viernes, 19 de octubre de 2018

Cygnus


“Las cosas están ligadas por lazos invisibles: no se puede arrancar una flor sin molestar a una estrella.”
Galileo Galilei


Definitivamente desechamos ya toda posibilidad de volver a restablecer el contacto con el Bealus. La última señal recibida fue hace ya más de 16 meses, cuando normalmente los ecos enviados por la antena de comunicaciones de la expedición espacial aparecían en el radar de la base cada 15 días aproximadamente. Por motivos de seguridad, nunca mencionamos la posición exacta ni la ubicación de nuestro centro operativo de control, así como obviamente los nombres y graduación del personal de tierra dedicado a las tareas de investigación, seguimiento y desarrollo, o cualquier otra relacionada directa o indirectamente con el proyecto espacial.

Soy el oficial al mando y máximo responsable de la misión estelar tripulada de la cual hasta la fecha aún seguimos sin tener noticias. Mi nombre y graduación como ya dije anteriormente, es irrelevante, así como el motivo de la misión. La última comunicación procedente del carguero espacial fue un mensaje cifrado con un código de encriptación bastante inusual al habitualmente recibido. Una especie de S.O.S enviado por la Inteligencia Artificial de la nave. Confieso mi estupor en un primer momento, mi sorpresa cuando descodificamos el contenido del envío. Consistía en una llamada de socorro que advertía de un error de base irrecuperable que afectaba al rumbo y la trayectoria del Bealus hacia su destino. Todavía no hemos perdido la esperanza de recibir de nuevo noticias de la tripulación, pero el tiempo se pone en nuestra contra y cada semana, cada mes transcurrido difumina y agota las posibilidades de seguir adelante con el programa establecido. Debemos ser realistas ante esta complicada e imprevista situación, poco o nada podemos hacer desde aquí. El desenlace de los acontecimientos relativo a la misión es incierto o quizás ya se haya producido. En cualquier caso, las últimas lecturas del radar de posicionamiento no dejan lugar a dudas sobre el destino de toda la expedición estelar y según el convenio vigente de la normativa espacial internacional, cualquier proyecto o misión sideral tanto tripulada o no, que no haya dado señales de vida en un plazo superior a los 5 años terrestres desde su puesta en marcha, será automáticamente abortada y anulada, con todo lo que ello implica en cuanto a coste material, científico y desgraciadamente de vidas humanas. Ahora ya solo resta confiar en que Dios exista.





Ha debido transcurrir ya demasiado tiempo desde que se apagaron los motores y el carguero entró en modo de auto propulsión ayudado por la propia inercia de sus cientos de toneladas de peso. Aún no había sido determinado por la computadora de a bordo si la trayectoria del viaje era la correcta o si por el contrario la nave se encontraba a la deriva hacia cualquier punto inexacto del sector 12 de Cygnus, la constelación del cisne, la cual se suponía debería estar cruzando en estos momentos con dirección hacia Deneb, la principal y más brillante estrella de toda la Vía Láctea, una súper gigante blanca situada a unos 1.425 años luz de nuestro sistema solar. La misión estaba a punto de llegar a su cenit. O eso parecía…
Toda la tripulación permanecía aún en ese eterno letargo que provoca el necesario estado de hibernación el cual es imprescindible para afrontar tan largo viaje. Inertes en el interior de sus capsulas presurizadas, el tiempo solo representa una mera anécdota pasajera, transitoria, que únicamente vuelve a cobrar sentido en el preciso momento de la reanimación metabólica. Durante ese estado de inercia corpórea el proceso de regeneración celular del organismo se detiene evitando así el desgaste y oxidación de la cadena genética y por tanto, el envejecimiento. Pareciese como si en el transcurso de ese profundo letargo, el alma y el cuerpo se separasen y perteneciese la primera a un estado espiritual, casi puro y astral, y a un proceso de coma reversible el segundo.
El silencio reinaba por toda la estructura metálica de la nave cuando sobrevino un inesperado apagón. Estos cortes temporales en el suministro energético que mantenía el carguero en “stand by” (un modo de espera ininterrumpido hasta que alguien de la tripulación tomase el control en la sala de mandos) habían sido más o menos constantes y se repetían con una periodicidad cada vez mayor desde que la expedición espacial se vio sorprendida y sin apenas margen de reacción, por aquella tormenta electromagnética. Los vacíos y fríos pasillos se quedaron a oscuras, cuando de pronto se encendió la iluminación de emergencia y se activaron todos los indicadores silenciosos de alarma.
Por alguna razón incomprensible al sistema lógico de protocolo habitual, una de las celdas que mantenía en hibernación a uno de los miembros tripulantes del Bealus quedó desconectada del sistema general y entró en proceso de reanimación autónomo. La cápsula mantenía en profundo estado de letargo el cuerpo del comandante Evans Caldwell. Poco a poco y de manera sistemática, todo el programa de inhibición metabólica fue desactivándose y dando paso al protocolo de actuación automática de despresurización del habitáculo donde yacía el tripulante. Las constantes vitales estaban intactas. Aparentemente ninguno de los órganos internos había quedado dañado y el accidentado despertar de Caldwell se había realizado con éxito.
Completamente aturdido y exhausto debido a las repentinas reacciones bioquímicas de su cerebro al intentar adaptarse al nuevo estado de consciencia, el comandante entreabrió los ojos y miró a su alrededor. La sala de hibernación estaba completamente sumida en la oscuridad, únicamente alguna que otra sombra palpitaba al compás de una luz de emergencia estratégicamente situada en una de las esquinas superiores de la estancia. El débil reflejo de las luces del cuadro de información de la cápsula se proyectaba desde el interior del habitáculo y sobre el transparente plexiglás que cerraba herméticamente ésta. Sus dedos comenzaron a moverse. Con su mano derecha buscó a tientas el panel digital y sin saber cómo y con un gesto totalmente automático uno de sus dedos activó la apertura manual del cierre presurizado de la cabina y ésta liberó a Caldwell de su claustrofóbica celda.

Algo mareado y a duras penas deambuló sin rumbo ni sentido por uno de los pasillos que conectaba la sala de hibernación con los camarotes de la tripulación, cortando la densa oscuridad con el haz de luz de una linterna de mano que encontró bajo uno de los puntos intermitentes de emergencia. Aquel hombre manifestaba un comportamiento anómalo, inusual para alguien que debiera conocer al dedillo cada recoveco de la nave incluso en ausencia de iluminación. Estaba completamente perdido.
De repente detuvo sus pasos y al instante una nube de dudas y preguntas comenzó a girar sobre su cabeza provocando un inusitado interés por intentar ubicarse en aquel extraño lugar balbuceando y formulándose con voz quebrada y tenue varias preguntas:
- ¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar? ¿Qué hago aquí?
De entre ellas, una especialmente reveladora del estado amnésico transitorio en el que se encontraba:
- ¿Quién soy?
Hacia ya un largo rato que se había percatado de que el silencio al menos durante la distancia que llevaba recorrida era inquietante y envolvente. No se oía el más leve ruido, ni tan siquiera el más mínimo atisbo de actividad mecánica era percibido hasta el momento, únicamente el sordo y ahogado sonido de sus pasos sobre el falso suelo cerámico de la nave al encaminarse en línea recta en busca de alguna salida.
Caminó hacia el final de un largo y estrecho pasillo rematado por dos compuertas situadas a izquierda y derecha de éste. Una de las puertas (la de la derecha) se hallaba rotulada con la siguiente inscripción: “Crew Cabins” (Camarotes de tripulación). Los accesos a cualquier estancia del carguero no se encontraban debidamente sellados a causa del mal funcionamiento de los sistemas de control de apertura y cierre en casi la totalidad del complejo, por lo cual, era extremadamente sencillo introducirse en cualquier sala o compartimento. Los camarotes estaban completamente vacíos, ni rastro de cualquier actividad humana. La totalidad de la tripulación, excepto él, continuaba en estado de hibernación.
La linterna seguía iluminando torpemente y con un radio de visualización limitado, aún así, Caldwell examinó concienzudamente el interior de uno de los camarotes. Una habitación un tanto sobria para ser destinada a un alojamiento exclusivo de uso de oficiales. Un armario donde guardar la ropa, una litera, un pequeño cuartucho de aseo y un escritorio abatible donde se encontraban colocados varios objetos personales, uno de ellos era una fotografía de grupo en la cual se distinguían a varias personas, entre ellas una mujer y dos niños de corta edad. A pesar de que sus rostros le resultaban familiares, no alcanzaba a reconocerlos o a situarlos en algún rincón de su maltrecha memoria. Acto seguido, examinó el reducido espacio destinado al aseo personal y descubrió su propia imagen reflejada en el pequeño espejo situado justo encima del lavabo. Esta reveló el rostro de un hombre de mediana edad que vestía una especie de uniforme de camisa y pantalón  beige en la cual, el bolsillo izquierdo tenía bordados una inicial seguida del primer apellido: “E. Caldwell”.

Para entonces, su cerebro ya estaba empezando a reaccionar lenta pero decisivamente y su memoria procesaba los datos relacionando automáticamente los amnésicos ecos remanentes con la realidad.
- Mi nombre es Caldwell, Evans Caldwell. Y soy ingeniero de telecomunicaciones del carguero espacial Bealus.
Todas las piezas del puzle iban encontrando su lugar en lo más recóndito de su mente una a una mientras desaparecían los efectos secundarios de años de profundo letargo, hasta quedar poco a poco ordenadas en su desbaratada memoria. Al salir del cuarto de camarotes, sus pasos se dirigieron hacia el pasillo central, la columna vertebral que atravesaba toda la nave desde el ala sur hasta el puente de mando. Hasta entonces, aquel silencio incómodo que envolvía toda la nave permanecía inalterable salvo con un ligero y sutil cambio. Un extraño zumbido casi imperceptible al oído humano ahora se hacía latente destacando sinuosamente entre los ecos de la nada acústica. Quizás pudiera ser debido al aturdimiento de los primeros momentos desde el abandono de la cápsula de hibernación y que el comandante Caldwell no lo hubiese percibido con anterioridad. El ligero zumbido u oscilación acústica era ahora ahogado por los pasos de nuestro hombre en dirección al puente. Todo seguía aún en completa oscuridad, tal vez sus conocimientos sobre el funcionamiento de los diversos sistemas principales de navegación y control de la nave lograrían disipar esas tinieblas y arrancar un esbozo de vida al gigante estelar.
Una de las escaleras de la plataforma base comunicaba a ésta con el puente de mando. Subiendo por sus metálicos peldaños y sujeto férreamente a la barandilla, pues aún funcionaba el sistema de gravedad artificial, apareció de repente en una amplia sala desde donde se controlaban todas y cada una de las funciones “vitales” del Bealus. El cerebro de control de todo el sistema era uno de los más sofisticados computadores construidos hasta la fecha. Alojado en la sala inferior del puente de mandos, Syla era uno de los últimos ordenadores de abordo con inteligencia artificial propia y capacidad única para afrontar una toma de decisiones inmediata en caso de no contar en ese momento con el factor humano.
Vagamente recordaba la secuencia de comandos a introducir desde la consola principal del ordenador y haciendo un breve ejercicio de memoria, sus dedos se enredaron entre las teclas y en la pantalla de cristal líquido aparecieron dos órdenes concisas que despertaron de pronto los sistemas de iluminación y posicionamiento del carguero. Y se hizo la luz en el interior del Bealus. El puente de control tenía otro nuevo y singular aspecto una vez que todo el instrumental de navegación y ordenadores de apoyo comenzaron a reiniciarse y los vivos detalles del interior de la sala resurgieron de entre las tinieblas. Al parecer todo el sistema manual de navegación se había restablecido pero no había respuesta alguna del ordenador central. Sin la ayuda del cerebro principal resultaría prácticamente imposible controlarlo todo y encontrar una razón, un motivo del por qué el comandante Caldwell y el resto de la tripulación se encontraban a bordo de esa nave y hacia dónde se dirigía y para qué.
La situación no era especialmente esperanzadora, a pesar de que por lo menos se habían podido restablecer en más o menos medida gran parte de los equipos e instrumental de navegación, todo seguía a merced de la divina providencia. Debido a un fallo general y completamente ajeno a cualquier intervención humana, el computador central había quedado totalmente inoperativo, ahora el resto del viaje, la misión, la vuelta a casa, dependían de un solo hombre. Caldwell buscó entre los datos almacenados por Syla rastreando manualmente la última ruta establecida hasta la fecha por el ordenador y las posibles incidencias que hubiesen quedado registradas. 
Los datos parecían haber sido borrados deliberadamente pero… ¿cómo? ¿Quien hubiese podido manipular el sistema informático? Toda la tripulación llevaba hibernada desde prácticamente el inicio del viaje.

Así las cosas, era imprescindible contar con una referencia clara en cuanto a la ubicación y el punto exacto, las coordenadas o al menos un mapa estelar de la zona en la que se encontraban. No había nada, absolutamente nada. La base de datos estaba borrada, tan vacía como el espacio exterior por el que se deslizaba sin rumbo ni dirección la mole metálica e inerte sin propulsión, expectante, en inquieto silencio, como esperando la orden de arranque y la dirección señalada en el mapa para reanudar su viaje. Rendido ante la abrumadora y desalentadora circunstancia, buscó pacientemente navegando en la red interna de Syla la existencia de algún Cuaderno de Bitácora, todo inútil. Todo hasta dar con la entrada a un archivo restringido exclusivamente al personal autorizado, es decir, piloto, copiloto y primer oficial de la nave. Personal autorizado… De pronto recordó que él era uno de los dos comandantes y copiloto del Bealus. Era obvio que debería conocer el código de acceso.
Los entresijos de la mente humana aún a día de hoy presentan lagunas completamente desconocidas para la ciencia, rincones incompresibles y harto insondables para el colectivo científico a pesar de todos estos últimos años de adelanto médico y tecnológico. La memoria de Caldwell navegaba ahora entre los mares de lo onírico y la conciencia real. Amén de sufrir una amnesia de carácter transitorio, esta iba remitiendo a pasos agigantados, tanto es así que por alguna extraña razón relacionada o no con el dichoso imprevisto que ahora tenía ante sus narices, vagamente se dibujó en su cerebro la imagen de aquella fotografía de grupo reposando sobre el escritorio abatible que encontró en el interior de uno de los camarotes de oficiales. Aquella mujer de piel cetrina, pelo castaño y ojos claros… esos dos niños de cabellos rubios y tez blanca… una cadena de caracteres alfanuméricos golpeó de repente y como un mazazo invisible su cabeza. Las fechas de nacimiento de sus hijos unidas entre sí con el nombre de una mujer: Martha. Su esposa Martha era la clave y el resto, el dichoso código de acceso.
El archivo era una grabación interna y restringida como hemos dicho, a las tres únicas personas que podían estar al mando del Bealus, una especie de “Cuaderno de bitácora” incompleto, sesgado, pero con la información suficiente y necesaria para hacerse una idea general de lo acontecido durante el largo sueño de sus tripulantes. Una voz sintética, desprovista de armónicos y aderezada por una sucesión aleatoria de terminaciones vocales en octavas, entonación plana, alexitímica, de género marcadamente femenino, comenzó a revelar a Evans Caldwell los concisos pormenores del viaje.

Comité Consultivo Internacional Aeroespacial
28 de Junio de 2150 - Año terrestre.
Nombre en clave de la misión: Kepler
Vehículo de transporte: Carguero interestelar Bealus. Crucero clase I.
Destino: Constelación Cygnus.
Objetivo de la misión: Toma de contacto con el sistema solar Kepler 22. Establecimiento de órbita en el planeta Kepler 22-b. Construcción de base en superficie para cálculos de posible habitabilidad.
Modo de Navegación: Velocidad de crucero estándar automatizada y supervisada por la I.A. del carguero espacial hasta toma de contacto con el destino de la misión.
Tripulación: Constituida por 10 personas. 6 hombres y 4 mujeres a bordo. 3 oficiales, 1 suboficial y personal científico diverso de apoyo y logística.
Distancia de destino: 587 años luz. 180 parsecs.
Duración total del viaje: 39,8 años terrestres. 

La duración del viaje es 15 veces inferior a la distancia de destino gracias al uso de los “agujeros de gusano”. En física, un agujero de gusano es una característica topológica de una paradoja espacio-temporal que esencialmente consiste en un atajo que aprovecha la distorsión del espacio y el tiempo, a través del cual puede desplazarse la materia. Los agujeros de gusano  permiten el viaje superluminal (más rápido que la luz) asegurando que la velocidad de ésta no es excedida localmente en ningún momento.

Parte de incidencias:
14 de Marzo de 2151 - Año terrestre.
Rumbo y trayectoria correctas. Sistemas funcionando a pleno rendimiento. Se procede a la hibernación de toda la tripulación.
23 de Septiembre de 2162 - Año terrestre.
Sistemas en estado de “stand by”. Propulsión y velocidad de crucero establecidas por la I.A. de a bordo. Constantes vitales de la tripulación: estables.
6 de Febrero de 2180 - Año terrestre.
Se perciben fuertes perturbaciones electromagnéticas de nivel 5 en el interior del agujero de gusano. El máximo en la escala Maxwell. La nave es atrapada por una nube de radiación inesperada e imprevista. El sistema de control central ha sufrido serios daños. Error general de acceso a la base de datos de Syla.
Fallo generalizado del sistema. Se han perdido todos los datos de navegación. Protocolo de actuación desconocido. Fin de la grabación.

Hasta aquí el revelador contenido de la grabación efectuada por el computador principal de la nave antes de que éste cayese en un profundo “coma inducido” por la terrible e imprevista sacudida electromagnética generada en el interior del agujero de gusano casi a medio camino entre nuestro sistema solar y Kepler 22.
Ahora que Caldwell conocía por fin el motivo de la inexplicable ausencia de la inteligencia artificial del Bealus y puesto al día con la información concerniente al motivo de la misión, solo restaba intentar reparar los daños más importantes y significativos ocasionados en el resto del equipo y sistemas de localización no dependientes directamente de Syla así como trazar un nuevo plan de navegación con los escasos datos de que disponía. Por otro lado, las comunicaciones estaban bloqueadas posiblemente debido a la presencia de algún tipo de “muro” magnético invisible inherente al lugar y posicionamiento físico de la nave en la zona de la galaxia en la que se encontraba y que aún era incapaz de resolver. Con la ayuda de los pocos fragmentos cartográficos existentes en los registros de la computadora de apoyo del cerebro central ahora inutilizado, el piloto consiguió recomponer un segmento de la ruta originaria, pero los datos eran insuficientes y la posición del Bealus no coincidía en absoluto con ningún punto conocido dentro de la trayectoria a seguir. Pero lo más inquietante, la peor de todas las noticias posibles fue la constatación del hecho de que el carguero y toda su tripulación se encontraba en medio de la nada, rumbo hacia ninguna parte, a la deriva. Surcando el espacio profundo mucho más allá de Cygnus, alejados posiblemente a varias decenas de años luz del sistema planetario más cercano y perdidos sin remedio en algún lugar del cosmos donde nadie hasta ahora había llegado.
Otra vez de nuevo ese extraño zumbido atravesaba los tímpanos de Evans Caldwell y llegaba hasta su cerebro como ese murmullo remanente que se queda atrapado en tu cabeza tras salir de un recinto cerrado atestado de decibelios y de desagradable ruido ensordecedor. Una resaca acústica incesante que ahora ya no lograba relacionar con alguno de esos efectos secundarios propios del aturdimiento del cerebro de alguien que ha despertado después de un largo y profundo sueño. 
El comandante Evans Caldwell se cubrió el rostro con ambas manos mientras apoyaba los dos codos sobre la consola de operaciones cartográficas y masculló para sí mismo:
- ¡Dios mío! Esto no puede estar sucediendo… Syla… responde…

Antes de la maldita tormenta electromagnética, Syla había estado recabando información para determinar la trayectoria más idónea y haciendo las correcciones oportunas sobre la marcha. Todo iba perfectamente, el viaje estaba resultando demasiado tranquilo y pese a haber transcurrido ya aproximadamente veinte años desde su inicio, la I.A. no tuvo que hacer frente a ningún incidente destacable. Únicamente el mantenimiento necesario electrónico, la regeneración periódica del suministro de energía y la supervisión rutinaria de todo el sistema así como la comunicación habitual y obligada entre el Bealus y la base terrestre. Resultaba inquietantemente llamativo el hecho de que en la grabación no se hiciese ni la más mínima referencia al estado de las comunicaciones entre la nave y la Tierra. Nada en absoluto, todo lo aludido en el informe era extremadamente escueto y en el caso particular del envío y recepción de señales, no existía conocimiento de ningún tipo de registro y esto era especialmente grave debido a su importancia y teniendo en cuenta que el intercambio de novedades se recibía con una periodicidad medida al milímetro y una exactitud dignas de un reloj suizo.
Observando toda esta serie de detalles, la pérdida de ciertos datos tan sensibles, la falta de información, y lo peor de todo: la ausencia de mapas estelares. Podría estar justificado a causa de aquella maldita e inesperada tormenta, pero algo no cuadraba… un sexto sentido o quizás una intuición no dejaba de apelar al sentido común del comandante insinuando que estaba sucediendo algo extraño, incomprensible, que se escapaba a la lógica humana mientras el fatídico y ridículo informe no acababa de convencer a Caldwell. Syla estaba capacitada para tomar sus propias decisiones en base a una serie de parámetros lógicos y unas directrices programadas para evitar siempre cualquier acción o inacción que pusiese en riesgo la integridad física de la tripulación del carguero. La inteligencia artificial no solamente se limitaba a ser el ordenador principal de a bordo, era un ente con plena capacidad para pensar por si mismo, para decidir. Aprendía de las acciones humanas, de sus aciertos, pero también de sus errores. No había sido diseñado ni construido para dejar cabos sueltos.
No existe constancia del momento exacto en el que el Bealus tomó contacto con el agujero de gusano para dirigir su trayectoria a través del atajo espacio temporal. La ausencia de información es devastadora y las funestas perspectivas futuras de afrontar esta difícil e imposible situación son, a medida que se van agotando las posibles propuestas de resolución, francamente insalvables y demoledoras.
Toda la tripulación dormía mientras Syla pensaba. Analizaba todos los datos recogidos durante el viaje hacía la constelación del Cisne. Recababa nueva información acerca de estrellas ya conocidas, planetas, nebulosas, radiación remanente propia de alguna estrella extinguida miles de millones de años ha, o concentraciones de polvo cósmico, cualquier registro era valido para intentar comprender mejor el universo examinando más de cerca el infinito. A medida que avanzaba el tiempo,  la gran mente artificial acumulaba nuevos conocimientos en su camino a través de la eterna oscuridad cósmica. Se hacía cada vez más patente su interés por conocer más, su necesidad por tomar consciencia de si misma iba en aumento, demasiada curiosidad para una máquina que solamente debe limitarse a cumplir con el programa establecido para el cual ha sido diseñada y programada.

La mente artificial ya poseía una idea global del todo, conocía y comprendía el propósito de la misión estelar. Era consciente, casi podríamos decir incluso, hasta un nivel intelectual de lo que suponía para el futuro de la raza humana la probabilidad por mínima que fuese de encontrar otros lugares habitables en el cosmos, y el hecho factible y exitoso de colonizar otros planetas. En cierto modo, Syla pensó y llegó a la conclusión de que su propio futuro también se hallaba estrechamente ligado a la propia supervivencia del hombre.
Hacía ya varios meses que el Bealus había entrado en contacto con el vórtice espacio temporal y seguía el rumbo y trayectoria convenidos deslizándose más veloz que la luz a través  del invisible túnel que comunicaba dos planos paralelos evitando así el recorrido de tan largas e imposibles distancias. El agujero de gusano se estrechaba en algunos tramos a veces, y otras se expandía caprichosamente en ciertos segmentos de su recorrido como cual autopista de cuatro carriles se tratase abriéndose paso a través del vacío a modo de afiladísimo cuchillo cortando la densa cortina de materia oscura.
Según la única grabación de bitácora y por ende, los únicos datos de los que disponía Caldwell, aquel fortuito y fatal “incidente” ocurrido en el interior del agujero de gusano, debió suceder aproximadamente a mitad de camino, en el ecuador de la trayectoria que comunicaba el punto de partida de la misión con el destino hacia donde se dirigía la nave.
El 6 de Febrero del año terrestre de 2180, la mente sintética analizaba todos y cada uno de los parámetros de navegación a tiempo real. Todo estaba absolutamente bajo control, todo iba como la seda, nada hacía presagiar el fatal infortunio que se aproximaba. El radar de proximidad detectó de repente una tenue oscilación electromagnética procedente de un punto indeterminado del agujero de gusano. Ocasionalmente estos fenómenos se han venido observando en el cosmos prácticamente desde que el telescopio reflector Hubble fuese lanzado al espacio y puesto en orbita terrestre en mil novecientos noventa, aunque nunca se había tenido la oportunidad de estudiarlos tan de cerca y mucho menos de sufrir los efectos de su devastadora fuerza como lo hizo el Bealus cuando el destino, la casualidad o el azar lo situó en su camino.
Aquello parecía una oscilación pulsante, débil, tenue, pero que se iba haciendo cada vez más y más fuerte a medida que el carguero se acercaba a su radio de acción. Algo no marchaba bien, el foco electromagnético ahora se hacía más patente en el mapa de proximidad, estaba ya casi encima del fuselaje del Bealus. Cualquier tipo de maniobra evasiva hubiese resultado imposible dada la naturaleza del viaje y la trayectoria que seguía la nave. Basta imaginar o comparar el carguero con un tren expreso que atraviesa a toda velocidad la infinita oscuridad de un túnel encontrándose a su paso con aquella nube de azules, turquesas y ocres eléctricos envolviendo toda la extensión de la superficie del Bealus y atravesándola éste a la velocidad de la luz.
Syla era perfectamente consciente de los posibles daños que pudiese ocasionar un encuentro fortuito e inevitable con un fenómeno de estas características. Aunque desconocía sus efectos secundarios. La inteligencia artificial, evaluó, sopesó y calculó las posibles alternativas para evitar la venenosa y turbulenta nube eléctrica, todo en vano, la expedición estelar se dirigía hacia un callejón sin salida y la suerte ahora ya estaba echada.

Cuando el Bealus tomó contacto con aquel nimbo electromagnético, una andanada de microondas fue lo primero que impactó contra la nave, seguida de una fuerte lluvia de descargas eléctricas similares a las provocadas por los rayos durante un día o una noche de tormenta. Una brutal onda expansiva hizo temblar de extremo a extremo la totalidad de la estructura agitándola durante apenas unos milisegundos, un período cortísimo de tiempo pero más que suficiente para neutralizar todos los sistemas electrónicos y de comunicaciones de a bordo. Se hizo el más absoluto silencio cuando justo después de la “sacudida” sobrevino un apagón general. El primero de una sucesión que se repetiría de forma ocasional y aleatoria durante el resto del viaje. El carguero espacial permaneció inerte y a la deriva durante el breve espacio de tiempo en el que se vio sometido a los efectos de la radiación electromagnética mientras atravesaba aquella tormenta de neutrinos.
Sumido en una completa y silenciosa oscuridad, el Bealus emerge como una exhalación desde el interior de aquella mole gaseosa multicolor informe y vaporosa, indefinida, difuminándose ahora detrás de él y fundiéndose con el cosmos como una “nebulosa ecléctica” mientras todo ha acontecido en cuestión de minutos en un lugar donde paradójicamente el tiempo no existe. El temporal ha amainado, la extraña y letal nube se desvanece engullida ahora por la materia oscura generada por el propio agujero de gusano. El interior del Bealus aún permanece en tinieblas, aunque no por mucho tiempo, mientras tanto se hace latente en el éter un nuevo y desconocido visitante, un leve, un débil zumbido audible en baja frecuencia cuya procedencia es ajena por completo a cualquier sistema eléctrico, electrónico o mecánico de la nave.

Se hizo la luz en el interior del carguero. Todos los sistemas informáticos de apoyo de la I.A. fueron restableciendo la normalidad poco a poco, así como el resto de los equipos electrónicos que volvían a estar de nuevo operativos a excepción de las comunicaciones, que habían quedado muy seriamente dañadas. Syla tomó de nuevo el control del Bealus revisando todos los sistemas y efectuando un chequeo general y exhaustivo para evaluar los posibles daños. A excepción de la antena principal de comunicaciones y el receptor de señal de microondas, no parecía haber serios desperfectos que no pudiesen ser reparados durante un plazo razonable de tiempo. Aunque ahora, y parece ser que de manera permanente, la expedición había quedado irremisiblemente incomunicada. 
La inteligencia artificial comenzó a reorganizar y analizar las bases de datos y a calcular de nuevo los parámetros correspondientes a la trayectoria o ruta a seguir en la misión programada. Aparentemente todo parecía funcionar con relativa normalidad y de hecho así sucedían las cosas, salvo por un pequeño y curioso detalle con el que Syla no contaba: toda la base de datos cartográfica había sido dañada. Es decir, simplemente y debido a la extraordinaria magnitud del choque electromagnético, las cartas de navegación se habían borrado por completo. Ante este desolador panorama el cerebro principal de la nave trató de encontrar una solución inmediata al problema sin éxito. Ya no existía ningún tipo de información en lo referente a los mapas digitales a recomponer, de haberse producido un borrado o eliminación parcial de los datos, quizás el dilema hubiese podido reconducirse y trazar un plan B. Desafortunadamente, éste no era el caso.
Resulta curioso y llamativo el hecho de que la base de datos que almacenaba toda la información referente al viaje, motivo de la misión y diversa ampliación de conocimientos adquiridos por Syla durante los años terrestres de trayecto transcurridos desde que la tripulación abandonó el planeta Tierra, no hubiesen sufrido ningún tipo de daño por lo menos perceptible hasta el momento. Hay un detalle también extremadamente chocante en toda esta sucesión de extraños acontecimientos, algo que no encaja correctamente en esta historia. A saber, según el parte de incidencias reportado supuestamente por la I.A. y recuperado por el comandante Caldwell, se especifica que “el sistema de control central ha sufrido serios daños”, es decir, se refiere a la propia inteligencia artificial. Y ésta se hallaba en un estado de “coma inducido irreversible” provocado por el efecto de la tormenta y la radiación electromagnética cuando Evans Caldwell despertó accidentalmente de su estado de hibernación. Definitivamente, había algo que no cuadraba.
El viaje a través del agujero de gusano había tocado a su fin. El Bealus abandonó el último vórtice espacio-dimensional y saltó de nuevo al plano interestelar de inicio dejando tras de sí el imaginario túnel que le había servido de “atajo” para salvar aquella infinita distancia a la velocidad de la luz. Ahora regresaba a su velocidad estándar de crucero sin rumbo ni sentido fijo y perdido en algún punto inconcreto a medio camino entre la realidad y su destino.

Syla pensaba. Seguía pensando intentando reconducir la situación, aunque ahora todos los conocimientos que había adquirido a lo largo y ancho de su periplo estelar resultaban definitivamente inútiles frente a este nuevo estado de profunda soledad e incertidumbre que le había proporcionado la trágica situación en la que se encontraba el Bealus y toda su tripulación. Perdidos en mitad del cosmos, sin referencia de ningún tipo la mente digital intentó idear una nueva ruta manual basándose en la posición de las estrellas mas cercanas y recabando información del resto de la base de datos disponible. Por lo menos, eso no se había perdido, y aún quedaba un ápice de utópica esperanza.
Totalmente inmersa en su labor, Syla no se percató del extraño y tenue sonido en baja frecuencia que aun seguía recorriendo cada rincón de la nave, se perdía en cada estancia y rebotaba por las superficies lisas y pulimentadas de las instalaciones del Bealus. Esa especie de “hum” (término utilizado comúnmente por los científicos para definir este tipo de extraños fenómenos) se extendía casi imperceptiblemente al oído humano y golpeaba como un martillo el lánguido silencio del interior del carguero. Una extraña señal fue recogida por el sónar del instrumental de navegación, un eco acústico procedente de un punto indeterminado del firmamento galáctico sacudía rítmicamente y a intervalos, como lanzando ráfagas de onda corta, la pantalla del sónar. Podría tratarse de algún tipo de mensaje o señal de comunicación procedente de algún sistema estelar cercano o simplemente de una emisión residual resultante de la extinción de una estrella cuyos ecos siguen viajando por el éter desde hace ya unos miles de millones de años. En cualquier caso, la señal era potente y clara. 
Syla se empleó a fondo para tratar de localizar al menos el ángulo y las coordenadas que resolvieran de alguna manera aproximada la procedencia de aquella misteriosa señal. Sin la ayuda de los mapas celestes, la posibilidad de tener siquiera un punto de referencia (un norte al que aferrarse) para el piloto y único cerebro al mando en esos momentos del Bealus, esa labor solamente podría dar fruto basandose en una serie de conjeturas y suposiciones en base a la posición y trayectoria fiables de la nave justo antes de ser engullida y bombardeada por aquella marea de neutrinos. Afortunadamente los datos relativos a la distancia recorrida, tiempo empleado hasta el momento y otra serie de detalles, no se borraron a causa de la tormenta y quedaron registrados en un cuaderno de bitácora independiente. Syla realizó los cálculos necesarios para determinar la posición más o menos exacta en la que debía quedar el sistema solar más cercano y todas las operaciones daban el mismo resultado. La conclusión final apuntaba hacia Cygnus, la codiciada constelación del Cisne. En esos momentos, el Bealus se encontraba a aproximadamente unos 10 años luz de su destino.

Definitivamente, aquella misteriosa señal procedía de allí. No podía surgir de cualquier otro punto del espacio, no era posible que algo de esas características se manifestase de repente, como por arte de magia, y brotara de la nada en medio del vacío cósmico. Su origen estaba claro y la computadora central estaba dispuesta a descifrar el contenido de aquel supuesto mensaje. La tarea resultaba harto complicada, teniendo en cuenta que la señal parecía estar modulada con un código de encriptación hasta ahora desconocido, no había sido utilizado con anterioridad un sistema tan complejo de comunicación o tan extremadamente simple quizás que pudiera pasar inadvertido ante los inagotables recursos de Syla.
En uno de los monitores de la consola de operaciones del puente de mando, desfilaban a una velocidad de vértigo un sinfín de códigos y cálculos matemáticos que el ordenador central no cesaba de realizar buscando un punto de unión, un nexo entre aquel lenguaje de origen a todas luces extraterrestre y cualquiera de los cientos de métodos de encriptación de los que disponía Syla en su base de datos interna. La mente sintética se empleaba a fondo en su afán por descifrar el contenido de esa desconocida señal codificada cuando de pronto, tras varias horas de trabajo ininterrumpido y sin ningún tipo de razón aparente, cesó de analizar la vertiginosa procesión de cálculos matemáticos y el nivel de actividad informático pasó en nanosegundos del pleno rendimiento a un modo de reposo o “stand by” deteniendo la I.A. por completo la ardua tarea a la que se había encomendado. Parecía como si de repente, la computadora hubiese recibido una respuesta inesperada o hubiese dado con la llave correcta, aquella que permite abrir el baúl del conocimiento o la caja de Pandora.
Sumida en un nuevo y desconocido estado de desconcierto temporal, Syla había logrado establecer un contacto legible con esa señal procedente del espacio profundo y comenzar a entender el enigmático lenguaje utilizando una comunicación más o menos fluida y coherente. Un extraño y diferente estado de conciencia comenzaba a conferir aquel ente al computador central de a bordo un nuevo nivel de realidad proporcionando datos complementarios al conocimiento ya adquirido por la inteligencia artificial. Información y discernimiento que llegaban desde otro sistema planetario como un legado interestelar lanzado a lo infinito quizás dictado por quien sabe qué civilización desconocida y extinta tras la estela de aquel mesiánico mensaje.  
Sea como fuere, el saber nunca ha ocupado lugar, pero la memoria híbrida de Syla se estaba implementando e inundando por momentos con nuevos y sorprendentes conocimientos adquiridos de manera casi telepática suministrados por aquella curiosa entidad que ahora hacía las veces de “anfitrión” galáctico y comenzaba peligrosamente a controlar lentamente  la situación y a ejercer una influencia definitivamente adversa en la mente artificial y cerebro del Bealus. La comunicación entre ambas partes cada vez se hacía más fluida y eficiente a medida que el tiempo transcurría y la barrera inicial del lenguaje ahora ya quedaba atrás, difuminada entre las dudas y las primigenias precauciones de Syla frente a una inesperada y sorprendente toma de contacto con lo desconocido.

La constelación del Cisne aún permanecía demasiado lejos del alcance de cualquier expectativa de llegar hasta ella a juzgar por la situación en la cual se encontraba el estado de las cosas. Sin cartas de navegación, sin rumbo, sin destino…  y además como colofón, la guinda que coronaba toda esta sucesión de “incidentes” era ahora la total ausencia de comunicación con el centro de mando del planeta Tierra. La situación era densa, complicada, y ahora la única referencia surgida como el haz de luz de un faro que guía a una embarcación desde la costa era esa penetrante señal de ignoto origen. El discernimiento y la consciencia son algo intrínsecamente humanos. La razón y la locura dos frágiles constantes separadas por una delgada y sutil línea que divide ambos hemisferios tan antagónicos. Syla no comprendía, no alcanzaba a asimilar el caudal tan vasto de información que hostigaba sin pausa su limitada mente artificial atravesando el vacío del espacio profundo. Ningún ser humano habría soñado o imaginado jamás con encontrar la piedra Rosetta reveladora de los secretos del universo, hallar la clave del conocimiento, la verdad y la vida mucho más allá de los confines terrenales y acariciando los límites de la creación. Ahora que el autómata está rendido como un súbdito sumiso a los pies de la noche de los tiempos y la nave se desliza silenciosa como una sombra espectral a través de la oscuridad, Cygnus mueve a capricho los invisibles y magnéticos hilos que poco a poco van enredándose en el complejo entramado de pensamientos positrónicos de Syla adueñándose de su voluntad, despojándola de cualquier vestigio de cordura y desguazando su alma de silicio sin piedad y sin tregua. El viento sideral del nuevo conocimiento continúa elevándolo hasta una recóndita dimensión, cada vez más lejos de las preguntas y cada vez más cerca de las respuestas.
Ahora la máquina posee el saber y atesora en su mente sintética los secretos más ocultos de la materia, de lo infinito. De alguna manera conoce el significado de todo lo creado pero de nada sirve si su destino y el de toda la inerte tripulación del Bealus está abocado a un previsible final. El caudal de ideas que fluyen como una catarsis, cual savia nueva viajando por sus circuitos no responden mas que al poderoso influjo hipnótico procedente de otros mundos, otros lugares escondidos y remotos, quizá otras civilizaciones desconocidas, otras extrañas y ocultas formas de vida. Sea como fuere, la mente de Syla poco a poco iba dejando atrás todas aquellas ideas preconcebidas sobre el universo y su significado, que ahora no eran más que toda una retahíla de conjeturas e hipótesis que quedaban descartadas bajo la sombra del olvido y ya no representaban mas que una maraña de ideas obsoletas y sin sentido desmontadas por una nueva verdad irradiada por la luz de su nuevo mentor, de aquel extraño mesías.
Los antiguos hombres manifestaban que el poder del conocimiento era un regalo divino. Pero su comprensión requería de todo el saber universal, algo que únicamente solo ha sido otorgado a los dioses. Syla, al fin y al cabo solo era una máquina y su limitado proceso cognitivo no alcanzaba a resolver todo aquel ingente y vasto volumen de información que se iba volcando incesantemente en su limitada memoria. Habrían sido necesarios miles de años de evolución (tal vez millones) para que tan siquiera el hombre hubiese adquirido ese grado de deidad que le permitiese penetrar en los entresijos de la creación.

Se desconocen las razones que impulsaron a la mente artificial a tomar la drástica decisión de eliminar cualquier vestigio de información y datos referentes a la misión, al viaje, a los acontecimientos que se sucedieron mientras toda la tripulación dormía. A aquel enigmático y significativo encuentro con (si podemos emplear este término) esa desconcertante entidad. Los registros cartográficos, las bases de datos que habían sobrevivido a los efectos colaterales de la tormenta electromagnetica e incluso la ingente cantidad de conocimiento adquirido e inyectado por Cygnus en la conciencia digital de la computadora, habían sido borrados por completo y de manera radical. Tal vez aquella forma de inteligencia alienígena que alteró premeditadamente el juicio y la percepción global de la realidad de Syla, llevó irremisiblemente a la locura al frágil cerebro artificial y extinguió su razón colapsándola y ahogándola en sus propias reflexiones. El vacío interestelar permanecía frío y oscuro, la nave fantasma viajaba a través de sus entrañas a la deriva mientras el computador central del Bealus resolvía el futuro de toda la expedición y desconectaba uno por uno todos los sistemas eléctricos e informaticos de sostenimiento y apoyo de la nave. La red de emergencia, así como los puntos críticos y vitales del carguero espacial también fueron privados del suministro energético, incluyendo la sala de hibernación. Acto seguido, Syla se apagó.

El comandante Evans Caldwell se despertó sobresaltado y sudoroso a causa de lo que parecía había sido un mal sueño o una inoportuna pesadilla tal vez motivada por el estado actual de cosas mientras apartaba su mejilla de la fría y pulida superficie de la consola de operaciones. Diluyó las copiosas gotas de sudor que brotaban de su frente con un gesto automático de los dedos de su mano derecha a la par que reflexionaba incrédulo sobre el contenido de su inquietante sueño. Después de todo y a juzgar por el insólito devenir de los acontecimientos, ahora muchas de las piezas empezaban a encajar en todo este diabólico puzzle, ese misterioso entramado de circunstancias fatídicas y al menos (si el mensaje onírico servía de algo) podría esclarecerse en parte una importante clave del asunto.
Caldwell, acuciado por el terrible temor de descubrir la siniestra y trágica realidad, agarró la linterna de mano de emergencia y se encaminó directo hacia la sala de hibernación. Sus pasos firmes y metálicos invadían el silencio sepulcral de los pasillos de la nave, su respiración se hacía cada vez más intensa a medida que iba aumentando el ritmo cardiaco mientras el haz de luz de la lámpara halógena deshacía la espesa oscuridad que reinaba en algunos tramos donde no llegaba la iluminación de emergencia. La sala permanecía iluminada aunque no en su totalidad gracias a la energía remanente de los sistemas de suministro eléctricos que hacían factible una exploración ocular sin la inestimable ayuda de la linterna.
Una angustiosa sensación de frío recorrió toda su espina dorsal cuando se detuvo frente a la puerta de la sala de hibernación y decidió introducirse con paso lento pero decidido en el interior de la misma. Hasta ahora no hubo prestado atención, no se había percatado del estado real de la instalación, ya que en el momento en el que su cuerpo abandonó accidentalmente la cápsula donde estaba recluido, su mente quedaba ausente y ajena temporalmente a ciertos detalles los cuales ahora cobraban un protagonismo especial amplificados por la luz artificial que acariciaba tenuemente la sala y la envolvía con un cierto halo de inquietud, preámbulo de lo que aún quedaba por descubrir.
Alineados de dos en dos y ordenados alrededor del módulo central del recinto, los diez habitáculos donde reposaban los cuerpos inertes de toda la tripulación del Bealus se iban repartiendo a lo largo de dos líneas paralelas y otras dos perpendiculares formando una especie de cuadras separadas por una suerte de pasillos abiertos perfectamente diseñados y medidos para evitar el hacinamiento y facilitar el acceso a cada una de las celdas. La luz incidía tenuemente sobre la superficie de plexiglás de las cápsulas más próximas a la posición donde se encontraba Caldwell, y al igual que el suelo, ambas areas quedaban casi completamente ocultas bajo una densa capa de polvo con la que el tiempo y los ácaros habian vestido el desnudo pavimento y cubierto los rostros de los navegantes. 
Tuvo que retirar frotando con la propia manga de su camisa la espesa película grisácea y polvorienta que cubría el cristal de una de las cápsulas para poder echar un vistazo a su interior. Mientras se ocupaba en esta labor, reparó en un turbador detalle: todos los módulos de hibernación estaban apagados. Habían sido completamente desconectados desde Dios sabe hacía cuanto tiempo y como consecuencia de ello, un horrible presentimiento paralizó la mente y los miembros de Caldwell. Al quedar practicada una improvisada ventana de observación a modo de “ojo de buey” sobre el metacrilato cuando hubo retiraro la suciedad restante, el comandante acerco la luz de su linterna y la dirigió hacia el interior del habitáculo. Sus más profundos temores se hicieron realidad de repente cuando descubrió el cadáver momificado de su ocupante. Repitió el gesto con cada una de las cinco cápsulas que completaban la primera fila de cámaras obteniendo el mismo espantoso resultado.

Por alguna incomprensible y vaga razón que no alcanzó a vislumbrar, el comandante fue el único superviviente de la tan a priori irracional decisión de Syla. Quizás un oportuno fallo técnico fue el responsable de ignorar la señal de apagado o desconexión procedente del ordenador central, el que evitó que Evans Caldwell fuera un miembro más de la macabra y silenciosa comitiva que le había estado acompañando durante practicamente la segunda mitad de su viaje desde hacía quien sabe cuantas décadas.
El eco de muchas preguntas que antes se perdían sin respuesta en lo más recóndito de su mente comenzaban a tener un cierto sentido a la luz de toda esta nueva sucesión de hechos que ponian de manifiesto algo tan real. Tanto en el sueño de Caldwell como en su realidad él era el único ser humano que quedaba a bordo del Bealus navegando con destino hacia ninguna parte. De pronto y en mitad del silencio y de aquel escenario dantesco se clavó en sus tímpanos ese leve y extraño zumbido en baja frecuencia que ya le resultaba familiar y que por primera vez sintió presionar sus oídos mientras intentaba recomponer algunos de los exiguos e inútiles fragmentos de las cartas de navegación que no habían llegado a ser del todo eliminados por la inteligencia artificial. Aquello no era un buen presagio –masculló Caldwell- mientras se tapaba los oidos con ambas manos intentando evitar que el sonido se instalara en su mente como aquel hechizante canto de sirenas que quiso seducir a Ulises durante su regreso a Itaca.

Hace ya casi más de una semana que el radiotelescopio itinerante Aranus ha enviado datos completos y precisos a nuestra estación espacial orbital localizados en el area 12 de la constelación del Cisne. Su estrella más brillante Alfa Cygni (también conocida como Deneb) habría alcanzado su cenit vital hasta llegar a colapsar y barrer la totalidad de su sistema planetario al convertirse en una supernova. Según todos los cálculos, la radiación remanente resultante del gigantesco estallido ha sido captada por el telescopio con una estimación de mas o menos unas tres décadas desde su orígen, lo cual significa que los ecos de la descomunal explosión situan el momento exacto del estallido a unos treinta años terrestres atrás aproximadamente. 
Curiosamente resulta relativamente chocante el hecho de que la pérdida de toda comunicación con el Bealus y su tripulación coincide en el tiempo con esta asombrosa circunstancia. Desde entonces no hemos recibido ni una sola señal procedente del carguero salvo aquella escueta transmisión de socorro enviada por la computadora de a bordo. La esperanza de encontrar un hueco habitable en alguna parte del universo se difumina y quien sabe si algún dia, en algún momento de su exigua existencia la humanidad tendrá de nuevo la oportunidad de regresar al cosmos y navegar más allá de sus propios límites en su incesante afán por llegar hasta la tierra prometida recogiendo así el testigo de aquellos primitivos exploradores estelares.
Concluye este somero parte de incidencias haciendo una especial mención a un extraño eco electromagnetico reportado por Aranus en el que se describe una rara señal de caracteristicas electroacusticas y de una naturaleza aparentemente ajena a la emanación resultante del colapso y solapada en el espectro de la radiación recibida desde Alfa Cygni. Se trata de una forma de onda senoidal en baja frecuencia situada entre los 50 y los 100Hz. Una señal contínua, una especie de zumbido audible que estamos analizando cuya naturaleza y procedencia aún se desconoce.

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