viernes, 30 de noviembre de 2018

La Mujer Imaginaria


"La Mujer Imaginaria" 
    Wilson

Cuando salí de la estación del metro ya estaba oscureciendo, cerca de las seis de la  tarde. Caminé las cinco cuadras de siempre, me distraje con los ruidos del bar El acuario, y doblé al llegar a la esquina. La vi mientras me acercaba a la entrada de mi edificio. Allí estaba, encogida, al amparo de una farola parpadeante, recién encendida. Una mujer en el suelo, llorando, un tacón roto, un pequeño corte en el brazo derecho, maquillaje corrido, un hilo de saliva rojiza pendiendo de la comisura de sus labios. 

Tras el asombro inicial, me aproximé a la mujer. Le pregunté si deseaba que la llevase al hospital, que llamara a una ambulancia, a la policía o a alguno de sus familiares. Me dijo que no. Me dijo estoy bien, sólo necesito calmarme, tomar agua o té. Le ayudé a levantarse. Pensé en invitarla a pasar. Pensé en que si lo hacía, ella pensaría mal de mí. Volví a mencionar la palabra hospital o clínica. No, gracias. Una cafetería, un bar, un almacén, quizá. Está bien, respondió. Ya no tengo ni un duro en los bolsillos, recordé. Le dije que me esperara, que subiría a mi departamento a buscar el dinero. Me sujetó el brazo de repente. Me ruega que no la deje sola (con los ojos, sobre todo). ¿Quiere subir? 

Ella se sentó en una esquina del sofá. Aún tiritaba. Me dijo que no me molestara, que un vaso de agua estaría bien. Se lo llevé. Lo bebió despacio. Ya no parecía asustada. Miraba el resto de la estancia, la ventana, su vestido, con cierto asomo de apatía. 

Me dijo que se llamaba Nicole; aunque bien se pudo haber llamado Marta, Shirley, María, Paula, Mónica, Angélica, Camila, Hortencia o, incluso, Mario. No importa. Pero a esta mujer le llamaremos Nicole. 

—También tengo té. 

—Estaría bien, gracias. 

Me fui a la cocina a preparar la bebida. Cuando regresé a la sala, el sofá estaba vacío. «Se marchó», me dije. Tomé asiento. Entonces pude escuchar, desconcertado, el agua caer. La desconocida estaba duchándose, al parecer. Me bebí de un trago media taza, humeante.


Erckmann-Chatrian

Erckmann-Chatrian era el nombre con el que firmaban sus obras los dramaturgos y narradores franceses Émile Erckmann (1822-1899) y Alexandre Chatrian (1826-1890), cuyos libros fueron escritos a medias, con ciertos matices.

Ambos nacieron en el Departamento de Mosela, en la región de Lorena, en el extremo noreste de Francia. Se especializaron en historias militares y en relatos de fantasmas, siempre con un cierto toque campechano y humorístico, que ambientaban preferentemente en zonas rústicas de los montes Vosgos y de su Lorena natal, para lo que utilizaban técnicas inspiradas en los cuentistas de la vecina Selva Negra alemana.

Se conocieron en la primavera de 1847 y su amistad perduró hasta que se pelearon abruptamente en 1886, después de lo cual no volvieron a aparecer historias firmadas por ambos escritores. Chatrian murió en 1890, y entonces Erckmann publicó varias piezas con su propio nombre. Cuentos de horror sobrenatural que se hicieron famosos más allá de las fronteras francesas fueron "El sueño del primo Elof", "El burgomaestre embotellado" y "Hugo el lobo". Estos dos autores fueron grandemente valorados por el importante escritor de relatos de fantasmas inglés M. R. James.

En 1871, con el Tratado de Fráncfort, Alsacia Lorena se ven anexionadas a Alemania Erckmann abandona en 1872 Phalsbourg, ahora alemán, y marcha a París. En parte debido a su republicanismo, fueron alabados asimismo por Victor Hugo y Émile Zola, y atacados fieramente en las páginas del diario Le Figaro. Ganaron popularidad desde 1859 por sus sentimientos nacionalistas, antimilitaristas y antialemanes, y fueron varias veces best-sellers, si bien no dejaron de tener problemas con la censura política a lo largo de toda su carrera.

Se señala que las narraciones fueron escritas en su mayor parte por Erckmann, y los dramas por Chatrian, como se hizo patente ya desde 1872, cuando la invasión alemana repercute en sus vidas.

Todos los veranos se celebra un festival en honor de los Erckmann-Chatrian en la ciudad natal de Erckmann, Phalsbourg (o Pfalzburg), donde se encuentra un museo militar en el que se exhiben varias ediciones originales de sus obras.

En español fue muy traducido en la década de 1920 hasta 1940 por Calpe (El amigo Fritz, La invasión, Cuentos del Rhin, 'Hª de un quinto de 1813). Y se encuentran disponibles actualmente las siguientes ediciones: Hugo el Lobo y otros relatos de terror , La invasión o el loco Yégof (ambas en Editorial Valdemar), El amigo Fritz (en Troa) así como los Cuentos de las Orillas del Rin (Penguin, 2017. ISBN: 9788491053569).

jueves, 29 de noviembre de 2018

Alicia en el País de las Maravillas

"Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas", comúnmente abreviado como "Alicia en el país de las maravillas", es una novela de fantasía escrita por el matemático, lógico, fotógrafo y escritor británico Charles Lutwidge Dodgson, bajo el seudónimo de Lewis Carroll, publicada en 1865. La historia cuenta cómo una niña llamada Alicia cae por un agujero, encontrándose en un mundo peculiar, poblado por humanos y criaturas antropomórficas. El libro juega con la lógica, dando a la novela gran popularidad tanto en niños como en adultos. Está considerada una de las mejores novelas del género del Sinsentido. Su narrativa y estructura, junto con sus personajes, han sido una gran influencia tanto en la cultura popular como en la literatura, sobre todo en el género fantástico.

En esta obra aparecen algunos de los personajes más famosos de Lewis Carroll, como el Conejo Blanco, la Liebre de Marzo, el Sombrerero, la Oruga azul, el Gato de Cheshire o la Reina de Corazones;​ quienes han cobrado importancia suficiente como para ser reconocidos fuera del mundo de Alicia.

Solo se conservan 23 copias de la primera edición de 1865, de las cuales 17 pertenecen a distintas bibliotecas, y las restantes forman parte de las colecciones privadas de algunos lectores. El libro tiene una segunda parte, menos conocida, llamada A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (Through the looking-glass, and what Alice found there, de 1871). Varias adaptaciones cinematográficas combinan elementos de ambos libros.

La obra ha sido traducida a numerosos idiomas, incluido el esperanto. En 1998, un ejemplar de la primera edición del libro se vendió en subasta por la suma de 1,5 millones de dólares, y se convirtió así en el libro para niños más caro hasta ese momento.

El siguiente audio es una versión abreviada de esta maravillosa historia que ha sido versionada en infinidad de ocasiones.

Lewis Carroll

Charles Lutwidge Dodgson (Daresbury, Cheshire, Reino Unido, 27 de enero de 1832-Guildford, Surrey, Reino Unido, 14 de enero de 1898), más conocido por su seudónimo Lewis Carroll, fue un diácono anglicano, lógico, matemático, fotógrafo y escritor británico. Sus obras más conocidas son Alicia en el país de las maravillas y su continuación, A través del espejo y lo que Alicia encontró allí.

Los antepasados de Dodgson procedían principalmente del norte de Inglaterra, con algunas conexiones irlandesas. Conservadores y miembros de la High Church anglicana, la mayoría de ellos se dedicaron a las dos profesiones características de la clase media-alta inglesa: el ejército y la Iglesia. Su bisabuelo, llamado también Charles Dodgson, su abuelo, otro Charles, fue capitán del ejército y murió en batalla en 1803, cuando sus dos hijos eran todavía muy pequeños.

El mayor de ellos —también llamado Charles— escogió la carrera eclesiástica. Estudió en Westminster School y más tarde en Christ Church, Oxford. Con grandes dotes para las matemáticas, obtuvo una doble titulación que prometía ser el comienzo de una brillante carrera académica. No obstante, el futuro padre de Lewis Carroll prefirió, tras casarse en 1827 con su prima, convertirse en párroco rural.

Su hijo Charles nació en la pequeña parroquia de Dareso, en Cheshire. Fue el tercero de los hijos del matrimonio Dodgson, y el primer varón. Después seguirían ocho hijos más y, lo que resulta más insólito para la época, todos ellos —siete chicas y cuatro chicos— sobrevivirían hasta la edad adulta. Cuando Charles tenía once años, su padre fue nombrado párroco de la localidad de Croft-on-Tees, en North Yorkshire, y toda la familia se trasladó a la espaciosa rectoría que sería la morada familiar durante los siguientes 25 años. Dodgson padre fue haciendo progresos en el escalafón eclesiástico: publicó varios sermones, tradujo a Tertuliano, se convirtió en archidiácono de la catedral de Ripon y tomó parte activa en las apasionadas discusiones que por entonces dividían a la Iglesia de Inglaterra. Era partidario de la High Church y favorable al anglo-catolicismo; admiraba a John Henry Newman y al movimiento tractariano, e hizo lo que pudo para transmitir a sus hijos sus puntos de vista.

Cómo se Salvó Wang-Fo

El anciano sabio Wang-Fô es un extraordinario pintor. Tanto, que es capaz de hacer que todo lo que pinta cobre vida dentro de sus cuadros. Pero la belleza de sus pinturas terminará creando problemas a Wang-Fô, que despertará los celos del Emperador. Cómo se salvó Wang-Fô es un delicioso cuento oriental que nos enseña a descubrir el verdadero valor de la belleza en el arte y nos ayuda a comprender el escaso valor de las cosas materiales. 

"Cómo se salvó Wang-Fô" es un cuento. Un cuento chino, que se desarrolla en la época de los Hang. Un cuento contado, magistralmente, uniendo dos artes como son la pintura y la palabra, de tal manera que en este caso, las palabras no solo pintan el imaginario de la persona que lee o escucha, sino que nos envuelven en la forma que tiene de mirar el mundo un gran pintor como es el protagonista Wang-Fô.

Nos cuenta, por ejemplo al principio, que los ladrones no entraban en las casas donde este pintor hubiera pintado perros guardianes, y que cualquier caballo que apareciera en sus pinturas estaba atado para que no escapara lienzo adentro. Narran y describen. Describen y pintan. Pintan y cuentan. 

En este hermoso cuento oriental conocemos las erráticas andanzas del anciano pintor Wang-Fô y su discípulo Ling, perdidos por los caminos del reino de Han hasta que el Emperador, Dragón Celeste, ordena su arresto. Una vez en palacio el mandatario confiesa al artista que el motivo de su condena es que no puede permitir que sus pinturas sean más hermosas que la realidad. El castigo a tal enorme osadía es terrible: se le cortarán las manos inmediatamente. Pero Wang-Fô tiene una brillante idea para escapar... Publicado originalmente en Nouvelles Orientales, la autora confesó en diferentes entrevistas que estaba inspirado en un apólogo taoísta. La pintura y la palabra se funden en un solo lienzo gracias a una de las plumas más importantes del siglo XX.

martes, 27 de noviembre de 2018

Cuentos Orientales

Cuentos Orientales (en francés, Nouvelles orientales) es una colección de historias cortas creada por la escritora Marguerite Yourcenar. Las historias comparten conscientemente una forma mitológica; algunos están basados en leyendas y mitos preexistentes, mientras que otros son nuevos. La historia "Cómo se salvó Wang-Fo " fue adaptada a un cortometraje animado por René Laloux en 1988.

El libro fue publicado en 1938 por Éditions Gallimard. Fue publicada en español por la editorial punto de lectura en 2011, con la traducción de Emma Calatayud.

Estos Cuentos orientales son leyendas atrapadas al vuelo, fábulas que forman un edificio aparte dentro de la obra de Marguerite Yourcenar, como una valiosa habitación íntima dentro de un palacio. La realidad, el sueño y el mito hablan aquí un lenguaje que se renueva en cada una de las distintas narraciones. En ellas arde el deseo y la pasión, una llama repentina que surge del contraste entre la intensidad de lo narrado y la brevedad de la forma. De China a Grecia, de los Balcanes al Japón, estos cuentos acompañan al viajero como otras tantas claves de una música especialísima, procedente de un mundo distinto que no es otro sino ese espacio, acotado pero amorosamente compartible, que todo libro de Marguerite Yourcenar propone emocionadamente a su lector.

Algunas de las páginas más inolvidables de M. Yourcenar se encuentran en este breve libro, publicado inicialmente en 1938, vuelto a publicar -muy corregido, según era costumbre en la autora- cuarenta años más tarde. Buena parte de los textos que contiene reescriben leyendas antiguas: un apólogo taoísta, baladas medievales de los Balcanes, un mito hindú o la novela japonesa del siglo XI Genghi Monogatari. Ello le da al conjunto un aire tradicional que aumenta la capacidad de seducción de estas ficciones. "Cómo se salvó Wang-Fó", la historia del pintor que se salva desapareciendo en una de sus obras, es quizá la más hermosa de todas. Pero no hay relato en el libro que no resulte memorable, unas veces por su delicada melancolía, como "El último amor del príncipe Genghi", y otras por la rudeza bárbara del mundo que se describe, como "La sonrisa de Marko" o "La viuda Afrodisia". 




Marguerite Yourcenar

Marguerite Cleenewerck de Crayencour (Bruselas, Bélgica; 8 de junio de 1903-Bar Harbor, Mount Desert Island, Maine, Estados Unidos; 17 de diciembre de 1987), conocida como Marguerite Yourcenar (primero seudónimo, inventado con las letras de "Crayencour" menos la "c", y luego de nacionalizarse, nombre oficial), fue una novelista, poetisa, dramaturga y traductora francesa nacionalizada estadounidense en 1947. Sobresale por sus novelas históricas escritas con un tono poético y rasgos de erudición.

Una de las más respetadas escritoras en lengua francesa, publicó novela, ensayo, poesía y tres volúmenes de memorias familiares, que tuvieron una gran acogida por parte de la crítica y los lectores. Su obra más famosa es la novela histórica Memorias de Adriano (1951).

Marguerite Antoinette Jeanne Marie Ghislaine Clenewerck de Crayencour nació en Bruselas (Bélgica). Su madre, Fernande de Carttier de Marchienne,​ que provenía de una familia aristocrática belga, murió a los diez días de su nacimiento por complicaciones en el parto, y la niña fue educada por su padre, Michel-René Clenewerck de Crayencour, que tenía 50 años cuando ella nació y que provenía de una familia aristocrática francesa. Hasta los 10 años vivieron en la casa familiar regentada por la abuela paterna Noemi Dufresne, en el norte de Francia, Mont Noir, en Saint-Jans-Cappel (región Nord, actual Hauts de France (fr) ), cerca de la frontera con Bélgica. Yourcenar leía a Racine y a Aristófanes a la edad de ocho años. Su padre le enseñó latín a los 10 y griego clásico a los 12. Después de la muerte de su abuela en 1910, su padre vendió la propiedad familiar en 1913, en contra de la opinión de su otro hijo Michel-Joseph, fruto de un matrimonio anterior y adquirió una casa de verano en Ostende. A partir de entonces la niñez de Marguerite transcurrió entre Lille, la casa de Ostende y largas estancias en la costa azul en Menton o Montecarlo, donde su padre acudía con asiduidad porque era muy aficionado al juego.

Los combates de la Primera Guerra Mundial les obligan a huir de Ostende y refugiarse en Londres. La casa de Ostende es destruida y antes del fin de la guerra se trasladan a París. En medio del ambiente belicista y antialemán que se vive allí, su padre le da a leer las obras de Romain Rolland, ferviente pacifista, que le causan una impresión perdurable. Después de la guerra se trasladan a Montecarlo, con frecuentes viajes a Italia y a Suiza, en Montreux o Lausana, donde su padre acaba instalándose cuando le diagnostican el cáncer que acabaría con su vida poco después.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Antología de Relatos

Esta reseña es una Antología o selección de relatos cortos policiacos del autor Dashiell Hammett.

Samuel Dashiell Hammett (27 de mayo de 1894 – 10 de enero de 1961) fue un escritor estadounidense de novela negra, cuentos cortos y guiones cinematográficos, además de activista político. Entre los personajes más recordados que creó se encuentran Sam Spade (El halcón maltés), la pareja de detectives Nick y Nora Charles (El hombre delgado) y el agente de la Continental (Cosecha roja). También escribió bajo los seudónimos de Peter Collinson, Daghull Hammett, Samuel Dashiell y Mary Jane Hammett.

Hammet empezó a escribir relatos breves para revistas en 1922 por pura necesidad: una tuberculosis grave le impedía seguir trabajando en la agencia de detectives Pinkerton y le obligaba a ganarse la vida con algún oficio que no exigiera continuidad ni grandes despliegues físicos. Tenía 28 años, una mujer de 25, una cría recién nacida y recibía apenas 80 dólares mensuales por su invalidez provocada en la I Guerra Mundial. Apenas diez años después era el escritor más popular de su tiempo, referencia inexcusable de la literatura negra contemporánea.
Él empezó a contar cuentos sólo porque tenía que llegar, y no lo decimos en sentido filosófico, a fin de mes, porque tenían que comer él y los suyos, porque era imprescindible sobrevivir. Vamos, que si no hubiera sufrido esa tuberculosis galopante que le limitaba, si no se hubiera casado en esas condiciones, si no hubiera tenido una hija tan pronto y hubiera seguido trabajando como detective para la agencia Pinkerton con la que ganaba bastante más que eso 80 dólares al mes, posiblemente no tendríamos en nuestras manos ni estos cuentos ni en nuestro universo individual sus cinco grandes, inmensas, novelas.




Corazón Delator

"Corazón Delator"
Jull Antonio Casas Romero


Esa ultima noche parecía especialmente larga, en un lento discurrir en el tiempo, con el ocaso agonizante e irreal del viento muerto que acariciaba la piel en parsimonia final. Era tanto como arrastrarse tras haber disfrutado del último sacrificio vital, con retazos de lluvia temblando como el fulgor de las estrellas, un plenilunio sin crepúsculo, ultimando los recuerdos, dejando en suspensión la vida que no iba a ser tomada de nuevo y que quedaría abandonada en espera de un alma sin dolor, llena de tristeza y vacía de sentimiento; Las calles eran extrañas solo se sentía el rumor de las criaturas convocadas, que seguían pidiendo lastimeramente despojos del festín que noche a noche mitigaban mis ansias de licor prohibido, de vida mutilada por el destino, de dolor acumulado, siglos tras siglos en esta cárcel infinita que me ata a ti, a tus deseos. Si, a tu luz, tu oscuridad, tu hambre, tu fugaz pasión: Tus insomnes afanes por delegar la eternidad en mi vida, que está perdida para siempre. 

Temblaban mis dedos aferrando el ultimo trozo sangriento que te llevaba, lo pediste para complacer el ansia de tus sentidos incontinentes, casi me dolía el alma, pues mi hambre eterna clamaba por devorar ese vestigio que llevaba en las manos. La sangre teñía mis miembros con la marca infamante de tus deseos y la tibieza del corazón que latía débilmente al irse apagando; Su fuerza se debilitaba poco a poco, en un agónico palpitar de corazón arrancado, su cuerpo deliraba cuando aún gritaba tu nombre, sin saber que me habían enviado para cortar el hilo de su eterno pecado.

En la mente recuerdo como llegué hasta tus ojos, en ese día de otoño cuando despertaste por primera vez con mis deseos eternos, cuando me enseñaste a sufrir sin poder controlar el proceso de aquel sentimiento voraz; Aquel día comprendí que debía realizar tu voluntad, recuperar la señal que me quitaste cuando nací a la noche fugaz y supe que no escaparía de la vorágine que acababa de desterrarme, con un dolor más dulce de mi eterno renacer, sin luz y sin amor. El corazón pugnaba por escapar de mis manos, por llegar hasta ti rápidamente, unirse en tu cuerpo con aquel sentimiento creado en una tarde maldita siempre señalada como la hora de tus pasiones perdidas; Esta vez latía más fuerte, se sentía en la calle el sonido de sus palpitaciones ansiosas y extrañas, la víscera viscosa se resbalaba de mis manos, casi quería arrastrarme a otra dirección que no era la indicada y no pude más que tratar de esconderla entre mis ropas, pero al punto se revolvió expulsando su ultimo chorro de sangre hacia la calle, delatando totalmente su presencia, hacia el viento, hacia la noche.

No pude mas, no pude soportar la agonía de sus deseos, arroje el órgano maldito a la cuneta, para así dejar de sentir aquel terror que inspiraba su diabólica presencia, pero empezó a latir mas fuerte, casi tanto como cuando lo vi aun en su portador original por vez primera y este acepto su destino y sabia a que venía, que no importaba nada más en su destino, solo el despertar de la mañana en las manos de la persona predestinada, y luego abrió su pecho y se arrancó el corazón para ofrecérmelo en tributo sagrado.

Tuve que cogerlo de nuevo, no, miento, quise recogerlo de nuevo pero el corazón sanguinolento resbalo otra vez de mis manos temblorosas, casi sentía su lucha en mis dedos y no pude atraparlo, diriase que la vida retornaba por instantes a él; Entonces sentí la presencia del amanecer despertando en mi cuerpo perdido, solo el saber que eso no era posible, que me habías prometido la recompensa apaciguó mis temores, entonces te vi, estabas buscándome, reclamando mi demora, te vi acercándote en la oscuridad, con esa presencia fosforescente que tienes en los ojos, como cuando me descubres escondido en el sótano, terminando el festín nocturno; Te acercaste y viste el corazón exánime, tu mirada de nuevo me envolvió y sentí que dirigías hacia mi el reproche de la demora y el agradecimiento del amor. Te acercaste el corazón y lo tomaste con delicadeza, abriste mi pecho con tus garras y me pusiste aquel corazón delator que deseabas tener a tu lado para siempre. Entonces comencé a sentir aquel amor olvidado, por fin mi cuerpo prestado tenía corazón y quise agradecerte con una mirada, una mirada que pronto, lo sabía, tú lo habías prometido, tendría por fin ojos para verte.

Donde su Fuego Nunca se Apaga

“Me piden el cuento más memorable de cuantos haya leído. Pienso en “El escarabajo de oro” de Poe, en “Los expulsados de Poker-Flat” de Bret Harte, en “Corazón de la tiniebla” de Conrad; en “El jardinero” de Kipling –o en la “La mejor historia del mundo”–, en “Bola de sebo” de Maupassant, en “La pata de mono” de Jacobs, en “El dios de los gongs” de Chesterton. Pienso en el relato del ciego Abdula en “Las mil y una noches”, en O. Henry y en el infante don Juan Manuel, en otros nombres evidentes e ilustres. Elijo, sin embargo –en gracia de su poca notoriedad y de su valor indudable– el relato alucinatorio “Donde su fuego nunca se apaga”, de Mary Sinclair.

Recuérdese la pobreza de los Infiernos que han elaborado los teólogos y que los poetas han repetido: léase después este cuento.

Jorge Luis Borges

"Donde su fuego nunca se apaga" (Where Their Fire is Not Quenched) es un cuento publicado en 1923; relata una visión extraordinaria, y aterradora, de la arquitectura circular del infierno.

Este cuento imagina el Infierno como un espacio no dantesco, un lugar donde no habitan demonios y fuegos inacabables, sino la rutina y la pobreza, la condena de repetir algo “ad infinitum”, en este caso una relación amorosa prohibida. 

Harriet Leigh, la protagonista, ama al teniente de marina George Waring. George parte hacia alta mar; su barco naufraga y él muere. Luego de cinco años, una nueva relación se disuelve; Stephen Philpotts, pretendiente de Harriet, elige a otra mujer. Finalmente, entra en escena Óscar Wade, el hombre con quien Harriet sostendrá una relación amorosa, a pesar de que él está casado. Cuando comparten dos semanas en París, Harriet se da cuenta de que estaban enamorados, y se aburrían mutuamente. En la intimidad, no podían soportarse. Sobreviene la ruptura y Óscar muere tres años después. Pasan los años y Harriet se convierte en abnegada secretaria del párroco del Hogar para Jóvenes Caídas. Cuando llega el momento de su muerte, pide la confesión, pero decide no revelar su relación con Óscar. 

Harriet muere; el cuarto se rompe en pedazos y ella parece comenzar a viajar en el tiempo por varios espacios: la iglesia, el cuarto de París, la casa donde vivía con su padre. Se encuentra con personas que al principio le parecen familiares y que terminan siendo Óscar Wade. Ella cree que si logra “huir” más atrás en el tiempo podrá salvarse del fantasma de su amante. Pero Óscar le dice que no hay escape posible. Harriet retrocede en el tiempo hasta su encuentro con George Waring, pero el hombre que la espera es Wade. Allí, él le dice: “Crees que el pasado afecta al porvenir; ¿no pensaste nunca que el porvenir afecta el pasado?”. Y luego, cuando Harriet dice que todo se acabará cuando estén muertos, Wade responde: “¿No sabes dónde estamos? Ésta es la muerte. Estamos muertos, estamos en el Infierno” representado por el cuarto del hotel de París. Harriet retrocede hacia su infancia, su recuerdo más lejano. Recorre el lugar y se extraña de que en vez del portón de hierro haya una puerta gris. Cuando la abre, se encuentra otra vez en el corredor del hotel.

Fuentes:
http://narrativabreve.com/2013/10/cuento-preferido-borges.html#more-11872
http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/8811/pdf/88brescia.pdf

domingo, 25 de noviembre de 2018

May Sinclair

May Sinclair es el seudónimo por el que fue conocida la escritora británica Mary Amelia St. Clair (24 de agosto de 1863-14 de noviembre de 1946). Fue muy popular en su época y escribió cerca de dos docenas de novelas, además de relatos y poesía.​ Fue sufragista activa, miembro de la Women Writers' Suffrage League (Liga de escritoras sufragistas). Sinclair desarrolló asimismo una importante carrera como crítico literario en el ámbito de la poesía y de la prosa del modernismo anglosajón, y es a ella a quien se atribuye la utilización por primera vez de la expresión stream of consciousness (corriente de conciencia o monólogo interior) en un contexto literario, concretamente dentro de sus comentarios a los primeros volúmenes de la novela Pilgrimage (Peregrinación) (1915–67), de Dorothy Richardson, comentarios que aparecieron en la revista The Egoist, en abril de 1918.

May Sinclair nació en Rock Ferry, Cheshire. Su padre era armador en Liverpool, pero, antes de que ella llegara a adulta, se declaró en quiebra y se volvió alcohólico, falleciendo finalmente. Su madre era muy estricta y religiosa; la familia se trasladó a Ilford, localidad colindante con Londres. Después de un año de educación en el Cheltenham Ladies College, May se dedicó a cuidar de sus hermanos, ya que cuatro de los cinco, todos mayores que ella, sufrían de una grave enfermedad cardíaca congénita.

Desde 1896, May escribió profesionalmente para mantenerse a sí misma y a su madre, que murió en 1901. Feminista activa, trató en sus escritos de diversos temas relacionados con la situación de la mujer y con el matrimonio.​ También escribió ensayos basados en sus estudios de filosofía, especialmente sobre el idealismo alemán. Estas obras tuvieron buena acogida en los Estados Unidos. Hacia 1913, frecuentaba la Medico-Psychological Clinic de Londres, donde se interesó en el pensamiento psicoanalítico, recabando información sobre asuntos relacionados con las enseñanzas de Sigmund Freud para sus novelas.​ En 1914, durante la Primera Guerra Mundial, May se ofreció como voluntaria para la organización de caridad denominada Munro Ambulance Corps, en que también se involucraron Lady Dorothie Feilding, Elsie Knocker y Mairi Chisholm. Esta organización se ocupaba de los soldados heridos belgas en el frente occidental de Flandes. La escritora fue enviada a casa después de solo unas pocas semanas en el frente; posteriormente reflejaría esta experiencia tanto en prosa como en poesía.

Rumpelstiltskin

Rumpelstiltskin (a veces deletreado como Rumplestiltskin) es el personaje antagonista principal de un cuento de hadas de origen alemán (llamado Rumpelstilzchen en el original).

El cuento, que en español se llama El enano saltarín, fue incorporado por los Hermanos Grimm en Cuentos de la infancia y del hogar (Kinder- und Hausmärchen) en la edición de 1812.

En la colección de cuentos de los Hermanos Grimm, Rumpelstiltskin (Rumpelstilzchen) es el n.º 55.

La historia de Rumpelstilskin es un ejemplo de cuento folclórico del tipo 500 de Aarne-Thompson: El nombre del ayudante, tema recurrente de los cuentos de hadas que incluye tareas imposibles, la condición pesarosa, el intercambio del hijo, y, sobre todo, el nombre secreto.

Tratando de parecer más importante delante del rey, un pobre molinero le miente afirmando que su hija sabe hilar tan bien que puede convertir la paja en oro. Asombrado por tal proeza, el rey le dice que lleve a la chica al día siguiente al palacio, donde la introduce en una habitación llena de paja y le ordena convertirla en oro usando una rueca y un carrete. El rey le advierte que, de no lograrlo, morirá. Mientras pasa el tiempo sin saber qué hacer, sola y desesperada, la muchacha comienza a llorar, cuando de repente se aparece un duendecillo, quien le pregunta el motivo de su llanto. Enterándole de lo que sucede, el duende se ofrece a realizar el trabajo, a cambio de un premio. La hija del molinero le promete entonces su collar. De esa manera, el misterioso hombrecillo comienza a hilar la paja, que se convierte en oro, hasta transmutarla toda.

Al siguiente día, el rey se presenta nuevamente y, sorprendido ante aquel prodigio, su corazón se llena de codicia, por lo que lleva a la hija del molinero a una habitación aún más grande y con más paja, ordenándole que la hilara en una noche so pena de su vida. Una vez más, el hombrecillo aparece y a cambio de la sortija de la joven, convierte la paja en oro.

Finalmente, al tercer día, el rey lleva a la muchacha a una tercera habitación aún mayor que las anteriores, y le promete desposarse con ella a cambio de convertir la paja en oro. Por tercera vez, el duendecillo hace el cambio una vez que la hija del molinero le hace una promesa: entregarle a su primer hijo una vez sea reina.

Cumplido el cometido, el rey se casa con la joven, que se convierte en reina, y un año después, es madre, sin acordarse de su promesa. Entonces, el hombrecillo reaparece: viene a llevarse al niño. Llorando, la reina intenta convencerlo de lo contrario, y entonces el duende le da tres días para adivinar su nombre, a cambio de no llevárselo, seguro de que no lo logrará.

La reina envía mensajeros a todo el reino para averiguar el nombre, pero todo es en vano, hasta que al filo del tercer día, uno de ellos le informa haber observado una noche a un hombrecillo que bailaba alrededor de una hoguera, cantando una extraña canción, en la cual revela su verdadero nombre: Rumpelstiltskin.

Es así como, al escuchar de labios de la reina que ella conocía su verdadero nombre, Rumpelstiltskin se enfurece y patea el suelo tan fuerte, que se hunde hasta la mitad del cuerpo.

El nombre Rumpelstizchen se emplea por primera vez, según el folclorista Hans-Jörg Uther (n. 1944), en la recopilación de juegos infantiles que aparece en el libro de Johann Fischart Affentheurlich Naupengeheurliche Geschichtklitterung (1575), una traducción libre de la serie de François Rabelais Gargantúa y Pantagruel. Allí se hace referencia a un ser llamado "Rumpele stilt o el Poppart". Rumpelstilz era una denominación para un duende maligno que, al igual que un Poltergeist, hace ruidos (en alemán rumpeln) al sacudir o zarandear Stelzen (en alemán moderno, "zancos", en este caso referido a objetos tales como las patas de una mesa). El sufijo —chen, al igual que el sufijo -lein, se emplea en alemán para construir el diminutivo.

viernes, 23 de noviembre de 2018

La Veta Plateada

"La Veta Plateada"
David Sánchez-Valverde Montero


Es pequeño, sí, susurró mi compañera sin mirarme, pero no se engañe, es el río de los ríos, la veta plateada más bella. 
Despierto en un tren que parece atravesar un túnel, justo antes de que emerja en un gigantesco andén. Muchos de los viajeros ya están en pie, mirando con ansiedad por las ventanas, otros acaban de despertar desconcertados. Las puertas de uno de los costados del vehículo se abren al unísono, me levanto, sigo al numeroso grupo de pasajeros que ocupan mi vagón y comenzamos a derramarnos por una estación inmensa, inabarcable, su altura casi se pierde en la distancia. El gris lo ocupa todo, menos los trenes, que son blancos, con un brillo metálico agradable a la vista, y surcados longitudinalmente por ambos lados con líneas de color vivo. Mis pies quieren seguir a alguien que parezca saber a dónde ir, pero los reprimo pues nadie lo parece; mucha gente se mueve, sí, algunos aisladamente, otros en columnas apretadas, pero estoy abrumado, como paralizado en este gran espacio cerrado, con el ruido constante de las estaciones importantes: sonido de trenes que llegan y parten, pasos, carreras, un cuchicheo impenitente, algún grito aislado, una anodina y casi imperceptible música de fondo. No todas las almas que me rodean están en movimiento; también hay salpicadas aquí y allá algunas gentes que sentadas miran a un vacío que solo ellas conocen, o dormitan sin saber decidirse o habiéndose decidido a no hacerlo.

Estoy ahí, mirando hacia un gigantesco panel informativo que pende del techo: innumerables trenes, horas de partida y llegada, pero ningún destino, ningún lugar reconocible al que ir. Una punzada en la boca del estómago me impele a decidirme ya, a tomar un tren, ya que el siguiente podría ser el mío, o ser el último, y quizás no tomarlo haría que me pudriese en una espera infinita. Un altavoz da el último aviso para el vehículo que dormita a mi izquierda; es idéntico al que nos trajo hasta aquí. Entonces, una muchedumbre tan angustiada como yo me arrastra al interior de un vagón. Ahora estoy en el suelo, aturdido, cuando las puertas cierran y una sutil vibración delata la partida. Arrastro mis huesos hasta una ventanilla en un pequeño compartimento. Al otro lado del cristal, a lo lejos, un hombre de entre los que acunaban su hastío mirando a ningún lugar en la estación, posa sus ojos sobre mí. Y veladamente, sonríe.
A través de la ventana veo cómo penetramos un nuevo túnel y tras varios minutos salimos fuera horadando un paisaje casi de planicie, de verdes campos y breves bosques, salpicado con algunas ondulaciones, suaves colinas que no impiden atisbar el horizonte. Me acomodo en el asiento y levanto la mirada para descubrir frente a mí a una única pasajera, una mujer; tendrá unos sesenta años, cabello muy corto y entreverado de canas, tras unas gafitas redondas se adivinan unos ojos claros e inteligentes, respira bajo un vestido verde manzana hasta media rodilla. Mira a través del cristal, sonríe levemente y brilla, toda ella, resplandece de alguna manera, irradia una alegría serena, un aura paciente y sabia. No quiero hablarle todavía y miro en derredor por primera vez tras el tumulto de la partida. El interior es muy diferente al del primer tren: cálido, acogedor, antiguo pero no gastado, maderas suaves, sillones de terciopelo rojo, luces atenuadas, puertas con asideros dorados. Y yo, extrañamente, no siento miedo, solo una gozosa curiosidad, el ligero interrogante de alguien que cree no tener mucho que perder.

Observo a mi acompañante: es menuda, sus sobrios zapatos rojos no alcanzan el suelo. Cuando voy a dirigirme a ella se me adelanta: 
¿No cree que es maravilloso?
Son unas vistas bonitas, sí, contesto ligeramente cohibido.
La mujer prosigue alegremente: No solo las vistas, fíjese en el tren, no hallará un detalle descuidado. A decir verdad la estación podría mejorarse, un poco sórdida para mi gusto, además toda esa gente desorientada… 
¿Sabe a dónde nos dirigimos?, pregunto.
Me mira por encima de las gafas y sonríe, en un gesto a medias entre el misterio y la coquetería: Quizás no debería contarle esto, comienza bajando un poco la voz. Pero, sabe, he sido yo la que rompí el hielo, así que supongo que lo haría por algo: vamos hacia la gran pradera.
La gran pradera…, susurro como para mí mismo.
Sí, bueno, continúa mi compañera de viaje. Hice alguna trampa la última vez. Nadie me lo impidió, tal vez no se percataron, quizás lo consintieron… quién sabe. Cuando lleguemos, y ya no falta mucho, no se separe de mí.
Quiero seguir indagando, pero la mujer menuda regresa a su alegre contemplación del paisaje. Apoyo mi espalda en el respaldo, inspiro y vuelvo a comprobar que no tengo miedo; es como si ese sentimiento hubiera sido borrado de entre mis emociones. La mujer sigue reflejando una agradable frescura mientras mueve ahora sus cortas piernas, con los pies dentro de los minúsculos zapatos rojos. Entonces, el tren comienza a perder velocidad. Miro por la ventana con cierta ansiedad, pero no alcanzo a distinguir nada que rompa la simetría del paisaje, ninguna estación, edificio ni estructura, tampoco personas… Finalmente nos detenemos por completo. 
¡Hemos llegado!, exclama mi compañera, a la vez que se incorpora de un saltito con una inesperada gracilidad.

Descendemos de los vagones lentamente, todos por el mismo costado, pues las puertas del otro lado están cerradas. Ahora puedo escrutar el exterior del vehículo, para comprobar alucinado que se trata de un tren completamente diferente al que partió de la estación; de aspecto clásico, con una locomotora humeante de un negro casi brillante en cabeza y una decena de vagones metálicos pintados de azul cobalto; tal como el interior, todo se muestra impoluto y radiante. Cuando miro a ambos lados nada más pisar el suelo, una enorme masa de personas ha bajado ya, y lo siguen haciendo al igual que un fluido vivo y espeso. Las miradas ahora son de desconcierto y espera, algunas también de angustia; únicamente la mujer del vestido verde parece relajada. Siento un calambre de asombro cuando me coge de la mano, y tirando de mí con decisión comenzamos a ascender el montículo que se yergue frente a nosotros, a escasos metros de ese andén invisible. Todos los demás nos siguen, tal vez por miedo, por puro gregarismo o a falta de ninguna otra guía. Lo cierto es que tras la punta de lanza que formamos mi alegre compañera y yo, el resto de pasajeros se arremolinan en una estela sobre la hierba como las aves migratorias en los cielos. Así, alcanzamos la parte más alta de la colina; la mujer me mira con una alegría que sobrepasa su sonrisa:
Ahí está, dice casi en un susurro.

El paisaje de leves ondulaciones y praderas se extiende hasta el horizonte inasible, bajo un cielo tan azul como en algunos días de verano. No se ve al sol por ningún lado y la luz parece emanar de la propia bóveda celeste, entre un puñado de nubes maravillosamente algodonadas. Tardo unos segundos en percatarme de lo que la mujer señala: a no mucho más de cincuenta metros de nuestros pies, se adivina el curso de un pequeño arroyo, pues la vegetación a sus lados se hace más alta y densa, de un verde entreverado de otros verdes y trazas doradas.
¿Se refiere al arroyuelo?, pregunto.
Es el Leteo, añade emocionada. No estaba del todo segura si volvería a verlo.
El Leteo…, mascullo torpemente.
Entonces, el gentío se nos adelanta. Comienzan a descender la pendiente, algunos dejan ir exclamaciones de alborozo, otros trastabillan un poco sin llegar a caerse. Las horas de viaje han entumecido los cuerpos, y la temperatura templada en el interior del tren parece haber despertado la sed en todos. Los primeros que han alcanzado la ribera del arroyo ya se agachan para beber, intento dar un paso cuando inesperadamente la mujer de las gafitas redondas me retiene todavía sin soltar mi mano. Yo también siento sed, pero no me atrevo a zafarme de aquella alegre y enérgica mujer menuda. Los que ya han probado las aguas dejan su lugar a otros y comienzan mansamente a subir la colina que cierra el pequeño valle por el otro lado. 
Ahora, ordena la mujer con suavidad.

La sigo hasta la orilla del Leteo. Libera mi mano cuando llegamos y dice: No beba, solo enjuáguese.
Compruebo que nadie parece vigilar al heterogéneo grupo de hombres y mujeres de muy diversa edad que recorre las praderas, y la gente que nos rodea parece ir a lo suyo, calmos y cansados en sus gestos y maneras. Hago como me dice: el agua es fresca pero no gélida, discurre apaciblemente revelando como el cristal un fondo azul de pequeños cantos y plantas acuáticas. No se ven peces ni se oye sonido alguno de aves o insectos; solo un sutil siseo de fluir líquido en el cauce, y ahora nuestros pasos y aislados suspiros de gozo de los que beben en las aguas.
Comenzamos la ascensión entre el último grupo. Al llegar arriba descubrimos otro valle algo más pequeño que el primero y un nuevo tren que resopla allí abajo, igual al que nos ha traído hasta aquí. Algo dentro de mí comienza a comprender, o tal vez a recordar… Los viajeros empiezan a subir a los vagones, sin prisas y en un silencio solo traspasado por los bufidos de la locomotora que ya quiere partir.

La mujer del vestido verde habla sin mirarme: Regrese tranquilo. Esta vez recordará.
¿No viaja conmigo?, pregunto, adivinando de antemano la respuesta.
Ahora sí, me mira plácidamente: No. Pero volveremos a vernos. Esperaré al siguiente tren. Quiero descansar un poco aquí, junto al Leteo.

Diles que no me Maten

Extraordinario cuento realista y dramático sobre el destino inevitable de un campesino mexicano en su lucha por sobrevivir en su medio, caracterizado por la pobreza y la adversidad. Este texto narrativo, constituye un cuento, nacido de la pluma del escritor mexicano Juan Rulfo, y que se encuentra incluido en el libro "El llano en llamas", publicado por primera vez en el año 1953, gracias a la labor editorial del Fondo de Cultura Económica.

El cuento "Diles que no me maten" de Juan Rulfo, comienza con un diálogo entre padre e hijo, en el cual este primero le clama a su vástago Justino que vaya a interceder por su vida, ante aquellos que quieren terminar con ella.

De esta forma, con el ruego "Diles que no me maten", este condenado eleva el ruego ante su hijo, pidiéndole que vaya a donde sus verdugos, mientras éste último no parece muy convencido de querer ayudar a su padre, temiendo por su propia vida, ya que siente el deber de protegerla, sobre todo por su esposa y ocho hijos. Sin embargo, después de una larga negativa, Justino acepta ir a interceder por su padre, e ir ante los verdugos de éste a pedir por favor que no lo maten.

Así mismo, un narrador omnisciente toma el control del cuento para narrar cómo el ahora condenado fue traído por sus captores muy temprano en la mañana, momento en el que se decidió amarrarlo a un árbol. Igualmente, el narrador comienza a describir la terrible agonía que sentía el hombre capturado, quien rogaba a toda costa poder conservar su vida. Al igual que los otros cuentos de "El llano en llamas", en las líneas de "Diles que no me maten" se vuelve a dibujar los áridos paisajes de las tierras mexicanas. Así mismo, narrado en primera persona, a través de una voz que es testigo y protagonista, Rulfo vuelve a colocar de manifiesto el tema de las diferencias de clases, de las dificultades de las tierras, la pugna por la justicia, al tiempo en que también expone los límites a los que puede llegar la venganza, cuando el hombre se convence de que la solución es la venganza.

En cuanto a este último concepto, Rulfo pareciera querer expresar con el argumento de este cuento el círculo infinito que genera la venganza, sentimiento que puede mantenerse por años, siendo saciado sólo hasta lograr su cometido, sin que esto signifique reparar los hechos que lo ocasionaron, como por ejemplo con el Coronel de esta historia, el cual aun vengando la muerte de su padre, no podrá reparar la soledad y falta de raíces y estabilidad que le ha ocasionado durante su vida el no tenerlo. Por otro lado, el protagonista vivirá también la angustia de sentir siempre al acecho la venganza de aquellos a quienes ha dañado. De esta forma, se plantea un círculo dramático donde nadie gana, salvo la muerte.
La historia de este relato empieza cuando un grupo de soldados  amando de un Coronel, atrapan a Juvencio Nava el asesino de un campesino que tiene casi 40 años ocultándose por el crimen. El Coronel que lo atrapa es el hijo del fallecido.

Juvencio Nava que esta viejo y agotado, en su juventud mato a su compadre Don Lupe porque este no dejaba que su ganado comiera de los pastos de su tierra y la hambruna estaba acabando con el ganado.

Desde el momento del asesinato Juvencio quedo en el monte, oculto, su mujer lo abandona y vive como fugitivo. Luego se esconde en la casa de su hijo y lleva una vida llena de temor a que lo encuentren y lo lleven a la justicia.

Pasados los años, el pensaba que ya la muerte del compadre se habría olvidado, pero lo encuentran el coronel y sus soldados, el coronel era el hijo del difunto y este decide hacer justicia por la muerte de su padre, y fusilan al viejo Juvencio.

Como en "El LLano en Llamas", la relación padre-hijo es crucial en la narrativa de Rulfo. Los padres generalmente se consideran modelos cruciales para sus hijos y, como el coronel en "¡Diles que no me maten!", le dice a Juvencio: "Es difícil crecer sabiendo que lo que tenemos que agarrar o de lo que estamos arraigados está muerto". 

Esta pérdida de la figura paterna lleva al Coronel a afirmar, si no exagerar, su masculinidad al perseguir al hombre que fue lo suficientemente fuerte para matar a su padre.

La teoría freudiana podría respaldar la especulación de que, para el coronel, el asesino de su padre (Juvencio) ha reemplazado a Don Lupe como objetivo de un deseo edípico de morir. Como el asesinato de Don Lupe impidió la capacidad del Coronel para desear su muerte y por lo tanto seguir la trayectoria normativa edípica, se podría decir que este odio fue desplazado a Juvencio. Al matar a Juvencio, el Coronel es capaz de alcanzar la madurez.



jueves, 22 de noviembre de 2018

El Llano en Llamas

"El llano en llamas"​ es el título de una recopilación de cuentos del escritor mexicano Juan Rulfo. Fue la primera publicación del escritor en 1953, pero se había publicado anteriormente en la revista América, en 1950.

En su primera edición, de 1953, publicada en la Ciudad de México por el Fondo de Cultura Económica, estaba compuesto por quince relatos, algunos de ellos publicados en las revistas Panamérica y otros inéditos, escritos con el apoyo económico de la beca de la Fundación Rockefeller en México y el Centro Mexicano de Escritores.​ La primera edición se terminó de imprimir el 18 de septiembre de 1953 en los talleres de Gráfica Panamericana, establecida en la ciudad de México con un tiraje de 2,000 ejemplares. La cubierta de esa edición príncepe ostenta un grabado de Elvira Gascón.

A partir de 1971, se incluyen dos cuentos más: El día del derrumbe y La herencia de Matilde Arcángel, lo que da un total de diecisiete relatos que conforman la versión definitiva.​ La segunda edición fue publicada en 1955, y la tercera, en 1959.

Varias de las historias se desarrollan en el poblado de Comala, ubicado en el estado de Colima, México, aunque su inspiración sea aquel pueblo de San Gabriel, Jalisco, escenario también de su novela Pedro Páramo, publicada dos años después de El llano en llamas. El paisaje es siempre seco y árido, y en él vive gente solitaria, silenciosa y miserable,​ campesinos mexicanos que sobreviven sin esperanza, tras el fracaso de la Revolución mexicana.

Algunos de los cuentos se sitúan históricamente en la época de la Revolución de 1910 y la Guerra Cristera, como El llano en llamas y La noche que lo dejaron solo, o en el período inmediatamente posterior a estas, como Paso del Norte, que trata de la emigración de los campesinos mexicanos hacia Estados Unidos huyendo de la miseria, o Nos han dado la tierra, sobre las consecuencias de la Reforma Agraria. Esta obra se clasifica dentro del realismo mágico. Otra de sus características importantes es el uso del lenguaje popular, y la narración, en su mayor parte, en la voz de los personajes.

Originalmente, la obra se iba a titular Los cuentos del Tío Celerino, como homenaje o reconocimiento de Rulfo a un tío suyo, llamado así, y de quien escuchaba muchas historias durante sus recorridos por diferentes poblaciones.





miércoles, 21 de noviembre de 2018

Londres

  "Londres"
Vicente Ortíz Guardado


Londres 28 de enero de 1.897

Querido tío Henry, hace meses que no sabéis nada de mí y voy a intentar resumir cómo ha sido este tiempo sin vosotros.
Quisiera decirte que Londres es un sitio idílico donde continuar mi aprendizaje, pero estoy sumido en una gran depresión de la que difícilmente podré recuperarme algún día.
Tú y la tía Bridget sois como unos padres para mí y habéis sacrificado vuestro bienestar para que yo me convierta algún día en médico. No sé si merezco tal cosa.
Londres es un infierno. En cuanto cae la noche, una espesa niebla cae sobre sus calles como un pesado telón, es entonces, a la hora de las sombras, cuando personajes de distinta índole aparecen de la nada y se hacen con el control de la ciudad. He podido ver con mis propios ojos como un policía miraba para otro lado cuando un chiquillo de apenas ocho años era embestido por un coche tirado por caballos. En cualquier siniestro callejón, por un simple reloj de bolsillo un hombre puede ser degollado despiadadamente. Es fácil que en el trayecto que hay desde la facultad hasta este pequeño cuarto donde escribo bajo la pobre luz de una vela, más de diez mujeres de distintas edades intenten venderme su cuerpo por unos chelines. Dios se apiade de ellas. Como imaginarás, hago con que no escucho sus obscenos comentarios y sigo caminando en silencio. Prefiero darle un chelín a cualquiera de los muchos vagabundos que deambulan sucios y enfermos por las calles de esta lúgubre ciudad.

En mi primera carta os dije que mi habitación era cómoda, pero nada más lejos de la realidad. Intento no morir de frío cada noche en la estancia más pequeña y sucia de la casa, donde un armario sin puertas, una mesita de madera con un taburete y una pequeña y vieja cama son todo el mobiliario. La comida no es mucho mejor, incluso el señor Goodman me ha insinuado que si quiero comer carne haga como el resto de sus distinguidos huéspedes y robe una gallina de vez en cuando en el mercado.    
Qué te voy a contar de la facultad… los profesores sólo se dirigen a los alumnos de familias importantes, y éstos, con sus elegantes trajes me miran por encima del hombro sintiéndose superiores. Pero eso no me importa, como tú y la tía me enseñasteis, estoy siendo muy trabajador y gracias a mi empeño tengo buenas notas. Para relajarme, me refugio en la biblioteca cada tarde y me sumerjo leyendo a los clásicos durante horas. También leo viejos tratados sobre medicina que me están viniendo bien.
Lo peor viene por la noche. La soledad de mi oscura habitación me está consumiendo. Apenas duermo por los ruidos y el frío. Paralizado sobre mi cama, escucho voces en la calle y temo que algún día alguien trepe para robarme o descuartizarme. Lo siento tío Henry, en cuanto pueda continúo la carta.

Londres 17 de mayo 1.897 (Continuación).

Soy un miserable. A pesar de haber recibido tus cartas, no he tenido ganas ni valor para escribirte. He llorado mucho la muerte de tía Bridget. Sólo el Señor sabe lo mucho que la quería, pero sabíamos que ese día llegaría, aunque siempre he albergado la idea de que podría estar a su lado para despedirme. Lo siento. Siento que os he fallado y que jamás podré compensarte por todo lo que habéis hecho por mí. No merezco que sigas enviando dinero para mis gastos, ni siquiera merezco permanecer en tu recuerdo. Ahora soy una persona distinta, ya no me conoces tío Henry. Esta despreciable ciudad, sumida en los vicios más pecaminosos ha podido atraparme con sus garras y lo peor de todo, es que en cierto modo soy feliz.

No sufro cuando cada noche aparecen los monstruos que intentan despedazarme en mi cama. No les tengo miedo. Ni siquiera a esos ruidos desgarradores que emiten al acercarse a mí. Algunas veces, antes del alba, me levanto de la cama y veo a través de mi venta a los espectros de la noche que, como una nebulosa salen de las casas y emergen para desaparecer en el aire antes de que el sol los destroce con sus primeros rayos. Algunos me observan desafiantes, pero al no encontrar miedo en mi mirada, siguen su ascenso a quién sabe dónde.

Tío, no llores por mí, soy más fuerte de lo que yo incluso creía. Los obstáculos que esta maldita ciudad me ha ido poniendo desde que llegué me han curtido y han hecho de mí a una persona diferente, ahora los veo como un juego de niños. Mientras tenga acceso al opio de la facultad, no habrá criatura diabólica que pueda contra el láudano que yo mismo fabrico.


lunes, 19 de noviembre de 2018

Cuando se Abrió la Puerta

Qué curiosos cuadros de la vida alcanzamos a veces a vislumbrar de improviso, escenas que destacan como un resplandor fugaz en la tupida masa de movimiento, en la aglomeración de detalles, en la inextricable confusión de asuntos humanos que se le ofrecen al observador de la gran ciudad. En medio del maremágnum, desde un cabriolé, desde el techo de un ómnibus, desde el andén de una estación del metropolitano en el interior de un vagón que se detiene un minuto, desde la acera en el interior de un coche atascado en el tráfico, de día y de noche, salidos de la rutina, de las actividades habituales que la gente desempeña con el humor y las frases normales y corrientes que se entretejen en el curso de una vida sana, saltan a la vista estos interludios de intensidad, inicios de episodios -trágicos, heroicos, idílicos, abyectos- o sus conclusiones, que hacen del viraje el punto crítico de una vida. Si es el principio, ¡cómo ansiamos conocer el desenlace! Si es el final, ¡qué no daríamos por saber cómo empezó todo!

Valga un ejemplo: volvía yo a casa, solo, bien entrada la noche, en un tren que había partido de las afueras, y casualmente me acomodé en un vagón ocupado por otros tres viajeros. Uno de ellos era un hombre de unos cuarenta años, de pelo moreno que ya encanecía y rostro agradable, de rasgos limpios, correctos. Los otros dos eran un matrimonio; el marido, de bastante más edad que la mujer. Tuve la impresión de que había surgido alguna desavenencia entre ambos antes de que yo entrase en el vagón, pues la dama parecía estar de mal humor y contrariada, y el caballero, por su parte, bastante alterado. Intercambió éste un par de palabras con el tercer pasajero, no obstante, revelando por el modo de hablar que eran conocidos y también, o así se me antojó a mí, con objeto de guardar las apariencias. La señora, por el contrario, no hizo intento alguno de disimular su ánimo, sino que viajó envarada y en silencio, con la mirada clavada en la oscuridad, hasta que el tren se detuvo y el marido le dio la mano para ayudarla a salir.



domingo, 18 de noviembre de 2018

Blancanieves

«Blancanieves» (en alemán, «Schneewittchen») es un cuento de hadas mundialmente conocido. La más difundida es la de los hermanos Grimm y la cinematográfica de Blancanieves y los siete enanitos (1937) de Walt Disney.​ La versión típica tiene elementos como el espejo mágico que habla con la malvada madrastra y bruja de Blancanieves, la Reina Malvada, y los siete enanitos o duendes.​ En algunas versiones, los enanitos son ladrones y el diálogo con el espejo mágico se hace con el sol o la luna.

En la colección de cuentos de los Hermanos Grimm, «Blancanieves» («Schneewittchen») es el N.º 53.​ Corresponde al tipo 709 de la clasificación de Aarne-Thompson: «La pequeña Blancanieves».

Había una vez, al final del invierno, una joven y bondadosa reina que, paseando por el jardín de su palacio, vio una rosa roja creciendo a pesar del frío, cuando la fue tocar se pinchó el dedo con una espina, y dejó caer tres gotas de sangre en la nieve. Fue entonces cuando la reina deseó tener una hija con la piel tan blanca cual nieve que reposa, los labios rojos al igual que la sangre y el pelo negro como alas de cuervo. Y sin duda el deseo se cumplió, naciendo una preciosa y encantadora princesa a quién la reina junto a su esposo, el rey, decidieron llamarla Blancanieves. Sin embargo, la reina buena, la buena madre de Blancanieves enfermó poco después de dar a luz y murió, el rey se casó posteriormente con una mujer muy bella pero fría. La segunda y nueva esposa del rey, la segunda y nueva reina, la malvada madrastra de Blancanieves, realmente era una hechicera muy poderosa, además de ser egoísta, malvada, mala y excesivamente vanidosa, era poseedora de un espejo encantado.

Gracias a la investigación del historiador de Lohr am Main, Karlheinz Bartels, sobre el cuento de «Blancanieves y los Siete Enanitos», la pintoresca localidad a orillas del río Meno, en la Franconia alemana, puede sentirse orgullosa de haber visto nacer, el 15 de junio de 1725, a Maria Sophia Margaretha Catharina von Erthal​ personaje real que inspiró el literario de Blancanieves. Muchas evidencias y puntos de conexión con las características de Lohr y sus alrededores prueban, desde 1986, esta peculiaridad del famoso cuento de los hermanos Grimm, lo que hace que destaque frente a la mayoría de los relatos infantiles.

El padre de la niña que, por diversas circunstancias, devino en la ficción Blancanieves, fue Philipp Christoph von Erthal, entre 1719 y 1748, Condestable del Electorado de Maguncia en Lohr. Por sus dotes diplomáticas, viajaba frecuentemente como enviado en misiones especiales, una especie de ministro de Asuntos Exteriores del ducado. Por eso, tuvo la oportunidad de relacionarse con emperadores, reyes y reinas de toda Europa. De ahí que, en el imaginario de los habitantes de Lohr, los von Erthals tuvieran todas las características de una familia real.

La residencia familiar era el castillo de Lohr. Tras la muerte, en 1741, de la madre de Maria Sophia, el padre se casó el 15 de mayo de 1743 con Claudia Elizabeth Maria von Venningen nacida Condesa Imperial de Reichenstein. El hecho de que Philipp Christoph von Erthal no estuviera casi nunca en Lohr explicaría el evidente papel pasivo del rey en el cuento, según han concluido las investigaciones.

La principal prueba de que Blancanieves sería natural de Lohr es el “Espejo Mágico que hablaba”. El impresionante y rico espejo de 1,60 metros de altura aún se puede admirar en el'museo del Spessart, en el castillo de Lohr que perteneció a los padres de Blancanieves. El espejo procede de la manufactura de cristal de Lohr, fundada en 1698, que adquirió fama y prestigio en toda Europa, no sólo por su delicada y refinada artesanía, sino porque las materias primas que utilizaba para la fabricación del vidrio procedían –además de la propia región– también de España. En efecto, el carbonato sódico, conocido como ceniza de soda o sosa, era importado de Alicante, a orillas del Mediterráneo español.

El espejo fue un regalo del padre de Blancanieves a su segunda esposa y hablaba, como muchos de los espejos fabricados en Lohr, sobre todo por las leyendas que figuraban en sus marcos, especialmente a través de sus aforismos, pero también por sus curiosas propiedades acústicas, que hacen que, al hablar cerca de él, la reverberación haga que resuenen las palabras.​ La clara referencia a su egoísmo en el medallón de la derecha (se lee “Amour Propre”) debió de herir mucho la vanidad de la madrastra.

También se han comprobado las referencias locales en el área de Lohr. El «bosque virgen» en el cual fue expuesta Blancanieves, era naturalmente el Spessart. En la actualidad, Lohr, incluso recibe el nombre de «la Puerta del Spessart». El camino de huida de Blancanieves «sobre las siete montañas» era el Höhenweg, mencionado ya en el siglo XIV –la llamada “Wieser Straße”–. Desde Lohr, a través de este trayecto, por las siete montañas del Spessart, se podía alcanzar el pequeño reino «de los siete enanitos». Asimismo «los siete enanitos que picaban y cavaban en busca de mineral», eran mineros de talla pequeña o, más probablemente, niños que trabajaban en las minas de Bieber. Alrededor de 1750 picaban allí unos 500 mineros en busca de plata y cobre.

Respecto a la «manzana envenenada», la investigación de Bartels ha descubierto, citando bibliografía competente en la cual se describe el veneno, que la mitad de la manzana fue sumergida por la malvada madrastra en zumo de belladona, fruto que se encuentra también en el Spessart. Sus bayas contienen Atropa belladonna utilizada, incluso a día de hoy, en medicina. Su narcótico produjo en Blancanieves una rigidez tal como si hubiera fallecido.

El «sarcófago transparente de cristal» y las «zapatillas de hierro», con las cuales, en castigo, «la madrastra debía bailar hasta caer muerta al suelo», se producían habitualmente en la manufactura de vidrio, el primero, y por herreros, gracias a los minerales de hierro maleables del Spessart.

Debido a las cualidades de Maria Sophia, la población de Lohr la había convertido en una especie de hada. El cronista de la familia Erthal, M. B. Kittel, describía a Maria Sophia como una joven noble y llena de virtudes, «un ángel caritativo y bondadoso», «activo contra la pobreza y la indigencia» que demostraba «su amabilidad personal». Para el imaginario colectivo de la población de Lohr y el Spessart, la niña de los Erthal representaba la imagen ideal de la hija de un Rey.

Otro hecho que hacía que el pueblo sintiese simpatía hacia Maria Sophia, a la vez que añadía crueldad al comportamiento de su madrastra, era la ceguera parcial que María Sophia padecía desde niña y que se debía a las secuelas de la varicela.

Estos hechos que, a lo largo de la historia no ocurren con frecuencia, debieron llegar a oídos de los hermanos Grimm que vivían cerca, en Steinau. Así, pocos años después de la muerte de Maria Sophia, siguió la redacción y, al final de 1812, la primera publicación del cuento de Blancanieves y los siete enanitos.

El historiador alemán Eckhard Sander considera que la inspiración para Blancanieves fue la joven condesa Margarethe von Waldeck.​ Dicha condesa vivió en Alemania en la primera mitad del siglo XVI. Según Sender, Margarethe tuvo un romance con el rey Felipe II de España, lo que no fue visto con buenos ojos por los cortesanos españoles, pues el rey ya estaba casado, por lo que habrían asesinado a la condesa envenenándola. De lo que no cabe duda es de que Felipe II, tras pasar largo tiempo viajando por Flandes y Alemania, volvió a España y no la volvió a abandonar.

Respecto a los siete enanitos, Sander coincide en que se trataría de niños desnutridos y envejecidos prematuramente por el trabajo en las minas de hierro, en este caso las de las propiedades de los von Waldeck. Debido a su pobreza, estos niños vestían largos abrigos y gorros muy parecidos a aquellos con los que se suele representar a los siete enanitos. Sander además asegura que a la condesa le gustaba jugar con estos niños con aspecto de enanos. También tiene claras influencias de la obra alemana Fausto.




jueves, 15 de noviembre de 2018

Sarah Grand

Madame Sarah Grand (Donaghadee, 1854–Calne, 12 de mayo de 1943), nacida Frances Bellenden Clarke en Rosebank House, Donaghadee, Co.Down, Irlanda fue una escritora feminista activa desde 1873 a 1922 en el Reino Unido.

Sus padres eran Edward John Bellenden Clarke (1813–1862) y Margaret Bell Sherwood (1813–1874). Cuando su padre se murió, su madre la cogió a ella y sus hermanos de vuelta a Bridlington, Inglaterra para estar cerca de su familia que vivía en Rysome Garth cerca de Holmpton en East Yorkshire. En 1868 Frances fue enviada a la Escuela Naval Real de Twickenham, pero después de un año le pidieron que se fuera y acabó el colegio en Kensington, Londres. En agosto de 1870, a los 16 años de edad, se casó (algunos dicen que se fugó con él) con el cirujano de la Armada David Chambers McFall que era 21 años mayor y tenía dos hijos de su anterior matrimonio – Chambers Haldane Cooke McFall y Albert William Crawford McFall. El único hijo de Frances y Chambers McFall, David Archibald Edward (Archie) McFall, (que se convirtió en actor con el nombre de Archie Carlow Grand) nació en Sandgate, Kent, el 7 de octubre de 1871. Desde 1873 hasta 1878 la familia viajó por el Extremo Oriente. En 1879 se trasladaron a Norwich, y en 1881 a Warrington, Lancashire donde su esposo se retiró.

El matrimonio no fue feliz y en 1890 Frances dejó a su marido para proseguir su carrera como escritora y cambió su nombre por el de Madame Sarah Grand. Vivió en Londres durante un tiempo y entonces durante 20 años en Tunbridge Wells, Kent, tiempo en el que ella tuvo un papel activo en las sociedades locales por el sufragio femenino, así como a viajar extensamente, particularmente por los Estados Unidos. En 1920 se trasladó a Bath y durante algunos años fue Lady Mayoress junto con el Mayor Cedric Chivers. Murió en su casa en The Grange en Calne, Wiltshire, el 12 de mayo de 1943.

Su obra trató sobre la Nueva Mujer en la ficción y de hecho escribió tratados sobre el tema del fracaso del matrimonio, y sus novelas pudieron considerarse como polémicas fuertemente en contra del matrimonio.

La novela de la Nueva Mujer fue un desarrollo de finales del siglo XIX. Los novelistas de la Nueva Mujer y sus personales animaban y apoyaban a muchos tipos diferentes de acción política en el Reino Unido. Para algunas mujeres, el movimiento de la Nueva Mujer proporcionó apoyo para las mujeres que deseaban trabajar y aprender por sí mismas, y quien empezó a cuestionarse la idea del matrimonio y la desigualdad de las mujeres. Para otras mujeres, especialmente Sarah Grand, el movimiento de la Nueva Mujer permitía a las mujeres hablar no sólo sobre la desigualdad de las mujeres, sino también sobre las responsabilidades de las mujeres de clase media para con la nación. En The Heavenly Twins Grand demuestra los peligros del doble estándar moral que ignoraba la promiscuidad de los hombres mientras que castigaba a las mujeres por los mismos actos. De manera más importante, sin embargo, Grand arguye en The Heavenly Twins que para que la nación británica se hiciera más fuerte, las mujeres de clase media tenían la responsabilidad de elegir maridos con los que ellas produjeran niños fuertes y bien educados.

La Dama del Sueño

"La Dama del Sueño" (Blow up with the brig) es un relato gótico del escritor inglés Wilkie Collins, escrito en 1859. El nombre completo del relato es: Blow up with the brig, a sailor's story, el cual podría traducirse como: El viento sobre el bergantín, historia de un marinero. Oscuros traductores lo han volcado como La dama del sueño, título que poco tiene que ver con las intenciones de Wilkie Collins que está considerado como uno de primeros los autores, si no el primero, cuya obra sentó un precedente del género policíaco. Muchas de sus narraciones, además, tienen un importante componente fantástico, por lo que no es de extrañar que Borges lo considerara como uno de sus escritores favoritos.

Wilkie Collins fue sin duda un maestro del relato corto. Pese a que gran parte de su obra resulta desgraciadamente difícil de encontrar reeditada, por suerte puede hallarse de forma libre y gratuita a través de Internet, en formato de libro electrónico. La compilación de relatos que me propongo comentar proviene de hecho de un libro electrónico que contiene tanto relatos del género policial, como del género fantástico, y son una auténtica delicia.

Este relato tiene vínculo con otro clásico de la literatura gótica, El pozo y el péndulo (The pit and the pendulum), de Edgar Allan Poe. Ambos expresan deliciosamente la tendencia de sus creadores al predicamento narrativo. En esta inolvidable historia, un sueño premonitorio le salva la vida al protagonista, aunque le condena a vivir en el infernal mundo de las pesadillas, y al terror de la espera, de La dama del sueño.

"La dama del sueño" es un relato excelente, con una gran atmósfera de pesadilla, y un personaje principal sin suerte que parece abocado a no poder dormir por la incertidumbre de ser encontrado por una mujer que primero fue un sueño. Es posiblemente uno de sus mejores relatos, en el que la atmósfera es el elemento principal de la narración. En este cuento el personaje principal, sorprendido por la lluvia de vuelta a su casa, alquila una habitación en una posada y allí sueña con una mujer de inquietante belleza que intenta matarle con un cuchillo. Aterrado, huye de la pensión y le cuenta la pesadilla a su madre, quien impresionada por la narración y convencida de que se trata de una premonición, la escribe para no olvidarla. Siete años después el protagonista conoce a una misteriosa mujer y se casa con ella sin el consentimiento de su madre quien , al verla en persona, reconoce en ella a la mujer del sueño. Pese a todo, el hombre hace caso omiso de su madre. Algunos meses después, su esposa compra un enorme cuchillo que coincide con el que apareció en su sueño y de esta forma su pesadilla empieza a transfigurarse en un peligro mortal, tal y como fue anunciado en su sueño. El suspense de esta narración es impresionante y el final, inmejorable.