sábado, 24 de marzo de 2018

El Diablo y el Relojero

Esta vez continuamos con otro relato fantástico del afamadísimo autor del libro "Robinson Crusoe" en el que el demonio se convierte en un inesperado e implacable juez, zafándose de cualquier lógica y consideración cristianas. Daniel Defoe disfrutaba escribiendo sobre temas sobrenaturales. Se advierte en la minuciosidad desplegada a la hora de componer las reacciones de los protagonistas ante su experiencia con el "otro mundo", con almas en pena que no dudan en defender la hacienda de algún allegado o interesarse en los asuntos legales de una herencia. 

"El diablo y el relojero" (The devil and the watchmaker) es un relato fantástico del escritor inglés Daniel Defoe, escrito en 1727.

Esta historia -un verdadero clásico de la literatura fantástica- funciona como una especie de crónica, en donde se nos relata una leyenda con aires de autenticidad; algo que no está enteramente separado de la ficción, y cuyos límites tampoco son demasiado claros, al menos en lo que respecta a las intenciones de Daniel Defoe. Narra la historia de un artesano fabricante de engranajes para relojes que alquila una buhardilla en el edificio de una honesta viuda. Poco o nada sabemos de él, no sabemos si es bueno en su trabajo, no conocemos su aspecto físico, ni tan siquiera conocemos si es buena o mala persona.

Una pareja acude a la casa a visitarlo por motivos relacionados con su profesión, tampoco conocemos exactamente cuáles son esos motivos (quizá realizar un encargo, saldar una deuda...). Cuando se disponen a subir las escaleras que los llevan al ático, se encuentran con que la puerta de la habitación está abierta y ven al relojero colgado, ahorcado, de una viga. Se disponían a socorrerlo cuando, de la parte más tenebrosa de la éstancia surgió un hombre misterioso con un escabel en una mano y un cuchillo en la otra. Iba a encargarse de recuperar el cuerpo del relojero. Ante un gesto del personaje misterioso, el hombre y la mujer esperan y observan desde las escaleras cómo éste intenta cortar la cuerda y bajar el cuerpo. Pero no es más que una pantomima. El hombre extraño les hace señas para darles a entender que se las arregla el solo pero, sin embargo, no pone especial empeño en la tarea.

Hartos de la inoperancia del hombre misterioso, la pareja sube a echar una mano. Primero el hombre, que cae desmayado al entrar en la habitación y observar que no queda rastro del personaje del escabel y el cuchillo. Tiene que ser la valiente mujer la que finalmente rescate el cuerpo del relojero.

Pero ¿de dónde había salido ese ser misterioso? Era el demonio, que había tentado y convencido al artesano para que perpetrase su propio crimen y que se encargó de retrasar la actuación de la pareja para darle más tiempo a la muerte.

En este cuento, Satanás toma la forma de un hombre misterioso -no conocemos su aspecto físico, se mueve entre las tinieblas- pero lo más llamativo es que no habla, solamente gesticula.

Resultan curiosos los dos últimos párrafos de la lectura. En el penúltimo, el narrador surge para convencernos de la veracidad de los hechos narrados y nos explica la participación del diablo, dando solución al enigama.

En el último párrafo, sin embargo, deja abierta una incógnita: no sabemos si el relojero murió o si fue descolgado a tiempo de salvarle su vida, pero eso carece de la menor importancia, en este relato Defoe se propone advertirnos de los peligros de atender a las tentaciones, y lo consigue. Parece un boceto de una historia a medio desarrollar por lo breve, por lo que la tensión no llega a cuajar.







"El Diablo y el Relojero"
Daniel Defoe



Viva en la parroquia de San Bennet Funk, cerca del Mercado Real, una honesta y pobre viuda quien, después de morir su marido, tomó huéspedes en su casa. Es decir, dejó libres algunas de sus habitaciones para aliviar su renta. Entre otros, cedió su buhardilla a un artesano que hacía engranajes para relojes y que trabajaba para aquellos comerciantes que vendían dichos instrumentos, según es costumbre en esta actividad.

Sucedió que un hombre y una mujer fueron a hablar con este fabricante de engranajes por algún asunto relacionado con su trabajo. Y cuando estaban cerca de los últimos escalones, por la puerta completamente abierta del altillo donde trabajaba, vieron que el hombre (relojero o artesano de engranajes) se había colgado de una viga que sobresalía más baja que el techo o cielorraso. Atónita por lo que veía, la mujer se detuvo y gritó al hombre, que estaba detrás de ella en la escalera, que corriera arriba y bajara al pobre desdichado.

En ese mismo momento, desde otra parte de la habitación, que no podía verse desde las escaleras, corrió velozmente otro hombre que llevaba un escabel en sus manos. Éste, con cara de estar en un grandísimo apuro, lo colocó debajo del desventurado que estaba colgado y, subiéndose rápidamente, sacó un cuchillo del bolsillo y sosteniendo el cuerpo del ahorcado con una mano, hizo señas con la cabeza a la mujer y al hombre que venía detrás, como queriendo detenerlos para que no entraran; al mismo tiempo mostraba el cuchillo en la otra, como si estuviera por cortar la soga para soltarlo.

Ante esto la mujer se detuvo un momento, pero el hombre que estaba parado en el banquillo continuaba con la mano y el cuchillo tocando el nudo, pero no lo cortaba. Por esta razón la mujer gritó de nuevo a su acompañante y le dijo:

-¡Sube y ayuda al hombre!

Suponía que algo impedía su acción.

Pero el que estaba subido al banquillo nuevamente les hizo señas de que se quedaran quietos y no entraran, como diciendo: «Lo haré inmediatamente».

Entonces dio dos golpes con el cuchillo, como si cortara la cuerda, y después se detuvo nuevamente. El desconocido seguía colgado y muriéndose en consecuencia. Ante la repetición del hecho, la mujer de la escalera le gritó:

-¿Que pasa? ¿Por qué no bajas al pobre hombre?

Y el acompañante que la seguía, habiéndosele acabado la paciencia, la empujó y le dijo:

-Déjame pasar. Te aseguro que yo lo haré -y con estas palabras llegó arriba y a la habitación donde estaban los extraños.

Pero cuando llegó allí ¡cielos! el pobre relojero estaba colgado, pero no el hombre con el cuchillo, ni el banquito, ni ninguna otra cosa o ser que pudiera ser vista a oída. Todo había sido un engaño, urdido por criaturas espectrales enviadas sin duda para dejar que el pobre desventurado se ahorcara y expirara.

El visitante estaba tan aterrorizado y sorprendido que, a pesar de todo el coraje que antes había demostrado, cayó redondo en el suelo como muerto. Y la mujer, al fin, para bajar al hombre, tuvo que cortar la soga con unas tijeras, lo cual le dio gran trabajo.

Como no me cabe duda de la verdad de esta historia que me fue contada por personas de cuya honestidad me fío, creo que no me dará trabajo convencerlos de quién debía de ser el hombre del banquito: fue el Diablo, que se situó allí con el objeto de terminar el asesinato del hombre a quien, según su costumbre, había tentado antes y convencido para que fuera su propio verdugo. Además, este crimen corresponde tan bien con la naturaleza del Demonio y sus ocupaciones, que yo no lo puedo cuestionar. Ni puedo creer que estemos equivocados al cargar al Diablo con tal acción.




Nota: No puedo tener certeza sobre el final de la historia; es decir, si bajaron al relojero lo suficientemente rápido como para recobrarse o si el Diablo ejecutó sus propósitos y mantuvo aparte al hombre y a la mujer hasta que fue demasiado tarde. Pero sea lo que fuera, es seguro que él se esforzó demoníacamente y permaneció hasta que fue obligado a marcharse.

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