sábado, 20 de enero de 2018

La Posada del Fin del Mundo

Durante una noche y un día, un tabernero contará su historia. No habrá robado a princesas ni reyes agónicos, difícilmente habrá oído hablar alguna vez de la consumida ciudad de Treborn, su cordura no se habrá visto afectada al no haber yacido jamás con Telurian. El tabernero, nuestro tabernero, es un hombre viejo, achacoso, solitario. Regenta una posada en el último confín del mundo, en la cima de un acantilado donde rompen las olas. Su auditorio no es variado: su único oyente es el escritor Edgar Saint Preux, cuya seca imaginación busca una cura terapéutica.

La historia comienza con un bello prólogo en el que vemos a Iréna y Yann, dos niños que juegan en la costa. “Se aman” diríamos si fuesen mayores, pero bueno, son sólo niños… Cuando la niña regresa a casa con su madre, son asaltadas por unos encapuchados. No llegamos a ver qué ocurre, pero su madre muere e Iréna desaparece…

60 años después, una noche de tormenta, un escritor se refugia en la “Posada del fin del mundo”, pues así se llama el único lugar habitado en el pueblo de Trébernec. Por la noche, un extraño descubrimiento por parte del escritor hace que el posadero decida explicarle la historia ocurrida tantos años atrás en el pueblo, ahora deshabitado. La desaparición de Iréna y la muerte de su madre conmocionaron al pueblo, y su padre pasó años destrozado y solo.

Hasta que un día Iréna volvió, pero ya no era la misma… La antaño vivaraz muchacha ahora no pronunciaba una palabra, y parecía poseer ciertos dones curativos. Hubo quienes, inevitablemente, la tacharon de bruja, y otros de milagro. Tal situación atrajo la atención de De Baronie, propietario de la conservera del lugar, y responsable del buen funcionamiento de la industria pesquera del pueblo…

El encuentro entre Iréna y De Baronie dispara los acontecimentos. Yann regresa también justo a tiempo de proteger a la chica de gente temerosa de sus artes, los trabajadores de la conservera se ponen misteriosamente enfermos y solamente Iréna es capaz de sanarlos, criaturas escamosas de rasgos humanos se mueven en la noche, y finalmente Iréna habla y cuenta muchos de sus secretos.

El mal proviene del mar. Para un pueblo cuya vida gira constantemente en torno a ese gran desconocido es lo peor que le puede pasar. La realidad de los pueblos pesqueros en que se ama y se teme la mar por partes iguales deviene, de forma implícita, en el motor de la historia. Extraña estructura tiene La Posada del Fin del Mundo, pues uno no acaba de saber cuál es el núcleo de la historia. ¿Es ese trágico final que nos anuncia el posadero? ¿Es la historia de Iréna y Yann? ¿Es la lucha entre el bien y el mal en un ambiente cotidiano? Todos los conceptos están elegantemente hilvanados creando una atmósfera mágica mágica sin llegar a ser pretenciosa, los autores nos tienen en todo momento donde ellos quieren, dando pequeñas dosis de misterio en los momentos adecuados, aportando respuestas siempre antes de que el relato se resienta.

Las ilustraciones que envuelven este amargo cuento son una pieza clave de esa atmósfera, con sus cielos en permanente aviso de tormenta, siempre cambiantes y sorprendentemente realistas y agradables. No tan realista es el diseño de personajes, cosa nada rara en el BD, pero como es habitual, no es un defecto más que una particularidad. El dibujante domina la expresividad de los gestos y las miradas, y lo demuestra en cada página, con la impasibilidad de Iréna, las lágrimas de su padre o la pose altiva de De Baronie. Los momentos de lluvia son especialmente envolventes, dibujadas las gotas con gran cariño, siendo según el momento escenas de gran tensión, de tristeza o emociones.

La posada del fin del mundo tiene un primer volumen espléndido, que da voz y forma a la tristeza más desgarradora, más desconsolada. En un risco en el último confín de la tierra, un tabernero que no es el de Roca de Guía cuenta su historia. Allí permanece todavía, impregnando las paredes, rebotando en el eco de las olas. Un escritor venido de lejos la recoge en un libro que jamás llegará a publicar. Ambos han caído presa del embrujo de la chica Iréna. Una joven que un día desapareció para regresar y salvar a su gente de la infinita pena.

Leer La Posada del Fin del Mundo es como dar un paseo por los riscos que nos muestra la historia, es dejarse llevar por el encanto del pueblo de Trébernec, no tanto el lugar como sus gentes, quienes, aunque no tienen un gran protagonismo, los autores se las apañan para que llenen el fondo del relato…

Es ésta una historia en tres actos, de la que solamente queda publicar el final, y aunque hay veces que su ritmo peca de irregular es una agradable lectura que no defraudará a quienes busquen parajes solitarios y algo de melancolía… sin dejar de pisar terrenos fantásticos. Es inevitable…





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