martes, 26 de marzo de 2019

La Flecha del Tiempo

Antes de que el hombre apareciera sobre la faz de la Tierra, los dinosaurios ya eran sus señores. Habían desaparecido -todavía no se conocen las causas de su extinción- y el hombre continuaba sin aparecer. Ningún ser humano ha visto, pues, un dinosaurio vivo. Todos saben, sin embargo, de sus dimensiones, de su aspecto amenazador, que muy posiblemente correspondiera a un carácter más bien pacífico y tímido.

En "La Flecha del Tiempo" se especula sobre las inquietantes huellas de un viaje en el tiempo donde unos paleontologos descubren las huellas fosilizadas de un tiranosaurio… pero no imaginan detrás de quien corria. Una investigación paleontológica que se interpone con una investigación de física nuclear.

Arthur C. Clarke, es ciertamente un autor controvertido. La valoración de sus novelas oscila entre las consideradas clásicos de la ciencia ficción... y los bodrios comercialoides escritos por esclavos literarios a su servicio. Pero lo que es indiscutible es que Clarke es un maestro del relato corto. ¿Qué es lo que hace que sus cuentos resulten tan impresionantes? En primer lugar, Clarke es un maestro del final inesperado.... y del equivoco. No existe faceta de la ciencia ficción que no haya sido magistralmente tratada por este autor.




El río estaba muerto y el lago ya se moría cuando el monstruo llegó al seco curso de agua y se volvió hacia la desolada llanura de limo. No había muchos lugares donde se pudiera caminar con seguridad, y aun donde la tierra era más dura los grandes pistones de sus pies se hundían bajo el gran peso que soportaban. Se había detenido algunas veces, vigilando el paisaje con movimientos rápidos como los de un pájaro. Entonces se había hundido más en el deslizante terreno, de modo que cincuenta millones de años más tarde los hombres podrían juzgar con cierta precisión la duración de sus detenciones.
Porque las aguas no habían vuelto nunca y el Sol ardiente había calcinado el limo hasta convertirlo en roca. Aún más tarde, el desierto se había derramado sobre toda esta región, sellándola bajo protectoras capas de arena. Y más tarde (mucho más tarde) había llegado el Hombre.
—¿Crees tú —gritó Barton por encima del estruendo— que el profesor Fowler se hizo paleontólogo porque le gusta jugar con taladros neumáticos? ¿O adquirió después la afición?
—¡No puedo escucharte! —gritó Davis, inclinándose sobre su pala en una «pose» completamente profesional. Miró su reloj esperanzadamente.
—¿Le digo que es hora de cenar? No puede usar reloj cuando está taladrando, así que no se dará cuenta.
—Dudo que funcione —chilló Barton—. Ya nos conoce y siempre agrega diez minutos extra. Pero será un cambio dentro de este cavar infernal.
Con notable entusiasmo, los geólogos bajaron las herramientas y comenzaron a caminar hacia su jefe. Mientras se acercaban, él apagó el taladro y sobre ellos descendió un relativo silencio, sólo quebrado por el latir del compresor en el fondo.
—Es hora de que volvamos al campamento, profesor —dijo Davis ocultando casualmente detrás de la espalda su reloj de pulsera—. Usted sabe qué dice el cocinero si llegamos tarde.
El profesor Fowler, M.A., FR.S., F.G.S., limpió algo, pero no todo, del polvo ocre de su frente. En cualquier lado hubiera pasado por un típico peón de excavación y los ocasionales visitantes raramente reconocían al vicepresidente de la Sociedad Geológica en el musculoso y semidesnudo trabajador agachado sobre su amado taladro neumático.

Le había llevado casi un mes sacar la piedra arenisca hasta llegar a las petrificadas llanuras de limo. Durante ese tiempo fueron expuestos varios centenares de pies cuadrados, revelando una congelación instantánea del pasado, que probablemente era la mejor de las descubiertas hasta el momento por la paleontología. Algunas veintenas de pájaros y reptiles habían llegado aquí en busca del agua que se alejaba y habían dejado la huella de sus pisadas como un perpetuo monumento después de que hubieran perecido sus cuerpos. Casi todas las huellas habían sido identificadas, pero una de ellas (la más grande de todas) era nueva para la ciencia. Pertenecía a una bestia que debería haber pesado veinte o treinta toneladas, y el profesor Fowler estaba siguiendo la pista de cincuenta millones de años de antigüedad con todas las emociones de un cazador de caza mayor que rastreara su presa. Incluso había esperanzas de alcanzarla porque el terreno debía haber sido traicionero cuando el desconocido monstruo siguió este camino, y sus huesos podrían estar al alcance de la mano marcando el lugar donde habría sido atrapado, como lo habían sido tantas otras criaturas de su tiempo.
Pese a la ayuda mecánica disponible, el trabajo era muy pesado. Sólo las capas superiores podían ser removidas por las potentes herramientas, y el descubrimiento final debía hacerse a mano con el más extremo cuidado. El profesor Fowler tenía buenas razones para insistir en que él debía hacer solo la perforación preliminar, porque el mínimo desliz podría causar un daño irreparable.
Los tres hombres estaban a mitad del camino de vuelta al campamento base balanceándose sobre la áspera ruta en el despedazado jeep de la expedición, cuando Davis hizo la pregunta que les había estado intrigando desde que había comenzado el trabajo.
—Tengo la ligera impresión —dijo— de que no le gustamos a nuestros vecinos, los del valle, pese a que no puedo imaginarme por qué. No nos estamos interfiriendo en su vida y al menos podrían tener la decencia de invitarnos.
—A menos, por supuesto, que «sea» una planta de investigaciones de guerra —agregó Barton, haciéndose eco de una teoría generalmente aceptada.
—No lo creo así —dijo el profesor Fowler con suavidad—. Porque sucede que acabo de recibir una invitación. Mañana voy por allí.
Si esta bomba no tuvo el resultado esperado fue gracias al eficiente sistema de espionaje de su estado mayor. Durante unos instantes, Davis reflexionó sobre esta confirmación de sus sospechas, y luego continuó con una ligera tos.
—Entonces, ¿no invitaron a nadie más?

El profesor sonrió ante esta intencionada insinuación.
—No —dijo—. Es una invitación estrictamente personal. Sé que ustedes, muchachos, se están muriendo de curiosidad, pero, francamente, no sé más que ustedes al respecto. Si tengo noticias, mañana se las comunicaré. Pero al menos hemos descubierto quién está dirigiendo el establecimiento.
Sus asistentes aguzaron el oído.
—¿Quién es? —preguntó Barton—. Mi sospecha es que era la Autoridad de Desarrollo Atómico.
—Podrías tener razón —dijo el profesor—. De cualquier manera, Henderson y Barnes están al cargo de todo.
Esta vez la bomba efectivamente explotó; tanto que Davis casi sacó el jeep fuera de la carretera…; no es que eso hiciera mucha diferencia, siendo la ruta lo que era.
—¿Henderson y Barnes? ¿En «este» agujero abandonado por Dios?
—Así es —dijo alegremente el profesor—. En realidad, la invitación fue de Barnes. Se disculpó por no habernos hablado antes, dio las excusas habituales y preguntó si podía caerme por allí para charlar un rato.
—¿Dijo qué están haciendo?
—No; ni una palabra.
—¿Barnes y Henderson? —dijo Barton pensativamente—. No sé mucho de ellos, excepto que son físicos. ¿Cuál es su especialidad?
—Son «los» expertos en la física de bajas temperaturas —contestó Davis—. Henderson fue director del Cavendish durante años. Escribió un montón de cartas a «Nature» no hace mucho. Si mal no recuerdo, todas eran sobre el Helio II.
Barton, al que no le gustaban los físicos y lo decía siempre que era posible, no estaba impresionado.
—Ni siquiera sé qué es el Helio II —dijo afectadamente—. Lo que es más, tampoco estoy muy seguro de querer saberlo.
Esto estaba dirigido a Davis, que una vez se había graduado en un curso de física en, como él explicaba, un momento de debilidad. El «momento» había durado varios años antes de que fuera llamado a la geología a través de tortuosas rutas, y siempre recordaba su primer amor.
—Es una forma de hielo líquido que existe solamente a pocos grados sobre el cero absoluto. Tiene las propiedades más extraordinarias…, pero por lo que puedo juzgar ninguna de ellas puede explicar la presencia de dos descollantes físicos en este rincón del globo.

Ya habían llegado al campamento y Davis detuvo el jeep con el habitual golpe en el espacio de estacionamiento. Sacudió la cabeza con fastidio mientras chocaba con el camión de delante un poco más violentamente que de costumbre.
—Estas gomas están casi acabadas. ¿Todavía no llegaron las nuevas?
—Llegaron en el helicóptero esta mañana, con una desesperada nota de Andrews deseando que esta vez las hagas durar un mínimo de quince días.
—¡Bien! Las colocaré esta noche.
El profesor estaba caminando más adelante; ahora se volvió para unirse a sus asistentes.
—No tenías por qué apurarte, Jim —dijo con tristeza—. Otra vez hay «corned-beef».
Sería de lo más injusto decir que Barton y Davis trabajaron menos porque no estaba el profesor. Probablemente trabajaron bastante más duro que lo normal, ya que, en ausencia del jefe, los jornaleros nativos necesitaban doble supervisión. Pero no había duda de que se las arreglaron para encontrar tiempo para tener una larga conversación.
Desde que se habían unido al profesor Fowler, los dos jóvenes geólogos habían estado intrigados por el extraño establecimiento que había a cinco millas de distancia, en el valle. Era seguro que se trataba de un lugar de investigación, y Davis había identificado las altas chimeneas de una unidad de energía atómica. Eso, por supuesto, no daba ningún indicio del trabajo que se realizaba, pero sí indicaba su importancia. No había nada más que unos pocos cientos de tubo-pilas en todo el mundo y todos estaban reservados para proyectos importantes.
Había una docena de razones por las que dos grandes científicos podrían haberse escondido en este lugar: la mayoría de las investigaciones atómicas más peligrosas se llevaban a cabo lo más lejos posible de la civilización, y algunas habían sido directamente abandonadas hasta que pudieran establecerse laboratorios en el espacio. Aun así, parecía raro que este trabajo, fuera lo que fuere, debiera ser ejecutado tan cerca de lo que ahora se había vuelto el centro geológico más importante del mundo. Por supuesto, podría no ser más que una coincidencia, va que los físicos nunca habían demostrado ningún interés por los compatriotas que tenían tan a mano.
Davis estaba desmenuzando cuidadosamente el terreno que rodeaba una de las grandes huellas, mientras Barton derramaba perspex líquido sobre aquellas ya descubiertas, a fin de preservarlas de todo daño, en el plástico transparente. Estaban trabajando un tanto distraídos porque cada uno trataba inconscientemente de oír el sonido del jeep. El profesor Fowler había prometido recogerlos cuando volviera de su visita, porque los otros vehículos se usaban en otras partes, y no les gustaba volver al campamento caminando dos millas bajo ese sol que asaba.
—¿Cuánta gente —dijo Barton de golpe— crees que tienen allá?
Davis se enderezó.
—A juzgar por los edificios, no más de una docena, más o menos.
—Entonces debe ser un asunto privado, de ninguna manera un proyecto A.D.A.
—Quizá, pese a que debe tener un respaldo bastante considerable. Por supuesto, Henderson y Barnes pueden obtenerlo simplemente con su reputación.
—Ahí es donde llevan ventaja los físicos —dijo Barton—. Sólo tienen que convencer a algún departamento de guerra de que están en la pista de una nueva arma, y entonces obtienen un par de millones sin ningún problema.
Hablaba con alguna amargura porque, como la mayoría de los científicos, tenía definidas opiniones sobre este tema. Las opiniones de Barton, en realidad, eran más definidas que lo normal, porque era un cuáquero y se había pasado el último año de la guerra discutiendo con tribunales poco benévolos.

La conversación fue interrumpida por el rugido y alboroto del jeep y los dos hombres corrieron para encontrarse con el profesor.
—¿Y…? —gritaron simultáneamente.
El profesor Fowler los miró pensativamente, con una expresión que no daba el menor indicio de lo que había en su mente.
—¿Tuvieron un buen día? —dijo finalmente.
—¡Vamos, jefe! —protestó Davis— díganos qué averiguó.
El profesor se bajó del asiento y se sacudió el polvo.
—Lo lamento, muchachos —dijo con cierto embarazo—. No puedo decirles nada, absolutamente nada.
Hubo dos unidos gemidos de protesta, pero los apaciguó.
—He tenido un día muy interesante, pero tuve que prometer no decir nada al respecto. Incluso ahora no sé qué es lo que pasa, pero es algo bastante revolucionario…, tan revolucionario, quizá, como la energía atómica. Pero el doctor Henderson vendrá mañana de visita; veamos cuánto pueden sacarle a él.
Por un momento, tanto Barton como Davis estuvieron tan abrumados por una sensación de incertidumbre, que ninguno habló. Barton fue el primero en recobrarse.
—Bueno, ¿seguro que hay una razón para este repentino interés en nuestras actividades?
El profesor pensó en esto por un momento.
—Sí, no fue una visita enteramente social —admitió—. Creen que puedo ayudarles. ¡Ahora, no más preguntas, a menos que quieran volverse al campamento caminando!
El doctor Henderson llegó a media tarde. Era un hombre robusto, de edad madura, vestido un tanto incongruentemente con una chaqueta de laboratorio de un blanco deslumbrante, y muy poco más. Pese a que el atavío era excéntrico, era eminentemente práctico en clima tan caluroso.
Davis y Barton se mostraron algo distantes cuando el profesor Fowler los presentó; todavía se sentían desairados y estaban decididos a que su visitante notara sus sentimientos. Pero Henderson estaba tan obviamente interesado en su trabajo que pronto se deshelaron y el profesor les dejó para que ellos le mostraran las excavaciones mientras él iba a supervisar a los nativos.
El físico estaba muy impresionado por la imagen del remoto pasado del mundo que yacía expuesta ante su vista. Durante casi una hora los dos geólogos le llevaron por las excavaciones yarda tras yarda, hablando de las criaturas que habían pasado por allí y especulando con futuros descubrimientos. La pista que ahora estaba siguiendo el profesor Fowler yacía en un ancho foso que se alejaba de la excavación principal porque había abandonado cualquier otro trabajo para investigarlo. 

En su extremo, el foso ya no era continuo: para ahorrar tiempo, el profesor había comenzado a cavar hoyos a lo largo de la línea de las pisadas. El último sondeo estaba completamente equivocado y una excavación posterior había demostrado que el gran reptil había realizado un repentino cambio de curso.
—Esta es la parte más interesante —dijo Barton al levemente mustio físico—. ¿Recuerda aquellos primeros lugares donde se había detenida un instante para mirar alrededor? Bueno, aquí parece haber divisado algo y se fue corriendo en una nueva dirección, como puede ver por el espaciamiento.
—Yo no hubiera pensado que semejante bestia «pudiera» correr.
—Bueno probablemente fue un gran esfuerzo, pero se puede cubrir una buena distancia con zancadas de quince pies. Lo vamos a seguir tan lejos como podamos. Incluso podemos llegar a descubrir qué estaba cazando. Creo que el profesor tiene esperanzas de descubrir un pisoteado campo de batalla con los huesos de la víctima alrededor. Eso haría que todos perdieran el sueño.
El doctor Henderson sonrió.
—Gracias a Walt Disney, puedo figurarme la escena bastante bien.
Davis no estuvo muy estimulante.
—Quizá sólo era la señora tocando el gong para la pena —dijo—. La parte más irritante de nuestro trabajo es la forma en que todo puede desaparecer cuando es más excitante. Los estratos han sido lavados, o hubo un terremoto… o peor aún, algún estúpido imbécil ha destrozado la evidencia porque no reconoció su valor.
Henderson estaba de acuerdo.
—Puedo entenderlo —dijo—. Ahí es donde el físico tiene ventaja. Sabe que eventualmente obtendrá la respuesta, si es que hay alguna.
Se detuvo con cierta timidez, como pensando sus palabras muy cuidadosamente.
—Les ahorraría un montón de problemas, ¿o no?, si realmente pudieran «ver» lo que tuvo lugar en el pasado, sin tener que inferirlo por medio de estos métodos laboriosos e inciertos. Han estado siguiendo estas pisadas por más de cien yardas durante meses, y pese a todo su trabajo, podrían no conducir a ninguna parte.
Hubo un largo silencio. Luego Barton habló con una voz muy cuidadosa.
—Naturalmente, doctor, que tenemos bastante curiosidad sobre su trabajo —empezó—. Ya que el profesor Fowler insiste en no decirnos nada, hemos hecho una cantidad de especulaciones. ¿Realmente usted quiere decir que…?
El físico le interrumpió muy apresuradamente.
—No lo piense más —dijo—. Sólo estaba soñando despierto. Y respecto a nuestro trabajo, le falta mucho para estar terminado, paro sabrán todo acerca de él a su debido tiempo. No es que seamos reservados… pero, como todos los que trabajan en un nuevo campo, no queremos decir nada hasta estar seguros del terreno que pisamos. ¡Bueno, si algún otro grupo de paleontólogos apareciera por aquí, apuesto a que el profesor Fowler los correría con un pico!
—Eso no es del todo cierto —sonrió Davis—. Más probablemente los pondría a trabajar. Pero comprendo su punto de vista; esperemos no tener que aguardar demasiado.

Esa noche se quemó mucho aceite para lámparas en el campamento base. Barton era francamente escéptico, pero Davis ya había construido una elaborada superestructura alrededor de las frases de su visitante.
—Eso explicaría tantas cosas —dijo—. Antes que nada, su presencia, él, este lugar, que de otra manera no tiene el menor sentido. Nosotros conocemos este terreno pulgada por pulgada desde los últimos cien millones de años, y podemos fechar cualquier acontecimiento con una precisión de más del uno por ciento. No hay ningún lugar de la Tierra cuyo pasado haya sido resuelto tan detalladamente… ¡es el lugar obvio para un experimento como éste!
—¿Pero crees que es siquiera teóricamente posible construir una máquina que pueda ver el pasado?
—No puedo imaginarme cómo podría hacerse. Pero no me atrevería a decir que es imposible… especialmente para hombres como Henderson y Barnes.
—Hmm. No es un argumento muy convincente. ¿No hay alguna forma para que podamos verificarlo? ¿Y esas cartas a «Nature»?
—Escribí a la biblioteca de la universidad; deberíamos recibirlas el fin de semana. Siempre hay alguna continuidad en el trabajo de un científico, y podrían darnos algunas claves valiosas.
Pero al principio fueron desilusionados; en realidad, las cartas de Henderson sólo aumentaron la confusión. Como Davis había recordado, la mayoría de ellas habían sido acerca de las extraordinarias propiedades del Helio II.
—Es una cosa realmente fantástica —dijo Davis—. Si un líquido a temperaturas normales se comportara como éste, todo el mundo se volvería loco. En primer lugar, no hay nada de viscosidad, en absoluto. Sir George Darwin dijo una vez que si se tuviera un océano de Helio II los barcos podrían navegar en él sin ningún motor. Sólo se les daría un empujón al principio del viaje y se les detendría con topes en el otro lado. Sin embargo, habría un obstáculo; mucho antes de que eso sucediera, la carga habría trepado directamente por el casco, y todo el equipo se habría hundido… glug, glug, glug…
—Muy divertido —dijo Barton—, ¿pero qué demonios tiene esto que ver con tu preciosa teoría?
—No mucho —admitió Davis—. Sin embargo, hay algo más. Es posible tener dos corrientes de Helio II fluyendo en direcciones opuestas en el mismo tubo… una corriente atravesando la otra nada menos.
—Eso necesita alguna explicación; es casi tan malo como un objeto moviéndose en dos direcciones al mismo tiempo. Supongo que «hay» una explicación, apuesto que tiene algo que ver con la relatividad.

Davis estaba leyendo cuidadosamente.
—La explicación —dijo lentamente— es muy complicada y no pretendo entenderla en su totalidad. Pero depende de que el helio líquido puede tener, bajo ciertas condiciones, entropía «negativa».
—Como nunca entendí lo que es la entropía positiva, no sé más que antes.
—La entropía es una medida de la distribución de calor del Universo. En el comienzo del tiempo, cuando toda la energía estaba concentrada en los soles, la entropía era mínima. Alcanzará su máximo cuando todo esté a una temperatura uniforme y el Universo esté muerto. Aún habrá mucho calor, pero no será aprovechable.
—¿Por qué no?
—Bueno, toda el agua de un océano perfectamente plano no haría funcionar una planta hidroeléctrica… pero un laguito sobre las colinas podría hacerlo bastante bien. Se debe tener una diferencia de nivel.
—Comprendo. Ahora que lo pienso, ¿no hubo alguien que una vez llamó a la entropía «La Flecha del Tiempo»?
—Sí… Eddington, creo. Cualquier reloj que te molestes en mencionar (un péndulo, por ejemplo) puede funcionar para adelante o para atrás con la misma facilidad. Pero la entropía es estrictamente una calle de una sola mano… siempre está aumentando con el paso del tiempo. De ahí la expresión: «Flecha del Tiempo».
—Entonces la entropía «negativa»… ¡Dios mío!
Los dos hombres se miraron uno al otro por unos instantes. Entonces Barton preguntó con una voz un tanto apagada.
—¿Qué dice Henderson acerca de eso?
—Citaré su última carta: «El descubrimiento de la entropía negativa introduce conceptos bastantes nuevos y revolucionarios en nuestra imagen del mundo físico. Algunos de estos conceptos serán examinados en una comunicación posterior».
—¿Y cuáles son ellos?
—Ese es el obstáculo: no hay «comunicación posterior». De esto se pueden deducir dos alternativas. Primera, el editor de «Nature» pudo haberse negado a publicar la carta. Segunda, las consecuencias pudieron haber sido «tan» revolucionarias que Henderson nunca escribió un informe posterior.
—Entropía negativa… tiempo negativo —musitó Barton—. Parece fantástico; aun así, podría ser teóricamente posible construir un dispositivo que permitiera ver en el pasado…
—Ya sé qué haremos —dijo Davis de repente—. Atraparemos con esto al profesor y observaremos sus reacciones. Ahora me voy ala cama antes de que me agarre una fiebre cerebral.
Esa noche, Davis no durmió bien. Soñó que estaba caminando a lo largo de una ruta que se extendía en ambas direcciones, tan lejos como alcanzaba la vista. Había estado caminando durante millas antes de llegar al poste de señalización y cuando lo alcanzó, descubrió que estaba roto, y los dos brazos giraban en el viento, ociosamente. Mientras giraban, pudo ver las palabras que tenían escritas. Uno decía simplemente: «Al Futuro»; el otro: «Al Pasado».
No aprendieron nada del profesor Fowler, lo cual no era sorprendente después del decano, era el mejor jugador de póquer de la universidad. Contempló a sus levemente molestos asistentes sin la menor pizca de emoción mientras Davis desarrollaba su teoría.

Cuando el joven hubo terminado, dijo tranquilamente:
—Mañana voy a ir allá de nuevo, y le hablaré a Henderson de su trabajo de detectives.
Quizá se apiade de ustedes; quizá por eso me diga un poco más. Ahora, vamos a trabajar.
Davis y Barton se dieron cuenta que era cada vez más difícil interesarse mucho en su propio trabajo mientras sus mentes estaban ocupadas por el enigma que tenían a mano. Aun así, continuaban conscientemente, pese a que una y otra vez se detenían para preguntarse si toda su labor no sería en vano. Si así fuera, serían los primeros en alegrarse. ¡Suponer que uno pudiera ver en el pasado y observar a la Historia descubriéndose por sí misma, desde el amanecer del tiempo! Todos los secretos del pasado serían revelados: uño podría observar la llegada de la vida a la Tierra, y toda la historia de la evolución, desde la ameba hasta el hombre.
No; era demasiado bueno para ser cierto. Habiendo decidido esto, volvían a su excavación y arañaban durante otra media hora hasta que otra vez volvía la idea: Pero ¿y si «fuera» verdad? Y una vez más empezaba el ciclo completo.
Cuando el profesor Fowler volvió de su segunda visita, era un hombre vencido y obviamente debilitado. Lo único satisfactorio que sus asistentes pudieron obtener de él fue la declaración de que Henderson había escuchado su teoría y les había felicitado por sus poderes de deducción.
Eso era todo; pero, a los ojos de Davis, el asunto se afirmaba, pese a que Barton todavía dudaba. En las semanas siguientes, también él comenzó a sentirse perplejo, hasta que al final ambos se convencieron de que su teoría era correcta. Porque el profesor Fowler pasaba cada vez más tiempo con Henderson y Barnes; tanto era así, que a veces no le veían durante varios días. Casi había perdido todo interés en las excavaciones y había delegado toda responsabilidad en Barton, que ahora, para gran alegría suya, tenía autorización para usar el gran taladro neumático.
Estaban descubriendo varias yardas de pisadas por día, y el espaciamiento mostraba que el monstruo ya había alcanzado su máxima velocidad y estaba avanzando a grandes saltos, como aproximándose a su víctima. En pocos días podrían revelar la evidencia de alguna tragedia de un eón de antigüedad, preservada de milagro y traída a través de las épocas por la observación del Hombre. Ahora, incluso todo esto parecía no tener importancia, porque de acuerdo con las alucinaciones del profesor, y con su apariencia general de abstracción, estaba claro que la investigación secreta estaba acercándose al clímax. Les había dicho tanto como eso, prometiéndoles que en muy pocos días, si todo iba bien su espera habría terminado. Pero más allá de eso, no decía nada.

Henderson los había visitado una o dos veces, y pudieron notar que ahora estaba trabajando bajo una gran tensión. Obviamente quería hablar de su trabajo, pero no lo iba a hacer hasta que no se hubieran terminado las últimas pruebas. Ellos sólo podían admirar su autocontrol y esperar que éste se debilitara. Davis unía la clara impresión de que el huidizo Barnes era el responsable de su silencio; tenía una cierta fama de no publicar ningún trabajo hasta que no hubiese sido verificado una y otra vez. Si estos experimentos eran tan importantes como ellos creían, esta circunspección era comprensible, aunque irritante.
Esa mañana, Henderson había venido temprano para recoger al profesor, y, como solía suceder, su coche se había descompuesto en esa carretera primitiva. Fue un suceso muy infortunado para Davis y Barton, que para el almuerzo tendrían que ir caminando hasta el campamento, ya que el profesor Fowler estaba llevando de vuelta a Henderson en su jeep. Estaban bastante preparados para soportar esto, si realmente su espera estuviera llegando a su fin, como los otros habían más que sugerido.
Habían estado hablando al lado del jeep durante algún tiempo antes de que se hubieran ido los dos científicos más viejos. Fue una partida bastante tensa, porque cada parte sabía lo que estaba pensando la otra. Finalmente Barton, como siempre, el más atrevido, señaló:
—Bueno, doc, éste es «Der Tag», espero que todo salga convenientemente. Me gustaría la fotografía de un brontosaurio como recuerdo.
Tantas veces le habían hecho a Henderson esta clase de chistes, que ahora ya los daba por sentados.
—No les prometo nada. Podría ser el golpe más grande de la historia.
Pensativamente, Davis verificó la presión de las gomas con la punta de su bota. Era un juego nuevo, con un dibujo en zigzag que nunca había visto antes.
—Pase lo que pase, espero que nos lo dirán. Si no, una noche vamos a ir allá y vamos a descubrir lo que están tramando.
Henderson se rió.
—Si pueden sacar algo de todo nuestro desorden, son un par de genios. Pero si todo anda bien, podemos tener una pequeña fiesta para el atardecer.
—¿A qué hora piensa volver, jefe?
—Alrededor de las cuatro. No quiero que tengan que volverse caminando para el té.
—O. K… ¡ya hay esperanza!

La máquina desapareció envuelta en una nube de polvo, dejando atrás a dos geólogos muy pensativos parados al costado de la carretera. Luego Barton se encogió de hombros.
—Cuanto más intensamente trabajemos —dijo—, más rápido pasará el tiempo. ¡Vamos!
El extremo de la zanja, en donde Barton estaba trabajando con el taladro de fuerza, estaba ahora a cien yardas de la excavación principal. Davis le estaba dando los retoques finales a las últimas pisadas descubiertas. Estas eran ahora muy profundas y ampliamente espaciadas y, mirando a lo largo de ellas, se podía ver con bastante claridad dónde el gran reptil había cambiado su curso y comenzado primero a correr y luego a brincar como un enorme canguro. Barton se preguntó qué se sentiría al ver a tal criatura cayendo sobre uno con la velocidad de un expreso; entonces se dio cuenta de que si su suposición era acertada, esto era exactamente lo que pronto verían.
Para la mitad de la tarde ya habían descubierto una longitud récord de huellas. El terreno era más blando, y Barton avanzaba rugiendo tan rápidamente que había olvidado casi por completo sus otras preocupaciones. Había dejado a Davis varias yardas atrás, y ambos estaban tan ocupados que sólo los tormentos del hambre les recordaron que era la hora de terminar. Davis fue el primero en notar que era más tarde de lo que creían, y caminó hacia su amigo para hablarle.
—¡Son casi las cuatro y media —dijo, cuando desapareció el sonido del taladro—. El jefe se está retrasando… me volveré loco si tomó el té antes de pasarnos a buscar.
—Dale otra media hora más —dijo Barton—. Creo adivinar lo que pasó. Habrán hecho saltar algún fusible o algo así, y eso ha perturbado su programa. Davis se negaba a calmarse.
—Estaré terriblemente molesto si tenemos que volvernos otra vez al campamento caminando. De todos modos, voy a subir la colina para ver si aparece.
Dejó a Barton abriéndose camino a través de la blanda roca y trepó a la baja colina que estaba al costado del lecho del viejo río. Desde aquí se podía ver bien lejos en el valle, y las chimeneas gemelas del laboratorio Henderson-Barnes eran claramente visibles sobre el amarillento paisaje. Pero no había ninguna señal de la movediza nube de polvo que debería seguir al jeep: el profesor todavía no había vuelto a casa.
Davis resopló disgustado. Tenían una caminata de dos millas por delante, después de un día particularmente agotador, y para colmo, ahora llegarían tarde para el té. Decidió no esperar más, y ya estaba bajando la colina para reunirse con Barton cuando algo atrajo su atención y se detuvo para mirar hacia el valle.

Alrededor de las chimeneas, que era todo lo que podían ver del laboratorio, había una curiosa nube de partículas muy parecida a una vibración calórica. Debían tener calor, lo sabía, pero seguramente no «tanto» calor. Miró más cuidadosamente, y para su sorpresa, vio que la nube ocupaba un hemisferio que debería tener un cuarto de milla de diámetro.
Y, casi de repente, explotó. No hubo ninguna luz, ni relámpago enceguecedor; solamente una ondulación que se propagó a través del cielo y después se fue. La nube se había desvanecido… y las dos grandes chimeneas de la fábrica también.
Sintiéndose como si sus piernas se hubieran vuelto de goma, Davis se desplomó sobre la cima de la colina y miró a lo largo del valle, con la boca abierta. Una sensación de desastre abrumador invadió su mente; como en un sueño, esperó que la explosión alcanzara sus oídos.
Cuando ésta llegó, no fue impresionante; sólo un prolongado y pesado soplido «¡wohooooosh!» que suavemente se desvaneció en el aire tranquilo. Medio inconsciente, Davis notó que también el chirrido del taladro se había detenido; la explosión debió haber sido más fuerte de lo que había pensado, para que también la escuchara Barton.
El silencio fue completo. Nada se movía en ningún lugar de donde alcanzara la vista, en todo ese vacío y desierto paisaje. Esperó hasta que recobró las fuerzas; luego, casi corriendo, bajó dificultosamente la colina para reunirse con su amigo.
Barton estaba medio sentado en la zanja con la cabeza enterrada entre las manos. Mientras Davis se aproximaba, levantó la vista, y pese a que sus facciones estaban oscurecidas por el polvo y la arena, el otro se alarmó por la expresión de sus ojos.
—¡Así que también tú la oíste! —dijo Davis—. Creo que voló todo el laboratorio. ¡Vamos, por el amor de Dios!
—¿Oí qué?
Davis le miró sorprendido. Entonces notó que Barton no podía haber oído ningún sonido mientras estuviera trabajando con el taladro. La sensación de desastre inmediatamente se hizo más profunda; se sintió como un personaje de alguna tragedia griega, indefenso ante un destino implacable.

Barton saltó sobre sus pies. Su rostro estaba extrañamente excitado y a punto de descomponerse. Sin embargo, cuando habló, sus palabras fueron sorprendentemente tranquilas.
—¡Qué tontos fuimos! —dijo—. ¡Cómo debe haberse reído de nosotros Henderson cuando le dijimos que estaba tratando de «ver» en el pasado! Mecánicamente, Davis se movió hacia la zanja y miró fijamente la roca que por primera vez en cincuenta millones de años estaba viendo la luz del Sol. Sin mucha emoción, ahora, siguió otra vez el esquema en zigzag que unas pocas horas antes había notado por primera vez. Sólo se había hundido un poco en el limo, como, si al formarse, el jeep hubiera estado yendo a la máxima velocidad.
No había ninguna duda, porque, en su lugar, las delgadas marcas de los neumáticos habían sido completamente borradas por las pisadas del monstruo. Ahora ya eran ciertamente muy profundas, como si el gran reptil fuera a efectuar el salto definitivo sobre su presa, que escapaba desesperadamente.

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