, con todos los familiares entrando y saliendo… Curiosamente aquellos sueños no me incomodaron el descanso como otras veces lo hicieran las pesadillas sino, más bien al contrario, me dejaron cierto sosiego y conformidad a pesar de lo disparatado y preocupante de su contenido. 
Cuando desperté, aunque ya clareaba el día, la casa seguía sumida en el letargo con el que me dormí. No me atreví a visitar el cuarto de los niños antes de abandonarla. Huí de allí de puntillas, no me veía con el valor necesario para ser testigo del despertar del resto. Ni tan siquiera establecí posteriormente, ni al día siguiente ni durante meses, contacto telefónico ni de cualquier otro tipo con aquella familia que tan hospitalariamente me había alojado. Por supuesto que aquello contravenía toda costumbre de buena educación a la que yo estaba acostumbrada, pero supongo, que me faltó el valor y no quise saber nada de ellos.
Tan sólo un año después aproximadamente, la casualidad quiso que afrontara contra mi voluntad lo que, de haberlo sabido con anterioridad, hubiera aliviado noches y noches de auténtica pesadilla.
Fue en un centro comercial, venían de frente, confieso que de haberlo podido eludir lo habría hecho metiéndome precipitadamente en cualquier tienda zafándome así de lo que en ese momento consideraba como un espeluznante encuentro. Conforme avanzaban hacia mí, mi mirada se esforzaba a velocidad de vértigo en localizar a la criatura de seis años… no dando con ella pude observar que en lugar de aquella, otra pataleaba en su silla de bebé luchando por que la echaran al suelo y su hermana mayor lucía una hermosa melena rizada y rubia… Justo en el momento en que el saludo era irremediable, la madre, en previsión de la parada necesaria para aquél quiso advertir a su primogénito que al parecer iba en avanzadilla y con el que posible y distraídamente debí cruzarme pasos atrás, y gritó:
- ¡Pepe!, para ¡Ven! 

Yo me giré y lo vi acercarse, aliviada pude besar el suave rostro lampiño de un niño de seis años. Las explicaciones de aquella escapada a la francesa en aquella extraña noche hubieran resultado ridículas en cualquiera de sus posibilidades. Ellos fueron lo suficientemente corteses como para no mencionar nada al respecto y yo, por supuesto, tampoco lo hice.
Sé que lo de aquella noche no fue un mal sueño pero tampoco alcanzo a comprenderlo ni pretendo indagar en ello. Me conformo con el recurso de ese beso como último pensamiento antes de dormir. Mis noches ahora son serenas y jamás he vuelto a visitar a un niño dormido.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

El Entierro Prematuro

"El Entierro Prematuro" ("The Premature Burial", en inglés) es un cuento de horror escrito por el estadounidense Edgar Allan Poe y publicado en julio del año 1844, en el periódico The Philadelphia Dollar Newspaper. El miedo al enterramiento en vida era muy común en la época, y Poe obtuvo provecho literario de ello.

En este relato, el narrador anónimo describe en primera persona un trastorno que le aqueja, caracterizado por «ataques de una afección singular que los médicos coinciden en denominar catalepsia». Esta enfermedad lo lleva con frecuencia a pérdidas de conciencia muy similares a la muerte, lo que conduce al personaje a un terror pánico a ser enterrado vivo en alguna de tales circunstancias: «La mayor de las desgracias posibles», afirma. A fin de que se comprenda esta fobia, el narrador enumera diversos casos probados de personas enterradas vivas. En el primer caso, la tragedia fue descubierta mucho más tarde, al ser reabierta la cripta. En otros casos, las afortunadas víctimas tuvieron ocasión de atraer la atención sobre ellas desde su espantosa prisión. Los numerosos y espeluznantes hallazgos registrados al remover tumbas en cementerios, constituyen también buena prueba de ello.

La catalepsia, pues, hace al narrador muy proclive a caer en estados de inconsciencia, un problema que se le ha ido agravando con el tiempo. Su peor pesadilla es perder el sentido en ocasión de hallarse lejos de su hogar, y que, al ignorarse sus circunstancias en el nuevo medio, sea dado por muerto. Así, hace contraer la promesa a familiares y amigos de que no lo enterrarán antes de haber comprobado fehacientemente su óbito. Construye asimismo una complicada sepultura con un equipo instalado que le permita pedir ayuda, caso de "despertarse" en dicha tesitura. La historia se cierra cuando el narrador se encuentra sorpresivamente un día atrapado en un asfixiante reducto de madera, estrecho y oscuro, que le hace temer haber sido enterrado vivo pese a todas sus precauciones. Afortunadamente, descubre por último que no ha sido más que una equivocación, terrible experiencia que acaba liberándolo de su obsesión.

El miedo a ser enterrado vivo tiene profundas raíces en la cultura occidental del siglo XIX,​ y Poe, como con motivo de otros asuntos de moda en su tiempo (la fascinación por el mesmerismo o los viajes en globo), tomó buen partido de ello.​ Se conocían cientos de casos reales en su época en los cuales los doctores habían errado en su declaración de muerte.​ En aquel tiempo, en efecto, los ataúdes a menudo se equipaban con complejos artilugios que posibilitasen a aquel que lo necesitara pedir ayuda en tan comprometidas circunstancias.​ Tan grande era la preocupación, que en la Inglaterra victoriana se fundó una Society for the Prevention of People Being Buried Alive,​ es decir, "Sociedad para la prevención del enterramiento prematuro". La creencia en la existencia del vampiro, un cadáver animado que descansa en su tumba durante el día y por la noche ataca a la gente, tiene mucho que ver en estos miedos. El folclorista Paul Barber, sin embargo, ha constatado que la incidencia de entierros prematuros ha sido muy sobreestimada y que los efectos normales de la descomposición de los cadáveres pueden ser confundidos con signos de vida.

Como otros personajes de su autor, el narrador de "El entierro prematuro" es una pobre víctima de sus febriles alucinaciones. La catalepsia, unida a sus fantasías, visiones y obsesiones con la muerte no le dejan vivir. Sin embargo, cosa rara en la narrativa de Poe, acaba finalmente reformándose, aunque sólo después de que su mayor temor se haya visto, de una u otra forma, confirmado.

El novelista francés Georges Walter, en su extensa biografía de Poe,​ refiere que la psicoanalista poeana Marie Bonaparte consideraba esta historia «como un fantasma de la vuelta al cuerpo materno». Walter menciona igualmente, con respecto a esta fobia, al cuentista Hans Christian Andersen, quien dejó severas instrucciones a sus deudos en evitación de un entierro prematuro.

El especialista en Poe Julio Cortázar llama la atención sobre el carácter acusadamente periodístico del relato («se trata menos de un cuento que de un artículo»​), y alude al opio, así como a los trastornos cardíacos con sensación de ahogo que provocaba en el autor, como fuentes probables del mismo.

Es probable que Cortázar se basara en el criterio del biógrafo clásico de Poe Hervey Allen, quien afirmó que se trataba de «una de las más genuinamente mórbidas historias que Poe borrajeó, la cual parece tener origen en el sentimiento de catástrofe inevitable que durante largo tiempo había ido pareja a su melancolía, o quizá en algún ensueño agobiante debido a su afección cardíaca».

El tema del entierro en vida se halla también presente, con variaciones, en los siguientes relatos de Poe: "Berenice", "La caída de la casa Usher" y "El barril de amontillado".



martes, 18 de diciembre de 2018

Sueños Húmedos

 "Sueños Húmedos"
Jull Antonio Casas Romero



"Desnudar es propio de la Muerte. También lo es la incesante contemplación de las criaturas por ella desposeídas".
Alejandra Pizarnik.



Voy por la entrañas del abismo, reptando, en busca de luz, casi arrastrándome con mis hermanos, resbalando por nuestro líquido amniótico, empujados por el hambre inmemorial de putrefacción, ciegos pero vivos, luchando unos con otros, venciendo los más fuertes, quedándose los débiles, recorriendo pasajes insondables hasta sentir bajo nuestros alelos agotados, el nacimiento del aborto final.
Despierto, empapado aun con el viscoso exudado de aquel sueño recurrente, suena el teléfono y escucho por fin tras la línea, la voz anhelante y urgente que espero desde el génesis de mi debacle eterna.
- Es hora, ven lo más pronto posible.
Cuelgo sin responder, luego, demoro en mis ritos de catarsis, sin querer pensar más en aquella pesadilla, pero el agua que me empapa, rememora en mi subconsciente ese líquido que me arrastra nuevamente hacia el abismo de la vorágine, cada gota que acaricia mi cuerpo es como el contacto de la legión envolviéndome, llevándome hacia mi destino. 

…Ya somos pocos en la miríada, la mayoría queda dispersa en los obstáculos del  cáliz primordial, aún llevamos el impulso inicial, pero algo cambia con cada recodo, en cada abismo que vamos superando de forma casi milagrosa y que al ser atravesado desaparecerá de nuestra memoria colectiva. Vamos cambiando con cada movimiento, mudamos de piel y de forma, el exudado tibio que nos envuelve invita a descansar, disolviendo a los rezagados entre el ácido de su contenido, debo continuar moviendome, pero me adormezco y luego al despertar me hallo de nuevo bajo el potente chorro de la regadera matutina, envolviendo cada poro primigenio en la viscosidad del silencio.
Termino mis abluciones, luego me visto y salgo con un portazo de despedida, llego a mi destino en pocos minutos, la puerta esta abierta, un denso vaho fétido, casi palpable envuelve mis sentidos rechazándome, retrocedo violentamente para luego obligarme a penetrar al lugar boqueando, separando la bruma tangible con los dedos entumecidos, ganando cada pulgada tal como lo hacemos con la miríada, obligados por el rito indecible en lo último del proceso de iniciación temprana.
…Con un último esfuerzo rompo el amnios e ingreso a la cavidad prohibida, no puedo ver nada, aunque puedo sentir como cada detalle del habitaculo me habla desde la memoria de mis ancestros, la obscuridad del medio no muestra lo críptico del lugar, soy portador del secreto, tengo que revelarlo esta noche, no sé el significado, pero entiendo que al revelarlo, mi espíritu libre será la clave de su transcripción perpetua y finalmente quedara inscrita para futuras invocaciones de condenación sagrada.

Me capturan apenas ingreso al lugar prohibido, velan mis ojos con un lienzo y amarran mis manos a la espalda, soy conducido entonces por pasadizos indescriptibles, nunca hollados por ojos profanos y aún jamas convocados para los iniciados, son desconocidos tambien para mis guardas ya que al atravesar los portales, los pasajes cambian, dando lugar a que cada momento equivoquen el camino y entonces, con gran confusión consultan entre si, sobre la ruta correcta en aquel averno, lo sé por qué llegamos a esquinas sin salida, y tenemos que volver nuestros pasos, lo sé por lo agotador que resulta aquel calvario que nos lleva toda la noche hasta que amanece y entonces cuando se filtra la claridad entre mis ligaduras, llegamos a una gran sala profusamente iluminada y allí me devuelven los sentidos.
…La humedad se evapora de mi piel primigenia, voy mudando de conciencia como si mi cobertura fuera interna más que exterior, marcando el compas de la sensación al ritmo de convulsiones fisiológicas, la textura de mis élitros cambia y de ellos dependo para comprender el medio por el cual nos arrastramos, aún al ser empujados sin vuelta atras por la miríada que pulsa de forma intermitente hacia su destino inexorable.
En la sala reina el más impoluto silencio, puedo ver a la concurrencia, rodeando una mesa de sacrificios, donde seré ofrecido a la eternidad, una abertura en el techo rezumante de viscosidad gotea directamente sobre el tálamo y hasta parece que la multitud se convulsiona en cada paso con que me dirigen hacia el destino.
…La luz que era incipiente comienza a inundar a raudales la cavidad donde me arrastro penosamente, más que verla la siento, porque todavia mi envoltura no ha formado sus apéndices visuales y la luz sólo se filtra entre mis párpados vestigiales, el medio cada vez es más frío y me rodea la soledad del silencio, empiezo a sentir como mi cuerpo se desgarra y quedó en piel viva listo para el nacimiento final.

Desnudan mi cuerpo, adormecen mis sentidos con un brebaje desconocido y me acuestan  en la losa desnuda para luego acercar el cuchillo ceremonial a mi corazón y comenzar con el culto, de nuevo estoy húmedo, la abertura sobre mi cuerpo gotea a un ritmo vital, un balsamo que me va envolviendo suavemente, cierro los ojos y me sumerjo en el abismo, resbalando fácilmente en él.
…Llegamos con la miríada al esfínter final, donde luego de un último pujo, brotamos por fin al paraíso de luz eterna, nuestra piel nueva y húmeda intenta secarse lentamente con el calor del astro original, no podemos evitarlo, principiamos a morir, somos pocos los que logran desplegar alas e inician vuelo postrero hacia la fuente prometida, ya nos acercamos a ella, a aquella luz que atrae, es cada vez más cercana, ya siento su fuego, ya comienzo a morir.
El cuchillo insensible, abre mi tórax, lacera mis sistemas, no hay compasión ni ternura en el proceso, al finalizar el culto, el verdugo levanta mi corazón rezumante al vacío y lo pone sobre las brasas para que se una con la voluntad divina. Entonces, desde el orificio de la eternidad, junto a la miriada, mi alma volátil llega atraída por el fulgor eterno y se funde con la ofrenda que aun late débilmente, formando un nuevo cuerpo que esta vez será eterno e inmutable, pero aun así solo por un momento, hasta que llegue el nuevo ciclo de la eterna absolución final.

lunes, 17 de diciembre de 2018

Mamá Abrirá las Ventanas

"Mamá Abrirá las Ventanas" 
David Sánchez-Valverde Montero


Las botas se me hunden en el barro esta mañana, un lodo gris, hecho de orines y sangre. Dijeron que para Navidades los hijos de Francia regresaríamos victoriosos, pero no, esto no parece tener fin… El frente prácticamente no se mueve; nuestro hogar son estas míseras trincheras. Mi nombre es Léo Bonheur, llevo solo unas semanas aquí y siento que ya no puedo más: asegurar las paredes, mantener los pasillos y refugios, lograr que los piojos y las ratas no te coman vivo, no volverse loco. No volverse loco, no volverse loco…
El sargento se detiene frente a mí. Me mira con una altivez impostada: ¿Qué hace soldado?, ¿ha terminado sus tareas?
¡Sí señor! 

El tedio es apabullante. También él puede hacer que un hombre pierda el juicio: las picaduras de las pulgas irritan más, la suciedad y el olor a muerte ocupan más espacio, y el miedo, el miedo te gangrena más deprisa. No sé si prefiero morir aquí sepultado en las trincheras o más allá de la alambrada, en la tierra de nadie. Desde luego, caer bajo las ametralladoras alemanas, o peor, quedar agonizando durante horas entre cadáveres me aterra sobremanera; pero pensar que un obús de los teutones me pueda arrancar los brazos o enterrarme vivo bajo estos parapetos, no sirve de alivio. Maldito tedio, ya se me está yendo la cabeza otra vez, no volverse loco, no volverse loco…
Armand es un joven normando que se alistó conmigo. Fuimos juntos a la escuela; no me caía mal pero no llegamos a ser amigos. Acaba de pasar frente a mí cargando con desgana cajas de munición. Parece no haberme visto: no habla hace días, su mirada se ha vaciado, las manos le tiemblan casi todo el tiempo, si te diriges a él hace un mohín de molestia y sigue a lo suyo. La angustia nos acompaña cada segundo. También ella puede hacer que un soldado enloquezca. Despiertas y está ahí, cuando compruebas que todo esto no es un mal sueño; escuchas las descargas de artillería y ahí está, mientras rezas para que el impacto caiga un poco más allá; caes dormido y te acompaña también, una opresión ácida en el pecho, casi en la garganta, pues los sueños no son los del hombre en su vida como civil, son jirones de ansiedad y pesadilla. Sé que aquí moriremos todos aunque no nos maten. Dios mío… no volverse loco, no volverse loco… 

La picadora de carne reclama su tributo. Los de las cocinas dicen que han oído que el Estado Mayor ha fijado el día para un nuevo ataque inútil. Después del agravio inicial, del fragor patriótico y las soflamas, un poso de sinsentido anida en nuestros corazones. El absurdo no se da tanta prisa en acabar con uno como el tedio, la ansiedad y el miedo, pero es igual de eficaz: termina por disolver los pocos restos de cordura que uno atesore. Desde las trincheras en primera línea y a la señal, ascenderemos por las escalas y nos lanzaremos a una muerte casi segura entre el silbido de las primeras balas, retumbar de explosiones, el crujir del mundo, las cortinas de tierra arrancadas a un suelo ya muerto que es torturado una y otra vez, avanzando entre cráteres, aullidos casi inhumanos, gritos sofocados por un ruido de fondo atronador, compañeros caídos, miembros sangrantes, gemidos sin consuelo posible, metralla inclemente volando de aquí para allá; hasta que llegue el silencio. ¿Qué estoy haciendo aquí madre mía? No volverse loco, no volverse loco…

El día ha pasado sin novedad, como casi todos. Esta noche no me tocaba guardia pero he despertado antes de tiempo: una rata hurgaba bajo mis rodillas. El leve carraspeo del animal contra la tela me ha arrancado del sueño. Armand está a mi lado, sentado, no duerme, no habla, mira indiferente al roedor asustado que ahora dobla la esquina de nuestro agujero y se aleja en la oscuridad. Sí, definitivamente ya sé para qué estoy aquí: para no perder la cabeza a pesar de todo. Si sobrevivo debo regresar siendo yo, con lo que quede de mí. No hay más razón para todo esto. Me alegra el haber comprendido ya el sentido de mi sufrimiento, pues el ataque está fijado para hoy al alba. Desayuno frugal para entrar en calor y algo de licor para espantar el miedo; pero miro a la marabunta de hombres que nos disponemos a saltar la trinchera, y solo veo una masa de seres ateridos, mugrientos, aterrados. Una hora antes del crepúsculo comienza nuestra descarga de artillería. Las posiciones alemanas están a unos cien metros de nosotros, y se supone que el infierno que ya está desatándose sobre ellos facilitará nuestro avance. Un bretón a mi derecha que dice tener treinta y cinco años pero aparenta diez más, se atusa el bigote con parsimonia; sube al escalón de tirador y se asoma con cuidado: No sé amigo… dice sin mirarme, ellos tienen mejores refugios que nosotros, tal vez les piten un rato los oídos. Los proyectiles parten desde varias millas a nuestra espalda, lacerando un cielo hastiado de guerra, y explotan delante de nosotros, tan cerca que creo sentir en la cara la tierra y el fuego.

Está amaneciendo… La artillería ha callado un momento. Se escucha algún pájaro a lo lejos. El cielo está tan despejado que parece una bóveda de cristal. Echo de menos el verde de la hierba y de los árboles, las flores, los ríos, el trasiego de las gentes en las calles de mi pueblo. Pero este día es precioso; una ligera brisa acompaña los primeros rayos del astro rey que lo abrazan todo, indiferentes al paisaje desolado, al suelo gris y al alambre de espino, a los tocones de los árboles destrozados, a nuestra miseria… Un oscuro presentimiento me dice que los boches nos van a dar bien: en esta mañana de octubre una calma gélida se agazapa al otro lado de la tierra de nadie. Mi mano izquierda tiembla y me duele la mandíbula, a los lados, justo bajo las orejas: No volverse loco, no volverse loco, ahora no… Aprieto el fusil y entonces se oye el silbido, la señal de carga: ascendemos pesadamente por la pared y avanzamos por un paraje yermo, cuando los proyectiles de mortero comienzan a caer y las ametralladoras alemanas inician su siega, las ráfagas mortales que hacen caer a los primeros hombres. Armand se ha refugiado en un inmenso cráter. Le grito por su nombre pero se arremolina en posición fetal. Escucho su voz por primera vez desde hace tiempo: ¡Mamá!, ¡mamá!...

Apenas puedo respirar ni ver a un palmo. El aire es oscuro y caliente, sabe a tierra, quema la garganta. Un pitido agudo me rompe la cabeza… Léo me mira a través del humo, desde el borde de este agujero. Su silueta se pierde y regresa. Parece gritarme algo, está desesperado, no sabe que él es solo parte de mi pesadilla. Pronto, mi madre me despertará, ¡arriba Armand, un nuevo día!, correrá las cortinas y abrirá las ventanas de mi habitación, tarareando cualquiera de sus letanías de infancia. En estos días el bocage normando está precioso; saldremos a pasear por la costa hasta la península de Cotentin, tal vez acabemos el día en un Café de Caen.
Despierto ya, pero caigo en otro sueño. Mamá abrirá las ventanas de un momento a otro. Este sueño es muy diferente, un brillo como de plata lo enmarca todo, está tan limpio, hay tanta luz… Parece un hospital. Dos ángeles surgen de pronto a mi lado vistiendo unas ropas blancas, limpias y luminosas también. Me incorporo un poco y descubro con alegría que Léo está sobre otra cama muy cerca de mí. Los ángeles nos sonríen, nos ofrecen a la boca un caldo sabroso y salado. No puedo mover las manos, y noto cómo la sopa caliente cae por mí hacia abajo y me recorre una calma dulce. Uno de los ángeles toca un poco mi brazo, y siento un dolor, un pinchazo ácido en la piel. Echo una última mirada a Léo antes de caer dormido en mi sueño: se agita ahora como un gato mojado, grita pero su voz apenas llega hasta mí, lucha por liberar sus brazos y piernas; entonces el plato cae y estalla contra el suelo.

¡No! El ruido regresa otra vez pero no me alcanza, no me alcanza, pues ya estoy muy lejos. Pobre Léo, no sabe que es solo parte de mi sueño, que muy pronto mamá entrará en la habitación y abrirá las ventanas…

domingo, 16 de diciembre de 2018

Insectos

"Insectos"
Vicente Ortíz Guardado


Incluso antes de que cayeran las comunicaciones, la desesperada situación entre los supervivientes que intentaban encontrar alimentos y sitios seguros, se estaba traduciendo en continuos altercados violentos. Eso me provocaba aún más pavor que los diabólicos insectos, pero quién soy yo para juzgarlos, se trataba de sobrevivir y por eso salía de casa en contadas ocasiones para pertrecharme de lo estrictamente necesario y dosificar los víveres durante el mayor tiempo posible.
Comencé el día de mi nueva vida después de una noche en la que había pasado más tiempo despierto que dormido. Mi cuerpo era ya una enorme roncha que desfigura toda forma anterior a la llegada de los insectos. Cada mañana al despertar, me dedicaba a matar y barrer los bichos que se habían colado en casa, quién sabe por dónde, pero esa mañana fue diferente. Maté a los que me molestaron, pero se quedaron en el suelo.
Con la mochila preparada, mi inseparable raqueta y el estrambótico traje de protección de abejas que había reforzado de forma artesanal, salí a la calle sin tener muy claro el rumbo a seguir. En un principio me había planteado intentar subir a la montaña, que aún conservaba nieve. Albergaba la esperanza de que allí no hubiera ningún insecto, pero, aunque así hubiese sido, de nada me habría servido no morir por el veneno de sus picaduras si iba a morir de hambre o frío, así que, cogí buen ritmo y me dirigí a la salida oeste.

En poco más de una hora de caminata, dejé atrás la ciudad en la que había pasado toda la vida. Allí ya no había familia, ni amigos, ni siquiera buenos recuerdos, incluso dejé a Phillips, mi apellido y por quién era conocido. Hacía mucho tiempo que no lo escuchaba pronunciar por nadie. Lo único que quería, era alejarme del horror, quizá para adentrarme en otro, pero tenía que intentarlo.
El camino no fue sencillo. Con la raqueta fui matando y espantando bichos todo el tiempo, pero mis fatigados brazos me dolían y pesaban por la sobrecarga. En algunos tramos tuve que subir montículos de bichos muertos que se habían ido amontonando en mitad de la carretera formando espectaculares barricadas. El olor era vomitivo y el sonido al pisar esa masa crujiente y viscosa en descomposición, era repugnante. Mis pies se adherían a un suelo que me agarraba, y cada paso era más penoso que el anterior. Mi cerebro empezó a jugarme malas pasadas, y por el agotamiento y la inhalación de los restos podridos, en algún momento llegué a creer que mis botas hacían una especie de efecto ventosa y se atrapaban en la masa, sacando los pies descalzos. Por suerte no ocurrió, aunque sí caí en un par de ocasiones embadurnándome casi todo el traje.
Después de más de media jornada caminando en solitario por la carretera, sorteando insectos y coches abandonados, en los que aún quedaban restos de sus ocupantes, decidí parar para descansar. Estaba totalmente agotado y, a decir verdad, un poco preocupado porque aún tenía que buscar un refugio.
Saqué de la mochila un buen puñado de frutos secos y la cantimplora. Me senté en la cuneta intentando relajarme con la mirada puesta en ninguna parte. Respiré profundamente tras un trago y al levantarme para volver a la realidad sentí un leve mareo, pero para mi desconcierto, cuando empecé a recuperarme, me percaté de algo en lo que no había reparado: hacía un buen rato que los únicos insectos que me había encontrado eran los que iban por el suelo, que, además, eran más pequeños y en menor cantidad.




martes, 11 de diciembre de 2018

El Extraño Caso del Dr Jekyll y Mr Hyde

"El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde" (en inglés Strange Case of Dr Jekyll and Mr Hyde), a veces titulado simplemente El doctor Jekyll y el señor Hyde, es una novela escrita por Robert Louis Stevenson y publicada por primera vez en inglés en 1886, que trata acerca de un abogado, Gabriel John Utterson, que investiga la extraña relación entre su viejo amigo, el Dr. Henry Jekyll, y el misántropo Edward Hyde.

El libro es conocido por ser una representación vívida de un trastorno psiquiátrico que hace que una misma persona tenga dos o más identidades o personalidades con características opuestas entre sí. En psiquiatría, esto hace referencia al trastorno disociativo de la identidad (anteriormente conocido como trastorno de personalidad múltiple). No se debe confundir esta psicopatología con el trastorno bipolar, otro desorden psiquiátrico completamente distinto, perteneciente a un grupo de enfermedades mentales conocidas como trastornos del estado de ánimo, en el que se alternan fases de manía con fases de depresión. Fue un éxito inmediato y uno de los más vendidos de Stevenson. Las adaptaciones teatrales comenzaron en Boston y Londres un año después de su publicación y aún hoy continúa inspirando películas e interpretaciones múltiples.

Jekyll es un científico que crea una poción o bebida que tiene la capacidad de separar la parte más humana del lado más maléfico de una persona. Cuando Jekyll bebe esta mezcla se convierte en Edward Hyde, un criminal capaz de cualquier atrocidad. Según se cuenta en la novela, en nosotros siempre están el bien y el mal juntos, por eso Hyde, símbolo de todo lo perverso, resulta repugnante a todo aquel que lo ve.

A principios de otoño de 1886 los pensamientos de Stevenson giraban en torno a la idea de la dualidad del ser humano y cómo incorporar la dualidad del bien y del mal en una historia. Una noche tuvo un sueño y al despertar tenía la idea para dos o tres escenas que aparecerían en El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde. "A altas horas de la mañana" dijo la señora Stevenson "fui despertada por gritos de horror de Louis. Pensando que tenía una pesadilla le desperté. Él me dijo furioso '¿Por qué me has despertado? Estaba soñando un dulce cuento de terror.' Yo le había despertado en la escena de la primera transformación". Lloyd Osbourne, el hijastro de Stevenson, recuerda que: "No creo que haya habido antes una hazaña literaria como la escritura de Doctor Jekyll. Recuerdo su primera lectura como si fuera ayer. Louis bajó enfebrecido, leyó casi la mitad del libro en voz alta; y luego, cuando todavía estábamos jadeando, él ya estaba otra vez lejos ocupado en la escritura. Dudo que la primera versión le llevara más de tres días".

Como de costumbre, la señora Stevenson leyó el esbozo y apuntó sus críticas en los márgenes. Louis estaba postrado en la cama entonces por una hemorragia y ella dejó sus comentarios con el manuscrito y Louis en el dormitorio.

Ella dijo que la historia realmente era una alegoría aunque Louis la escribía como un cuento. Al rato Louis la llamó al dormitorio y señaló un montón de cenizas: había quemado el manuscrito por miedo a que tratara de utilizarlo, y en el proceso se obligó a comenzar desde el principio a escribir una historia alegórica como ella le había sugerido. El debate académico es si realmente quemó el manuscrito o no. Algunos eruditos sugieren que las críticas de su mujer no fueron sobre la alegoría sino sobre el contenido sexual inadecuado que supuestamente tendría esta versión. No hay ninguna prueba actualmente que indique que se quemó el manuscrito, pero en cualquier caso esto forma una parte importante de la historia de la novela.

Stevenson volvió a escribir la historia otra vez en tres días. Según Osbourne, "la mera hazaña física era enorme; y en vez de dañarle, esto le despertó y entusiasmó de forma inexpresable. Luego siguió refinándola y trabajando en ella durante 4 a 6 semanas".

El manuscrito fue al principio vendido como una edición en rústica por un chelín en el Reino Unido y un dólar en los Estados Unidos. Al principio las tiendas no hicieron provisión de la novela hasta que una crítica favorable apareció en The Times (25 de enero de 1886). Durante los siguientes seis meses fueron vendidas cerca de cuarenta mil copias. Hacia 1901 se estimó que se habían vendido más de 250 000 copias.

Esta novela se ha convertido en una pieza fundamental y centrada en el concepto de la cultura occidental del conflicto interior del ser humano entre el bien y el mal. También ha sido considerada como "Una de las mejores descripciones del período victoriano por su perforante descripción de la dicotomía fundamental del siglo XIX: Respetabilidad externa y lujuria interna." Y su tendencia a la hipocresía social.

Se han sugerido varias influencias para el interés de Stevenson sobre el estado moral que separa al pecador de su propia moral. Entre ellas se encuentran:

La figura de William Brodie, aparente modelo de ciudadano del siglo XVIII, rector de una comunidad y concejal del Ayuntamiento. De día era un ejemplo de conducta cívica, pero de noche se convertía en jugador y ladrón y llegaba a cometer hurtos sin despertar las sospechas de nadie. Ni siquiera estaban enteradas sus dos amantes, con quienes tuvo cinco hijos. La novela "Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado" de James Hogg, en la que un hombre es animado al crimen por otro hombre que resulta ser el diablo. Los géneros literarios que los críticos han utilizado para calificar la novela incluyen: la alegoría religiosa, la fábula, la novela policíaca, literatura de doppelgänger, cuentos diabólicos escoceses o la novela gótica. Se discute si es un relato de ciencia ficción, debido a que la transformación se produce por la alteración de las sales de la poción. Stevenson nunca llega a decir cuáles son exactamente los placeres que Hyde obtiene en sus incursiones, limitándose a decir que se trata de algo de una naturaleza mala, lujuriosa y aborrecible para la moral religiosa victoriana. Sin embargo, varios científicos a finales del siglo XIX, desde la perspectiva del darwinismo social también empezaban a estudiar otras supuestas influencias “biológicas” en la moral humana incluyendo: alcoholismo, drogadicción, homosexualidad, desórdenes de personalidad múltiple y atavismos.

La división interior de Jekyll ha sido vista por algunos críticos como análoga a cismas que existen en la sociedad británica. Las divisiones incluyen las divisiones sociales de la clase, las divisiones políticas entre Irlanda e Inglaterra, y las divisiones entre fuerzas religiosas y seculares.

Es importante, por otra parte, que casi nunca se ha destacado el parentesco entre el asunto central del relato y las posteriores doctrinas freudianas sobre el desdoblamiento del "Ello", sobrecargado de pulsiones sexuales y agresivas desbocadas, y el débil "Yo", de estructura endeble, ante el mismo. La asociación, para el conocedor del psicoanálisis, es casi inevitable. Así, deslumbra que la narración de Stevenson, en el plano de la ficción, se haya anticipado, a grandes rasgos, a la topología del psiquismo, que Freud describiera dos décadas después.




sábado, 8 de diciembre de 2018

Confesión

Confesión (Confession) es un relato de fantasmas del escritor inglés Algernon Blackwood (1869-1951), publicado en la antología de 1921: Los lobos de dios (The Wolves of God).

Es uno de los mejores relatos de terror de Algernon Blackwood, nos sitúa en la ciudad de Londres, durante una noche de niebla. Allí, el protagonista encuentra un escenario ideal para dejar volar su imaginación. Duda sobre la realidad, sobre la verdadera existencia de las personas en la calle, de todas aquellas figuras que flotan en la niebla como vagos espectros, apareciendo y desapareciendo repentinamente. En medio de esa cerrazón se encontrará con una mujer que, como él, está perdida. La sigue hasta el interior de una casa en ruinas, donde finalmente será testigo de una tragedia en perpetua repetición.

Pensar un decálogo narrativo de Algernon Blackwood nos pone frente a un dilema del que no saldremos sin una dosis de injusticia. 

Para dar una idea clara sobre el laberinto que supone decidir los 10 mejores relatos de terror de Algernon Blackwood baste decir que uno de los tantos que conforman su obra, Los sauces (The Willows), trasciende los alcances del elogio, convirtiéndose lisa y llanamente en el mejor cuento de terror jamás escrito. Resolver el resto no será menos difícil. Algernon Blackwood fue un ocultista serio, es decir, que se tomaba en serio al ocultismo; y un hombre profundamente apegado a la naturaleza. Los bosques de Algernon Blackwood no son meras progresiones o vecindades de árboles, sino criaturas orgánicas capaces de sentir odio, rechazo, e incluso hostilidad. En este sentido, la Naturaleza tal como la percibe Algernon Blackwood es una especie de ente gigantesco que ve a los humanos como intrusos, y acaso como usurpadores de sus dones; contra los que luchará violentamente si la ocasión se presenta.

Abordar sus relatos es introducirse en un mundo que hace tambalear nuestras reglas. La Naturaleza oscila entre una maternidad cálida y comprensiva y una beligerante aversión por la raza humana, por esos insectos diminutos que se juzgan eternos pero cuya vida está sujeta a pasiones banales. No hay en la obra de Algernon Blackwood una demonificación de la Naturaleza, por el contrario, sino una sublime comprensión de que somos nosotros quienes le imponemos una moral y una ética que está ausente en los eventos que se producen en la oscuridad de la noche.


Fuente:
http://elespejogotico.blogspot.com/2009/06/confesion-algernon-blackwood.html



Culto Secreto y Otros Relatos

Aunque siempre haya otros nombres que estén más en el candelero, la valía de Algernon Blackwood difícilmente puede pasar inadvertida. ¿Acaso no destacaba su relato "El Wendigo" como uno de los más satisfactorios de la afamada recopilación Los mitos de Cthulhu que realizase Rafael Llopis para Alianza? ¿No fue The Blair Witch Project poco menos que una versión cinema verité del citado y mítico cuento? Ciertamente, la sombra de Blackwood es alargada; su influjo en los escritores de la revista Weird Tales es innegable y su lectura es obligatoria para cualquier escritor en ciernes interesado por el fantástico.

Como corresponde a los grandes, la edición de Culto secreto y otros relatos representa un pequeño acontecimiento editorial, ilustrada por una portada que sintetiza a la perfección el universo de Blackwood: unos árboles crecen bajo un rostro sereno que sugiere una realidad última agazapada tras la faz de la tierra. Es, como bien indica en el prólogo Borja García, "el signo inequívoco de que se ha entrado en el territorio narrativo de Algernon Blackwood (...) La percepción del mundo que nos rodea va sufriendo una transformación hasta desvelar la existencia de un universo paralelo a aquel con el que estamos familiarizados".

La novela corta que abre el volumen, "El hombre al que amaban los árboles", es un paradigma de esa comunión entre naturaleza y terror, preocupación compartida por su colega y compañero de andanzas ocultistas Arthur Machen que se ha convertido a la postre en el sello de Blackwood. Las primeras páginas, que narran la obsesión de un pintor por los árboles, de los que se diría que retrata en todo su ser y su viveza, rozan los lindes de la metafísica, motivo de discusión de unas tertulias de salón progresivamente insanas. Como es norma en el autor, se suceden las imágenes e invocaciones a las fuerzas de la naturaleza en su máxima expresión, el indómito mar, y así el murmullo y el espantoso rumor del reino vegetal, el bosque al cual dota de una poderosa personalidad mediante personificaciones y alusiones varias, se convierte en "una marea, en un océano que avanza" y los claros no son sino "playas" prestas a ser anegadas. La maestría de Blackwood no reside en la acción física o en la descripción de la peripecia argumental: su estilo descansa en el diálogo interior de sus personajes; y es por ello que las charlas distendidas acerca de la grandeza del bosque son finalmente sobrepasadas por la aprensión y el resquemor hacia un entorno hostil. Realizando un envidiable tour de force, Blackwood, al que no le interesa para sus fines el narrador omnisciente, puesto que se apoya en la estratégica ocultación de información relevante, llega a cambiar el punto de vista a medida que pasan las páginas, y los diferentes protagonistas van recogiendo el testigo y el peso de la narración.

La otra novela corta que se incluye en el volumen, "Descenso a Egipto", también presidida por la metafísica, trata sobre mundos y ritos arcanos a la espera de ser desempolvados. En cierto modo prefigura los más alucinógenos relatos de la mitología de Cthulhu y de la cosmología de Lovecraft.

En "Culto secreto", Blackwood rememora el internado en el que estudió, pero escora el tono hacia el terror. Aunque no se distinga por su originalidad y su argumento pueda haberse repetido después hasta la extenuación, no defrauda y esgrime la particularidad de ser uno de los relatos dedicados a una de sus más afamadas creaciones, el investigador de lo paranormal John Silence.

Por último, en los breves "Complicidad previa al hecho" y "El ocupante de la habitación", Blackwood pone a prueba su oficio: lo que pierden en desarrollo lo ganan en pavorosa intensidad. Y es que la narrativa de Blackwood mantiene siempre en vilo al lector, sumiéndole en un "estado de alarma" al plantearle la resolución de un enigma inefable que se salda con una revelación y que suele incluir otra recompensa, un halo poético, una mirada enriquecedora, la ansiada y esquiva catarsis que confirma la perenne actualidad del autor británico.

Pablo Herranz

Fuente:
http://www.bibliopolis.org/resenas/rese0063.htm




viernes, 7 de diciembre de 2018

Algernon Blackwood

Algernon Henry Blackwood (14 de marzo de 1869-10 de diciembre de 1951) fue un escritor inglés de relatos fantásticos, además de periodista y narrador de radio. Sus obras son consideradas por varios críticos como las mejores de la literatura del horror y de lo extraño, junto a sus contemporáneos Lord Dunsany y Arthur Machen.

Blackwood nació en Shooter's Hill (una localidad que forma hoy parte de Londres, pero pertenecía entonces a Kent). A lo largo de su vida, desempeñó oficios muy variados en Norteamérica: granjero en Canadá, encargado de un hotel, minero en Alaska, reportero en Nueva York. De vuelta a Inglaterra, comenzó a escribir relatos de terror, con gran éxito. Como a otros escritores británicos del género, por ejemplo Arthur Machen, se le relaciona con la Golden Dawn, organización secreta cuyas enseñanzas pudieron haber influido en la peculiar atmósfera mágica de sus cuentos. Su obra es citada como una de las principales influencias de H. P. Lovecraft; de hecho, su célebre relato La llamada de Cthulhu se inicia con una cita de Blackwood. Fue uno de los grandes maestros del relato de terror de todos los tiempos. Su obra, realmente prolífica, logró definir algunos aspectos esenciales del género, renovando el viejo cuento de fantasmas de la era victoriana en algo completamente nuevo, donde lo mitológico, lo grotesco, lo incomprensible para la razón, se presentan con una fuerza extraordinaria e imparable. Inquieto entusiasta del ocultismo, Algernon Blackwood introdujo lo sobrenatural en la ficción desde una perspectiva tan noveosa como aterradora.

Blackwood murió el 10 de diciembre de 1951, de una trombosis cerebral por arteriosclerosis. Fue incinerado en el crematorio de Golders Green en Londres. Al cabo de unas semanas su sobrino llevó sus cenizas al puerto de Saanenmöser en el cantón de Berna en Suiza.

Publicó diez libros de historias cortas y en los años 40 y 50 participó a menudo en radio y televisión como lector en las mismas. Escribió también catorce novelas, la mayor parte de las cuales quedaron inéditas. Amaba apasionadamente la naturaleza, y muchas de sus historias dan fe de ello. Uno de sus relatos, Los sauces (1908), se considera una de las mejores historias sobrenaturales jamás escritas.

Escribió también una autobiografía centrada en sus primeros años, Episodios antes de los treinta (1923).

Aunque Blackwood escribió varias historias terroríficas, generalmente su obra busca provocar asombro, más que horror. Sus mejores historias son un prodigio de construcción, ambiente y sugerencia.

jueves, 6 de diciembre de 2018

El Angulo del Horror

"El ángulo del horror" trata de la transformación que sufre Carlos al descubrir en un sueño la perspectiva terrible de la realidad. Al no poder cargar este peso él solo, se apoya en su hermana, Julia, lo que hace que esta especie de maldición pase a ella y, luego, a Marta, la más pequeña de la familia.

Lo inquietante se desata en el momento en que julia nota que Carlos se quedaba contemplando la casa, con la cabeza inclinada hacia un lado y luego hacia el otro:

"Carlos estaba allí, en la misma posición que la noche anterior, contemplando la casa con una mezcla de estupor y consternación, inclinando la cabeza, primero a la derecha, luego a la izquierda, clavando la mirada en el suelo y cruzando abatido el empedrado camino que le separaba de la casa. Fue entonces cuando julia comprendió, de pronto, que a su hermano le ocurría algo."

Pues bien lo que le ocurría a Carlos era tan solo el hecho de estar consternado por un sueño en el que todo lo que ocurría era controlado a cabalidad por él, si existía algo que le incomodaba del sueño simplemente lo corregía a su antojo “… debía regresar a la estación antes de que el tren partiera de nuevo para Brighton. Es un sueño, me repetí”, pero lo único que él no diseño, ni pudo cambiar de su sueño fue el ángulo que lo descresto y conmociono, tan solo un ángulo diferente de su casa, otra perspectiva de lo que él conocía perfectamente, aquí el lector puede apreciar sencillamente como Fernández Cubas nos introduce otro punto inquietante durante todo el relato y ya no es lo que le sucede a Carlos para pasar a ser porque le sucede esto a Carlos quien tan solo vio un ángulo diferente de su casa y no necesariamente determinado en grados sino en horror o más bien  miedo a lo desconocido.

Fernández Cubas nos da a conocer un Angulo desconocido en nuestro subconsciente, el cual solo despertamos cuando apreciamos las vivencias de los demás no las propias el cual nos permite horrorizarnos de lo que conocemos como Carlos, un ángulo tan subjetivo y atado a la importancia que le de cada cual que nunca llegaremos a apreciar bien la sublime vista que nos brinda.

http://resumenesyensayos.blogspot.com/2013/06/inquietante-en-el-angulo-del-horror.html




miércoles, 5 de diciembre de 2018

Cristina Fernández Cubas

Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, Barcelona, 1945) es una escritora y periodista española, una de las más destacadas cultivadoras del relato breve en la literatura española de las décadas de 1990 y 2000.

Estudió Derecho en Barcelona, y un diplomado en periodismo en la Escuela Oficial de Periodismo, de la cual regresó en 1972, en Madrid​, profesión esta última que ejerció desde muy joven hasta que decidió dedicarse por completo a la literatura. Estuvo casada con el escritor Carlos Trías Sagnier hasta la muerte de este en 2007 debido al cáncer de pulmón​. Ha residido, entre otras ciudades, en El Cairo, Lima, Buenos Aires, París y Berlín.

Ha sido sobre todo prolífica en el ámbito de los cuentos, libros de los cuales ha escrito Mi hermana Elba (1980), Los altillos de Brumal (1983), El ángulo del horror (1990), Con Ágatha en Estambul (1994), Parientes pobres del diablo (2006)​, Todos los cuentos (2009), una recopilación de los libros anteriores laureada en múltiples ocasiones​, y La habitación de Nona (Tusquets, 2015), libro acreedor al Premio Nacional de la Crítica en 2016.​

Es también autora de tres novelas, El año de Gracia (1985), El columpio (1995) y La puerta entreabierta (2013), una obra de teatro, Hermanas de sangre (1998) y un libro de memorias narradas, Cosas que ya no existen (2001), recuperado en 2011 por Tusquets Editores.

La muerte de su esposo se mantuvo alejada de la escritura durante varios años y volvió al mundo literario hasta 2013, bajo el pseudónimo Fernanda Kubbs,​ con su novela La puerta entreabierta, la cual trata sobre una periodista escéptica que al visitar a una vidente sufre una transformación inesperada.​ De acuerdo con la escritora, usó el seudónimo porque quería iniciar una línea paralela y con el seudónimo “quiero avisar al lector de que va encontrarse con algo que se aparta de lo que he escrito hasta ahora”.

La narrativa de Cristina Fernández Cubas abreva de los cuentos orales que escuchó en la infancia, de historias de las cuales se quedó empapada y de las lecturas que ya en su vida adulta iría haciendo, tales como Frankeinstein, de Mary Shelley; la obra de Carson McCullers o las historias góticas de Henry James. Además de esto, también es notoria dentro de su obra la presencia de Cortázar y Edgar Allan Poe, al cual homenajea en “La noche de Jezabel” y en la continuación que hace de “Al faro”.

En los relatos de Cristina Fernández Cubas priman la concisión, la precisión y la tensión propios del género cuentístico, logrados a partir del estilo y el desarrollo de las peripecias de los personajes. Sus cuentos suelen introducir situaciones inquientantes, sueños tribulados y vueltas de tuerca en las que busca producir una sensación de perturbación, inquietud o extrañeza. Hay algunos temas que sobresalen y se reiteran dentro de su obra, tales como la fatalidad, el viaje iniciático, el conflicto entre lo inexplicable y la razón, la otredad, la mujer y su relación con la magia, el fin de la infancia y la construcción de una realidad propia de los niños, lo oculto, y las “preocupaciones insólitas".

En conjunto, la narrativa de Cristina Fernández Cubas puede ser interpretada como una reflexión sobre lo fantástico, género al que más se le relaciona, y las posibilidades que este da para obtener un punto de vista más complejo del entorno. Cuando sus cuentos no son fantásticos, igualmente se vale de las técnicas y motivos del género para jugar con la intriga y la incertidumbre​, así, a partir de los modelos de la narración fantástica, enfrenta a sus personajes —principalmente mujeres— a atmósferas inquietantes, plenas de sugestiones, en un juego en el que el lector es parte activa del desciframiento de las claves, los silencios y el desvelamiento de las razones últimas de las psicologías y conductas,​ juego fundamentado en “la inteligente estructura de las narraciones y en la capacidad del lenguaje para sorprender y sugerir”.