"La Ventana Indiscreta" es uno de los relatos más populares de Cornell Woolrich. Nos muestra que el interés por conocer los secretos de nuestros vecinos no alivia nuestra soledad. La proximidad física no implica cercanía afectiva, sino un trágico aislamiento disfrazado de privacidad. Su título original era ‘It has to be murder’ (‘Tiene que ser asesinato’), pero más tarde cambió por el de ‘Rear Window’, que significa ‘La ventana de atrás’ o ‘La ventana trasera’. Jeff, el protagonista, se halla inmovilizado en una silla de ruedas por culpa de una escayola. No sabemos casi nada de él, salvo que tiene un criado llamado Sam (presumiblemente negro) y un amigo policía, Boyne. Vive en un apartamento alquilado y, aunque tiene a su disposición los libros del anterior inquilino, jamás ha experimentado curiosidad por ellos. No le gusta leer y echa de menos la posibilidad de hacer ejercicio. Su rutina se limita a desplazarse de la cama a un amplio ventanal que le permite espiar a sus vecinos. Se justifica, alegando que sufre insomnio a causa del reposo y necesita hacer algo para no morir de aburrimiento.
El ventanal se abre sobre un patio trasero, componiendo un espacio casi teatral con sus distintos edificios. Jeff ocupa “la cuarta pared”, el lugar reservado al público de una función: “A través de mi ventana, veía lo que ocurría en el interior con tanta claridad como si estuviera contemplando una casa de muñecas de la que hubiesen retirado una de las paredes”.
Jeff sigue varias historias: unos recién casados que salen todas las noches, casi como si huyeran de su hogar; una viuda joven que cuida a su hijo pequeño y que, tras maquillarse cuidadosamente, pasa las noches fuera, quizás para ejercer la prostitución; una mujer aparentemente enferma, que nunca abandona su piso y a la que cuida su marido, un hombre que fuma con impaciencia, con la cabeza asomada hacia el patio. Las reformas que se realizan en las plantas superiores no ayudan a descansar a la enferma. Las persianas del apartamento suben y bajan, como si quisiera amortiguar el ruido, pero también como si ocultaran algo. Jeff no suele elaborar las especulaciones. Es un hombre práctico, directo y sencillo. Sin embargo, no entiende el movimiento de las persianas. Sabe que nadie es completamente sincero, que todo el mundo esconde secretos, que el ser humano nunca es un libro abierto, pero esas persianas que suben y bajan misteriosamente sugieren que hay algo más, tal vez algo terrible, como un crimen. La aparición de un misterioso baúl corrobora sus sospechas. Se ha producido un asesinato, pero la policía no comenzará a investigar sin algún indicio sólido. Jeff utiliza a Sam para averiguar el nombre del presunto asesino, consigue unos prismáticos y llama a Boyne, pidiéndole que investigue. No le mueve el afán de justicia, sino el tedio y el sentimiento de vacío. Woolrich no comete la torpeza de expresar opiniones directas, pero su prosa limpia y desnuda muestra claramente algunas de las anomalías de las sociedades surgidas al calor de las grandes urbes: existencias huecas, sin metas ni horizontes; el creciente aislamiento de los individuos, a pesar de las aglomeraciones; los edificios con aspecto de colmenas, donde nadie conoce a nadie; la vida de los demás reducida a simple espectáculo. En el relato de Woolrich, los personajes poseen una identidad débil, difusa, pero no son marionetas o estereotipos. Simplemente, son hombres y mujeres que no han podido construir una identidad sólida y compleja porque apenas se relacionan con sus semejantes.
Aunque la trama está ambientada en los años cuarenta, no ha perdido un ápice de actualidad. Nuestro mundo se parece a ese patio trasero donde Jeff intenta demostrar que se ha perpetrado un asesinato. El sentimiento de comunidad ha sido reemplazado por la indiferencia, la sospecha, la murmuración, la calumnia y la indiscreción. Alfred Hitchcock incorpora esa perspectiva a su versión cinematográfica, pero altera aspectos esenciales del relato original. Hay una pareja de recién casados, pero no huyen de su apartamento cada noche. Prefieren bajar la persiana y pasar los días y las noches enredados bajo las sábanas. La censura de la época no habría tolerado la historia de una joven viuda que se prostituye para mantener a su hijo pequeño. En su lugar, aparecen varios personajes femeninos con personalidades muy diferentes: una sensual bailarina (“Miss Torso”, interpretada por Georgine Darcy), una solterona (“Miss Lonelyhearts”, Judith Evelyn), una escultora escasamente agraciada y algo pesada (“Miss Hearing Aid”, Jesslyn Fax). Algunas son lo que aparentan; otras, no. La sensual bailarina parece “una abeja reina”, pero su frivolidad sólo es una máscara. Quiere triunfar en el escenario y quizás en la pantalla, y está dispuesta a flirtear con poderosos empresarios. Sin embargo, ama en secreto a un hombre insignificante. En cuanto a la supuesta recién casada, aún no ha visto el anillo. Sólo es una amante ardiente e insaciable, con aspecto de novia virginal. La solterona a veces finge que tiene un invitado, pero su pantomima no aplaca su sed de afecto. La escultora se toma las cosas con más tranquilidad. Parece resignada a estar sola y no se engaña sobre su talento. Su filosofía vital es disfrutar de los pequeños momentos, como dormitar en una hamaca. Las apariencias pueden engañar, pero al final siempre sale la verdad a la luz. A la larga, no es posible esconderse de la mirada ajena. Cuando dos muchachas jóvenes se suben a la azotea para quitarse la ropa y disfrutar del sol, aparece un helicóptero y se detiene sobre ellas. El matrimonio que duerme en la terraza para escapar del calor, piensa que no tiene nada que temer, pero una tormenta de verano interrumpe su descanso y le obliga a volver atropelladamente al interior.
"La ventana indiscreta" quizás es la apoteosis narrativa y visual de este insólito fenómeno. El cuento de Cornell Woolrich, más conocido por sus pseudónimos William Irish o George Hopley, apareció por primera vez en 1942. Alfred Hitchcock lo convirtió en película en 1954. Narración y film disfrutan hace tiempo de la consideración de clásicos, si bien es cierto que la adaptación de Hitchcock marca un hito en la historia del cine y el relato de Woolrich no resulta tan innovador en su género. No obstante, si los comparamos, descubrimos que los dos parten del mismo punto: la frustración que muchas veces nos producen nuestras vidas y el placer que nos proporciona entrometernos en la existencia de los demás. No nos mueve el anhelo de comprender y, menos aún, la solidaridad, sino una obscena curiosidad, similar a la del entomólogo que clava un alfiler en el abdomen de una mariposa para ampliar su colección de rarezas.
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