miércoles, 17 de octubre de 2018

La Cenicienta

"La Cenicienta" es un cuento de hadas que cuenta con varias versiones, orales y escritas, antiguas y modernas, procedentes de varios lugares del mundo; especialmente del continente eurásico. En el sistema de clasificación de Aarne-Thompson, se adscribe al grupo de los cuentos folclóricos ordinarios, dentro de él, al de los ayudantes sobrenaturales (500 - 559), y en concreto al subtipo 510 A: el de la heroína perseguida.

Una de las formas del cuento de La Cenicienta más conocida en occidente es la del francés Charles Perrault, que escribió en 1697 una versión de la historia transmitida mediante tradición oral; la de Perrault que se conoce con el título "Cendrillon ou La petite pantoufle de verre" (Cenicienta o El zapatito de cristal). Anterior a ella es la del italiano Giambattista Basile "La Gata Cenicienta" (en italiano, La Gatta Cenerentola; en el original napolitano, La gatta cennerentola), que bebe de la tradición juliana; en esa zona, se habla el napolitano, en el que está escrito el cuento "de Basile", el cual forma parte de la obra Pentamerón. En Alemania, la versión de La Cenicienta que forma parte de la colección de cuentos de hadas (Märchen) de los hermanos Grimm Kinder- und Hausmärchen (Cuentos de la infancia y del hogar) es hasta ahora la más popular. La versión del año 1812 de los hermanos Grimm varía sin embargo en muchos detalles de la francesa, lo que no es extraño si se tiene en cuenta que cada país europeo tiene su propia tradición oral del personaje.

Disney realizó en 1950 una versión de La Cenicienta que se asemeja más a la de Perrault que a la de los hermanos Grimm, razón por la que en Estados Unidos es la de Perrault la más conocida.

El arquetipo de la Cenicienta, al igual que muchos otros cuentos de hadas, tiene una larga historia. Es así que se encuentran los primeros rastros en los antiguos egipcios (la historia de Ródope), luego entre los romanos, en el Imperio Chino del siglo IX (del que queda como legado, aún hoy en día, el pequeño pie de Cenicienta) y en Persia a fines del siglo XII, en especial en la obra del año 1197 de Nezāmí "Las Siete Bellezas" (Haft Paykar; en persa, هفت پیکر), llamada también "Bahram-Nama".

Incluso entre los aborígenes de Norteamérica el motivo de la Cenicienta está presente en sus narraciones tradicionales. El efecto y el relato de la Cenicienta son bastante complejos en la literatura, especialmente en el romanticismo alemán, inglés, ruso y francés.

En el simbolismo de la literatura internacional también se encuentran varios motivos con interesantes combinaciones similares a la Cenicienta europea, sobre todo en las obras de Pushkin, Novalis, Tieck, Brentano, Eichendorff, E.T.A. Hoffmann, Hans Christian Andersen, Tennyson, Wilde, Mallarmé, Maeterlinck y Hofmannsthal.

El tema de la Cenicienta lo tratan explícitamente Dietrich Grabbe en su Aschenbrödel de 1835 y Robert Walser en "Die Insel" (La isla) de 1901. El poeta ruso Yevgueni Shvarts escribió en los años 20 del siglo XIX un cuento de hadas con el título Aschenbrödel (Cenicienta). Los motivos principales de la historia son: las palomas, los zapatos y las diferentes variantes del árbol. Las palomas son, desde los tiempos de la Antigua Grecia, las acompañantes tradicionales de Afrodita.

Si se reduce y banaliza el motivo principal del cuento de hadas presentándolo como la vida trágica de la heroína que espera el amor de un príncipe y se combina con la moral de que lo bueno siempre triunfa, se encontrarán varias "versiones" desarrolladas de la Cenicienta en la literatura trivial; especialmente en obras de Eugenia Marlitt y de Hedwig Courths-Mahler (1867 - 1950).

Cenicienta es la única hija nacida de la fallecida y primera esposa del primer matrimonio de un noble rico viudo que se casa por segunda vez con una malvada mujer también viuda que tiene dos hijas de su fallecido, primer y antiguo esposo de su primer matrimonio anterior tan malvadas y de un corazón tan duro y cruel como el de ella. La malvada madrastra de Cenicienta obliga a Cenicienta vestirse con ropa vieja, estropeada y sucia y a hacer todas las tareas de la casa, para así tener a la hija de su segundo esposo por debajo de las dos hijas suyas. De éstas dos, la hermanastra menor de Cenicienta es menos cruel con Cenicienta.

Para casar al príncipe, su padre, el rey, organiza una gran fiesta en su castillo e invita a las jóvenes del reino a un baile en una fiesta en el castillo que el príncipe heredero del trono habrá de escoger a su futura esposa.

Cuando se van al baile las dos hermanastras de Cenicienta y la malvada madrastra de Cenicienta, Cenicienta, que ha tenido que ayudarlas a vestirse, es obligada a quedarse en la casa. En medio de su desesperación, a Cenicienta se le aparece su hada madrina. Cenicienta le pide ayuda y el hada madrina, haciendo uso de la magia de su varita mágica, convierte una calabaza en una carroza dorada. Luego, los ratones, las ratas y las lagartijas de una trampa son convertidos, también por arte de magia, en lacayos, cocheros y caballos tordos. El hada madrina roza con la varita mágica a Cenicienta, y entonces la ropa sucia y estropeada que lleva la muchacha se convierte en un vestido precioso de princesa. El hada madrina le regala además unos zapatos de cristal a Cenicienta para que los lleve al baile, pero le dice que tiene que volver antes de la medianoche, porque si no, se romperá el hechizo.

Cenicienta acude al baile, y allí es la más hermosa; ni siquiera la malvada madrastra de Cenicienta ni las dos hermanastras de Cenicienta la reconocen. Antes de la medianoche, Cenicienta se escabulle de la fiesta del baile del castillo del príncipe y vuelve a casa.

Al día siguiente, Cenicienta vuelve al palacio para el segundo baile, y está aún más hermosa, con otro vestido de princesa aún más hermoso. Al empezar a sonar las campanadas de medianoche, Cenicienta sale corriendo a toda prisa y pierde uno de los zapatos de cristal. El príncipe, enamorado de la muchacha, manda a un lacayo que la busque.

Se prueba el zapato de cristal a las muchachas del reino, y a ninguna puede calzárselo, pero a Cenicienta le calza con facilidad. En aquel momento aparece el hada madrina y convierte el vestido sucio y estropeado de Cenicienta en un vestido maravilloso y hermoso digno de una hermosa y dulce princesa.

Cenicienta perdona a su malvada madrastra y a sus dos hermanastras, que irán a su boda y se casarán el mismo día con dos nobles de la corte. Y todos vivirán felices para siempre.






Erase un gentilhombre que casó en segundas nupcias con una mujer altiva y huraña como otra no haya habido. Tenía dos hijas, como ella orgullosas y que en todo se le asemejaban. El esposo tenía una hija, cuya dulzura y bondad nadie aventajaba; cualidades que asemejaban las de su difunta madre, que fue buena entre las buenas.
Apenas celebradas las bodas, la madrastra hizo pesar su pésimo carácter sobre la joven, cuyas buenas cualidades no podía sufrir, tanto menos cuanto comparadas con las de sus hijas, éstas aparecían más despreciables. Encargole las más humildes faenas de la casa; debía fregar los platos y los chismes todos de la cocina, barría los cuartos de la señora y de sus dos hijas; dormía en el granero y en un mal jergón, mientras sus hermanas estaban en habitaciones bien amuebladas, tenían camas lujosas y grandes espejos, en los que se veían de la cabeza a los pies. La desdichada sufría con paciencia y no osaba quejarse a su padre, quien la hubiera reñido, pues estaba dominado por su mujer.
Cuando había terminado su tarea iba a un rincón de la chimenea y se sentaba encima de la ceniza, lo que dio origen a que la aplicaran un feo mote; mas la menor, que no era tan mala como su hermana, la llamaba Cenicienta, a pesar de lo cual la pobrecita, con sus remendados vestidos, era cien veces más hermosa que sus hermanas a pesar de sus magníficos trajes.
En aquel entonces el hijo el rey dio un baile al que invitó a todas las personas distinguidas y también a las dos señoritas, que figuraban en primera línea entre las de aquel país. Hételas ocupadas en escoger los vestidos y adornos que mejor habían de sentarles, de lo cual había de resultar aumento de trabajo para la Cenicienta, porque ella era la que repasaba la ropa de sus hermanas y cuidaba del atadillo y pliegues de sus jubones. Sólo se hablaba del traje que se pondrían.
—Yo, —dijo la mayor,— llevaré el vestido de terciopelo rojo y un aderezo de Inglaterra.
—Yo, —añadió la menor,— me pondré las sayas que acostumbro llevar, pero, en cambio, ostentaré mi manto recamado de flores de oro y mi adorno de diamantes, que es joya de las mejores.

Mandaron llamar a una buena peinadora para que hiciera maravillas, y enviaron por lunares a la tienda donde mejor los fabricaban. Llamaron a la Cenicienta para pedirle su opinión, porque su gusto era exquisito, y les dio excelentes consejos y hasta se ofreció para peinarlas, lo que aceptaron sus hermanas.
Mientras las estaba peinando, le dijeron:
— Cenicienta, ¿te gustaría ir al baile?
— ¡Ay; señoritas, ustedes se burlan de mí! ¡No es al baile donde debo ir!
— Tienes razón: ¡cómo reirían si viesen a una joven como tú en el baile!
Otra que no hubiese sido la Cenicienta, las hubiera peinado mal; pero era buena y las peinó perfectamente bien. Casi dos días estuvieron sin comer, tanta era su alegría; rompieron más de doce lazos a fuerza de apretar para que su talle fuese más chiquitito y pasaron todo el tiempo delante del espejo.
Por fin llegó el tan deseado día; fuéronse al baile y con la mirada siguiolas la Cenicienta hasta perderlas de vista. Cuando hubieron desaparecido se puso a llorar. Su madrina, al verla anegada en llanto, preguntole qué tenía.
—Yo quisiera... yo quisiera...
Los sollozos le embargaban la voz y no podía continuar. Su madrina, que era hada, le dijo:
—¿Deseas ir al baile? ¿He adivinado?
—¡Ah!, sí; —contestó la cenicienta suspirando.
—¿Serás buena?, —le preguntó su madrina.— Si lo eres, irás al baile.
Llevola a su cuarto, y le dijo: —Ve al jardín y tráeme una calabaza.
La Cenicienta fuese en seguida a buscarla y cogió la más hermosa que encontró, entregándola a su madrina, sin que acertase a adivinar qué tenía que ver la calabaza con el baile. Su madrina la vació, y cuando sólo quedó la corteza, tocola con su varita, e inmediatamente convirtiose la calabaza en una magnífica carroza dorada. Fuese luego en busca de la ratonera, donde halló seis ratones, todos vivos. Dijo a la Cenicienta que levantara un poquito la trampa, y cuando salía uno, le daba un golpecito con su varilla, transformándose inmediatamente el ratón en un soberbio caballo; de modo que reunió un magnífico tiro de seis corceles de un hermoso gris de rata que admiraba.
Pensando estaba de qué haría un cochero, cuando la Cenicienta dijo:
—Veré si ha quedado algún ratón en la ratonera y le convertiremos en cochero.
—Buena idea, —contestole.— Ve a mirarlo.

La Cenicienta volvió con la ratonera en la que había tres grandes ratas. La Hada escogió una entre las tres, dándole la preferencia por su barba; y habiéndola tocado con la varilla, se transformó en un fornido cochero con gruesos bigotes.
Luego le dijo:
—Ve al jardín y tráeme seis lagartos que encontrarás detrás de la regadera.
Así lo hizo, y en el acto su madrina convirtió los lagartos en otros tantos lacayos, que inmediatamente subieron a la carroza con sus libreas galoneadas, manteniéndose firmes como si en su vida hubiesen hecho otra cosa.
La Hada dijo entonces a la Cenicienta:
—¡Vaya!, ya tienes lo necesario para ir al baile. ¿Estás contenta?
—Sí, madrina; pero, ¿iré al baile con mi feo vestido?
Su madrina tocola con la varita y sus ropas se convirtieron en vestidos de oro y seda recamados de pedrería. Luego le dio unas chinelas de cristal, las más lindas que humanos ojos hayan visto. Subió la Cenicienta a la carroza y su madrina le recomendó con mucho empeño que saliese del baile antes de medianoche, advirtiéndola que si permanecía en él un momento más, la carroza volvería a convertirse en calabaza, los caballos en ratones, los lacayos en lagartos y sus hermosos vestidos tomarían la primitiva forma que tenían.
Después de haber prometido a su madrina que se retiraría del baile antes de medianoche, fuese llena de alegría. Diose aviso al hijo del rey de que acababa de llegar una gran princesa desconocida y corrió a recibirla. Le dio la mano para que bajara de la carroza y llevola al salón donde estaban los convidados. A su entrada reinó un gran silencio, cesaron todos de bailar y pararon los violines, tanta fue la impresión producida por la extraordinaria belleza de la desconocida y tan grande el deseo de contemplarla. Sólo se oía el confuso murmullo producido por esta exclamación que salía de todos los labios.
—¡Qué hermosa es!
El mismo rey, a pesar de su vejez, no se cansaba de mirarla y decía en voz baja a la reina que hacía mucho tiempo que no había visto una mujer tan bella y amable. Todas las damas estaban absortas en la contemplación de su tocado y vestidos con el propósito de tener otros iguales al día siguiente, sí bien dudaban encontrar telas tan bellas y modistas hábiles para hacerlos.
El hijo del rey llevola al puesto más distinguido y luego la invitó a danzar. Bailó con tanta gracia que aun la admiraron más. Sirviose un espléndido refresco, pero nada probó el joven príncipe, pues sólo pensaba en mirarla. La Cenicienta fue a sentarse al lado de sus hermanas, con quienes mostrose muy amable, dándoles naranjas y limones de los que el príncipe le había ofrecido, lo que las admiró mucho, porque no la conocieron.

Mientras estaban hablando, la Cenicienta oyó que el reloj daba las doce menos cuarto. Hizo una gran reverencia a los asistentes y se fue tan deprisa como pudo. En cuanto llegó a su casa dirigiose al encuentro de su madrina, y después de haberle dado las gracias le dijo que desearía volver al baile el siguiente día, por que el hijo del rey se lo había rogado. Ocupada estaba en referir a su madrina todo lo que había ocurrido, cuando las dos hermanas llamaron a la puerta. La Cenicienta fue a abrir, y les dijo:
—¡Cuánto habéis tardado en volver!
Al mismo tiempo se frotaba los ojos y se desperezaba como si acabara de despertar, por más que no hubiere pensado en dormir desde que se separaron. Una de sus hermanas exclamó:
—Si hubieses estado en el baile no te hubieras fastidiado, pues ha ido la más hermosa princesa que pueda verse, quien se ha mostrado con nosotras muy amable y nos ha dado naranjas y limones.
Extraordinario era el júbilo de la Cenicienta. Preguntoles el nombre de la princesa, y le contestaron que se ignoraba, añadiendo que esto hacía sufrir mucho al hijo el rey, que daría todo lo del mundo por saberlo. Sonrió la Cenicienta, y les dijo:
—¿Era muy bella? ¡Dios mío!, cuán dichosas sois vosotras; también lo sería yo si pudiese verla. Hermana mía, préstame tu vestido amarillo, el que te pones cada día.
—¿Crees que he perdido el juicio? No estoy loca rematada para prestar mi vestido a una fea y sucia como tú.
La Cenicienta contaba con esta negativa, que no le pesó, pues no hubiera sabido qué hacerse si su hermana hubiese accedido a su demanda.
Al día siguiente las dos hermanas fueron al baile y también la Cenicienta, pero más adornada que la vez primera. El hijo del Rey no se apartó de su lado y no cesó de hablarle con gracia. Con gusto le oía la joven, hasta tal punto que olvidó lo que su madrina le había encargado y sonó la primera campanada de medianoche, cuando creía que no eran las once. Levantose y huyó con la ligereza de una corza, seguida del príncipe, pero sin que pudiera alcanzarla, y en su fuga perdió una de las zapatillas de cristal, que el hijo el rey recogió. La Cenicienta llegó a su casa muy cansada, sin carroza, sin lacayos y con su feo vestido, pues de su magnificencia solo le había quedado una de las chinelas de cristal, la pareja de la que había perdido. Preguntaron a los guardias de las puertas del palacio si habían visto salir a una princesa, y contestaron que sólo habían visto salir a una joven muy mal vestida, cuyo porte era más bien el de una campesina que el de una señorita.
Cuando las dos hermanas regresaron del baile preguntoles la Cenicienta si se habían divertido mucho y si la hermosa princesa había asistido. Contestaron afirmativamente, añadiendo que al dar medianoche había huido con tanto apresuramiento que había dejado caer una de sus chinelas de cristal, la más linda del mundo. También contaron que el hijo del rey la había recogido, y que hasta acabar el baile no había hecho otra cosa que mirarla, lo que demostraba que estaba enamorado de la joven a quien la diminuta chinela pertenecía.

Dijeron la verdad, pues pocos días después el hijo del rey mandó publicar a son de trompeta que se casaría con aquella a cuyo pie se amoldase exactamente la zapatilla. Se comenzó por probarla a las princesas, luego a las duquesas y después a todas las señoritas de la corte. Lleváronla a casa de las dos hermanas, que hicieron grandes esfuerzos para que su pie entrase en la chinela, pero sin lograrlo. La Cenicienta que las estaba mirando, reconoció su chinela y les dijo riendo:
Dejad que vea si mi pie entra en ella.
Sus hermanas soltaron la carcajada y de ella se burlaron. El gentilhombre que probaba la chinela, miró con atención a la Cenicienta, vio que era muy bella y dijo que su deseo era justo, pues tenía orden de probar la chinela a todas las jóvenes. Hizo sentar a la Cenicienta, y acercando la chinela a su diminuto pie notó que entraba en ella sin dificultad, quedando calzado como sí se hubiese amoldado en cera.
Grande fue el asombro de ambas hermanas, y subió de punto cuando la Cenicienta sacó del bolsillo la otra diminuta chinela, que metió en el pie que no estaba calzado. En esto llegó la madrina, quien tocando con su varita los vestidos de la Cenicienta los convirtió en otros aún más preciosos que los que había llevado.
Entonces las dos hermanas reconocieron en ella a aquella joven que habían visto en el baile y se arrojaron a sus pies para pedirle perdón por los malos tratos que la habían hecho sufrir. La Cenicienta las levantó y les dijo abrazándolas que con toda su alma las perdonaba, rogándolas que siempre la amasen. Vestida como estaba, lleváronla al palacio del joven príncipe, quien la halló más hermosa que antes y casó con ella a los pocos días. La Cenicienta, tan buena como bella, mandó que sus dos hermanas se alojaran en palacio y el mismo día las casó con dos grandes señores de la corte.

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