domingo, 29 de noviembre de 2020

Estrella de Plata

Estrella de Plata es uno de los 56 relatos cortos sobre Sherlock Holmes escrito por Arthur Conan Doyle. Fue publicado originalmente en The Strand Magazine y posteriormente recogido en la colección Memorias de Sherlock Holmes. Es una de las historias más conocidas de Holmes.

Así pues nos encontramos con Holmes y su querido Watson camino de resolver el enigma de la desaparición de "Silver Blaze" y del asesinato de John Straker, su preparador. Durante el viaje, los dos amigos se ponen al día y, de paso, informan al lector sobre los acontecimientos previos. "Silver Blaze" pertenece al coronel Ross, propietario de las famosas cuadras de King's Pyland, donde John Straker, al parecer un hombre de honestidad probada, trabaja como preparador. A dos millas de allí se encuentran las cuadras de Capleton, de Lord Backwater, amigo de Lord St. Simón y uno de los invitados a su boda en El aristócrata solterón. Backwater es propietario de "Desborough", el gran rival de "Silver Blaze" en la Copa Wessex. Como presunto culpable es detenido un corredor de apuestas llamado Fitzroy Simpson.

Por tanto, la desaparición de uno de los caballos de carreras más famosos de Inglaterra y el asesinato de su preparador pueden conmocionar a un país con semejante tradición hípica. "Silver Blaze" ("Estrella de Plata") es el nombre del caballo desaparecido, y el relato comienza cuando Sherlock Holmes y el doctor Watson deciden atender la petición del inspector Gregory de Scotland Yard. Holmes define a Gregory como "extraordinariamente competente", pero añade: "si tuviera imaginación, llegaría a grandes alturas en su profesión".

Las carreras de caballos siempre han tenido en el Reino Unido un significado muy especial. Más que un deporte y motivo de apuestas, son un acontecimiento social. Las grandes carreras, como las de Ascot o Epson, mueven a la flor y nata de la sociedad, y miles y miles de personas dedican la jornada entera a participar en algo parecido a una peregrinación o romería.

Holmes da una rápida y sorprendente solución al caso logrando la devolución de "Silver Blaze" y esclarece la muerte de John Straker, víctima de su propio complot. En la carrera, Doyle hace un nuevo guiño al lector, ya que "Iris", uno de los caballos, es propiedad del duque de Balmoral, padre de Lord St. Simón (El aristócrata solterón).


miércoles, 25 de noviembre de 2020

La Segunda Oportunidad

 

"La Segunda Oportunidad"

            Kesvan Burdik 

         (Trilogía 3ª Parte)



Roberto


Roberto permanecía sentado ante su mesa mientras observaba distraído las fotos que se sucedían una tras otra en la pantalla del ordenador. Eran imágenes de las distintas viviendas que tenía en ese momento en cartera, tanto a la venta como en alquiler. Sonia, la administrativa que trabajaba para él estaba en el despacho contiguo. Pasaba la tarde realizando tareas burocráticas carentes de urgencia mientras lo miraba de cuando en cuando, para ver si se decidía a que cerrasen y poder marcharse. Este era uno de los privilegios de ser el jefe, dictaminar la hora a la que podía irse a casa.

Su empleada era una hermosa treintañera que con seguridad se había echo a la idea de que al ser Nochebuena disfrutaría de un día libre. Debía haber pensado que por haberse acostado con él iba a gozar de ciertas ventajas, lo que era un craso error.

Así que se había visto sorprendida al verse obligada a ir a trabajar a pesar de que no se esperaba ninguna actividad durante el día. Como era de esperar la mayoría de la gente tenía mejores cosas que hacer en esas fechas que ir a visitar casas.

Roberto podría haberse permitido cerrar, pero le había resultado divertida la idea de sorprender a Sonia haciéndola trabajar en esa fecha. No es que quisiera ensañarse con ella, pues albergaba en su cabeza futuros encuentros en los que lo pasarían muy bien juntos.

Sin embargo no entraba en su cabeza que tras convertirse en su amante quisiese celebrar la Nochebuena al lado de su marido. Roberto era un hombre al que le gustaba aprovecharse de la gente siempre que podía, aunque no se consideraba un hipócrita. Así que a pesar de haber quedado esa tarde con una chica que días atrás había llegado hasta su agencia en busca de ayuda, se obligó a sí mismo a permanecer en el trabajo hasta media tarde. Era una manera con la que castigar a la zorra que trabajaba para él. Además, si carecías de disciplina para ti, no la podías imponer a los demás. Con lo que sin nada que hacer más que dejar pasar el tiempo, se repantigó en su silla y se adormeció, pensando en lo bien que iba su negocio. El año dos mil diecinueve estaba a punto de finalizar y con él un ejercicio de gran recuperación en el sector inmobiliario del que él se había logrado aprovechar.


martes, 17 de noviembre de 2020

Una Luz entre las Sombras

 

"Una Luz Entre las Sombras"

           Kesvan Burdik

        (Trilogía 2ª Parte)


    Laura era una muchacha que a sus quince años solía involucrarse en todo tipo de líos, por lo que a menudo la expulsaban del instituto. Este comportamiento era llamativo, sobre todo porque hasta el año anterior había sido una alumna ejemplar. Pero de aquella época parecía distar una eternidad, todo había cambiado, ya que ahora se sentía sumida en el infierno. Su vida transcurría en un averno en el que no existían los demonios, si no algo mucho peor, pues vivía con su tío, a quien odiaba tanto que moriría dichosa si lo viese agonizar primero. Sin embargo, mientras volvía tras terminar las clases con un nuevo parte de expulsión en el bolsillo en quien pensaba era en Ana, su madre. Ella se había convertido en el obstáculo que impedía su fuga y que por lo tanto pudiese volver a vivir. Cuando llegó al chalet de su tío atravesó el hermoso y cuidado jardín del que por supuesto se encargaba un jardinero. Se podía permitir muchos lujos, ya que había medrado en la política y esta le reportaba pingües beneficios debido a su posición. 

    La muchacha albergaba la esperanza de que esa tarde estuviese en alguno de sus múltiples compromisos sociales y evitar así al menos por unas horas tener que soportar su presencia, pero casi de inmediato descubrió su flamante BMW aparcado en el garaje. Decepcionada se deslizó con sigilo en el interior de la vivienda y fue hasta su habitación, intentando pasar desapercibida. Cerró la puerta detrás de sí, aunque al no tener cerradura temía que su tío entrara en cualquier momento. Era algo que a él le encantaba hacer, ir a verla para torturarla con sus palabras y miradas. «Casi me gustaría que cuando acuda de nuevo se decida a tocarme de una vez por todas, así tendré en mi cuerpo la prueba que me saque de aquí» pensó. Se tumbó en la cama y cerró los ojos. No quería ver nada y menos aún el escaso mobiliario que había en su habitación. Solo disponía de un pequeño colchón asentado sobre un somier de muelles y de un viejo armario de una puerta donde guardaba tanto su ropa, como el resto de sus escasas posesiones. Vivía en la casa de un rico sumida en la pobreza, aunque esto era algo que no le importaba en absoluto. No obstante existía un elemento esperanzador en aquel cuarto, la vista desde la ventana. Le gustaba mirar a través de ella. Cuando lo hacía, al otro lado del cristal observaba la larga calle que se extendía ante la casa y como terminaba al llegar a una vía férrea. 

    En cierta ocasión, meses atrás, después de haber salido del instituto había caminado hasta allí y la siguió andando junto a los raíles hasta llegar a un apeadero que distaba un par de kilómetros. Tras descubrirlo había ideado un sencillo plan para escapar de su prisión. Consistía en subirse a un tren cualquiera llevándose consigo dinero suficiente para subsistir una temporada. No tenía ni idea de a qué ciudad ir ni qué haría una vez que estuviese sola, pero de momento no era más que un loco plan sin una gran elaboración tras él. Mientras su madre viviese, estas ideas eran un ejercicio con el que mantener su cerebro ocupado. De pronto tuvo un mal presentimiento y a pesar del riesgo de que su tío pudiese entrar en cualquier momento y descubrirla se levantó de la cama. Intentando hacer el mínimo ruido posible se acercó al armario y deslizó sus dedos por el pequeño espacio que quedaba entre su base y el suelo hasta tocar un sobre. Lo acarició un instante y aliviada al comprobar que seguía allí, retiró la mano, dentro guardaba mil euros. Después se apoyó en el alfeizar de la ventana y mientras su mirada vagaba observando la calle sin prestar atención a nada en concreto se sumió en los más profundos recovecos de su cerebro, recordando como había llegado a este infierno. 

    

lunes, 9 de noviembre de 2020

Mamá, tú eres mi Regalo

 "Mamá, tú eres mi Regalo"

           Kesvan Burdik 

        (Trilogía 1ª Parte)


La luz del sol atravesaba el cristal de la vieja ventana acariciando con languidez las desnudas paredes del pequeño apartamento. La tarde avanzaba con lentitud, pero de forma inexorable. Era Nochebuena y mientras en la mayoría de hogares las familias se reunían y comenzaban los preparativos de la cena, María, se preparaba en cambio para salir de casa, debiendo dejar en ella sola por unas horas, a su pequeña hija Laura.

Ambas vivían en un cuchitril de mala muerte. Apenas treinta metros cuadrados a los que ella llamaba con sarcasmo “El Loft”, pues aparte del aseo solo contaba con otra habitación, que les servía de comedor, cocina y dormitorio. Sin luz eléctrica, ya que se la habían cortado meses atrás y sin apenas muebles, El Loft era en realidad poco más que una chabola.

Sin embargo, para María que había soportado durante años la existencia junto al padre de su hija, este era su hogar. Aunque en ese momento, inmóvil junto a la puerta debía abandonarlo. Solo iba a ser por unas horas, se decía a sí misma, convenciéndose de que esta era la única alternativa que tenía.

La mujer era consciente de que su plan quizá no fuese el más apropiado y que podía tratarse del fruto de la desesperación. Resultaba irónico, ya que hasta ese momento le había parecido la mejor opción posible dadas las circunstancias. En cambio ahora sentía una profunda inquietud ante la perspectiva de dejar a su hija que apenas contaba con siete años sola en casa.

Laura, ajena a los pensamientos de su madre, permanecía sentada en el suelo del comedor. Su rostro se veía iluminado por las titilantes llamas de varias velas que María había encendido unos minutos antes. Con el tenue resplandor que desprendían dotaban al apartamento de una falsa sensación de calidez. Sin embargo la niña permanecía ajena al frío y sonreía mientras se afanaba en crear adornos para el Árbol de Navidad. Un abeto que unos días antes se habían encontrado. Alguien lo había abandonado junto a un aparatoso reloj de mesa en la calle y se lo llevaron con ellas.

lunes, 2 de noviembre de 2020

El Concilio Mayor


Jull Antonio Casas Romero


Hacía mucho tiempo que no visitaba a la familia, 10 años desde que murió el Abuelo. Era muy joven y de ese entonces, solo recuerdo la extraña experiencia que tuve al acercarme a su féretro y no ver nada en el interior. Lo comente inmediatamente con algunos parientes que estaban cerca, en aquella triste sala, pero todos decían que debía de estar perturbado, porque ellos si lo veían, dormido, inmóvil, enfundado en el traje que siempre llevaba en los días de fiesta.

Hoy llamaron de madrugada, había muerto la Abuela, invocaban mi presencia para presentar los respetos correspondientes en este trance familiar, no pude negarme, no lo hubiera hecho tampoco, estos sucesos son ineludibles para nuestra familia, algo así como los únicos eventos donde vemos como mermamos o aumentamos y que estadística es la más relevante después del tiempo que estamos sin vernos; Al entrar al salón del velatorio, encontré todo exactamente igual como lo había visto hace diez años, la familia estaba reunida en silencio, algunos con los rostros cansados tras llegar de muy lejos, trate de pasar el tiempo mientras saludaba a cada uno de los reunidos, evitaba acercarme al ataúd, pero fue inevitable al final, pues mi hijo menor que me acompañaba, con la inocencia de su edad me empujaba para ver a la Abuela que no conocía.

Me agache sobre el ataúd y ella no estaba, pregunte a mi pequeño si el la veía, él me dijo que si podía verla y que ahora podía contar a sus compañeros del colegio que tenía una abuela muy hermosa.