domingo, 4 de marzo de 2018

Caronte

En la mitología griega, Caronte​ o Carón​ (en griego antiguo Χάρων Khárôn, ‘brillo intenso’) era el barquero de Hades, el encargado de guiar las sombras errantes de los difuntos recientes de un lado a otro del río Aqueronte si tenían un óbolo para pagar el viaje, razón por la que en la Antigua Grecia los cadáveres se enterraban con una moneda bajo la lengua. Aquellos que no podían pagar tenían que vagar cien años por las riberas del Aqueronte, tiempo después del que Caronte accedía a llevarlos sin cobrar.

Aunque con frecuencia se dice que portaba las almas por la laguna Estigia, como sugiere Virgilio en su Eneida,​ según la mayoría de las fuentes incluyendo a Pausanias​ y más tarde Dante​ el río que en realidad transitaba Caronte era el Aqueronte.

Caronte era el hijo de Érebo y Nix. Se le representaba como un anciano flaco y gruñón de ropajes oscuros y con antifaz (o, en ocasiones, como un demonio alado con un martillo doble) que elegía a sus pasajeros entre la muchedumbre que se apilaba en la orilla del Aqueronte, entre aquellos que merecían un entierro adecuado y podían pagar el viaje (entre uno y tres óbolos). En Las ranas, Aristófanes muestra a Caronte escupiendo insultos sobre la gente obesa.

Se desconocen los motivos por los que Caronte dejó pasar a Heracles (Hércules), pero a causa de ello Caronte fue encarcelado un año con la acusación de haberle dejado pasar sin haber obtenido el pago habitual exigido a los vivos: una rama de oro que proporcionaba la sibila de Cumas. Virgilio narra en la Eneida el descenso de Eneas a los Infiernos acompañado de dicha sacerdotisa.

Otro mortal que logró «cruzar dos veces victorioso el Aqueronte»​ es Orfeo, quien encantó a Caronte y a Cerbero para traer de vuelta al mundo a su amada muerta, Eurídice, a quien perdió definitivamente en su viaje de vuelta. Psique también logró hacer el viaje de ida y vuelta estando viva.

Homero y Hesíodo no hacen ninguna referencia al personaje. La primera mención de Caronte en la literatura griega parece ser un poema minio, citado por Pausanias. Dicho poema atribuye a la leyenda de Caronte un origen egipcio, como confirma Diodoro Sículo. Los etruscos mencionan también a un Caronte que acompañaba a Marte a los campos de batalla.

Dante Alighieri incorporó a Caronte en el Infierno de La divina comedia.​ Aquí era el mismo que su equivalente griego, pagándosele un óbolo para cruzar el Aqueronte. Es el primer personaje con nombre que Dante encuentra en el infierno.

Caronte es frecuentemente representado en el arte de la Antigua Grecia en jarrones funerarios de los siglos V y IV a. C. que son a menudo decorados con escenas de muertos en su barca. En los primeros jarrones, parece un tosco y descuidado marinero ateniense vestido de color marrón rojizo, tomando el palo de su barca con su mano derecha, y usando su mano izquierda para recibir al muerto. Algunas veces aparece Hermes como psicopompo. En los jarrones más recientes, se le da una apariencia y conducta más amable y refinada.

En el siglo I a.C., el poeta romano Virgilio describe a Caronte en el viaje de Eneas, en el descenso al inframundo,​ después de que Sibila de Cumas mandó al héroe a la rama dorada, que le permitiría volver al mundo de los vivos.

"Guarda aquellas aguas y aquellos ríos el horrible barquero Caronte, cuya suciedad espanta; sobre el pecho le cae desaliñada luenga barba blanca, de sus ojos brotan llamas; una sórdida capa cuelga de sus hombros, prendida con un nudo: él mismo maneja su negra barca con un garfio, dispone las velas y transporta en ella los muertos, viejo ya, pero verde y recio en su vejez, cual corresponde a un dios".

En cuanto a la Literatura Clásica, Caronte es apenas un extra en las historias de algunos héroes necesitados de un poco de atrezzo infernal para sus aventuras en el inframundo. Constituía un interesante obstáculo a salvar, ya que en teoría ningún humano vivo tenía permitido subir a su barca. Pero así a todo Hércules lo logra por fuerza bruta, Orfeo gracias al hechizo de su canto, y Eneas mostrando una rama de oro, salvoconducto divino proporcionado por la sibila de Cumas.







"Caronte"
Lord Dunsany



Caronte se inclinó hacia delante y remó. Todas las cosas eran una con su cansancio.

Para él no era una cosa de años o de siglos, sino de ilimitados flujos de tiempo, y una antigua pesadez y un dolor en los brazos que se habían convertido en parte de un esquema creado por los dioses y en un pedazo de Eternidad.

Si los dioses le hubieran mandado siquiera un viento contrario, esto habría dividido todo el tiempo en su memoria en dos fragmentos iguales.

Tan grises resultaban siempre las cosas donde él estaba que si alguna luminosidad se demoraba entre los muertos, en el rostro de alguna reina como Cleopatra, sus ojos no podrían percibirla.

Era extraño que actualmente los muertos estuvieran llegando en tales cantidades. Llegaban de a miles cuando acostumbraban a llegar de a cincuenta. No era la obligación ni el deseo de Caronte considerar el porqué de estas cosas en su alma gris. Caronte se inclinaba hacia adelante y remaba.

Entonces nadie vino por un tiempo. No era usual que los dioses no mandaran a nadie desde la Tierra por aquel espacio de tiempo. Mas los Dioses saben.

Entonces un hombre llegó solo. Y una pequeña sombra se sentó estremeciéndose en una playa solitaria y el gran bote zarpó. Solo un pasajero; los dioses saben. Y un Caronte grande y cansado remó y remó junto al pequeño, silencioso y tembloroso espíritu.

Y el sonido del río era como un poderoso suspiro lanzado por Aflicción, en el comienzo, entre sus hermanas, y que no pudo morir como los ecos del dolor humano que se apagan en las colinas terrestres, sino que era tan antiguo como el tiempo y el dolor en los brazos de Caronte.

Entonces, desde el gris y tranquilo río, el bote se materializó en la costa de Dis y la pequeña sombra, aún estremeciéndose, puso pie en tierra, y Caronte volteó el bote para dirigirse fatigosamente al mundo. Entonces la pequeña sombra habló, había sido un hombre.

-Soy el último -dijo.

Nunca nadie antes había hecho sonreír a Caronte, nunca nadie antes lo había hecho llorar.

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