La Habitación Roja (The Red Room) es un relato de terror del escritor inglés H. G. Wells (1866-1946), publicado originalmente en la edición de marzo de 1896 de la revista The Idler. Luego aparecería en 65 grandes cuentos de lo sobrenatural (65 Great Tales Of The Supernatural), Grandes cuentos de horror (Great Tales Of Horror), Un siglo de historias de terror (A Century Of Horror Stories) y Escalofríos: una antología de misterio y horror (Spine Chillers: an Anthology of Mystery and Horror), entre otras colecciones.
La Habitación Roja, uno de los grandes cuentos de H. G. Wells, relata la historia de un hombre de veintiocho años [el Narrador], cuyo nombre no se divulga, que visita el Castillo Lorraine, el cual se dice que está embrujado. El Narrador decide pasar la noche en la Habitación Roja con la intención de refutar las leyendas que la rodean. Un año antes, otra persona, a la que se refiere como «su predecesor», intentó llevar a cabo la misma proeza pero con resultados trágicos. El Castillo Lorraine ha estado desocupado durante un año, desde que el duque perdió la vida al caer de unas escaleras. A pesar de las vagas advertencias de los tres ancianos que custodian el castillo, el Narrador ingresa en la Habitación Roja para comenzar su vigilia. Su confianza inicial se derrumba a medida que las velas que ha colocado en cada rincón estratégico de la Habitación Roja comienzan a apagarse. Cada vez que se apaga una vela, el miedo y la paranoia se vuelven más intensas. El Narrador intenta volver a encender las velas apagadas, pero una misteriosa ráfaga de viento, que parece direccionada por una inteligencia malévola, hace que nunca llegue a completar la tarea, de modo tal que la oscuridad comienza a cerrarse a su alrededor.
La premisa de La Habitación Roja influyó en muchos relatos de fantasmas posteriores: un sujeto escéptico decide pernoctar en un lugar para probar que no está embrujado [ver: El ABC de las historias de fantasmas]. De hecho, todos los elementos que llegarían a convertirse en estereotipos del género están aquí: una mansión abandonada con una historia trágica de fondo, personas espeluznantes que pronuncian terribles advertencias, un escéptico arrogante, y la demostración final de que su escepticismo es la verdadera superstición, porque el lugar realmente está embrujado. Sin embargo, H. G. Wells nos brinda una vuelta de tuerca sublime, porque La Habitación Roja es menos una historia de fantasmas que una exploración de la psicología humana en relación al miedo.
H. G. Wells era un escéptico [aunque más tarde en su vida cambiaría un poco]; en muchos sentidos, él es como el Narrador, es decir, el tipo de persona que no se toma en serio las historias de fantasmas. En este sentido, es lícito leer La Habitación Roja como un sutil trabajo de demolición del género, incluso como una sátira. Sin embargo, hay una cosa que H. G. Wells sí se toma muy en serio: el miedo, más precisamente el poder del miedo para aplastar la razón y el autocontrol, sin importar cuán escépticos seamos e incluso prescindiendo de cualquier fantasmas. Solo necesitamos una Habitación Roja para poner a prueba nuestro cinismo en relación a lo paranormal, un lugar que no esté embrujado por espíritus o demonios, sino por el miedo mismo [ver: Psicología de las Casas Embrujadas]
La Habitación Roja, entonces, es una historia sobre algo que todos hemos experimentado: miedo: particularmente ese tipo de miedo del que no puedes deshacerte incluso cuando sabes que [supuestamente] no hay nada que temer.
El punto de H. G. Wells es que todos tenemos miedos «irracionales», miedos que la razón no puede sofocar, y eso nos pone en el lugar del Narrador. Este sujeto decide pasar la noche en la Habitación Roja porque «sabe» que los fantasmas no existen. En otras palabras, se mete en una situación en la que su razón le dice que no hay nada que temer, como un padre que le asegura a su hijo que no hay monstruos debajo de la cama; por lo tanto, cree que puede dominar con confianza y autocontrol cualquier miedo irracional. Sin embargo, como todo chico sabe, HAY monstruos debajo de la cama, tal vez no el tipo de monstruos que conjura papá con sus explicaciones racionales, pero allí están, listos para manifestarse cuando las circunstancias son apropiadas [ver: Esos monstruos debajo de la cama]
¿Realmente hay algo sobrenatural en la Habitación Roja? H. G. Wells está menos interesado en esto que en hacernos reflexionar en lo que significa tener miedo, incluso un miedo irracional, y cómo este no desaparecerá frente al razonamiento o la fuerza de voluntad. En este contexto, el miedo no es tan diferente a un fantasma, cuya sola presencia es una amenaza a la racionalidad.
Ahora bien, antes de entrar en la Habitación Roja, el Narrador conversa con los cuidadores del castillo: un anciano con un brazo atrofiado y una anciana con ojos pálidos, quienes le advierten que está siendo temerario. El anciano, además, insiste en que el Narrador está actuando por «su propia elección». En este punto entra un tercer anciano; lleva una capucha y tose repetidamente. Sigue un silencio tenso. Estas tres figuras arquetípicas y sus advertencias establecen temprano en la historia el arco del protagonista: de escéptico a creyente, y además deja en claro que sus opiniones sobre la vejez es un preludio de lo que experimentará más adelante: «hay algo inhumano en la senilidad, algo agazapado y atávico; las cualidades humanas parecen desvanecerse insensiblemente de las personas mayores». Si estos tres viejos te parecen inquietantes, espera a ver lo que hay en la Habitación Roja.
Pronto, incluso antes de que entremos en la Habitación Roja con el Narrador, H. G. Wells deja caer una imagen que impregnará el resto del relato: sombras danzantes, casi conscientes, que reaccionan ante la luz de las velas y luchan contra ellas. Hay algo primitivo en esta oposición luz-oscuridad, no tanto en términos de bien vs. mal, sino entre la luz de la racionalidad, del intelecto y la civilización, en contraste con la oscuridad de la irracionalidad, de los actos inhumanos que se cometen en las ella. «Mi vela se encendió e hizo que las sombras se cubrieran y temblaran», dice el Narrador, y agrega: «llegaron detrás de mí, y otra huyó ante mí hacia la oscuridad de arriba». Que las sombras estén antropomorfizadas es un lindo detalle, pero las sombras en la Habitación Roja se retraen, se reorganizan y finalmente avanzan contra la luz de forma sistemática.
La luz artificial tiene que ser controlada por el ser humano, depende de él, del mismo modo en que la racionalidad supone un esfuerzo por reprimir los instintos atávicos; pero la oscuridad puede moverse como quiera. Es como si H.G. Wells sugiriera que la oscuridad es el estado por defecto de las cosas, y que la luz, en términos de racionalidad e intelecto, es el intruso. El Narrador debe moverse en el reino de la oscuridad; su escepticismo es tan intrusivo e ineficaz como la luz de sus velas.
Al principio, el Narrador intenta preservar una «actitud mental científica». Examina cada centímetro de la Habitación Roja y enciende varias velas en puntos estratégicos, de manera tal de cubrir con luz la mayor superficie posible. Sin embargo, «todavía encontraba la oscuridad más remota del lugar y su perfecta quietud demasiado estimulantes para la imaginación». A partir de aquí, H. G. Wells se divierte con el lector. En cada sombra, en cada vela que parpadea, cediendo terreno a la oscuridad, esperamos la aparición de un fantasma o un demonio, pero solo tenemos a un sujeto que intenta desesperadamente volver a encender las velas que se apagan, yendo y viniendo por la Habitación Roja, dándose cuenta que está siendo tragado por la oscuridad.
Previamente el Narrador balbucea un comentario humorístico: «Se me ocurrió que cuando viniera el fantasma podría advertirle que no tropezara con las velas». Aunque esta línea es una broma para él mismo, el Narrador ha traído fantasmas a su vocabulario, pensando en ellos como existentes en el mundo de su broma. Ha comenzado su camino desde la incredulidad hacia el reconocimiento. Es entonces, inmediatamente después de este reconocimiento, que las velas comienzan a apagarse.
El Narrador, histérico, comienza a luchar contra el continuo apagado de las velas. H. G. Wells mantiene al lector en suspenso acerca de la posibilidad de algo sobrenatural en la Habitación Roja, y al final saca una carta magistral. El Narrador, ya sin ninguna luz, escapa de la habitación en una escena deliberadamente no sobrenatural, golpeándose, tropezando, cayéndose en su propia desesperación. La revelación final sobre la naturaleza de la malevolencia en la Habitación Roja es hermosa:
«¡Miedo! Miedo que no tiene luz ni sonido, que no soporta la razón, que ensordece y oscurece y abruma. Me siguió por el pasillo, luchó contra mí en la habitación.»
Por supuesto, nada te impide pensar que hay una fuerza sobrenatural que infunde tal terror que hace que las personas se maten accidentalmente; pero la sugerencia de H. G. Wells es que la entidad de la Habitación Roja es simplemente MIEDO, un miedo que, como la oscuridad, tal vez es el estado por default de la existencia humana.
Fuente:
http://elespejogotico.blogspot.com/2023/04/la-habitacion-roja-h-g-wells-relato-y.html