sábado, 20 de marzo de 2021

Los Tres Pelos del Diablo

"Los Tres Pelos del Diablo" o "El diablo de los tres cabellos dorados" (en alemán: Der Teufel mit den drei goldenen Haaren) es un cuento de hadas alemán recopilado por los hermanos Grimm (KHM 29). Se incluye en los tipos de clasificación de Aarne-Thompson 461 ("tres cabellos del diablo"), y 930 ("profecía de que un niño pobre se casará con una niña rica").

La historia se tradujo por primera vez al inglés como "El gigante y los tres cabellos dorados", para evitar ofensas, pero el diablo de la historia actúa como un gigante del folclore. Ruth Manning-Sanders lo incluyó, como "Los tres cabellos dorados del rey de los gigantes de las cavernas", en Un libro de gigantes.

Una mujer pobre dio a luz a un hijo con un caul (donde el saco amniótico aún está intacto al nacer), lo que se interpretó en el sentido de que se casaría con la hija del rey a los catorce años. El malvado rey, al enterarse, visitó a la familia y los persuadió para que le permitieran traer al niño de regreso y criarlo en el castillo. En cambio, puso al niño en una caja y la arrojó al agua, para que se ahogara y no creciera para casarse con su hija. Pero en lugar de hundirse, se dirigió a un molino, donde fue encontrado por el molinero y su esposa. Los dos decidieron criar al niño por su cuenta.

Catorce años después, el rey visitó el molino sin darse cuenta. Al ver al niño, el rey le preguntó al molinero si era su padre, quien luego le explicó la historia de cómo él y su esposa habían venido a criar al niño. Conmocionado, el rey ideó una manera de deshacerse del niño de una vez por todas. Le dio al joven una carta sellada y le ordenó que se la entregara a la reina. En el interior, la carta ordenaba que mataran y enterraran al niño una vez que llegara. De camino a entregar la carta, el niño buscó refugio en la casa de una anciana para pasar la noche. A pesar de sus advertencias de que los ladrones frecuentaban la casa, el niño se durmió, alegando que no podía caminar más. Cuando llegaron los bandidos, leyeron la carta y se compadecieron del niño. Sin despertarlo, pusieron una nueva carta en su lugar, dictando que el niño debía casarse con la hija del rey a su llegada. Cuando llegó la mañana, le señalaron en dirección al castillo y siguió su camino.

La boda prosiguió, y cuando el rey regresó, envió al niño a viajar al infierno y regresar con tres de los cabellos dorados del Diablo, en otro esfuerzo por deshacerse de su nuevo yerno.

El niño se enfrenta a tres preguntas en su viaje, mientras viaja entre dos pueblos y cruza el río. Al pasar por cada uno, se le pregunta cuál es su oficio ("lo que sabe"). El niño responde tres veces: "Lo sé todo". Luego se le pregunta por qué el primer pozo de la ciudad, que una vez brotó vino, ya no dispensa ni siquiera agua. En la segunda ciudad, se le pregunta por qué a un árbol que una vez produjo manzanas doradas ni siquiera le brotarán hojas. Cuando lo transportan a través del río, el barquero le pregunta por qué siempre debe remar de un lado a otro, y no tiene la libertad de hacer lo contrario. A cada pregunta, él responde: "Lo sabrás, sólo cuando yo regrese".

El niño encuentra la entrada al Infierno al otro lado del río y, al entrar, solo encuentra a la abuela del Diablo. Él le dice lo que quiere y ella le promete ayudarlo como pueda, convirtiéndolo en una hormiga y escondiéndolo entre los pliegues de la ropa. El diablo regresa y, a pesar de oler carne humana en el aire, se convence de sentarse, comer y beber. Una vez que lo ha hecho, recuesta la cabeza en el regazo de su abuela y cae en un sueño ebrio. Ella le arranca un cabello dorado de la cabeza tres veces, lo que hace que se despierte después de cada tirón de cabello. Habiendo asumido que el dolor era parte de sus sueños, le cuenta sus visiones a su abuela: un pozo seco en una plaza del pueblo con un sapo debajo que bloquea el flujo de líquido, un árbol que no brota frutos ni hojas a causa de un ratón. royendo su raíz, y un barquero que puede ser liberado simplemente poniendo su remo en las manos de otro hombre en la orilla del río.

A la mañana siguiente, una vez que el diablo había vuelto a salir de la vivienda, el niño se transformó de nuevo en su antiguo yo. Agradeciendo a la anciana, tomó los tres cabellos dorados y se dirigió a casa. Una vez más, pasó el río y dos ciudades, revelando las respuestas de las que había oído hablar al Diablo durante la noche. Cada pueblo le da un par de asnos cargados de oro, que él trae consigo al castillo. El rey, complacido por el regreso del niño con tanta riqueza, le permite vivir en paz con su esposa. Pregunta sobre la fuente de la riqueza que adquirió, con la esperanza de encontrar alguna para él. El niño le dice que el oro fue encontrado al otro lado del río.

La historia termina con el rey cruzando el río con el barquero, quien le entrega el remo al llegar al otro lado, condenándolo a una vida de transportar viajeros de un lado a otro para siempre.

El folclorista Stith Thompson comenta que la primera parte del cuento (nacimiento de un niño predestinado a casarse con una princesa / niña rica), clasificado como ATU 930, a menudo se encuentra junto con la segunda parte, la tarea imposible de quitarle el pelo al diablo ( o gigante, ogro, etc.).

El motivo del anciano que lleva al pobre niño / héroe a través del mar hasta el diablo (en la versión de Grimm; un gigante, ogro, en otras variantes) es paralelo al viaje mitológico al "Otro Mundo" (Infierno) en el barco.

El motivo de las ranas que bloquean el flujo de las aguas tiene varios paralelos estudiados por Andrew Lang. Lang sugiere que este motivo puede descender del antiguo mito indoeuropeo de un héroe o dios del trueno que mata a una serpiente o un dragón que bloquea el flujo de las aguas.

Los hermanos Grimm recopilaron un cuento en la primera edición de su compilación con el nombre Der Vogel Phönix (en inglés: "The Phoenix Bird"), donde el héroe fue encontrado por un molinero en una caja arrojada al agua y tiene la tarea de conseguir tres plumas del "Ave Fénix", que vive en una cabaña en la cima de una montaña en compañía de una anciana.

En las compilaciones de cuentos populares eslavos, el diablo es reemplazado por un personaje llamado Old Vsevede o "Father Know-All".


Influencia

Se observa que "El diablo de los tres cabellos dorados" fue una posible influencia para El cuento de Beren y Lúthien de JRR Tolkien, en el que el rey elfo Thingol establece una tarea imposible para el pretendiente mortal de su hija: obtener uno de los tres Silmarils de la Corona de Hierro de Morgoth. Sin embargo, a pesar de estas similitudes, las diferencias siguen siendo sustanciales: en la versión de Tolkien, la hija del rey acompaña al héroe en el camino, siguiéndolo como un murciélago gigante; no hay pueblos ni acertijos, ni tampoco barquero; una vez que Beren ha arrancado un silmaril de la corona de hierro, lo pierde cuando un lobo gigante le muerde la mano y termina regresando al rey sin ninguna joya. El rey finalmente permite que Beren se case con su hija, y finalmente obtiene el silmaril haciendo que sus cazadores rastreen y maten al lobo, cortando la joya en llamas de su vientre, una secuencia que no tiene analogía en el cuento de hadas alemán. Más tarde, el rey es asesinado por enanos que había empleado para colocar la joya en un collar para él. Las similitudes que se pueden rastrear a través de ambas historias pueden ser el resultado de temas comunes a muchas historias humanas como se describe en el libro.


Érase una vez una mujer muy pobre que dio a luz un niño. Como el pequeño vino al mundo envuelto en la tela de la suerte, predijéronle que al cumplir los catorce años se casaría con la hija del Rey. Ocurrió que unos días después el Rey pasó por el pueblo, sin darse a conocer, y al preguntar qué novedades había, le respondieron:

- Uno de estos días ha nacido un niño con una tela de la suerte. A quien esto sucede, la fortuna lo protege. También le han pronosticado que a los catorce años se casará con la hija del Rey.

El Rey, que era hombre de corazón duro, se irritó al oír aquella profecía, y, yendo a encontrar a los padres, les dijo con tono muy amable:

- Vosotros sois muy pobres; dejadme, pues, a vuestro hijo, que yo lo cuidaré.

Al principio, el matrimonio se negaba, pero al ofrecerles el forastero un buen bolso de oro, pensaron: "Ha nacido con buena estrella; será, pues, por su bien" y, al fin, aceptaron y le entregaron el niño.

El Rey lo metió en una cajita y prosiguió con él su camino, hasta que llegó al borde de un profundo río. Arrojó al agua la caja, y pensó: "Así he librado a mi hija de un pretendiente bien inesperado." Pero la caja, en lugar de irse al fondo, se puso a flotar como un barquito, sin que entrara en ella ni una gota de agua. Y así continuó, corriente abajo, hasta cosa de dos millas de la capital del reino, donde quedó detenida en la presa de un molino. Uno de los mozos, que por fortuna se encontraba presente y la vio, sacó la caja con un gancho, creyendo encontrar en ella algún tesoro. Al abrirla ofrecióse a su vista un hermoso chiquillo, alegre y vivaracho. Llevólo el mozo al molinero Y su mujer, que, como no tenían hijos, exclamaron:

- ¡Es Dios que nos lo envía!

Y cuidaron con todo cariño al niño abandonado, el cual creció en edad, salud y buenas cualidades.

He aquí que un día el Rey, sorprendido por una tempestad, entró a guarecerse en el molino y preguntó a los molineros si aquel guapo muchacho era hijo suyo.

- No -respondieron ellos-, es un niño expósito; hace catorce años que lo encontramos en una caja, en la presa del molino.

Comprendió el Rey que no podía ser otro sino aquel niño de la suerte que había arrojado al río, y dijo.

- Buena gente, ¿dejaríais que el chico llevara una carta mía a la Señora Reina? Le daré en pago dos monedas de oro.

- ¡Como mande el Señor Rey! -respondieron los dos viejos, y mandaron al mozo que se preparase. El Rey escribió entonces una carta a la Reina, en los siguientes términos: "En cuanto se presente el muchacho con esta carta, lo mandarás matar y enterrar, y esta orden debe cumplirse antes de mi regreso."

Púsose el muchacho en camino con la carta, pero se extravió, y al anochecer llegó a un gran bosque. Vio una lucecita en la oscuridad y se dirigió allí, resultando ser una casita muy pequeña. Al entrar sólo había una anciana sentada junto al fuego, la cual asustóse al ver al mozo y le dijo:

- ¿De dónde vienes y adónde vas?

- Vengo del molino -respondió él- y voy a llevar una carta a la Señora Reina. Pero como me extravié, me gustaría pasar aquí la noche.

- ¡Pobre chico! -replicó la mujer-. Has venido a dar en una guarida de bandidos, y si vienen te matarán.

- Venga quien venga, no tengo miedo -contestó el muchacho-. Estoy tan cansado que no puedo dar un paso más - y, tendiéndose sobre un banco, se quedó dormido en el acto.

A poco llegaron los bandidos y preguntaron, enfurecidos, quién era el forastero que allí dormía.

- ¡Ay! -dijo la anciana-, es un chiquillo inocente que se extravió en el bosque; lo he acogido por compasión. Parece que lleva una carta para la Reina.

Los bandoleros abrieron el sobre y leyeron el contenido de la carta, es decir, la orden de que se diera muerte al mozo en cuanto llegara. A pesar de su endurecido corazón, los ladrones se apiadaron, y el capitán rompió la carta y la cambió por otra en la que ordenaba que al llegar el muchacho lo casasen con la hija del Rey. Dejáronlo luego descansar tranquilamente en su banco hasta la mañana, y, cuando se despertó, le dieron la carta y le mostraron el camino. La Reina, al recibir y leer la misiva, se apresuró a cumplir lo que en ella se le mandaba: Organizó una boda magnífica, y la princesa fue unida en matrimonio al favorito de la fortuna. Y como el muchacho era guapo y apuesto, su esposa vivía feliz y satisfecha con él. Transcurrido algún tiempo, regresó el Rey a palacio y vio que se había cumplido el vaticinio: el niño de la suerte se había casado con su hija.

- ¿Cómo pudo ser eso? -preguntó-. En mi carta daba yo una orden muy distinta.

Entonces la Reina le presentó el escrito, para que leyera él mismo lo que allí decía. Leyó el Rey la carta y se dio cuenta de que había sido cambiada por otra. Preguntó entonces al joven qué había sucedido con el mensaje que le confiara, y por qué lo había sustituido por otro.

- No sé nada -respondió el muchacho-. Debieron cambiármela durante la noche, mientras dormía en la casa del bosque.

- Esto no puede quedar así -dijo el Rey encolerizado-. Quien quiera conseguir a mi hija debe ir antes al infierno y traerme tres pelos de oro de la cabeza del diablo. Si lo haces, conservarás a mi hija.

Esperaba el Rey librarse de él para siempre con aquel encargo; pero el afortunado muchacho respondió:

- Traeré los tres cabellos de oro. El diablo no me da miedo-. Se despidió de su esposa y emprendió su peregrinación.

Condújolo su camino a una gran ciudad; el centinela de la puerta le preguntó cuál era su oficio y qué cosas sabía.

- Yo lo sé todo -contestó el muchacho.

- En este caso podrás prestarnos un servicio -dijo el guarda-. Explícanos por qué la fuente de la plaza, de la que antes manaba vino, se ha secado y ni siquiera da agua.

- Lo sabréis -afirmó el mozo-, pero os lo diré cuando vuelva.

Siguió adelante y llegó a una segunda ciudad, donde el guarda de la muralla le preguntó, a su vez, cuál era su oficio y qué cosas sabía.

- Yo lo sé todo -repitió el muchacho.

- Entonces puedes hacernos un favor. Dinos por qué un árbol que tenemos en la ciudad, que antes daba manzanas de oro, ahora no tiene ni hojas siquiera.

- Lo sabréis -respondió él-, pero os lo diré cuando vuelva.

Prosiguiendo su ruta, llegó a la orilla de un ancho y profundo río que había de cruzar. Preguntóle el barquero qué oficio tenía y cuáles eran sus conocimientos.

- Lo sé todo -respondió él.

- Siendo así, puedes hacerme un favor -prosiguió el barquero-. Dime por qué tengo que estar bogando eternamente de una a otra orilla, sin que nadie venga a relevarme.

- Lo sabrás -replicó el joven-, pero te lo diré cuando vuelva.

Cuando hubo cruzado el río, encontró la entrada del infierno. Todo estaba lleno de hollín; el diablo había salido, pero su ama se hallaba sentada en un ancho sillón.

- ¿Qué quieres? -preguntó al mozo; y no parecía enfadada.

- Quisiera tres cabellos de oro de la cabeza del diablo -respondióle él-, pues sin ellos no podré conservar a mi esposa.

- Mucho pides -respondió la mujer-. Si viene el diablo y te encuentra aquí, mal lo vas a pasar. Pero me das lástima; veré de ayudarte.

Y, transformándolo en hormiga, le dijo:

- Disimúlate entre los pliegues de mi falda; aquí estarás seguro.

- Bueno -respondió él-, no está mal para empezar; pero es que, además, quisiera saber tres cosas: por qué una fuente que antes manaba vino se ha secado y no da ni siquiera agua; por qué un árbol que daba manzanas de oro no tiene ahora ni hojas, y por qué un barquero ha de estar bogando sin parar de una a otra orilla, sin que nunca lo releven.

- Son preguntas muy difíciles de contestar -dijo la vieja-, pero tú quédate aquí tranquilo y callado y presta atento oído a lo que diga el diablo cuando yo le arranque los tres cabellos de oro.

Al anochecer llegó el diablo a casa, y ya al entrar notó que el aire no era puro:

- ¡Huelo, huelo a carne humana! -dijo-; aquí pasa algo extraño.

Y registró todos los rincones, buscando y rebuscando, pero no encontró nada. El ama le increpó:

- Yo venga barrer y arreglar; pero apenas llegas tú, lo revuelves todo. Siempre tienes la carne humana pegada en las narices. ¡Siéntate y cena, vamos!

Comió y bebió, y, como estaba cansado, puso la cabeza en el regazo del ama, pidiéndole que lo despiojara un poco.

A los pocos minutos dormía profundamente, resoplando y roncando. Entonces, la vieja le agarró un cabello de oro y, arrancándoselo, lo puso a un lado. - ¡Uy! -gritó el diablo-, ¿qué estás haciendo?

- He tenido un mal sueño -respondió la mujer- y te he tirado de los pelos.

- ¿Y qué has soñado? -preguntó el diablo.

- He soñado que una fuente de una plaza de la que manaba vino, se había secado y ni siquiera salía agua de ella. ¿Quién tiene la culpa?

- ¡Oh, si lo supiesen! -contestó el diablo-. Hay un sapo debajo de una piedra de la fuente; si lo matasen volvería a manar vino.

La vieja se puso a despiojar al diablo, hasta que lo vio nuevamente dormido, y roncando de un modo que hacía vibrar los cristales de las ventanas. Arrancóle entonces el segundo cabello.

- ¡Uy!, ¿qué haces? -gritó el diablo, montando en cólera.

- No lo tomes a mal -excusóse la vieja- es que estaba soñando.

- ¿Y qué has soñado ahora?

- He soñado que en un cierto reino crecía un manzano que antes producía manzanas de oro, y, en cambio, ahora ni hojas echa. ¿A qué se deberá esto?

- ¡Ah, si lo supiesen! -respondió el diablo-. En la raíz vive una rata que lo roe; si la matasen, el árbol volvería a dar manzanas de oro; pero si no la matan, el árbol se secará del todo. Mas déjame tranquilo con tus sueños; si vuelves a molestarme te daré un sopapo.

La mujer lo tranquilizó y siguió despiojándolo, hasta que lo vio otra vez dormido y lo oyó roncar. Cogiéndole el tercer cabello, se lo arrancó de un tirón. El diablo se levantó de un salto, vociferando y dispuesto a arrearle a la vieja; pero ésta logró apaciguarlo por tercera vez, diciéndole:

- ¿Y qué puedo hacerle, si tengo pesadillas?

- ¿Qué has soñado, pues? -volvió a preguntar, lleno de curiosidad.

- He visto un barquero que se quejaba de tener que estar siempre bogando de una a otra orilla, sin que nadie vaya a relevarlo. ¿Quién tiene la culpa?

- ¡Bah, el muy bobo! -respondió el diablo-. Si cuando le llegue alguien a pedirle que lo pase le pone el remo en la mano, el otro tendrá que bogar y él quedará libre. 

Teniendo ya el ama los tres cabellos de oro y habiéndole sonsacado la respuesta a las tres preguntas, dejó descansar en paz al viejo ogro, que no se despertó hasta la madrugada.

Marchado que se hubo el diablo, la vieja sacó la hormiga del pliegue de su falda y devolvió al hijo de la suerte su figura humana.

- Ahí tienes los tres cabellos de oro -díjole-; y supongo que oirías lo que el diablo respondió a tus tres preguntas.

- Sí -replicó el mozo-, lo he oído y no lo olvidaré.

- Ya tienes, pues, lo que querías, y puedes volverte.

Dando las gracias a la vieja por su ayuda, salió el muchacho del infierno, muy contento del éxito de su empresa. Al llegar al lugar donde estaba el barquero, pidióle éste la prometida respuesta.

- Primero pásame -dijo el muchacho-, y te diré de qué manera puedes librarte-. Cuando estuvieron en la orilla opuesta, le transmitió el consejo del diablo: - Al primero que venga a pedirte que lo pases, ponle el remo en la mano.

Siguió su camino y llegó a la ciudad del árbol estéril, donde le salió al encuentro el guarda, a quien había prometido una respuesta. Repitióle las palabras del diablo: - Matad la rata que roe la raíz y volverá a dar manzanas de oro.

Agradecióselo el guarda y le ofreció, en recompensa, dos asnos cargados de oro. Finalmente, se presentó a las puertas de la otra ciudad, aquella en que se había secado la fuente, y dijo al guarda lo que oyera al diablo:

- Hay un sapo bajo una piedra de la fuente. Buscadlo y matadlo y volveréis a tener vino en abundancia.

Dióle las gracias el guarda, y, con ellas, otros dos asnos cargados de oro.

Al cabo, el afortunado mozo estuvo de regreso a palacio, junto a su esposa, que sintió una gran alegría al verlo de nuevo, y a la que contó sus aventuras. Entregó al Rey los tres cabellos de oro del diablo, y al reparar el monarca en los cuatro asnos con sus cargas de oro, díjole, muy contento:

- Ya que has cumplido todas las condiciones, puedes quedarte con mi hija. Pero, querido yerno, dime de dónde has sacado tanto oro. ¡Es un tesoro inmenso! - He cruzado un río -respondióle el mozo- y lo he cogido de la orilla opuesta, donde hay oro en vez de arena.

- ¿Y no podría yo ir a buscar un poco? -preguntó el Rey, que era muy codicioso.

- Todo el que queráis -dijo el joven-. En el río hay un barquero que os pasará, y en la otra margen podréis llenar los sacos.

El avaro rey se puso en camino sin perder tiempo, y al llegar al río hizo seña al barquero de que lo pasara. El barquero le hizo montar en la barca, y, antes de llegar a la orilla opuesta. poniéndole en la mano la pértiga, saltó a tierra. Desde aquel día, el Rey tiene que estar bogando; es el castigo por sus pecados.

- ¿Y está bogando todavía?

- ¡Claro que sí! Nadie ha ido a quitarle la pértiga de la mano.


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