lunes, 25 de marzo de 2019

Relatos Japoneses de Misterio e Imaginación

Hirai Taro, que llegaría a ser bajo el sobrenombre de Edogawa Rampo el maestro japonés del terror, la novela detectivesca, la fantasía y lo macabro, vino al mundo el 21 de octubre de 1894 en la ciudad de Nabari, en Mie-ken. Japón era por aquel entonces un país en la incierta encrucijada entre un pasado de tradiciones atávicas y ancestrales que pretendía ir abriéndose paulatinamente hacia un futuro marcado por el imperialismo. Sus terrores —hoy tan evidenciados en una literatura y un cine prominente en este sentido, como prueba el magnífico y documentado estudio de Julio Ángel Olivares acerca de la influyente película de Hideo Nakata Ringu (que ha conocido una exitosa adaptación americana a la gran pantalla bajo el título de The Ring)— no habían sido todavía exorcizados desde una perspectiva literaria o artística. Rampo contribuiría, con una obra narrativa prolífica y fecunda, a que el magma de obsesiones, horrores y ambigüedades latente en la sociedad nipona de su tiempo, saliera a la superficie con un estallido pirotécnico y multiforme de emociones controvertidas, representativas del mundo que le tocó vivir, sometido a cambios vertiginosos.

De carácter errabundo, el joven Taro fue completando sus estudios (llegó a graduarse en la Universidad de Waseda en 1916), dejándose llevar muy pronto por la fascinación por la literatura detectivesca y fantástica. Fue un admirador incondicional de Edgar Allan Poe, a quien imitó con originalidad y de quien tomó hacia 1922 el seudónimo que le haría notorio (Edogawa Rampo, pronunciado de corrido, no es sino una traslación fonética al japonés del nombre del atormentado y genial polígrafo norteamericano, aquel genio preclaro que revolucionó el género terrorífico en todas sus formas y facetas). Escritor temprano, le resultó complicado hallar vías para publicar su producción literaria, por lo que, impelido por cíclicas y recurrentes estrecheces económicas, desempeñó diversas ocupaciones, entre las que se contaron las de empleado en una compañía comercial, dueño de una librería de lance, propietario de un quiosco de venta ambulante de fideos chinos, publicista, periodista y editor de revistas literarias de carácter popular, hasta que tomó finalmente la decisión de dedicarse por entero al cultivo de la escritura de lo extraño. Así, en 1923 da a la imprenta su primera obra, Nisen-Doka (La moneda de cobre de dos sen) en la que muestra su interés por los criptogramas y lo extraordinario. Hasta aquel instante, la literatura detectivesca y sobrenatural en el Imperio del Sol Naciente se había basado casi exclusivamente en modelos extranjeros vertidos a la lengua japonesa, como las narraciones de Poe o Arthur Conan Doyle. Rampo se inspira tanto en rasgos de las historias de Auguste Dupin como de las de Sherlock Holmes para componer su peculiar universo narrativo. Este se vería enriquecido además por la admiración que Taro sintió por Dostoievski y, posteriormente, por una selecta pléyade de autores. Concretamente, el influjo de Crimen y castigo se percibe en relatos como «El test psicológico», incluido en la colección que aquí presentamos. Al mismo tiempo, Taro dedicaba parte de su tiempo libre a la organización de actividades culturales en asociaciones creadas por él, como el «Club de Detectives Aficionados» (Tantei-Syumi-no-Kai), editando diversas revistas de corte policíaco en las que aparecerían por entregas sus propias novelas y relatos junto con otras narraciones compuestas por diversos compatriotas determinados a seguir la senda marcada por el maestro.





A raíz de la publicación de Nisen-Doka y las siguientes obras de Rampo, que se fueron sucediendo de manera vertiginosa, los lectores supieron apreciar la valía de un contrapunto y exponente nacional a los maestros de allende sus acuosas fronteras. El autor creó también una figura detectivesca análoga a la de sus modelos mediante la invención de la figura de Kogoro Akechi, protagonista de muchas de sus ficciones e impenitente descifrador de enigmas y laberintos. Los títulos se acumulaban, tanto en forma de geniales relatos breves (destacando entre ellos «La butaca humana» o «El viajero con el cuadro de las figuras de tela», recopilados en el presente volumen) como de novela corta («La bestia de sombra») o novela propiamente dicha (destacando en esta categoría narraciones como El enano, El ogro en la isla perdida, El hombre araña y El lagarto negro). Con estas obras, Hirai Taro se convierte en el escritor más popular de su país.

En su vertiente detectivesca, aventuro la hipótesis de que la escritura de Edogawa Rampo se asemeja en sus mejores cuentos a la de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, existiendo similitudes entre las ficciones del japonés y las de los ilustres creadores argentinos. Puesto que constituye una tarea compleja trazar una influencia directa y mutua entre ellos, puede señalarse que estos autores se hallarían sin duda vinculados a través de la utilización de fuentes comunes. Si Borges principalmente ha sido imitado por una ingente cantidad de émulos en la literatura fantástica universal, el japonés dejó una huella indeleble en el género en su propio país, cuya geografía fatigó incansable, imbuido de un espíritu nómada e inquieto que ni siquiera quedó mitigado tras contraer matrimonio en noviembre de 1919 con la joven Murayama Ryuhko y la consiguiente fundación de una familia.

En cualquier caso, en la segunda mitad de la década de los años 20 y en la primera de los 30 del pasado siglo, Rampo iba incrementando progresivamente su producción narrativa, alcanzando gran notoriedad. El Japón de su juventud era permisivo en lo que se refería a la elección y el tratamiento de los temas literarios, pero la entrada del país en diversas contiendas bélicas en Asia (la guerra con China sobre todo) y el Pacífico (en el marco de la Segunda Guerra Mundial) potenciaron la aparición y la expansión de un aparato de férrea censura cultural. Los escritos macabros de Edogawa Rampo disgustaron a los próceres gubernamentales, y el relato «La oruga» (uno de los más polémicos, sórdidos e inquietantes del autor, contenido en este volumen) fue interpretado como antibelicista y, por consiguiente, como antipatriótico. Por consiguiente, el autor se vería perseguido y espiado por el gobierno nipón, hechos que derivaron en su reclusión y alejamiento de la sociedad.

Una vez concluido en 1945 el magno conflicto bélico, con el corolario terrible para Japón de la derrota y el efecto demoledor de las bombas atómicas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki, y quizás para soslayar sus problemas con la censura, Edogawa Rampo —cuya casa fue la única que se salvó milagrosamente del desastre en un área devastada por los bombardeos enemigos— iría abandonando gradualmente la escritura de lo extraordinario, acometiendo la redacción de reseñas, escritos críticos y relatos juveniles. También se dedicó a impartir conferencias por el territorio japonés acerca de los temas insólitos que tanto le apasionaban. Fue entonces cuando dedicó sus esfuerzos a la fundación y desarrollo de la Asociación Japonesa de Escritores de Misterio, de la que llegaría a ser nombrado presidente honorífico. De igual manera, y hasta el final de su existencia, iría haciéndose acreedor de premios y galardones por su labor literaria y teórica.

Rampo fue recopilando sus propias obras en diversos volúmenes que han seguido siendo reeditados con éxito hasta llegar a nuestros días, en los que continúa siendo considerado uno de los grandes escritores nipones de todos los tiempos. Su reputación en los países de habla inglesa quedaría sólidamente establecida con la publicación en 1956 de los Cuentos japoneses de misterio e imaginación, la antología de relatos que el lector tiene entre sus manos en su versión española, auténtica primicia en nuestro país de un volumen clásico en la historia de la literatura fantástica y terrorífica. Aquejado de diversas enfermedades a lo largo de su azarosa existencia, Rampo falleció el 28 de julio de 1965 a causa de una hemorragia cerebral. Yace enterrado en el cementerio de Tama, en la ciudad de Fuchuh, habiendo legado a la posteridad un conjunto operístico heterogéneo y de indiscutible valor que ha traspasado los límites de su país, en el que todos los años se concede el Premio Edogawa Rampo (creado por el propio autor) a la mejor obra de misterio del año.

La fama internacional de Rampo no se ha visto cimentada solo en las traducciones de sus obras a otras lenguas, sino también en numerosas series televisivas y, fundamentalmente, en las adaptaciones cinematográficas de algunas narraciones del autor, entre las que se cuentan El hombre araña (Kumo otoko, 1958) de Daiei; El lagarto negro (Kurotokage, 1968), de Fukasaku Kinji (en la que el inimitable escritor japonés Yukio Mishima interpreta un breve papel); El horror del hombre deforme (Kyofa-no-Kikai-Ningen, 1969), de Teruo lshii, película excéntrica que oscila entre un grotesco humor negro y escenas turbadoras, susceptibles de herir la sensibilidad del espectador; La mansión grotesca, de Edogawa Rampo: el mirón en el ático (1976), de Noburu Tanaka; Hombre que viaja con un cuadro (Oshie to tabisuru otoko, 1994), de Toru Kawashima, adaptación de «El viajero con el cuadro de las figuras de tela»; Rampo (también conocida por el título de El misterio de Rampo, 1994), de Rimara Mayuzimi y Kazuyoshi Okuyama, una suerte de biopic perturbador e impregnado de un refinado erotismo basado en la propia vida de Hirai Taro y en el que se mezclan satisfactoriamente realidad y ficción; y, por último y hasta la fecha, Rampo jigoku (2005), adaptación de cuatro relatos de Edogawa llevados a cabo por un número análogo de realizadores japoneses.

Por otra parte, Mikami Shinji, creador del famoso videojuego Resident Evil, reconoce la influencia de Rampo en su trabajo, lo que viene a acentuar el vínculo de la obra de Hirai Taro con la cultura popular, en la que se enraízan muchos de sus escritos, algunos de los cuales mantienen nexos temáticos y formales evidentes con los pulps americanos de la época dorada de este tipo de publicaciones. Apenas existió género alguno dentro de la literatura popular que Edogawa no abordara, incursionando incluso en el ero-guro (erótico-grotesco japonés), floreciente en las décadas de los 20 y los 30 del siglo XX y «redescubierto» por los artistas vanguardistas del manga, hoy tan en boga. Estos datos no hacen sino corroborar la modernidad del esfuerzo estético de Edogawa Rampo.

Con todo, me atrevería a defender que las obras maestras de Hirai Taro fueron, como en el caso de Poe o Borges, sus relatos breves, en los que se condensa y quintaesencia con maestría su arte narrativo. El lector hallará en esta antología, ya de culto en el mundo de habla inglesa y expresamente seleccionada por el propio autor japonés, quien además revisaría de forma escrupulosa y detallista la traducción al inglés mientras se iba llevando a cabo, un rico mosaico de temas y motivos de lo fantástico y lo terrorífico. A pesar del anclaje de su escritura en fuentes diversas y reconocidas, a Rampo no se le pueden negar en ningún momento su originalidad y capacidad de inventiva, venidas aquí en una traducción impecable y magistral al castellano.

«La butaca humana», uno de los cuentos más celebrados del artífice japonés, constituye un cuidado ejercicio de catálisis de un sentimiento de vacilación y duda entre la realidad y la ficción, propiciado por una carta enviada a una mujer en la que se relata la extraña experiencia de un ser de destacable fealdad física y psicológica que aúna al estado distorsionado de su mente y a su imaginación desatada un placer perverso por el voyeurismo (temas todos ellos recurrentes en la narrativa de Edogawa Rampo). De manera obsesiva, este personaje —que nos recuerda a algunos de los que pueblan el universo fantástico de Guy de Maupassant— se servirá de su perfeccionismo artístico en la elaboración de muebles para dar forma a una butaca en la que poder introducirse («enterrarse») con el fin de gozar de sus pasiones ilícitas, hasta llegar a una inusitada consumación de la experiencia amorosa. La conclusión del relato, aparentemente anticlimática, no logra quitarnos del pensamiento la sensación de pasmoso desconcierto.

Por su parte, «El test psicológico» se centra en otra de las ideas reiteradas de Rampo y del género detectivesco en general: la del crimen perfecto. La huella de Crimen y castigo de Dostoievski, aunque sea a contrario, queda evidenciada en el comportamiento del narrador de la historia, un estudiante de psicología decidido a lograr su propósito de perpetrar un homicidio que quede impune ante la justicia. En una intriga apasionante, concebida como auténtico tour de force, Fukiya (así se llama el despiadado asesino) tendrá que vérselas con el agudo e ingenioso detective Kogoro Akechi, el personaje más famoso de entre todos los que Hirai Taro concibió.

«La oruga» —cuento al que ya me he referido y que le costó graves problemas con la censura a Rampo— es una narración grotesca en la que se entremezcla la posible crítica antimilitarista con las horrendas prácticas lujuriosas y sádicas de la protagonista, a cuya mente enfermiza accedemos. La atmósfera del relato es claustrofóbica, y de nuevo retorna Edogawa al tema de la deformidad y lo monstruoso, aquí llevado a un extremo que no voy a desvelar para no interferir con el lícito deseo del lector de adentrarse en el suspense en el que el autor nos envuelve. Pocas narraciones se atreven a sugerir tan aberrantes horrores como esta pesadilla en la que se plantea un énfasis por la gula excesiva y por lo fálico, aspecto abortado en última instancia por lo que Freud habría interpretado como castración simbólica causada por la ceguera. Y no les digo más. Si desean introducirse en este texto abisal (pozo que en el cuento se describe a modo de una «boca negra», con todas las connotaciones psicoanalíticas que quieran adscribirle a esta imagen) tendrán que hacerlo a su propio riesgo y bajo su entera responsabilidad…

Aunque también profundo (si me permiten el metafórico juego de palabras), muy distinto es en su fondo y en su forma «El precipicio» que da título al siguiente relato de la colección, que se estructura de manera dramatizada o dialogada. Se trata de una muestra innovadora de narración de «doble» o «Doppelgänger», uno de los motivos más efectivos de la literatura fantástica para crear una sensación de inquietante extrañeza. Aquí la trama sustentada sobre el adulterio y la dualidad se relaciona intrínsecamente con el tema del crimen perfecto y culmina en un desenlace asombroso.

Otra narración impactante a la que no le es ajena la obsesión por lo dual y el voyeurismo es «El infierno de los espejos», en la que, partiendo del argumento, recurrente en la literatura de lo extraordinario, del científico loco —que comenzó a sugerirse en el Frankenstein de Mary Shelley—, Edogawa Rampo crea un clímax de auténtica alucinación óptica (otro de sus tópicos favoritos) y demencia especular en el que el maníaco protagonista hallará la retribución adecuada a su espantosa transgresión. También «Los gemelos» («Confesión de un criminal condenado ante un sacerdote») cultiva y aglutina en un «más difícil todavía» el conflicto de la dualidad —aquí relacionado con el miedo a los espejos— y el del crimen perfecto. La sombra de Poe («William Wilson»), Robert Louis Stevenson (El doctor Jekyll y mister Hyde) y Nathaniel Hawthorne («La marca de nacimiento») se deja percibir en esta historia singular de suplantación de cuerpos y personalidades.

En lo que respecta a «La cámara roja», relato lúcido y espléndido construido sobre la existencia de una arcana sociedad secreta y en el que domina la percepción de la amoralidad de los crímenes (otra vez «perfectos» y, en este caso concreto, cometidos con «amabilidad»), pueden constatarse las huellas literarias de autores como Thomas de Quincey (Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes), Arthur Conan Doyle (algunas novelas de Sherlock Holmes) y Oscar Wilde («El crimen de Lord Arthur Savile»). Pocos relatos existen en el género detectivesco tan ingeniosos como este, culminado por un final realmente sorprendente. Aunque de muy distinto sesgo, no le va a la zaga el de «Los dos inválidos», en el que dos ancianos miran hacia el pasado para rememorar y reconstruir una historia en la que el sonambulismo, los trastornos mentales, la deformidad mental y física y la obsesión por el asesinato juegan un papel relevante y primordial.

De manera apropiada, esta prodigiosa antología de relatos de Edogawa Rampo se cierra con un cuento impresionante, digno del mejor Hoffmann en la fascinación que proyecta por la ilusión óptica (recuérdese «El hombre de la arena», del gran romántico alemán), en el que de nuevo late la oscilación entre el sueño y la vigilia, la locura y la cordura, la «realidad» y la ficción. Se trata de «El viajero con el cuadro de las figuras de tela». A través de un viaje en tren, nos vemos transportados, junto con el narrador de la trama, a una historia conmovedora de magia y amor compulsivo que conduce a la incertidumbre y a la ambigüedad que competen a los vaporosos límites entre la vida y la muerte.

En definitiva, Edogawa Rampo supo elegir con acierto los relatos que incluyó en esta impagable antología. En su conjunto, todos ellos acrisolan su capacidad para crear mundos en los que predominan lo misterioso y lo extraordinario en sus diferentes facetas, convirtiendo al autor japonés en uno de los nombres ilustres de la escritura fantástica moderna. Piensen lo que piensen al final de la lectura de estos cuentos, estoy completamente seguro de que no les habrán dejado indiferentes. Que sepan que el disfrute de las páginas que siguen no está en absoluto exento de inquietud…

Antonio Ballesteros González

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