viernes, 6 de julio de 2018

Los Largos Años

"Crónicas Marcianas" (en inglés: The Martian Chronicles) es una serie de relatos del escritor estadounidense Ray Bradbury. Los relatos carecen de una línea argumental lineal fija, pero la referencia contextual y temporal es la misma en todos ellos. Narra la llegada a Marte y la colonización del planeta por parte de los humanos.

Publicado en 1950, Crónicas marcianas (reconocido junto a Fahrenheit 451 como uno de los mejores libros de Bradbury) abunda en descripciones poéticas y melancólicas de Marte y los marcianos, y de la sociedad estadounidense en la época de Bradbury. Si bien el libro se titula Crónicas marcianas, en él se tratan temas perennes de toda la humanidad: la guerra y el impulso autodestructivo del hombre, el racismo, tanto hacia los marcianos (Fuera de temporada) como hacia otras personas (Un camino a través del aire), y la pequeñez del hombre ante la naturaleza y el universo (Vendrán lluvias suaves). Como influencias en la estructura del libro, Bradbury ha mencionado a Winesburg, Ohio (de Sherwood Anderson) y a The Grapes of Wrath (de John Steinbeck)

"Bradbury Anuncia con tristeza y con desengaño la futura expansión del linaje humano sobre el planeta rojo -que su profecía nos revela como un desierto de vaga arena azul, con ruinas de ciudades ajedrezadas y ocasos amarillos y antiguos barcos para andar por la arena".

Jorge Luis Borges, Prólogo de Crónicas marcianas


"Los Largos Años" es un relato publicado originalmente en Maclean´s, bajo el título "Dwellers in Silence", el 15 de septiembre de 1948.

La guerra en la Tierra lleva más de 20 años y Marte es una tumba. Hathaway, otro tripulante de la cuarta expedición, está viviendo solo en el planeta rojo: su familia ha muerto y él los ha remplazado por robots. El Capitán Wilder (ahora coronel) regresa a Marte para ofrecerle volver a la Tierra, pero Hathaway muere antes de partir. Finalmente el grupo decide irse, pero resuelve no dejar a los robots “vivos”. Una persona de la expedición regresa a la casa de Hathaway con una pistola, pero rápidamente vuelve con el rostro transpirado, ya que se ve incapaz de matar a la familia de robots, aun sabiendo que no eran “humanos”.





jueves, 5 de julio de 2018

El Club del Relato

Ha sido creado un nuevo podcast titulado: "El Club del Relato" perteneciente al canal de IVOOX "La Nebulosa Ecléctica". Otro espacio más, abierto con el objetivo de promocionar, dar a conocer y/o divulgar textos de autores noveles. Si escribes y tienes algún cuento o relato al cual te gustaría poner voz y ambientación musical o sonora, no dudes en comunicarte conmigo en la siguiente dirección de e-mail: jomategu@telefonica.net Lo leeré y me pondré en contacto contigo. Inagura la sección un relato corto titulado: "Ella", escrito, narrado, producido y editado por JMT, el autor de este blog. Muchas gracias a tod@s por anticipado.

Azúcar y Chocolate

Azucar y Chocolate
David Sánchez-Valverde Montero


Una meningitis fulminante casi me mató a los catorce años. Casi; no lo consiguió, pero quedé invidente. Me he manejado en la vida aceptablemente bien. Primero con ayuda de mis queridos y difuntos padres; más tarde con el apoyo ocasional de hermanos y amigos. Los últimos cuarenta años en la compañía de tres cánidos excepcionales. El tercero de ellos, Teo, todavía está a mi lado. Muy viejo, como yo, pero aún aquí. Un labrador dorado de pelaje marrón claro, como caramelo ligero, en la cara dos ojos siempre solícitos, restallando de suprema bondad. Todo esto, claro está, no lo he visto nunca; pero lo dice a menudo el dueño de una churrería cercana a la que acudimos casi todas las tardes. 

Ya se acerca la hora del paseo. Suelo estar yo entonces escuchando la radio o el televisor, o si tengo fuerzas leyendo en Braille algún libro. Teo se acerca, unos pasos leves, casi un chapoteo sobre el parquet, después su cabeza se restriega contra mi muslo, el hocico húmedo y su boca que buscan mi mano, la chupa con su lengua áspera, ronronea, finge que llora el muy bribón y mis dedos encuentran su costado caliente, vivo y palpitante, para luego acariciar su mullido cuello. Me incorporo y le coloco el correaje. Resopla de alegría, ladra un par de veces, se mete entre mis piernas, siento su ya deshilvanado pelaje aun a través del pantalón, casi me hace caer. Cuando recuerdo que es un privilegio tenerlo a mi lado, sonrío. Olvido hacerlo a veces, si la melancolía, sobre todo en invierno, se ha acumulado en mi pecho a esa hora crepuscular.
Como siempre, Teo gruñe durante todo el trayecto de bajada en el ascensor. Tranquilo…, le digo. No sirve de nada. Llegamos al descansillo del portal y tira un poco de mí, mi bastón revuelve las sombras, su puntero vibra en mi mano como un código Morse en la oscuridad. Alcanzamos la calle. Entonces, él se calma, me acompaña dócilmente y en silencio, una calma que nunca consigue equilibrar la avalancha de sonidos y sensaciones que me trae el exterior. Ya en el portal me alcanzaba una vibración atenuada, pero nada más abrir la puerta, se rompe la burbuja y todo accede de golpe. 

Me cuesta unos segundos encajar tanta realidad, tanto presente, tanto ahora. Inspiro, es otoño y el aire ya es frío, aunque no helador. Lo retengo un poco en el pecho pues me ayuda a recuperarme después de la conmoción, del impacto contra la ciudad. Teo espera a mi lado. Un viento ligero y húmedo se desliza por mi cuello, y la oscuridad comienza a esbozar formas, límites, a entregar sonidos, movimientos, vibraciones. La verdad es que hace muchos años que rara vez siento miedo; siento muchas otras cosas. Varios niños pasan correteando a nuestro lado, Teo da un casi imperceptible respingo, el aire que mueven me alcanza, sus voces infantiles se alejan y son sepultadas por el bufido del autobús que ha parado en la acera de enfrente, puede rescatarse el trino de algún pájaro si uno aísla los sonidos lo suficiente, pero el bús ya arranca, ahora un perfume dulzón que sigue a un rítmico taconeo lo vela todo por completo, para ser desplazado de golpe por el rugido incisivo de una moto que pasa cerca, demasiado cerca, un humo sucio me impregna la garganta. Alejémonos de tanto ruido, Teo. 

miércoles, 4 de julio de 2018

Textos Completos

Han sido incluidos en cada una de las entradas correspondientes a los audios de "Cuentos y Relatos" y "Cuentos Inolvidables" el texto íntegro de cada cuento o relato. Es la traducción sobre la cual se ha realizado cada narración. El texto se puede leer haciendo clic en el link "Sigue leyendo" justo debajo y a continuación del reproductor de IVOOX. ¡Saludos y gracias a tod@s!

martes, 3 de julio de 2018

El Barril de Amontillado

"El barril de amontillado" (título original en inglés: "The Cask of Amontillado"), también conocido como "El tonel de amontillado", es un cuento del escritor estadounidense Edgar Allan Poe publicado por primera vez en 1846.

En plenos carnavales de alguna ciudad italiana del siglo XIX, Montresor busca a Fortunato con ánimo de vengarse de una pasada humillación. Al hallarlo ebrio, le resulta fácil convencerlo de que lo acompañe a su palazzo con el pretexto de darle a probar un nuevo vino. Lo conduce a las catacumbas de la casa, y allí consuma su venganza.

"El barril de amontillado" es uno de los relatos de la etapa final en la vida de Poe (1846), escrito sólo poco tiempo antes del inicio de su declive definitivo, marcado por la muerte de su mujer, Virginia Clemm, en enero de 1847. Una primera lectura de "El barril de amontillado" ya nos revela dos aspectos fundamentales. El primero, su perfección narrativa: el autor en ese momento era dueño de todas las herramientas y resortes de su oficio; el segundo, que había culminado en él un largo proceso de desencanto vital y degradación moral, si bien esto último, evidentemente, no iba en menoscabo de la excelencia artística, sino más bien al contrario.

Es la historia de una horrible venganza, si es que alguna no lo es. ¿Qué pudo mover al autor a su composición? Nos encontramos, desde luego, a años luz del muchacho genial que había escrito vaporosos poemas románticos en los que retrataba un mundo ideal de palacios encantados y bellísimas heroínas ultraterrenas. La maligna inteligencia, el humor negro, la punzante ironía, y hasta el sadismo gratuito en la conducta del vengador Montresor, revelarían en su autor, probable aunque no necesariamente (pero hemos de tener en cuenta, decimos, el momento y las circunstancias en que el relato fue escrito), grandes dosis de dolor y frustración mal asimilados, una aguda conciencia de fracaso, así como, acaso, la voluntad de dejar al porvenir algún terrorífico mensaje subliminal, y todo bajo un tratamiento acusadamente alegórico.

Por el tema de la venganza, por el personaje del bufón y alguna otra coincidencia, existe otro relato del final de su carrera que es hermano de éste. Se trata de "Hop-Frog", uno de los últimos que escribió, y en el que un Poe ya definitivamente cansado y desairado por la vida y sus penurias, y no poco por sus críticos —aquellos que le criticaban y a los que él mismo había vilipendiado de lo lindo—, se aparta voluntariamente de sus grandes hazañas artísticas e intelectuales —de la invención del relato policial y el de ciencia-ficción, de "El coloquio de Monos y Una" y "El poder de las palabras", con su apabullante metafísica sensible, del admirable muestrario del horror por el horror que representan "El gato negro", "La verdad sobre el caso del señor Valdemar", "El pozo y el péndulo" o "El corazón delator"—, para entregarse nuevamente, como en "El barril de amontillado", a un lamentable, aunque en modo alguno torpe, simulacro de revancha contra el mundo, la única finalmente en su mano.

Se conocen muchas y variadas interpretaciones, incluso psicoanalíticas (son sumamente habilidosas las debidas a la tratadista freudiana Marie Bonaparte), tendentes a interpretar la venganza del malvado Montresor. De lo menos que ha sido calificado el personaje en sí mismo, así como el autor por inventarlo, es de loco, sociópata o degenerado. Pero todas esas interpretaciones dejan fuera lo más importante, por tratarse de una obra literaria: las indudables virtudes artísticas, tanto de estilo como de estructura narrativa (una expresión que seguramente a Poe le hubiese agradado), que atesora el relato.

"El barril de amontillado" es un cuento maestro del género de suspense. No se puede ser más moderno en 1846. Tampoco puede generarse tanto dramatismo con tan pocos recursos, con elementos tan ligeros, con una concisión tan acusada. En cuanto a la musicalidad, una faceta de los relatos de Poe que no se ha estudiado suficientemente, debe destacarse la gran habilidad con que delineaba el escritor las curvas de interés dramático, la atenuación, el tempo llano, el crescendo, hasta la culminación y el clímax; en el caso que nos ocupa, más bien una vía muerta.

“El barril de amontillado” trata de la venganza de Montresor a Fortunato. Montresor, cansado de injurias de Fortunato, explota cuando éste, deducimos, insulta al apellido de su familia. Decide tomar revancha en plena locura de carnaval y elabora un plan para, finalmente, cometer su tan ansiado propósito y limpiar su honra. Mientras tanto, Montresor utiliza como máscara la sonrisa fingida (elemento carnavalesco) para no levantar sospechas en Fortunato, de lo que pretendía hacer. Montresor sabía que el punto débil de Fortunato era su sinceridad en cuanto se trataba de vino. Al momento del encuentro, en la descripción de la vestimenta se aprecian las disparidades carnavalescas, ya que la ropa que estaban utilizando no era la habitual de todos los días. Fortunato estaba vestido de payaso y en su traje se podían apreciar cintas de colores. Además, en el relato se detalla que él estaba coronado con un sombrerillo cónico adornado con cascabeles (Coronación burlesca). Una característica del carnaval es el “mundo al revés” y en el texto puede manifestarse cuando, en el momento en el que efectivamente Fortunato y Montresor se encuentran, este último le dice: “Pero ¡qué buen aspecto tiene usted hoy!”. Por otro lado, también debemos mencionar que en esta parte del relato se manifiesta el cronotopo del encuentro y el camino. Luego Montresor comienza a tentar a Fortunato diciéndole que había recibido un barril de amontillado. Cuando Montresor se deja llevar a su palazzo por Fortunato, se coloca un antifaz de seda negra, aquí tenemos el enmascaramiento nuevamente, pero esta vez, explícito. Pudimos notar un contraste entre la vestimenta colorida de Fortunato y el antifaz negro de Montresor, reflejando, quizás las verdaderas intenciones oscuras y sombrías de este. Al llegar al palazzo, los criados no se encontraban allí (igualdad de jerarquía). Montresor y Fortunato se dirigen hacia la bodega, que anteriormente era un cementerio subterráneo (profanación). Para llegar a esta última, debían descender por un abovedado pasaje (catábasis). Es entonces, cuando se hace presente el cronotopo del “umbral” en el que se desarrolla el resto del cuento y, por ende, es el cronotopo predominante. Durante el trayecto, en la búsqueda del amontillado, Fortunato comienza a toser y Montresor, mediante elogios, le ofrece la oportunidad de volver en varias ocasiones. No obstante, Fortunato se niega a todas ellas y quiere seguir el camino a pesar de su malestar, “No me matará. No me moriré de tos”, dice el personaje a modo de premonición. Montresor se encarga de que Fortunato esté lo menos ebrio posible. A modo de burla implícita, Montresor brinda por la larga vida de Fortunato. Posteriormente, Montresor habla del escudo de armas de su apellido, el que lleva la inscripción “nemo me impune lacessit” (nadie me hiere impunemente), haciendo otra de las tantas advertencias. Este recurso llamado “puesta en abismo” se refiere a un elemento que nos anticipa el contenido de todo el relato, en este caso es la divisa del apellido Montresor mencionada anteriormente. En las catacumbas, hasta llegar a la última cripta, se puede apreciar una constante catábasis: “Pasamos por debajo de una serie de bajísimas bóvedas, bajamos, avanzamos luego, descendimos después y llegamos a una profunda cripta”. En una oportunidad, Montresor le muestra a Fortunato una paleta de albañil, signo de su “pertenencia” a la masonería y, por otro lado, Fortunato levanta su antorcha “casi consumida”. Ambas situaciones pueden entenderse como una advertencia y un anticipo del fatal desenlace que le espera. El destronamiento se da, en el gemido apagado que Fortunato produce luego de ser encadenado, demostrando un cambio de estadío emocional que lo evidencia. Este último emitía carcajadas e insistía en que todo se trataba de una broma (risa carnavalesca). En un momento Fortunato dejó de reírse, ya no contestaba ante los llamados de Montresor y este introdujo una antorcha que dejó caer en el interior de donde había dejado encerrado a Fortunato. Suponemos que se trata del fuego carnavalesco, que aniquila y renueva el mundo, ya que al terminar Montresor con su trabajo de albañilería, todo sigue como estaba antes: “Durante medio siglo, nadie los ha tocado.”





domingo, 1 de julio de 2018

Aguas Oscuras

Aguas Oscuras
Vicente Ortíz Guardado


Empecé a contar mentalmente hasta tres. Al principio me faltaba el aire, pero conforme fui tranquilizándome comencé a respirar un poco mejor. Olía mal, pero cada pequeña bocanada de aire que entraba en mis pulmones era una pequeña victoria. Cuando recuperé la respiración y mis ojos se acostumbraron a la casi total ausencia de luz me centré en el siguiente problema, salir de allí. A duras penas repté durante un tiempo indefinido y cuando noté que llevaba un buen rato bajando, sentí que la tensión se acumulaba en mis sienes dándome pequeños pinchazos.

Paré unos minutos para recuperar fuerzas y cuando proseguí, la especie de galería en la que me encontraba comenzó a hacerse más grande y en horizontal. Aunque sentía el mismo agobio que al principio, ya me había habituado a respirar siguiendo una secuencia y también la tensión en mi cabeza empezaba a desaparecer. Por la tierra que se pegaba en mis codos y mis rodillas deduje que estaba sangrando. Me picaban mucho los ojos, hasta los lagrimones que recorrían mi cara parecían barro imposible de limpiar.

Mis fuerzas me habían abandonado casi por completo cuando aprecié que al fondo había algo de luz. No sé de dónde saqué la energía, pero aceleré la marcha dando gritos a cada avance. El dolor en los codos era insoportable, pero tenía que llegar cuanto antes al fondo.

Un, dos, tres... decía una y otra vez antes de gritar y respirar. El tamaño de la galería aumentó a tal punto que pude empezar a caminar más deprisa a cuatro patas. Mis brazos temblaban de cansancio porque no podía estirarlos por completo sin darme golpes en la cabeza, pero estar cada vez más cerca de la fuente de luz, hizo que una mueca parecida a una sonrisa apareciera en mi cara. Como la anchura de la galería daba para girarme, pude tumbarme bocarriba para descansar. Tanto me relajó cambiar de postura que me quedé dormido. No sé cuánto tiempo pasó, pero algún pequeño roedor recorrió mi pecho a una velocidad endiablada y me devolvió a la cruda realidad. Cuando me dispuse a proseguir, un nuevo varapalo me sacudió; no había nada de luz. Me encontraba sumido en la más absoluta oscuridad. Aun así, seguí mi marcha sin saber dónde cómo o cuándo terminaría mi calvario. Tenía la boca pastosa y una sed de mil demonios, pero los codos me dolían menos. Con mucho esfuerzo, unos minutos después llegué a la desembocadura del túnel. No veía el fondo y como tampoco tenía espacio para girarme e intentar bajar de pié, decidí esperar a que llegara de nuevo la luz, si es que ésta llegaría en algún momento. Volví a quedarme dormido unos minutos, puede que unas horas.