miércoles, 30 de diciembre de 2020

Edgar


                                                                      "Edgar" 

Guzmán López Bayarri   


Lo que me dispongo a contar aquí es un auténtico trabajo de reconstrucción. Tal y como los historiadores realizan sus tareas, así he intentado hacer yo, pudiendo rescatar cierta información que, por suerte, anoté en mi diario antes de que desapareciera para siempre del mismo.  

Es cierto que se dice que las palabras y las ideas se contagian. ¿Cuántas veces habré escuchado eso de “si tienes una manzana y la compartes con otro cada uno tiene la mitad, pero si compartes una idea los dos tenéis una?” Si bien tuve una temporada en la que esa frase me enamoró ahora pienso que es una mierda. Una auténtica mierda.  

Y todo este cambio empezó cuando conocí a Edgar. ¡Ah, Edgar! Sólo recordar su nombre me entran escalofríos. Reconozco que era un tipo peculiar, incluso diría que con una personalidad bañada en esa autenticidad que sólo brilla cuando los demás te la reconocen. Eso era su puerta de entrada a las relaciones sociales. El que más y el que menos no dudaba en darle un voto de confianza y abrirle su privacidad ante la escasez de personajes interesantes en el entorno.  

Edgar tenía la inédita cualidad de absorber conocimiento de un modo que rayaba en lo fantástico. Parece que empezó con las conversaciones. Antes incluso de aprender a leer poseía ya un nivel interesante de conocimientos unido, y esto era lo que más le llamaba la atención a los que lo conocieron, a su manera tan profesional de expresarlo. Vamos, que el crío podría perfectamente marcarse una charla TED y arrasar entre los compañeros.  

Hasta aquí nada que objetar. Parecía listo, sí, pero no era este su don demoníaco. El problema no era ese, no. Era algo mucho más perverso, más jodidamente maligno.  


sábado, 26 de diciembre de 2020

El Caso Dexter Willet


“El Caso Dexter Willet”

Vicente Ortíz Guardado


      Aunque en el periódico empezaban a tacharla de chiflada por sus extravagantes deducciones, Sarah Johnson creía firmemente en la inocencia y los motivos que impulsaron al comisario Brown a actuar como lo había hecho. Por su condición de redactora jefa en The Providence Journal, tuvo acceso a las copias de los diarios escritos por el desaparecido Dexter Willet y a profundizar en los archivos buscando todo tipo de datos que podían ser relevantes. También le permitieron entrevistarse tres veces con el comisario detenido, al cual informó sobre algunos de sus descubrimientos, incluido el del parentesco entre Willet y Joseph Curwen. Del propio comisario, muy hermético y desconfiado en los primeros encuentros, solo pudo contrastar datos que ya conocía, pero la tercera entrevista fue muy distinta. Sarah quiso pensar que por fin se había ganado su confianza y que el testimonio no obedecía a la desesperación del reo que va a ser juzgado en breve. Colaborador desde el principio, le confesó que intentó seguir los pasos de Willet para aclarar su desaparición, pero una vez sumergido en tan extraño caso, la inercia del mismo lo arrastró a experimentar unos acontecimientos sorprendentes que no acertaba a explicar sin parecer un demente, sin embargo, estaba convencido de que Dexter Willet había viajado de forma voluntaria a un lugar del que no quería regresar. Todo estaba en los diarios. 

      Un incómodo alboroto se hizo notar por encima de los golpes secos de la maza del juez cuando el comisario Nylon Brown cruzó en silencio la sala para subir al estrado. En su semblante se daban cita una mezcla de decepción y derrota acumulada por los meses de investigación. Los que lo conocían bien, ahora ajenos y hostiles, habían observado un envejecimiento vertiginoso y una desmesurada obsesión por el extraño caso de Dexter Willet, un asunto que, a priori, tendría que haberse archivado como cualquier otro asunto por desaparición sin resolver. Sin embargo, las desatinadas pesquisas del comisario, las repetidas ausencias injustificadas y un cada vez más ridículo comportamiento, le valieron la desconfianza de los compañeros de comisaría, que no dudaron en darle la espalda ante tales conductas. Para la acusación no existían dudas, Nylon Brown había perdido el juicio y, tras no poder dar con el paradero de Dexter Willet, sucumbió a la misma fiebre que tanto daño causó al misterioso heredero. En su trastorno creyó reales unos fantasiosos manuscritos y coqueteó con algún tipo de ciencia oculta que le hizo perder el contacto con la realidad. La gota que colmó el vaso, fue la denuncia de los bomberos la noche en que la opulenta residencia del señor Willet quedó reducida a cenizas. El impasible comisario, gozoso frente a las llamas, farfullaba frases incoherentes y parecía congratularse al haber culminado lo que el evaporado Dexter Willet no pudo o no quiso. Tras el incidente, como si supiera lo que iba a pasar, no opuso resistencia cuando lo detuvieron para después encerrarlo. De sus declaraciones en los sucesivos interrogatorios no se pudo extraer ninguna causa o razón coherente, ya que se limitó a asegurar que había hecho lo que tenía que hacer, pues ahora estaba sellada para siempre la puerta a un abismo que los no iniciados no podían comprender. Aseveró que había destruido las herramientas y que, con el saber, que solo él poseía, moriría la forma de cruzar a esa dimensión o existencia de pesadilla.



martes, 22 de diciembre de 2020

El Asesinato de Santa Claus

Phyllis Dorothy James nació en Oxford, Inglaterra, en 1920. Estudió en la British School de Ludlow y en la Cambridge High School para mujeres.

Abandonó la escuela a los 16 años para empezar a trabajar, su familia no tenía mucho dinero y su padre, un inspector de hacienda, no creía que una mujer necesitara una educación superior.

Trabajó en hacienda durante 3 años y como asistente de un director de teatro después. En 1941 se casó con Ernest Connor Bantry White, un doctor del ejército con quien tendría dos hijas. Su marido volvió de la guerra con una enfermedad mental que le impedía ejercer y James tuvo que mantener la familia hasta la muerte de Ernest en 1964. James estudió administración para hospitales y entre 1949 y 1968 trabajó para el National Health Service en un hospital de Londres.

En 1968 aprobó un examen del British Civil Service. Entre 1972 y 1979 trabajó para el Criminal Law Department del Home Office en Londres. Y entre 1988 y 1993 en la dirección de la BBC y en la presidencia del Literature Advisory Panel en el Arts Council de Inglaterra.

Comenzó a escribir con treinta y muchos años y su novela "Cubridle el rostro" fue publicada en 1962 por el primer editor al que la envió.

En 1983 obtuvo la Orden del Imperio Británico Order of the British Empire (OBE) y recibió el título de Baronesa James de Holland Park en 1991.

Era anglicana y pertenecía al partido conservador. Vivió entre Londres y Oxford.

Falleció en Oxford el 27 de noviembre de 2014.



lunes, 21 de diciembre de 2020

Phyllis Dorothy James

Phyllis Dorothy James, OBE, conocida como P. D. James (Oxford, 3 de agosto de 1920 - ibídem, 27 de noviembre de 2014)​ fue una escritora británica de novelas policíacas. Estudió en Cambridge. Trabajó como administradora en la Seguridad Social de 1949 a 1968, y después como funcionaria pública del ministerio del Interior de 1968 a 1979. Empezó a escribir relativamente tarde y publicó su primera obra, Cubridle el rostro, en 1963; en ella aparece por primera vez el policía Adam Dalgliesh, su personaje más famoso.

Las obras más conocidas de P.D. James pertenecen al género de la novela policíaca, y están protagonizadas por el inspector Adam Dalgliesh: Un impulso criminal (1963), Muertes poco naturales (1967), Mortaja para un ruiseñor (1971), Muerte de un forense (1977) e Intrigas y deseos (1989).

La popularidad de la autora, así como la de su detective, crecieron con la adaptación de varias de sus obras en una famosa serie de televisión y con otros títulos como La torre negra (1975), Sangre inocente (1980) o Sabor a muerte (1986). También creó el personaje de Cordelia Gray, investigadora privada que aparece en las novelas: No apto para mujeres (1972) y La calavera bajo la piel (1982).

Su obra The Children of Men (1992), la primera de sus obras que no pertenece al género detectivesco, es una novela futurista ambientada en un mundo carente de niños, no fue tan bien recibida como sus anteriores títulos pero en 2006 tuvo una elogiada adaptación cinematográfica de título homónimo: Children of Men, con dos nominaciones a los premios Óscar, a cargo del realizador mexicano Alfonso Cuarón.

En 1994 volvió al género con El pecado original, otro misterio para el inspector Adam Dalgliesh. En 1999 salió a la luz su libro de memorias La hora de la verdad: un año de mi vida. Recientemente ha publicado El faro, Muerte en la clínica privada (2008) y La muerte llega a Pemberley (2011).


viernes, 18 de diciembre de 2020

Roquete del Copete


"Roquete del Copete"

    Charles Perrault


Cierta reina tuvo un hijo tan feo que durante mucho tiempo dudose si había algo de humano en su forma. Una Hada que estaba presente cuando nació, aseguró que sería amable porque tendría mucho talento, añadiendo que en virtud del don que acababa de hacerle podría dotar de cuanto ingenio quisiera a la persona a quien más amara.

Esto consoló un poco a la pobre reina, muy afligida por ser madre de un niño tan horroroso. En cuanto comenzó a hablar dijo cosas muy agradables, y tanta era su gracia en todo que no había quien no deseara oírle y verle. Olvidé consignar que nació con un mechoncito en la cabeza, a lo que se debió que se le conociera por Roquete del Copete, porque Roquete era el nombre de la familia.

Al cabo de siete u ocho años, la reina de un país vecino tuvo dos hijas gemelas. La que nació primero era más hermosa que el lucero, y tanta fue la alegría de la reina que se temió que enfermara de gozo. La misma Hada que había asistido al nacimiento de Roquete del Copete asistió al de la princesa, y para moderar el júbilo a la madre le dijo que la princesa no tendría talento y sería tan estúpida como bella. Esto mortificó mucho a la reina, pero poco después aumentó su pena porque la segunda hija que vino al mundo era por todo extremo fea.

—No os aflijáis, —le dijo la Hada,— pues vuestra hija tendrá otras cualidades, ya que le falta la belleza; y tanto será su talento que nadie advertirá que no sea hermosa.

—Dios lo quiera, —contestó la reina.— Pero, decidme, ¿no habría medio de que tuviese algo de talento la mayor, que es tan bella?

—Nada puedo hacer por ella, por lo que al talento se refiere, contestó la Hada, pero todo me es posible respecto a la belleza; y como estoy dispuesta a todo por complaceros, le concedo el don de poder transformar en un ser hermoso a la persona a quien quiera hacer tal gracia.



La Caja de Música

La Caja de Música

Un cuento navideño de amor a través del tiempo

Por Andrés González-Barba


I

Esa tarde del 18 de diciembre hacía mucho frío y el cielo estaba completamente desnudo de nubes, pero, por una extraña razón, no nevaba como solía suceder por aquella época. Los transeúntes iban de un lugar a otro cual estrellas fugaces. En medio de una avenida, Sergio caminaba embutido en sus pensamientos. Tenía varios encargos que hacer; sin embargo, no quería pasar por alto un regalo para el día de Nochebuena. Necesitaba encontrar algo único para una persona especial, su tía Esther. Desde que era pequeño existía entre ambos un nexo muy fuerte de unión. Por eso ansiaba dar con un presente que la animara, pues en los últimos tiempos esta parecía más triste de lo normal. Tal vez el hecho de que faltara poco para las fiestas navideñas avivase el carácter melancólico de una mujer que se hallaba siempre rodeada de una aureola misteriosa.

Quizás fuese el destino o cualquier otra razón, el caso es que el joven acabó en un comercio del centro que no había visitado nunca pero que le atrajo mucho. Se trataba de una tienda de antigüedades cuyo escaparate despertaba ya de por sí la atención de cualquiera que tuviera un mínimo de sensibilidad. Detrás de aquel cristal lleno de vaho y sueños se podían contemplar esculturas y cuadros muy hermosos. El chico se quedó embelesado durante unos minutos ante tantas maravillas. Al final decidió entrar sin saber muy bien qué era lo que iba buscando exactamente. Allí había para todos los gustos, desde alfombras decimonónicas a relojes de pared estilo Luis XIV, además de miniaturas, retratos de elegantes damas y hasta unas figuritas napolitanas que hubieran encandilado a cualquier amante de los nacimientos. El muchacho no sabía dónde mirar y se hubiera llevado varias cosas, aunque tampoco contaba con un presupuesto demasiado alto como para hacer florituras. 




lunes, 14 de diciembre de 2020

El Beso Encantado

        Las historias de O. Henry con frecuencia tienen un final sorpresa. En su día, fue llamado la respuesta estadounidense a Guy de Maupassant. Ambos autores escribieron finales inesperados de la trama, pero las historias de O. Henry eran mucho más traviesas. Sus historias también son conocidas por su narración ingeniosa.

La mayoría de las historias de O. Henry son ambientadas en su propio tiempo, a principios del siglo 20. Muchas tienen lugar en la ciudad de Nueva York y tratan, en su mayor parte, de gente común: empleados, policías, camareras.

El más prolífico período de escritura de Porter se inició en 1902, cuando se mudó a Nueva York para estar cerca de sus editores. Mientras estuvo allí, escribió 381 cuentos. Él escribió una historia a la semana durante más de un año para la revista del, New York World Sunday Magazine.

La obra de O. Henry es muy amplia, y sus personajes se pueden hallar vagando por las tierras de ganado de Texas, explorando el arte de un estafador, o investigando de las tensiones de clase y riqueza de fin de siglo en Nueva York. O. Henry tenía una mano inimitable para aislar algún elemento de la sociedad y describirlo con una increíble economía y gracia del lenguaje.

Coles y Reyes fue su primera colección de cuentos, seguido de, Los Cuatro Millones. La segunda colección se abre con una referencia a la afirmación del juez neoyorquino, Ward McAllister,  quien dijo que solo había cuatrocientos  personas en Nueva York que valia la pena destacar. Pero un hombre más sabio ha surgido (el empleado del censo) y su estimación grande de interés humano se ha preferido para marcar estas pequeñas historias de “Los Cuatro millones.” Para O. Henry, cada uno en Nueva York, contó.

O. Henry tenía un afecto evidente hacia la ciudad de Nueva York, la que calificó de “La Bagdad en el Metro,” y muchas de sus historias se desarrollan allí, mientras que otras se ubican en pequeñas ciudades, o en otras ciudades.


domingo, 13 de diciembre de 2020

Pellejo de Asno

"Pellejo de Asno"

Charles Perrault


Erase un rey, el más poderoso de la tierra, tan amable en la paz como terrible en la guerra. Sus vecinos le respetaban y temían y reinaba la mayor tranquilidad en sus Estados, cuya prosperidad nada dejaba que desear, pues con las virtudes de los ciudadanos brillaban las artes, la industria, y el comercio. Su esposa era tan cariñosa y encantadora y tantos atractivos tenía su ingenio, que si el rey era dichoso como soberano, más lo era como marido. Tenían una hija, y como era muy virtuosa y linda, se consolaban de no haber tenido más hijos.

El palacio era muy vasto y magnífico. En todas partes había cortesanos y criados. Las cuadras estaban llenas de arrogantes caballos y de bonitas jacas cubiertas de hermosos caparazones de oro y bordados; y por cierto no eran los caballos los que atraían las miradas de los que visitaban aquel sitio, sino un señor asno, que en el punto mejor y más vistoso de la cuadra erguía con arrogancia sus largas orejas. Bien merecía la referencia, pues tenía el privilegio de que lo que comía saliese transformado en relucientes escudos de oro, que eran recogidos todas las mañanas al desertar el asno.

Turbó la felicidad de los regios esposos una aguda enfermedad sufrida por la reina, que se fue agravando a pesar de haberse acudido a todos los auxilios de la ciencia y de haber llamado todos a los médicos. Comprendió la enferma que se aproximaba su última hora, y dijo al rey:

—Antes de morir quiero hacerte una súplica. Si cuando haya dejado de existir quieres volver casarte...

—¡Jamás! ¡Jamás! —exclamó el rey sollozando.

—Tal es tu propósito en este instante y me lo hace creer el amor que siempre te he inspirado; pero para que la seguridad sea mayor, quiero me jures que no has de volver a casarte a menos de hallar una mujer que me supere en belleza y en prudencia, la única a quien podrás hacer tu esposa.



jueves, 10 de diciembre de 2020

El Cuadripléjico

 

  "El Cuadripléjico"

Laura Hernandarias


         

  “Y entonces salió… salió, y ante aquella visión di media vuelta y huí”.

                                                                                                                                    H.P. Lovecraft.


Una noche de invierno, y al calor de las llamas, se encontraban varios amigos reunidos con motivo del aniversario matrimonial de los dueños de la casa. Largo tiempo había pasado. Después del postre, y en la remesa, surgió el inevitable tema.  El matrimonio era Juan y Natalia y los amigos invitados consistían en otra pareja: Cristian y Fernanda; un odontólogo, primo de Natalia, Hernán; y una amiga de la infancia de Juan, Rocío.

Sin siquiera imaginarlo, fue Natalia quien sacó a relucir el tema, que todos (incluso su marido) ignoraban.

-Rocío, estoy tan pero tan feliz de tenerte acá después de tantos años, que no encuentro palabras para explicarte…

- Al contrario, Naty. Yo estoy más feliz. Nunca dejé de pensar en ustedes… ni en el difunto hermano de Juán, el amor de mi vida.

Juán, que en esos seis años había oído muchas versiones no pudo menos que preguntar.

- Dijeron que te habías ido del país, destrozada por la muerte de Guille… pero hubieron muchos que aseguraban que habías quedado tan deprimida que… bueno… te internaron en un neurops…

-Comprendo tu intriga, todo es muy fuerte de tratar.

- No te preocupes, podemos hablar de todo esto en otra ocasión -decía Naty- ahora que reapareciste no te queremos perder de nuevo.

-Lo único que me queda pendiente para acabar con todo esto es contarles todo desde el principio y cerrar ese capítulo de mi vida de una vez por todas, aunque corro el riesgo de que realmente me tomen por loca.

-Con todo respeto -comenzó Hernán- si todos estos años hubo muchas conjeturas sobre tu paradero, sería buena idea contarlo todo ya.

-Nunca se lo conté a nadie… aparte de los psiquiatras…

Rocío tomo un trago de vino, como para darse ánimo, y comenzó:


martes, 8 de diciembre de 2020

Los Deseos Ridículos


   "Los Deseos Ridículos"

     Charles Perrault


        Erase un pobre leñador, tan cansado de su vida que, según se cuenta, tenía de morirse deseos, porque en ningún de los agradables que había alimentado se vio complacido. Cierto día fuese al bosque, y como era en él costumbre, comenzó a quejarse de su suerte, cuando se le apareció Júpiter con el rayo en la mano. Grande fue el espanto del leñador, quien arrojándose al suelo, murmuró:

—Nada quiero; nada deseo.

—No temas, —le dijo Júpiter.— Tantas son tus quejas que quiero convencerte de su falta de fundamento. No olvides mis palabras: verás realizados tus tres primeros deseos, sea lo que fuere lo que desees. Elige lo que pueda hacerte dichoso y dejarte completamente satisfecho, y como tu felicidad de ti depende, reflexiona bien antes de formular tus deseos.

Pronunciadas estas palabras, Júpiter desapareció; y el leñador, loco de contento, cargose la hacina, que no le pareció pesada, y dándole alas la alegría, volvió a su casa, diciéndose mientras tanto:

—He de reflexionar mucho antes de tener un deseo. El caso es importante y quiero tomar consejo de mi mujer.

Saltando entró en su cabaña gritando: —Mujercita mía, enciende una buena lumbre y prepara abundante cena pues somos ricos, pero muy ricos; y tanta es nuestra dicha que todos nuestros deseos se verán realizados.

Al oír estas palabras, la leñadora comenzó a hacer castillos en el aire, pero luego dijo a su marido:

—Cuidado con que nuestra impaciencia nos perjudique. Procedamos con calma y después de pensarlo bien, consultándolo antes con la almohada, que es buena consejera.

—Lo mismo opino; pero no perdamos la cena y tráete vino.

Cenaron, bebieron, y sentándose luego al amor de la lumbre, el leñador exclamó, apoyándose con fuerza en el respaldo de su silla:

—¡Ajajá! Con este fuego nos hace falta una vara de salchicha. ¡Cuánto gustaría tenerla al alcance de mi mano!


sábado, 5 de diciembre de 2020

Las Hadas

 

    "Las Hadas"

Charles Perrault


   Cierta viuda tenía dos hijas; la mayor tanto se la asemejaba en el carácter y el rostro, que quien la veía, a su madre miraba; y una y otra eran tan poco amables y tan orgullosas, que no había manera de vivir con ellas. La menor era el exacto retrato de su padre por su dulzura y honestidad, y cuantos la conocían afirmaban que era joven hermosísima de alma y de cuerpo. Como cada cual ama a su semejante, con delirio quería la madre a la mayor y era grande su aversión por la otra, a quien obligaba a comer en la cocina, condenándola a un trabajo incesante. Veíase obligada la pobre criatura a ir dos veces al día en busca de agua a un punto que distaba más de media legua de la casa, regresando con una enorme jarra llena. Un día que estaba en la fuente, acercósela una pobre mujer y rogole la diese de beber.

—Con mucho gusto, mi buena madre, le contestó la hermosa joven; levantando la jarra llenola de agua en el sitio de la fuente donde más cristalina era, y luego la sostuvo presentándola a la vieja para que bebiera con toda comodidad.

Una vez hubo apagado su sed la pobre mujer, le dijo:

—Eres tan bella, tan hermosa y tan honesta que quiero hacerte un don: a cada palabra que dirás saldrá de tu boca una flor o una piedra preciosa.

 

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Un Escudo de Esmaltes

 

"Un Escudo de Esmaltes"

    (Leyenda sevillana)

  Antonio Puente Mayor


        La víspera de nuestro viaje decidí acercarme hasta el corazón de la villa para adquirir algunos regalos para mis sobrinos. La recién transformada Puerta del Sol bullía como de costumbre, y a las hordas de transeúntes cubiertos de seda y fieltro se unía el incesante tráfico de carruajes, diligencias y sillas de postas, conformando un maremágnum de caos y ruido que aún me costaba asimilar. Pese a todo, logré dirigir mis pasos hacia la esquina de la calle Mayor, donde las paredes de Casa Cordero lucían repletas de género; desde bisutería y quincalla a lámparas y útiles de caza. No en vano sus covachuelas, instaladas por un leonés en el solar del desaparecido convento de San Felipe el Real, llevaban décadas dedicadas al comercio. Aunque si por algo destacaba el bazar era por los juguetes, a los que debía su fama en justa competencia con la fonda ubicada en la planta superior. Sabedor de que aquel periplo me obligaba a un importante dispendio, opté por obsequios sencillos: una pelota para Alfredo y una muñeca de trapo para Julia. Al fin y al cabo mi ahijada no superaba los tres años de edad y difícilmente sabría apreciar un presente más lujoso. 

     Valeriano nos recibió con cálido afecto, y mientras me abrazaba noté un ligero temblor en sus mejillas, algo que achaqué a la emoción del encuentro y al largo tiempo sin vernos. Apenas nos hubimos aseado y tomado el almuerzo, Casta se retiró a descansar con nuestro pequeño, a quien las incomodidades del viaje habían mudado el ánimo. Aprovechando su ausencia y el hecho de que mis parientes acostumbrasen a dormir la siesta, propuse a mi hermano visitar la catedral, aún engalanada con motivo del Corpus. Este aceptó de inmediato y, sin más demora, nos encaminamos hacia la calle Génova, persuadidos de que aquella excursión nos depararía alguna sorpresa.