"Barba Azul" (en francés, La Barbe bleue) es un cuento de hadas recopilado y adaptado por Charles Perrault, publicado en 1697, en el que una mujer descubre que su marido oculta en una habitación prohibida los cadáveres de sus anteriores esposas.
Un hombre rico es evitado por las mujeres a causa de su barba azul. Un día le pide a una vecina distinguida alguna de sus hijas en matrimonio, las cuales se pasan el compromiso una a la otra, por rechazo al aspecto de Barba Azul y porque este se había casado varias veces y todas sus mujeres habían desaparecido. Pero finalmente la hermana menor accede atraída por la vida opulenta que le ofrece el ricachón. Se casan y la joven va a vivir a la mansión de su marido. Un día Barba Azul anuncia que partirá en viaje de negocios y entrega todas las llaves de la casa a su nueva esposa, incluida la de una pequeña estancia a la que le prohíbe entrar. Parte, y la esposa siente tal deseo de ver qué hay en la habitación prohibida, que finalmente abre la puerta y entra. Encuentra el suelo bañado en sangre coagulada y en los muros, colgados, los cadáveres de las anteriores esposas de su marido. Aterrada, deja caer la llave, que se mancha de sangre. La joven la recoge, huye de la estancia e intenta limpiar la delatora mancha de sangre, pero como la llave está hechizada, la sangre permanece.
Barba Azul regresa de improviso y al advertir la desobediencia de su mujer, la sentencia a muerte. Los hermanos varones de la joven habían prometido visitarla aquel mismo día, así que ella, para ganar tiempo, pide a Barba Azul un momento para rezar antes de morir, y con su hermana, también de visita en la mansión, va a una torre de esta. Desde allí vigilan el campo hasta ver que los hermanos se acercan. Cuando ya no puede aplazar más su ejecución, la joven se presenta ante su esposo. Este se encuentra a punto de degollarla cuando irrumpen los hermanos de la joven y lo matan.
La joven hereda la fortuna de Barba Azul, gracias a la cual casa a su hermana con un aristócrata, compra cargos para sus hermanos y finalmente se casa ella misma con un hombre honrado.
Perrault recogió el relato de fuentes populares, pero no se sabe con certeza cuánto añadió o modificó. Eugène Bossard recoge un relato oral popular en Bretaña y en los Países del Loira en el que la esposa de Barba Azul, para ganar tiempo ante la inminencia de su ejecución, pide un momento para ir a vestirse con su atuendo de novia. Bossard especula que Perrault cambió este pedido por el de ir a rezar para que el personaje de la muchacha resultara menos frívolo en la corte francesa del siglo XVII.
La casi ausencia de elementos fantásticos en este cuento de Perrault, característica que lo hace contrastar con otros relatos del autor, refuerza la tesis de que habría en él una base real: según cierto consenso generalizado, esta sería la historia del noble bretón del siglo XV y asesino en serie, Gilles de Rais. Incluso la apariencia distintiva del personaje derivaría de la barba tupida y negra de aquel homicida ilustre. Otro personaje histórico con que se ha vinculado a Barba Azul es el uxoricida Enrique VIII de Inglaterra. También se lo ha relacionado con un personaje pseudohistórico, el conde bretón Comor, que según las hagiografías de San Gildas y Santa Trifina, mató sucesivamente a siete esposas, la última de ellas, esta santa.
El tema de la prohibición transgredida es históricamente recurrente, y aquí se conjuga por un lado con el de la habitación secreta o prohibida y por otro con el de la curiosidad ilícita de la mujer. En este sentido Barba Azul tiene antecedentes en la narrativa sobre Eva, la mujer de Lot, Pandora, Psique y la esposa de Lohengrin. De hecho, en la historia helenística de Cupido y Psique, los temas del misterioso marido ausente, la mansión suntuosa y la curiosidad ilícita ya están todos presentes.
Barba Azul fue reimpreso en numerosas ediciones hasta alrededor de la década de 1950, cuando su popularidad decayó al considerarse cada vez menos adecuada para que los niños lo leyeran. Como el elemento central de la historia es el descubrimiento de los cadáveres de las esposas, Barba Azul era una historia difícil de «rebajar» para audiencias infantiles, factor que sin duda contribuyó al descenso de su popularidad.
En otro tiempo vivía un hombre que tenía hermosas casas en la ciudad y en el campo, vajilla de oro y plata, muebles muy adornados y carrozas doradas; pero, por desgracia, su barba era azul, color que le daba un aspecto tan feo y terrible que no había mujer ni joven que no huyera a su vista.
Una de sus vecinas, señora de rango, tenía dos hijas muy hermosas. Pidiole una en matrimonio, dejando a la madre la elección de la que había de ser su esposa. Ninguna de las jóvenes quería casar con él y cada cual lo endosaba a la otra, sin que la otra ni la una se resolvieran a ser la mujer de un hombre que tenía la barba azul. Además, aumentaba su disgusto el hecho de que había casado con varias mujeres y nadie sabía lo que de ellas había sido.
Barba Azul, para trabar con ellas relaciones, llevolas con su madre, tres o cuatro amigos íntimos y algunas jóvenes de la vecindad a una de sus casas de campo en la que permanecieron ocho días completos, que emplearon en paseos, partidos de caza y pesca, bailes y tertulias, sin dormir apenas y pasando las noches contando chistes. Tan agradablemente se deslizó el tiempo, que a la menor pareciole que el dueño de casa no tenía la barba azul y que era un hombre muy bueno; y al regresar a la ciudad celebraron la boda.
Al cabo de un mes Barba Azul dijo a su esposa que se veía obligado a hacer un viaje a provincias, que a lo menos duraría seis semanas, siendo importante el asunto que a viajar le obligaba. Rogole que durante su ausencia se divirtiese cuanto pudiera, invitara a sus amigas a acompañarla, fuera con ellas al campo, si de ello gustaba, y procurara no estar triste.
—Aquí tienes, —añadió,— las llaves de los dos grandes guardamuebles. Estas son las de la vajilla de oro y plata que no se usa diariamente; las que te entrego pertenecen a las cajas donde guardo los metales preciosos; estas las de los cofres en los que están mis piedras y joyas, y aquí te doy el llavín que abre las puertas de todos los cuartos. Esta llavecita es la del gabinete que hay al extremo de la gran galería de abajo. Ábrelo todo, entra en todas partes, pero te prohíbo penetrar en el gabinete; y de tal manera te lo prohíbo, que si lo abres puedes esperarlo todo de mi cólera. Prometiole atenerse exactamente a lo que acababa de ordenarle; y él, después de haberla abrazado, metiose en el carruaje y emprendió su viaje.
Las vecinas y los amigos no esperaron a que les llamasen para ir a casa de la recién casada, pues grandes eran sus deseos de verlo todo, que no se atrevieron a realizar estando el marido, porque su barba azul les espantaba. Acto continuo pusiéronse a recorrer los cuartos, los gabinetes, los guardarropas, siendo sorprendente la riqueza de cada habitación. Subieron enseguida a los guardamuebles, donde no se cansaron de admirar el número y belleza de los tapices, camas, sofás, papeleras, veladores, mesas y espejos que reproducían las imágenes de la cabeza a los pies y en los que los adornos, los unos de cristal, de plata dorados los otros, eran tan bellos y magníficos que iguales no se habían visto. No cesaban de ponderar y envidiar la dicha de su amiga, que no se divertía viendo tales riquezas, pues la dominaba la impaciencia por ir a abrir el gabinete de abajo.
Empujola la curiosidad, sin fijarse en que faltaba a la educación abandonando a sus amigas, bajó por una escalerilla reservada, con tanta precipitación que dos o tres veces corrió peligro de desnucarse. Al llegar a la puerta del gabinete detúvose algún tiempo, pensando en la prohibición de su marido y reflexionando que la desobediencia podía atraerle alguna desgracia; pero la tentación era tan fuerte que no pudo vencerla, y tomando la llavecita abrió temblando la puerta del gabinete.
Al principio nada vio, debido a que las ventanas estaban cerradas. Al cabo de algunos instantes comenzaron a destacarse los objetos y notó que el suelo estaba completamente cubierto de sangre cuajada y que en ella se reflejaban los cuerpos de varias mujeres muertas y sujetas a las paredes. Estas mujeres eran todas aquellas con quienes Barba Azul había casado, a las que había degollado una tras otra. Creyó morir de miedo ante tal espectáculo y se le cayó la llave del gabinete que acababa de sacar de la cerradura.
Después de haberse repuesto algo, cogió la llave, cerró la puerta y subió a su cuarto para dominar su agitación, sin que lo lograse, pues era extraordinaria.
Habiendo notado que la llave del gabinete estaba manchada de sangre, la enjugó dos o tres veces, pero la sangre no desaparecía. En vano la lavó y hasta la frotó con arenilla y asperón, pues continuaron las manchas sin que hubiera medio de hacerlas desaparecer, porque cuando lograba quitarlas de un lado, aparecían en el otro.
Barba Azul regresó de su viaje la noche de aquel mismo día y dijo que en el camino había recibido cartas noticiándole que había terminado favorablemente para él el asunto que le había obligado a ausentarse. La esposa hizo cuanto pudo para que creyese que su inesperada vuelta la había llenado de alegría.
Al día siguiente le dio las llaves y se las entregó tan temblorosa, que en el acto adivinó todo lo ocurrido.
—¿Por qué no está con las otras la llavecita del gabinete? —Le preguntó.
—Probablemente la habré dejado sobre mi mesa, —contestó.
—Dámela enseguida, —añadió Barba Azul.
Después de varias dilaciones, forzoso fue entregar la llave. Mirola Barba Azul y dijo a su mujer:
—¿A qué se debe que haya sangre en esta llave?
—Lo ignoro, —contestó más pálida que la muerte.
—¿No lo sabes? —replicó Barba Azul;— yo lo sé. Has querido penetrar en el gabinete. Pues bien, entrarás en él e irás a ocupar tu puesto entre las mujeres que allí has visto.
Al oír estas palabras arrojose llorando a los pies de su esposo y pidiole perdón con todas las demostraciones de un verdadero arrepentimiento por haberle desobedecido. Hubiera conmovido a una roca, tanta era su aflicción y belleza, pero Barba Azul tenía el corazón más duro que el granito.
—Es necesario que mueras, —le dijo,— y morirás en el acto.
—Puesto que es forzoso, —murmuró mirándole con los ojos anegados en llanto,— concédeme algún tiempo para rezar.
—Te concedo diez minutos, —replicó Barba Azul,— pero ni un segundo más.
En cuanto estuvo sola llamó a su hermana y le dijo:
—Anita de mi corazón; sube a lo alto de la torre y mira si vienen mis hermanos. Me han prometido que hoy vendrían a verme, y si les ves hazles seña de que apresuren el paso.
Subió Anita a lo alto de la torre y la mísera le preguntaba a cada instante.
—Anita, hermana mía, ¿ves algo?
Y Anita contestaba:
—Sólo veo el sol que centellea y la hierba que verdea.
Barba Azul tenía una enorme cuchilla en la mano y gritaba con toda la fuerza de sus pulmones a su mujer:
—Baja enseguida o subo yo.
—¡Un instante, por piedad! —le contestaba su esposa; y luego decía en voz baja—: Anita, hermana mía, ¿ves algo?
Su hermana respondía:
—Sólo veo el sol que centellea y la hierba que verdea.
—Baja pronto, —bramaba Barba Azul,— o subo yo.
—Bajo —contestó la infeliz; y luego preguntó,— Anita, hermana mía, ¿viene alguien?
—Sí, veo una gran polvareda que hacia aquí avanza...
—¿Son mis hermanos?
—¡Ay!, no, hermana mía; es un rebaño de carneros.
—¿Bajas o no bajas? —vociferaba Barba Azul.
—¡Un momento, otro instante no más! —exclamó su mujer; y luego añadió:— Anita, hermana mía, ¿viene alguien?
—Veo —contestó,— dos caballeros que hacia aquí se encaminan, pero aún están muy lejos. ¡Alabado sea Dios!, —exclamó, poco después;— ¡son mis hermanos! Les hago señas para que apresuren el paso.
Barba Azul se puso a gritar con tanta fuerza que se estremeció la casa entera. Bajó la infeliz mujer y fue a arrojarse a sus pies llorosa y desgreñada.
—De nada han de servirte las lágrimas, —le dijo;— has de morir.
Luego agarrola de los cabellos con una mano y levantó con la otra la cuchilla para cortarle la cabeza. La infeliz hacia él volvió la moribunda mirada y rogole le concediese unos segundos.
—No, no, —rugió aquel hombre;— encomiéndate a Dios.
Y al mismo tiempo levantó el armado brazo...
En aquel momento golpearon con tanta fuerza la puerta, que Barba Azul se detuvo. Abrieron y entraron dos caballeros, quienes desnudando las espadas corrieron hacia donde estaba aquel hombre, que reconoció a los dos hermanos de su mujer, el uno perteneciente a un regimiento de dragones y el otro mosquetero; y al verles escapó. Persiguiéronle tan de cerca ambos hermanos, que le alcanzaron antes que hubiese podido llegar al muelle, le atravesaron el cuerpo con sus espadas y le dejaron muerto. La pobre mujer casi tan falta de vida estaba como su marido y ni fuerzas tuvo para levantarse y abrazar a sus hermanos.
Resultó que Barba Azul no tenía herederos, con lo cual todos sus bienes pasaron a su esposa, quien empleó una parte en casar a su hermanita con un joven gentilhombre que hacía tiempo la amaba, otra parte en comprar los grados de capitán para sus hermanos y el resto se lo reservó, casando con un hombre muy digno y honrado que la hizo olvidar los tristes instantes que había pasado con Barba Azul.
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