lunes, 4 de diciembre de 2017

El Extraño Viaje de Richard Clayton

"Richard Clayton extendió los brazos hasta quedar como un buceador en espera de sumergirse en el azul desde un elevado trampolín. En realidad, era un buceador. Su trampolín era una plateada nave espacial, e intentaba sumergirse, no lanzándose hacia abajo, sino elevándose hacia el cielo azul..."

El extraño viaje de Richard Clayton (The strange flight of Richard Clayton) es un relato de vampiros del escritor norteamericano Robert Bloch, publicado en la edición de marzo de 1939 de la revista Amazing Stories.

Los vampiros de Robert Bloch son ciertamente curiosos, y en ocasiones, difíciles de definir. Este relato es más un estudio sobre el aislamiento que un cuento clásico de vampiros, aunque de hecho sea la imagen onírica de un vampiro -una especie de vampiresa estelar- quien se lleva la parte más terrorífica de la historia. En este relato, el protagonista es un excéntrico adinerado que está obsesionado con viajar al espacio exterior y lo logra… pero terminará deseando no haberlo conseguido. Narración que combina terror y ciencia ficción con un aire genuinamente pulp.





"El Extraño Viaje de Richard Clayton"
Robert Bloch



    Richard Clayton extendió los brazos hasta quedar como un buceador en espera de sumergirse en el azul desde un elevado trampolín. En realidad, era un buceador. Su trampolín era una plateada nave espacial, e intentaba sumergirse, no lanzándose hacia abajo, sino elevándose hacia el cielo azul. El salto no era de veinte o treinta pies..., sino de millones de millas.
    Respiró profundamente el hinchado y enguatado científico, alzó sus manos hacia la fría palanca de acero, cerró los ojos y tiró. La palanca se movió hacia abajo.
    Durante unos instantes no ocurrió nada.
    Luego, una repentina sacudida arrojó a Clayton al suelo. ¡El Future estaba moviéndose!
    Las alas de un pájaro batiendo mientras el animal se remonta..., una polilla zumbando al volar..., el temblor detrás de unos músculos en tensión.
    La nave espacial Future vibraba de un modo absurdo. Iba de un lado a otro, y las vibraciones sacudían las paredes de acero. Richard Clayton se puso en pie con trabajo, se frotó la lastimada frente y avanzó tambaleándose hacia su pequeña litera. La nave estaba moviéndose, pero seguía vibrando. Clayton miró el tablero de mandos y exclamó:
    "¡Dios mío! ¡Se ha roto!"
    Era cierto. La sacudida había roto el tablero de mandos. El cristal había caído al suelo, y los discos giraban locamente sobre la desnuda superficie del tablero.
    Clayton se sentó, desesperado. Aquello era una grave tragedia. Su pensamiento retrocedió seis lustros, hasta la época en que, siendo un chiquillo de diez años, se habla sentido impresionado por el vuelo de Lindberg. Recordó sus estudios y cómo había utilizado el dinero de su padre millonario para perfeccionar una máquina voladora que pudiera cruzar el Espacio.
    Durante años enteros, Richard Clayton habla trabajado y soñado y proyectado. Estudió a los rusos y a sus cohetes; organizó la Fundación Clayton, y contrató mecánicos, matemáticos, astrónomos e ingenieros para que trabajasen con él. 
    Luego se había producido el descubrimiento de la energía atómica, y el Future había sido construido. El Future era una cápsula de acero y duraluminio, sin ventanas y aislada por un procedimiento secreto. En la diminuta cabina había tanques de oxígeno, alimentos en forma de pastillas, excitantes químicos, una instalación de aíre acondicionado... y lugar suficiente para que un hombre pudiera dar seis pasos.
    Era una pequeña celda de acero; pero en ella, Richard Clayton se proponía realizar sus ambiciones. Ayudado en su ascensión por cohetes que le empujarían más la de la fuerza de gravedad de la Tierra, volaría por medio de la propulsión nuclear hasta llegar a Marte y regresar.

    Tardaría diez años en llegar a Marte; y otros diez años en regresar. La velocidad sería de mil millas por hora. No se trataba de un viaje ideal "a la velocidad de la luz", sino de un lento y desagradable viaje, científicamente calculado. Los mandos estaban instalados de modo que Clayton no tenía necesidad de pilotar su nave. Todo era automático.
    "Pero, ¿y ahora qué?", se dijo Clayton, contemplando el destrozado tablero. Había perdido contacto con el mundo exterior. Estaría incapacitado para leer su progresión en el tablero, incapacitado para calcular el tiempo, y la distancia, y la dirección. Tendría que permanecer sentado allí durante diez, veinte años..., completamente solo en una pequeña cabina. No había espacio para libros, o periódicos, o juegos que pudieran entretenerle. Era un prisionero en la negra bóveda del Espacio.
    La Tierra había quedado ya muy lejos debajo de él; no tardaría en ser una bola de fuego verde, más pequeña que la bola de fuego rojo que tendría delante: Marte.
    El aeródromo se había llenado de gente deseosa de presenciar su despegue; su ayudante Jerry Chase se habla encargado de mantener el orden. Clayton imaginó a aquella multitud contemplando a su brillante cilindro de acero mientras surgía del humo gaseoso de los cohetes y se precipitaba hacia el cielo como una bala de cañón. Luego, su cilindro se había desvanecido en el azul y la multitud se habría dispersado.
    Pero él se había quedado allí, en la nave..., para permanecer durante diez, veinte años...
    Sí, se había quedado, pero, ¿cuándo cesaría aquello? El estremecimiento de las paredes y del suelo resultaba insoportable; ni él ni los expertos habían previsto aquel problema. El temblor se transmitía a su cuerpo, a su cerebro. ¿Y si no cesaba, si duraba todo el viaje? ¿Cuánto tiempo podría resistirlo sin enloquecer?
    Podía pensar. Clayton se tendió en su litera y recordó: rememoró todos los detalles de su existencia, desde que nació hasta el momento que vivía. Pero agotó todos los recuerdos en un espacio de tiempo demasiado breve.
    "Puedo hacer ejercicio", dijo en voz alta. Se levantó del camastro y paseó por la cabina: seis pasos en una dirección, seis pasos en otra. Se cansó de pasear.
    Suspirando, Clayton se acercó al lugar donde estaban almacenadas las cápsulas alimenticias.
    "Ni siquiera puedo matar el tiempo comiendo -murmuró tristemente-. Sólo tragar una cápsula, y ya está."
    La vibración continuaba. Resultaba enloquecedora. Clayton volvió a tenderse en el camastro. Dormiría. Dormiría, si podía lograrlo en medio de aquel movimiento. Apagó la luz. Sus pensamientos volvieron a su extraña situación; un prisionero en el Espacio. En el exterior, los planetas giraban y giraban, y las estrellas parpadeaban en la inmensa negrura de la Nada espacial. Y allí estaba él, seguro y cómodo en una cámara vibratoria, a cubierto del terrible frío, sometido a una espantosa vibración. 

     Sin embargo, tenía sus compensaciones. En el viaje no habría periódicos que le atormentaran con los relatos del hombre enemigo del hombre; ni estúpidos programas de radio o de televisión que aburrieran. Sólo la maldita omnipresente vibración...
    Clayton durmió, moviéndose a través del Espacio.
    Cuando despertó no había luz. Allí no se sucedían los días y las noches. Únicamente él y la nave, en el Espacio. Y la vibración continuaba, destrozándole los nervios con su incesante golpear contra el cerebro. Las piernas de Clayton temblaban cuando se levantó y fue a buscar las píldoras alimenticias.
    Luego, se sentó y empezó a sufrir. Una terrible sensación de soledad estaba empezando a invadirle. Absolutamente aislado allí..., desconectado de todo. No tenía nada que hacer. Su situación era peor que la de un preso en reclusión solitaria. El preso tenía una celda más amplia, un soplo de aire fresco, un rayo de sol, y el vislumbre de un rostro ocasionál.
    Clayton había pensado en sí mismo como en un misántropo. Ahora, anhelaba ver otro rostro. A medida que transcurrían las horas, sus ideas se hacían más raras. Deseaba ver Vida, en alguna forma: hubiera dado una fortuna por la compañía de un insecto en su calabozo volante. El sonido de una voz humana le hubiera producido una gran felicidad. ¡Estaba tan solo!
    Nada que hacer sino soportar la vibración, dar el brevísimo paseo, tragar sus píldoras, intentar dormir. Nada en qué pensar. Clayton empezó a desear que llegara el momento en que sus uñas necesitaran ser cortadas; podría alargar la tarea durante horas enteras.
    Examinó sus ropas minuciosamente, contempló su rostro barbudo en el pequeño espejo. Escrutó todos los artículos de la cabina del Future.
    Y no logró cansarse lo suficiente para volver a dormir. 
    Sentía un dolor continuo de cabeza. Por fin consiguió cerrar los ojos y sumirse en una especie de modorra, interrumpida por repentinos sobresaltos.
    Cuando se levantó y encendió la luz, hizo un horrible descubrimiento.
    Había perdido el sentido del tiempo.
    "El tiempo es relativo", le habían dicho siempre. Y ahora comprobaba que era cierto. No tenía nada para medir el tiempo: ningún reloj, ningún vislumbre del sol o de la luna, o de las estrellas, ninguna actividad regular. ¿Cuánto hacía que había iniciado aquel viaje? Por mucho que lo intentó, no pudo recordarlo.
    ¿Había comido cada seis horas? ¿O cada diez? ¿O cada veinte? ¿Había dormido una vez cada día? ¿Una vez cada tres o cuatro días? ¿Con cuánta frecuencia había paseado? 
    Sin ningún instrumento para situarse a sí mismo, estaba completamente perdido. Tragó sus píldoras en una especie de pasmo mental, tratando de no pensar en el estremecimiento que llenaba sus sentidos.
    Era terrible. Si perdía la noción del Tiempo, no tardaría en perder la noción de su propia identidad. Enloquecería. Solo, atormentado en una pequeña celda, tenía que aferrarse a algo. ¿Qué era el Tiempo?
    No quería pensar en ello. No quería pensar en nada. Tenía que olvidar el mundo que había dejado, si no quería que los recuerdos le enloquecieran.
    "Tengo miedo -murmuro-. Miedo de estar solo en la oscuridad. Puedo haber pasado la luna. Puedo estar a un millón de millas de la Tierra... o a diez millones."
    Clayton se dio cuenta de que estaba hablando consigo mismo. Aquello era locura. Pero no podía evitarlo, del mismo modo que no podía evitar la terrible vibración que le rodeaba.
    "Tengo miedo -dijo, con una voz que resonó profundamente en la pequeña cabina-. Tengo miedo. ¿Qué hora es?" 
    Se quedó dormido, murmurando, y el Tiempo fue deslizándose.

    Clayton despertó con nuevas energías. Pensó que había perdido el equilibrio. La presión exterior, a pesar de la compensación, había afectado a sus nervios. El oxigeno le había aturdido, y la alimentación a base de píldoras había contribuido a aumentar su malestar. Pero la debilidad ya había pasado. Sonrió, paseó un poco.
    Luego, los pensamientos volvieron a inquietarle. ¿Qué día estaba viviendo? ¿Cuántas semanas habían transcurrido desde que despegó? Tal vez hacía meses; un año, dos años. Todo lo de la Tierra parecía muy lejano; casi parte de un sueño. Se sentía más cerca de Marte que de la Tierra; empezaba a "anticipar", en vez de mirar atrás. 
    Durante una temporada había obrado maquinalmente. Habla encendido y apagado la luz cuando era necesario, tragado píldoras por costumbre, había atendido al sistema de ventilación de un modo inconsciente.
    Richard Clayton fue olvidándose de sí mismo. Asimiló el torturante zumbido hasta convertirlo en un dolor que le decía que estaba viajando a través del Espacio en un proyectil plateado. Pero no significaba nada más. Clayton había dejado de hablarse, se había olvidado de todo. Sólo soñaba en Marte. Cada sacudida de la nave susurraba: "Marte... Marte... Marte."
    Sucedio algo maravilloso. Aterrizó. La nave picó, temblando. Cortó suavemente la gaseosa envoltura del planeta rojo. Durante cierto tiempo, Clayton había notado la atracción de una fuerza de gravedad, y supo que los instrumentos automáticos de su nave estaban disminuyendo las descargas atómicas y utilizando la atracción gravitatoria natural del propio Marte.
    La nave aterrizó y Clayton abrió la puerta. Rompió los precintos y salió al exterior. Saltó suavemente sobre la hierba de color púrpura. Su cuerpo era ahora libre, ligero. Allí habla aire fresco, y la luz del sol parecía más fuerte, más intensa, a pesar de las nubes que velaban el brillante globo.
    A lo lejos se alzaban los bosques, verdes bosques con la vegetación púrpura entre los árboles. Clayton avanzó hacia ellos. El primer árbol tenía unas ramas que se inclinaban hacia el suelo como dos extremedidades.
    ¡Y eran extremidades! Dos brazos verdes que agarraron a Clayton y lo acercaron al oscuro tronco. Desde allí pudo contemplar las excrecencias de color púrpura que surgían de entre las hojas.
    Las excrecencias de color púrpura eran... cabezas.
    Diabólicos rostros de color púrpura le contemplaban con ojos carroñosos como hongos muertos. Cada uno de los rostros estaba arrugado como una coliflor de color púrpura, pero debajo de la masa pulposa habla una gran boca. Todos los rostros púrpura tenían una boca púrpura, y de todas las bocas púrpura goteaba sangre. Los brazos del árbol le apretaron un poco más contra el tronco, y uno de los rostros púrpura -un rostro de mujer- estaba acercándose a él.

    Clayton luchó, pero los brazos del árbol le mantenían firmemente sujeto y el rostro llegó, frío como la muerte. Su helada llama atravesó todo su ser, ahogando sus sensaciones. 
    En aquel momento, Clayton despertó y supo que todo había sido un sueño. Su cuerpo estaba empapado en sudor. Esto le hizo adquirir consciencia de su existencia. Avanzó hacia el espejo, tambaleándose.
    Una sola mirada bastó para hacerle retroceder, horrorizado. ¿Formaba también esto parte de su sueño?
    En el espejo, Clayton había visto reflejado el rostro de un hombre viejo. Un rostro arrugado, de demacradas mejillas. Pero lo peor eran los ojos: Clayton ni siquiera los reconoció. Rojizos, y profundamente hundidos en unas huesudas cuencas, ardían con una salvaje expresión de horror. Clayton tocó su rostro, vio la mano veteada de venas azules alzarse en el espejo y correr a través del pelo gris.
    Recobró en parte el sentido del tiempo. Llevaba años enteros en la nave. ¡Años! ¡Estaba envejeciendo!
    Desde luego, aquel género de vida había influido en el proceso, pero, con todo, tenía que haber transcurrido largo tiempo. Clayton supo que pronto llegaría al final de su viaje. Quería llegar antes de sufrir otra pesadilla. A partir del momento, la lucidez y la reserva física tendrían que luchar contra el invisible enemigo del Tiempo. Retrocedió hasta su camastro, mientras el Future, tembloroso como un metálico monstruo volador, se precipitaba en la negrura del Espacio interestelar.
    Estaban golpeando la parte exterior de la nave, manos de hierro aporreaban la puerta. Los negros monstruos de metal entraban pesadamente con su amenaza de hierro. Sus rostros severos, acerados, eran inexpresivos cuando agarraron a Clayton, uno por cada brazo, y le obligaban a andar. Le arrastraron a través de la plataforma, andando rápidamente, y le obligaron a subir a la gran torre metálica. Clang, clang, clang, resonaron los pies de metal, mientras subían la escalera de la torre.
    Era una escalera de caracol que parecía no tener fin; pero los monstruos de metal no se cansaban. Sus rostros permanecían impasibles, y el hierro no suda. Clayton, en cambio, estaba completamente agotado cuando le arrastraron hasta la Presencia, en la estancia de la torre. La voz metálica zumbó, mecánicamente, como un disco rayado.
    Le... encontramos... en... un... pájaro..., oh... Maestro.
    Está... hecho... de blan... dura.
    Tiene... una... rara... clase... de... vida.
    Un... a... ni... mal.
    Y luego la retumbante voz desde el centro de la estancia de la torre.
    Tengo hambre.
    Levantóse de un trono de hierro el Maestro. Una gran trampa de hierro, con mandíbulas de acero, como las de una excavadora mecánica. Las mandíbulas se abrieron, y los horribles dientes brillaron. Una voz surgió de las profundidades.
    Alimentadme.

    Los brazos de hierro arrastraron a Clayton hasta las mandíbulas del monstruo. Las mandíbulas se cerraron, con un horrible crujido de huesos...
    Clayton se despertó gritando. El espejo brilló cuando sus temblorosas manos hubieron encontrado el interruptor de la luz. Clayton contempló el rostro de un hombre viejo, con el pelo casi completamente blanco. Estaba envejeciendo rápidamente. Y se preguntó si su cerebro lo resistiría.
    Tragó sus píldoras, dio un corto paseo, escuchó la vibración, renovó el aire, se tendió en la litera. No podía hacer otra cosa... sino esperar. Esperar en una cámara de tortura vibratoria, durante horas, días, semanas, años, siglos. 
    Y a intervalos, un sueño. Aterrizó en Marte, y los fantasmas surgieron de una niebla gris. Eran formas en la niebla, como viscosos ectoplasmas, y Clayton veía a través de ellos. Y sus voces eran leves susurros en su alma.
    "Aquí está la Vida -susurraban-. Nosótros, las almas de los que hemos cruzado el Vacío muertos, esperábamos la Vida para darnos un festín. Y ahora vamos a tenerlo."
    Y le envolvieron en sus vestiduras grises, y sorbieron su sangre con sus bocas grises, ávidas...
    En otra ocasión aterrizó en el planeta y no había nada en él. Absolutamente nada. El suelo era árido y se extendía interminablemente en todas direcciones. No había cielo ni sol.
    Puso un pie en el suelo, cautelosamente. Y se hundió en la nada. La nada vibraba, lo mismo que el Future, y le estaba engulliendo. Estaba hundiéndose en una profunda sima sin paredes, y el olvido se cerraba a su alrededor...
    Al despertar de este último sueño, Clayton se miró al espejo. Sus piernas estaban débiles y sus manos temblaban como las de un anciano. Contempló el rostro que se reflejaba en el espejo: el rostro de un hombre de setenta años.
    "¡Dios mío!", murmuró. Era su propia voz... el primer sonido que oía desde hacía... ¿cuánto tiempo? ¿Cuántos años? ¿Cuánto hacía que no oía nada, aparte de la diabólica vibración de la nave? ¿Hasta dónde había llegado el Future? Era ya un hombre viejo.
    Una terrible idea cruzó por su cerebro. Tal vez algo había funcionado mal. Tal vez los cálculos eran erróneos, y estaba moviéndose en el Espacio con demasiada lentitud. Tal vez no llegara nunca a Marte. Luego -era una espantosa posibilidad-, pensó que habia sobrepasado Marte, que estaba hundiéndose en las bóvedas vacías, más allá del planeta. 
    Tragó sus píldoras y se tendió en la litera. Se sentía un poco más tranquilo; tenía que estarlo. Por primera vez en muchísimo tiempo, recordaba la Tierra.
    ¿Y si hubiese sido destruida? ¿Asolada por la guerra, la peste o la epidemia mientras él estaba fuera? ¿O arrasada por un meteoro errante? Se sintió asaltado por unas ideas fantásticas... ¿Y si unos Invasores cruzaban el Espacio para conquistar la Tierra, del mismo modo que él lo estaba cruzando para dirigirse a Marte?

    Pero, era absurdo preocuparse por todo aquello. El problema consistía en alcanzar su propio objetivo. Y para alcanzarlo, no podía hacer otra cosa más que esperar conservando la vida y la lucidez el tiempo suficiente para lograr sus propósitos. En el vibratorio horror de su celda, Clayton reunió sus escasas energías para adoptar una firme resolución: viviría, y cuando aterrizara vería Marte. No le importaba morir en el largo camino de regreso: viviría hasta que su objetivo se hubiera cumplido. A partir de aquel momento lucharía contra los sueños. A pesar de la infernal vibración de su pequeña cárcel, viviría.
    Llegaron unas voces procedentes del exterior de la nave. Los fantasmas aullaron, en las oscuras profundidades del Espacio. Llegaron visiones de monstruos y sueños de tortura, y Clayton los rechazó todos. Cada hora, o día, o año -le era imposible medirlo-, Clayton conseguía arrastrarse hasta el espejo. Y siempre le mostraba que estaba envejeciendo rápidamente. Su pelo, blanco como la nieve, y las arrugas de su rostro le daban un aspecto de increíble senilidad. Pero estaba vivo. Era demasiado viejo para seguir pensando, y estaba demasiado cansado. Se limitaba a vivir -a vegetar- como una planta.
    Al principio no se dio cuenta. Estaba tendido en su litera, con los ojos cerrados, sumido en una intensa modorra. Súbitamente, notó que a vibración había cesado. Clayton pensó que había estado soñando de nuevo. Se frotó los ojos, sacudió la cabeza... No: el Future estaba inmóvil. ¡Había aterrizado!
    Clayton temblaba inconteniblemente. Era la consecuencia de años de vibración; años de aislamiento sin más compañía que sus descabellados pensamientos. Apenas podía sostenerse en pie.
    Pero, habla llegado el momento. Lo que había esperado durante diez largos años. No, tenían que haber sido muchos más años. Pero podría ver Marte. Lo había conseguido. ¡Había realizado lo imposible!
    Era un pensamiento estimulante. Y le infundió fuerzas para arrastrarse hasta la puerta: la puerta sellada. Junto a ella había una palanca.
    Su envejecido corazón latió excitadaniente mientras empujaba la palanca hacia arriba. La puerta se abrió..., la luz del sol y el aire penetraron en la cabina.
    La luz le hizo parpadear, y el aire oprimió sus pulmones. Sus pies se arrastraron...
    Clayton cayó en los brazos de Jerry Chase.
    Clayton no sabía que era Jerry Chase. No sabía ya nada. La prueba había sido demasiado fuerte.
    Chase se quedé mirando el debilitado cuerpo que tenía en los brazos.
    -¿Dónde está Mr. Clayton? -murmuró-. ¿Quién es usted?
    Miró fijamente el envejecido y arrugado rostro.
    -¡Dios mio! ¡Es Mr. Clayton! -exclamó-. Mr. Clayton, ¿qué le sucede? El sistema de propulsión se averió cuando puso usted en marcha la nave, pero las descargas atómicas no se interrumpieron. La nave no despegó siquiera, pero la violencia de las descargas nos impidieron acercarnos hasta ahora. Hace unos instantes cesaron las sacudidas, pero no hemos perdido de vista al Future, ni de día ni de noche. ¿Qué le ha sucedido, Mr. Clayton?
    Los apagados ojos azules de Richard Clayton se abrieron. Su marchita boca susurró débilmente:
    -He..., he perdido la noción del tiempo. ¿Cuánto..., cuánto he estado en el Future?
    El rostro de Jerry Chase estaba muy serio cuando miró de nuevo al anciano y respondió, en voz baja:
    -Sólo una semana.
    La muerte vidrió los ojos de Richard Clayton: el largo viaje había terminado.
   

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