sábado, 3 de marzo de 2018

Poquita Cosa

En este cuento, como hace el narrador con la institutriz de sus hijos, Chejov quiere darnos un consejo: les pide a los humildes que dejen de lado su timidez, que alcen la voz y no se sometan a los abusos de los poderosos.

El relato, narrado en primera persona, es una conversación en la que un hombre de buena posición y una preceptora ajustan cuentas. El caballero debe pagar a la niñera por los servicios prestados pero parece que quiere recortar al máximo su salario.

La institutriz tiene sus obligaciones: dar clase a los muchachos, vigilarlos, acompañarlos, educarlos… pero da la impresión de que no tiene ningún derecho. Su timidez, unida a su posición débil, de inferioridad con respecto al señor, le impide alzar la voz, aunque por dentro los abusos de su jefe le causen indignación y pena.

De este modo, Yulia Vasilievna, que así se llama nuestra heroína, ve como su palabra no cuenta para nada y que el padre de los niños a los que está educando utiliza su posición de poder para someterla a un auténtico asalto: le rebaja el precio convenido, le sustrae días que realmente ha trabajado, la responsabiliza de daños materiales que debe pagar de su bolsillo y que ella no pudo haber evitado de ninguna manera, etc. Después de tal abuso, Yulia aún da las gracias. La joven nos da a entender que anteriormente había tenido experiencias peores, que había trabajado sin cobrar. Como nos dice el gran genio ruso, ser fuerte es muy fácil, al menos mientras haya en el mundo personas débiles que se dejen apabullar. Pero esta vez la protagonista topó con un hombre justo, un señor que sólo pretende darle una lección: "¿Es que se puede vivir en este mundo sin mostrar los dientes?". Espabílate, no dejes que te sometan, no consientas los abusos de los poderosos.

El cuento "Poquita Cosa" de Antón Chéjov trata de reflejarnos cuán apocada y sumisa puede ser una persona que no llega a defender sus derechos. En este caso, el padre de Kolia trata de bromear con la institutriz de sus hijos, Yulia Vasilievna. Él la quiere engañar, diciéndole que le pagará una cantidad mínima de rublos, debido a algunos descuidos que esta ha tenido. Ella solo suda y lagrimea. Luego, el padre de Kolia, su patrón le dice que ha estado bromeando y que le ha querido dar una lección. Le pagará sus rublos completos.  Yulia Vasilievna le dice merci, ya que en otros sitios ni siquiera le daban dinero. 

Una de las cosas que hacen de este cuento un buen cuento es que es justo de la extensión apropiada y con la tensión apropiada. Muchos cuentos pueden tener una trama bastante interesante pero no tratan estos elementos, alargan demasiado los momentos de tensión, asiéndose estos monótonos, y terminando por desencantar al lector.
Aquí no sobran ni faltan palabras, en todo momento el cuento te mantiene pendiente, expectante, desarrollando poco a poco las personalidades de los personajes, y la tensión que se genera entre ellos, a través de una situación muy posible en el área laboral, donde siempre se cometen abusos. Al ser un cuento relativamente breve, la situación que se forma no es agotadora, y de cierta forma, refleja la realidad de la clase mas baja, que simplemente tiene que aceptar dinero por necesidad, y sobretodo años atrás, en que la posibilidad de oponerse era casi imposible, un documento de desempleo.

Otro aspecto a favor de este cuento es que este autor tiene la facilidad de generar con facilidad una imagen del cuento, no es difícil visualizar la escena y ver las emociones reflejadas en los personajes, ya que aunque no se dedica tanto a la descripción, da los detalles justos para que se pueda leer e imaginar con facilidad, y no se sobrepase de detalles que limitan y alentan la lectura.








"Poquita Cosa"
Anton Chejov



Hace unos días invité a Yulia Vasilievna, la institutriz de mis hijos, a que pasara a mi despacho. Teníamos que ajustar cuentas.

—Siéntese, Yulia Vasilievna —le dije—. Arreglemos nuestras cuentas. A usted seguramente le hará falta dinero, pero es usted tan ceremoniosa que no lo pedirá por sí misma... Veamos... Nos habíamos puesto de acuerdo en treinta rublos por mes...

—En cuarenta...

—No. En treinta... Lo tengo apuntado. Siempre le he pagado a las institutrices treinta rublos... Veamos... Ha estado usted con nosotros dos meses...

—Dos meses y cinco días...

—Dos meses redondos. Lo tengo apuntado. Le corresponden por lo tanto sesenta rublos... Pero hay que descontarle nueve domingos... pues los domingos usted no le ha dado clase a Kolia, sólo ha paseado... más de tres días de fiesta...

A Yulia Vasilievna se le encendió el rostro y se puso a tironear el volante de su vestido, pero... ¡ni palabra!

—Tres días de fiesta... Por consiguiente descontamos doce rublos... Durante cuatro días Kolia estuvo enfermo y no tuvo clases... usted se las dio sólo a Varia... Hubo tres días que usted anduvo con dolor de muela y mi esposa le permitió descansar después de la comida... Doce y siete suman diecinueve. Al descontarlos queda un saldo de... hum... de cuarenta y un rublos... ¿no es cierto?

El ojo izquierdo de Yulia Vasilievna enrojeció y lo vi empañado de humedad. Su mentón se estremeció. Rompió a toser nerviosamente, se sonó la nariz, pero... ¡ni palabra!

—En víspera de Año Nuevo usted rompió una taza de té con platito. Descontamos dos rublos... Claro que la taza vale más... es una reliquia de la familia... pero ¡que Dios la perdone! ¡Hemos perdido tanto ya! Además, debido a su falta de atención, Kolia se subió a un árbol y se desgarró la chaquetita... Le descontamos diez... También por su descuido, la camarera le robó a Varia los botines... Usted es quien debe vigilarlo todo. Usted recibe sueldo... Así que le descontamos cinco más... El diez de enero usted tomó prestados diez rublos.

—No los tomé —musitó Yulia Vasilievna.

—¡Pero si lo tengo apuntado!

—Bueno, sea así, está bien.
—A cuarenta y uno le restamos veintisiete, nos queda un saldo de catorce...

Sus dos ojos se le llenaron de lágrimas...

Sobre la naricita larga, bonita, aparecieron gotas de sudor. ¡Pobre muchacha!

—Sólo una vez tomé —dijo con voz trémula— . Le pedí prestados a su esposa tres rublos... Nunca más lo hice...

—¿Qué me dice? ¡Y yo que no los tenía apuntados! A catorce le restamos tres y nos queda un saldo de once... ¡He aquí su dinero, querida! Tres... tres... uno y uno... ¡sírvase!

Y yo le tendí once rublos... Ella los cogió con dedos temblorosos y se los metió en el bolsillo.

—Merci —murmuró.

Yo pegué un salto y me eché a caminar por el cuarto. No podía contener mi indignación.

—¿Por qué merci? —le pregunté.

—Por el dinero.

—¡Pero si ya la he desplumado! ¡Demonios! ¡La he asaltado! ¡La he robado! ¿Por qué merci?

—En otros sitios ni siquiera me daban...

—¿No le daban? ¡Pues no es extraño! Yo he bromeado con usted... le he dado una cruel lección... ¡Le daré sus ochenta rublos enteritos! ¡Ahí están preparados en un sobre para usted! ¿Pero es que se puede ser tan apocada? ¿Por qué no protesta usted? ¿Por qué calla? ¿Es que se puede vivir en este mundo sin mostrar los dientes? ¿Es que se puede ser tan poquita cosa?

Ella sonrió débilmente y en su rostro leí: “¡Se puede!”

Le pedí disculpas por la cruel lección y le entregué, para su gran asombro, los ochenta rublos. Tímidamente balbuceó su merci y salió... La seguí con la mirada y pensé: ¡Qué fácil es en este mundo ser fuerte.

4 comentarios: