miércoles, 24 de enero de 2018

La Princesa y el Guisante

"La Princesa y el Guisante" (título original: Prinsessen paa Ærten), también conocido como Una verdadera princesa, es un cuento de hadas del escritor danés Hans Christian Andersen. Fue publicado por primera vez el 8 de mayo de 1835.

A diferencia de otros cuentos suyos y con finales realmente trágicos como El soldadito de plomo (donde el protagonista es quemado), La pequeña cerillera (donde la niña protagonista muere del frío del invierno) o La sirenita (donde la sirenita protagonista muere y no logra que el príncipe se enamore ni se case de ella), La princesa y el guisante sí tiene un final feliz.

Todo comienza en un reino con un príncipe heredero soltero y necesitado de una princesa con la que casar.

Como en otros cuentos de hadas, las mujeres tiene un papel preponderante, pero en esta ocasión son las auténticas protagonistas y no un complemento de la obra. En este caso la reina presenta al hijo varias candidatas y a todas las somete a una prueba para comprobar si realmente son de sangre real. Para saber si realmente tiene la sangre azul la madre las invita a dormir en una cama con varios colchones (algunas publicaciones dan un número de 20) y bajo los cuales ha colocado un guisante. Sólo aquellas que notan la hortaliza bajo los mullidos colchones son realmente aptas para su hijo. Ninguna lo logra hasta que una noche aparece la única superviviente de un naufragio (algo muy común en un pueblo marinero como el danés) que llega al castillo empapada, agotada y tiritando. Siguiendo la tradición hospitalaria de los castillos, como la presentada por Walter Scott en Ivanhoe, la muchacha es aceptada y atendida. Después de cenar la madre manda preparar una habitación con la misma prueba del guisante.

A la mañana siguiente la muchacha aparece con grandes ojeras y fatigada. La reina le pregunta por la cama y ella responde que tenía algo que no la dejaba dormir y que probablemente le ha llenado la espalda de cardenales, demostrando así ser la esposa idónea para su hijo.

La primera interpretación que siempre se ha hecho muestra a la sangre real como excesivamente refinada y muy poco resistente. Dando la idea de que los reyes no son capaces de adaptarse a circunstancias (en este caso un simple guisante) que otras personas ignorarían sin problemas y disfrutan de un plácido descanso.
Frente a la visión anterior aparece otra del todo opuesta. Al final, la persona elegida para ser futura reina era una mujer lo bastante valiente para sobreponerse al viento y al naufragio, lo bastante fuerte como para imponerse al mar Báltico, con la bastante sangre real para no dejar de notar el guisante y lo bastante educada para no quejarse hasta ser preguntada.








"La Princesa y el Guisante"
Hans Christian Andersen



Había una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero que no se contentaba sino con una princesa de verdad. De modo que se dedicó a buscarla por el mundo entero, aunque inútilmente, ya que a todas las que le presentaban les hallaba algún defecto. Princesas había muchas, pero nunca podía estar seguro de que lo fuesen de veras: siempre había en ellas algo que no acababa de estar bien. Así que regresó a casa lleno de sentimiento, pues ¡deseaba tanto una verdadera princesa!

Cierta noche se desató una tormenta terrible. Menudeaban los rayos y los truenos y la lluvia caía a cántaros ¡aquello era espantoso! De pronto tocaron a la puerta de la ciudad, y el viejo rey fue a abrir en persona.
En el umbral había una princesa. Pero, ¡santo cielo, cómo se había puesto con el mal tiempo y la lluvia! El agua le chorreaba por el pelo y las ropas, se le colaba en los zapatos y le volvía a salir por los talones. A pesar de esto, ella insistía en que era una princesa real y verdadera.
«Bueno, eso lo sabremos muy pronto», pensó la vieja reina.

Y, sin decir una palabra, se fue a su cuarto, quitó toda la ropa de la cama y puso un frijol sobre el bastidor; luego colocó veinte colchones sobre el guisante, y encima de ellos, veinte almohadones hechos con las plumas más suaves que uno pueda imaginarse. Allí tendría que dormir toda la noche la princesa.

A la mañana siguiente le preguntaron cómo había dormido.
—¡Oh, terriblemente mal! —dijo la princesa—. Apenas pude cerrar los ojos en toda la noche. ¡Vaya usted a saber lo que había en esa cama! Me acosté sobre algo tan duro que amanecí llena de cardenales por todas partes. ¡Fue sencillamente horrible!

Oyendo esto, todos comprendieron enseguida que se trataba de una verdadera princesa, ya que había sentido el guisante nada menos que a través de los veinte colchones y los veinte almohadones. Sólo una princesa podía tener una piel tan delicada.

Y así el príncipe se casó con ella, seguro de que la suya era toda una princesa.
Y el guisante fue enviado a un museo, donde se le puede ver todavía, a no ser que alguien se lo haya robado.
Vaya, éste sí que fue todo un cuento, ¿verdad?

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