sábado, 17 de marzo de 2018

En el Tren

En esta ocasión comentamos un relato corto de Leopoldo Alas Clarín titulado "En el tren", el cual vio la luz en el periódico "Los Lunes de El Imparcial", el 19 de Agosto de 1895. Este cuento ofrece una clara estructura teatral, formado al completo por un estilo dialogado. Además, es un relato de tesis, puesto que el autor tiene una intención; demostrar que la culpa de la situación del país son aquellos como el protagonista del cuento que se están lucrando de la situación. Esta reflexión se podría contrastar con la situación del militar de la época, la víctima, junto con sus familiares. Gracias al título nos adentramos en el entorno de la historia, desarrollada en el interior de un tren. Clarín se vale de este cuento para desarrollar una crítica indirecta de la guerra de Cuba, y todo lo que en ella ocurría. Es decir, este cuento se adentra en cierta medida en la visión política del autor.

El marqués de Numancia, que ahora es consejero y anteriormente fue ministro, representa la libertad, el pergamino, el poder, la oligarquía… También fue ministro de Ultramar, esa es una profesión que desapareció en 1898 cuando Filipinas, Cuba y Puerto Rico dejaron de ser colonias Españolas. Él tenía derechos o más bien privilegios.

En cuanto a la moda de lo inglés empezó por la aristocracia que practicaba deportes como el futbol. El marqués es un noble ya mayor pero que está al día de las modas y no se anda con "medioevales".

El protagonista de la historia no quería que nadie más viajase con él ya que seguía siendo un político importante, no quiere que entre ni una mosca. La dama que tiene que viajar con él porque no hay más asientos en el tren, quiere irse porque cualquier perro sería más fino que el marqués.

Hasta ese momento el autor emplea un estilo directo libre pero a partir de ahí comenzará a usar el estilo directo. Ambos pasajeros que se unen a su vagón defienden educadamente que tienen billete. Llaman al jefe de la estación, y en el texto se omite un tiempo ya que es como si apareciese de repente. El poder lo toma el militar y le dice que luego reclame a quien quiera. Cuando termina la protesta y el marqués se calma, incluso le ofrece un puro al otro hombre. Es ahí cuando muestra que tiene esa “campechanía” de la nobleza española con el pueblo.

Este texto tiene dos núcleos: el concepto del poder de la nobleza y una historia de amor.

En la primera parte del diálogo se muestran dos visiones distintas del patriotismo. Por una parte la del marqués con el lenguaje falso, el nacionalismo, las grandes palabras y mentiras que dicen y, por otra parte, la del teniente, mostrando la cara de los soldados que luchan, de los que lo viven en primera persona, que dejan la patria para irse a luchar. Los discursos de lo verdadero y lo falso.

Biarritz es el símbolo de la nobleza, de los casinos, las fiestas… donde iban los ricos a pasárselo bien pero que como ya les parecía poco se iban a Inglaterra.

El marqués, que se aburre, ya ha leído el periódico, se pone a hablar de política con el teniente. El autor omite que en esta parte el tren reduce su marcha, el teniente hace gestos de coger la maleta.

Clarín emplea mucho la ironía en este texto, como cuando el marqués dice que no tuvo tiempo de hacer algo cuando está en un trabajo de novato que no sabe hacer, aún así no hace nada y asciende.

A lo largo del primer párrafo obtenemos una clara presentación del personaje principal de este cuento, un hombre que, como él mismo reconoce, ha llegado a ser marqués no por méritos de honor, sino de negocios. La principal crítica se desarrolla tanto en el cuerpo del cuento como en la parte final. Mientras el marqués se acomoda en el tren, mostrándose disconforme debido a su emplazamiento, un hombre y una mujer aparecen con el objetivo de ocupar su mismo vagón. Es ésta la primera visión que Clarín nos aporta; la superioridad con la que el Duque habla acerca del hecho de compartir el vagón con cualquiera, a pesar de que posteriormente hable de manera mucho más cercana.

El diálogo más importante es probablemente el del Duque y el Teniente, en el que se intercambian dos puntos de vista muy diferentes; el Duque defiende la patria por encima de todo, sin embargo el teniente a pesar de valorar la patria, tiene un gran sentimiento de culpa al dejar a su familia sola. A lo largo del texto, se producen cambios de estilo directo a estilo indirecto con mucha frecuencia.

Para finalizar, Clarín nos deja una escena de coqueteo fallida que acaba con la confesión de la mujer acerca del motivo de sus llantos. Sus palabras conforman una dura crítica social, refiriéndose a los poderosos, que mandaban a la guerra a morir a los hombres sin importarles lo más mínimo quienes eran. Éste es el caso de la mujer que había perdido a su marido recientemente, uno de los héroes mencionados por el marqués, de los cuales ni siquiera su nombre conocía.







"En el Tren"
Leopoldo Alas Clarín



El duque del Pergamino, marqués de Numancia, conde de Peñasarriba, consejero de ferrocarriles de vía ancha y de vía estrecha, ex ministro de Estado y de Ultramar... está que bufa y coge el cielo... raso del coche de primera con las manos; y a su juicio tiene razón que le sobra. Figúrense ustedes que él viene desde Madrid solo, tumbado cuan largo es en un reservado, con que ha tenido que contentarse, porque no hubo a su disposición, por torpeza de los empleados, ni coche-cama, ni cosa parecida. Y ahora, a lo mejor del sueño, a media noche, en mitad de Castilla, le abren la puerta de su departamento y le piden mil perdones... porque tiene que admitir la compañía de dos viajeros nada menos: una señora enlutada, cubierta con un velo espeso, y un teniente de artillería.

¡De ninguna manera! No hay cortesía que valga; el noble español es muy inglés cuando viaja y no se anda con miramientos medioevales: defiende el home de su reservado poco menos que con el sport que ha aprendido en Eton, en Inglaterra, el noble duque castellano, estudiante inglés.

¡Un consejero, un senador, un duque, un ex-ministro, consentir que entren dos desconocidos en su coche, después de haber consentido en prescindir de una berlina-cama, a que tiene derecho! ¡Imposible! ¡Allí no entra una mosca!

La dama de luto, avergonzada, confusa, procura desaparecer, buscar refugio en cualquier furgón donde pueda haber perros más finos... pero el teniente de artillería le cierra el paso ocupando la salida, y con mucha tranquilidad y finura defiende su derecho, el de ambos.

-Caballero, no niego el derecho de usted a reclamar contra los descuidos de la Compañía... pero yo, y por lo visto esta señora también, tengo billete de primera; todos los demás coches de esta clase vienen llenos; en esta estación no hay modo de aumentar el servicio... aquí hay asientos de sobra, y aquí nos metemos.

El jefe de la estación apoya con timidez la pretensión del teniente; el duque se crece, el jefe cede... y el artillero llama a un cabo de la Guardia civil, que, enterado del caso, aplica la ley marcial al reglamento de ferrocarriles, y decreta que la viuda (él la hace viuda) y su teniente se queden en el reservado del duque, sin perjuicio de que éste se llame a engaño ante quien corresponda.

Pergamino protesta; pero acaba por calmarse y hasta por ofrecer un magnífico puro al militar, del cual acaba de saber, accidentalmente, que va en el expreso a incorporarse a su regimiento, que se embarca para Cuba.

-¿Con que va usted a Ultramar a defender la integridad de la patria?

-Sí señor, en el último sorteo me ha tocado el chinazo.

-¿Cómo chinazo?

-Dejo a mi madre y a mi mujer enfermas y dejo dos niños de menos de cinco años.

-Bien, sí; es lamentable... ¡Pero la patria, el país, la bandera!

-Ya lo creo, señor duque. Eso es lo primero. Por eso voy. Pero siento separarme de lo segundo. Y usted, señor duque, ¿a dónde bueno?

-Phs... por de pronto a Biarritz, después al Norte de Francia... pero todo eso está muy visto; pasaré el Canal y repartiré el mes de Agosto y de Septiembre entre la isla de Wight, Cowes, Ventnor, Ryde y Osborn...

La dama del luto y del velo, ocupa silenciosa un rincón del reservado. El duque no repara en ella. Después de repasar un periódico, reanuda la conversación con el artillero, que es de pocas palabras.

-Aquello está muy malo. Cuando yo, allá en mi novatada de ministro, admití la cartera de Ultramar, por vía de aprendizaje, me convencí de que tenemos que aplicar el cauterio a la administración ultramarina, si ha de salvarse aquello.

-Y usted ¿no pudo aplicarlo?

-No tuve tiempo. Pasé a Estado, por mis méritos y servicios. Y además... ¡hay tantos compromisos! Oh, pero la insensata rebelión no prevalecerá; nuestros héroes defienden aquello como leones; mire usted que es magnífica la muerte del general Zutano... víctima de su arrojo en la acción de Tal... Zutano y otro valiente, un capitán... el capitán... no sé cuántos, perecieron allí con el mismo valor y el mismo patriotismo que los más renombrados mártires de la guerra. Zutano y el otro, el capitán aquél, merecen estatuas; letras de oro en una lápida del Congreso... Pero de todas maneras, aquello está muy malo... No tenemos una administración... Conque ¿usted se queda aquí para tomar el tren que le lleve a Santander? Pues ea; buena suerte, muchos laureles y pocos balazos... Y si quiere usted algo por acá... ya sabe usted, mi teniente, durante el verano, isla de Wight, Cowes, Ryde, Ventnor y Osborn...

El duque y la dama del luto y el velo quedan solos en el reservado. El ex-ministro procura, con discreción relativa, entablar conversación.

La dama contesta con monosílabos, y a veces con señas.

El de Pergamino, despechado, se aburre. En una estación, la enlutada mira con impaciencia por la ventanilla.

-¡Aquí, aquí! -grita de pronto-; Fernando, Adela, aquí...

Una pareja, también de luto, entra en el reservado: la enlutada del coche los abraza, sobre el pecho de la otra mujer llora, sofocando los sollozos.

El tren sigue su viaje. Despedida, abrazos otra vez, llanto...

Quedaron de nuevo solos la dama y el duque.

Pergamino, muerto de impaciencia, se aventura en el terreno de las posibles indiscreciones. Quiere saber a toda costa el origen de aquellas penas, la causa de aquel luto... Y obtiene fría, seca, irónica, entre lágrimas, esta breve respuesta:

-Soy la viuda del otro... del capitán Fernández.

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