Antón Pávlovich Chéjov (en ruso: Анто́н Па́влович Че́хов, romanización: Anton Pavlovič Čehov), (Taganrog, 17 de enerojul./ 29 de enero de 1860greg.-Badenweiler, Baden (Imperio alemán) 2 de juliojul./ 15 de julio de 1904greg.) fue un médico, escritor y dramaturgo ruso. Encuadrable en la corriente más psicológica del realismo y el naturalismo, fue un maestro del relato corto, siendo considerado como uno de los más importantes escritores de este género en la historia de la literatura. Como dramaturgo se enclava dentro del naturalismo, aunque con ciertos toques de simbolismo, y escribió unas cuantas obras, de las cuales son las más conocidas La gaviota (1896), Tío Vania (1897), Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos (1904). En estas obras idea una nueva técnica dramática que él llamó de “acción indirecta”, fundada en la insistencia en los detalles de caracterización e interacción entre los personajes más que el argumento o la acción directa, de forma que en sus obras muchos acontecimientos dramáticos importantes tienen lugar fuera de la escena y lo que se deja sin decir muchas veces es más importante que lo que los personajes dicen y expresan realmente.
Chéjov nació en Taganrog, el puerto principal del mar de Azov. Su abuelo fue un antiguo y muy digno siervo o mujik que ahorró céntimo a céntimo la cantidad necesaria para poder comprar su libertad y la de sus cuatro hijos en 1841. Su padre, Pável Yegórovich Chéjov, director del coro de la parroquia y devoto cristiano ortodoxo, pero violento y demasiado entregado al alcohol, impartió a sus seis hijos, de los cuales Antón era el tercero, una disciplina férrea, que a veces adquiría rasgos despóticos, obligándoles a asistir al coro, a trabajar en el negocio familiar y a estudiar simultáneamente. Ese es uno de los motivos por los que Chéjov siempre fue un amante de la libertad y de la independencia. La madre de Chéjov, Yevguéniya Yákovlevna, cuyo apellido de soltera era Morózova, era una gran cuentacuentos, y entretenía a sus hijos con historias de sus viajes junto a su padre (un comerciante de telas) por toda Rusia.
El padre de Chéjov empezó a padecer serias estrecheces económicas en 1875, su negocio quebró y se vio forzado a huir a Moscú para evitar la cárcel. Hasta que no concluyó el bachillerato en 1879, Antón no pudo reunirse allí con su familia; comenzó a estudiar Medicina en la Universidad de Moscú y, para ayudar en casa y sufragar también sus estudios pane lucrando, Chéjov empezó a escribir relatos humorísticos cortos y caricaturas de la vida en Rusia bajo el pseudónimo de “Antosha Chejonté”, sin demasiada veneración por el pueblo ruso o las austeras ideas tolstoianas; por eso escribió “algo me dice que hay más amor a la humanidad en la energía eléctrica y la máquina de vapor que en la castidad y la negativa a comer carne”. No pretendía aportar un mensaje nuevo o "encantar" afectadamente, y con ese fresco descaro y falta de prejuicios fue desarrollando un género que llegará a dominar como pocos, constituyéndose en uno de los referentes del mismo de toda la literatura universal junto con Edgar Allan Poe, Guy de Maupassant, Jorge Luis Borges y Leopoldo Alas. Los publicaba bajo mil pseudónimos y a lo largo de toda su vida, de suerte que todavía desconocemos cuántas historias escribió Chéjov en total, aunque sí se sabe que ganó con rapidez fama de buen cronista de la vida rusa. "Carta a un vecino erudito" fue el primero, y el último "La novia". Frente al humor y brevedad de los primeros, los últimos son largos, tristes y melancólicos. Ninguna palabra sobra en ellos.
Chéjov se hizo médico en 1884 y ejerció sucesivamente en los pueblos de Voskresensk, Zvenigorod y Bakino (óblast de Tula), pero siguió escribiendo para diferentes semanarios. En 1885 comenzó a colaborar con la Peterbúrgskaya Gazeta con artículos más elaborados que los que había redactado hasta entonces. En diciembre de ese mismo año, fue invitado a colaborar en uno de los periódicos más respetados de San Petersburgo, el Nóvoye Vremia (Tiempo Nuevo). En 1886 Chéjov se había convertido ya en un escritor de renombre. Ese mismo año publicó su primer libro de relatos, Cuentos de Melpómene; al año siguiente estrenó su drama Ivanov y ganó el Premio Pushkin gracias a la colección de relatos cortos Al anochecer; su nueva colección, La estepa (1888) fue igualmente bien acogida.
En 1887, a causa de los primeros síntomas de la tuberculosis que acabaría con su vida, Chéjov viajó hasta Ucrania. A su regreso se reestrenó en Moscú su obra La Gaviota; la obra había sido un fracaso un año antes en el (imperial) Teatro Alexandrinski de San Petersburgo, y el resonante éxito que cosechó fue debido en gran medida a la compañía del Teatro de Arte de Moscú que, dirigida por el genial actor y director de escena Konstantín Stanislavski, se había visto en la necesidad, para extraer toda la significación contenida en el texto creado por Chéjov, de crear un método interpretativo radicalmente nuevo que rompía con el tono declamatorio del teatro anterior y establecía los nuevos principios de subtexto y cuarta pared para expresar de manera adecuada las tribulaciones interiores y los sentimientos íntimos que caracterizaban a los personajes del drama psicológico y simbolista de Chéjov.
Antón Pávlovich escribió tres obras más para esta compañía: Tío Vania (1897), Las Tres Hermanas (1901) y El Jardín de los Cerezos (1904), todas ellas grandes éxitos, y durante sus ensayos conoció a una actriz de la compañía, Olga Knipper, que será su esposa a partir de 1901. En el ínterin, sin embargo, y deshecho por el fallecimiento de su hermano Nikolai, había conseguido autorización para la experiencia más importante de su vida, el viaje en 1890 a las prisiones de la isla de Sajalín, la más oriental del imperio ruso, en apariencia con libertad, aunque las autoridades procuraron limitar hábil y discretamente el campo de sus investigaciones. Se documentó muchísimo antes de su «viaje al infierno», como el propio escritor definió, al siniestro destino reservado a miles de condenados. Aquel interminable viaje, equivalente a menudo a una expedición polar, que duraba ochenta y dos días la ida cuando aún no existía el ferrocarril transiberiano y debía hacerse en coches de caballos, vapores y precarios carruajes, y su regreso a Moscú por el trayecto más largo, a través del océano Índico y Ceilán (que acaso Chejov eligió para curarse de recientes horrores los ojos y el alma) perjudicó considerablemente su salud cuando ya se hallaba afectada por la tisis y en cambio le proporcionó la certidumbre que necesitaba para afirmarse plenamente en sus convicciones; no se dejó engañar por los guías: la cárcel, en la brillante sociedad rusa de la época, no era una necesidad lamentable y lamentada como pretendían los altos funcionarios satisfechos, sino la consecuencia lógica de un régimen de despotismo y el fundamento de un orden despiadado. El libro que escribió sobre su experiencia en la isla del penal es probablemente la obra que más trabajo le dio, y tardaría casi cinco años en publicarlo, en 1895.
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