"Felicidad Clandestina" es uno de los cuentos cortos de la escritora Clarice Lispector recogidos en el libro "Cuentos reunidos" de la editorial Siruela, que recopila una importante obra de la formidable autora brasileña.
El tema central del cuento gira en torno a la maldad, el sufrimiento moral y la humillación que soporta una niña por parte de una compañera de colegio. La antagonista del relato, una niña gorda, baja, pecosa y de busto enorme, llevada por la envidia, no sólo a la protagonista sino a todas las otras niñas del colegio, emprende una especie de venganza sádica, mezquina y perversa, gracias a la posesión de un libro ansiado por la protagonista. Ésta, a su vez, soporta la humillación y gracias a la constancia y la mediación de la madre de la antagonista, termina venciendo y tomando posesión del ansiado libro.
La estructura del cuento se inscribe dentro de lo que se podría denominar una forma clásica, a saber, comienzo, nudo y desenlace. En un primer momento, la narración se centra en la presentación de los dos personajes principales del cuento, en primer lugar la niña antagonista y luego la protagonista y narradora del relato. También en este primer momento, se adelanta lo que va a ser el centro de interés del segundo momento; el préstamo de libros y el sadismo que se va a ejercer a partir del deseo de la niña de disfrutar de un libro en particular. El segundo momento, el más extenso, se centra en lo que ella llama la “tortura china”, consistente en la búsqueda reiterada del ofrecido préstamo de la obra Las travesuras de Naricita, de Monteiro Lobato. La irrupción de la mamá de la dueña del libro en el relato y su actitud frente a la situación que se estaba viviendo, dará lugar al tercer momento y al desenlace de la acción. El momento final se centrará en las experiencias vividas por parte de la protagonista a partir de la posesión de la tan ansiada obra.
Es un cuento en el que se percibe un fuerte componente autobiográfico. Si bien es cierto que la ficción literaria goza de todas las libertades que los autores quieran darle, no hay duda de que esa niña mona, delgada y alta es la propia Clarice Lispector cuando vivió en la ciudad de Recife. Este es un relato que muestra la infancia como una etapa de exploración y descubrimiento, de preparación para la vida. Refiere, por un lado, a la esperanza de la protagonista por obtener el libro, y por otro lado, a la envidia de la niña antagonista, quien humilla y mortifica a su compañera por el simple hecho de considerarla más bella. El comportamiento envidioso y perverso de la antagonista hace que emprenda una especie de venganza contra ella, como representante de esas niñas estilizadas y bonitas tan diferentes a ella misma.
La antagonista hija del librero tiene a su favor el poseer un libro deseado por la narradora, quizá la propia Clarice, Las travesuras de Naricita, de Monteiro Lobato, una obra clásica de la literatura infantil brasileña. Con la promesa de prestar el libro, ejercerá toda su maldad, mezquindad y sadismo con la única finalidad de generar humillación y sufrimiento moral. Comienza por decirle que pase por su casa que le prestará el libro, pero pasan días y días y siempre hay una excusa diferente para que el préstamo no se concrete. La perversidad de la hija del librero radica en el goce que experimenta al humillar y mortificar a la otra niña.
Vemos cómo la protagonista, si bien es consciente de la tortura a la cual la están sometiendo, termina yendo con cierto entusiasmo en busca del libro una y otra vez, aunque lo único que recibe son respuestas negativas. El amor a la lectura la hace soportar la humillación, pero al final las circunstancias dan un giro positivo y se ve beneficiada. Un día, la madre de la niña antagonista, que ha visto reiteradamente la presencia de la otra en la puerta de su casa, después de pedir explicaciones, toma conciencia del juego perverso que estaba llevando adelante su hija. Para castigarla, y a la vez premiar a la otra, le entrega el libro, para que lo tenga todo el tiempo que quiera.
Esto es algo espléndido para la víctima del chantaje, significa que no hay restricciones ni limitaciones de ningún tipo. Sin embargo, a diferencia de lo que todos seguramente pensábamos que la niña iba a hacer, ponerse a leer de inmediato la obra, ella decide postergar la lectura y disfrutar simplemente de la posesión del libro como objeto. Prefiere jugar con las emociones que le despierta un manejo dilatado de la lectura, no tiene apuro, el libro lo tendrá todo el tiempo que quiera. El relato finaliza sin que la protagonista haya leído la obra, la lectura se transforma para ella en un placer secreto, en una felicidad clandestina. Por otra parte, este cuento, que muestra la infancia como una etapa de exploración y descubrimiento, de preparación para la vida, termina con un párrafo que muestra una especie de superación de la niñez, un tránsito hacia la madurez sexual de la niña protagonista:
A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante.
Reseña extraida de www.letralia.com escrita por el autor uruguallo Fernando Chelle.
Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.
No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.
Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como “fecha natalicio” y “recuerdos”.
Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.
Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía Las travesuras de Naricita, de Monteiro Lobato.
Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.
Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.
Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.
Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del “día siguiente” iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.
Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.
Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!
Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena, le ordenó a su hija:
-Vas a prestar ahora mismo ese libro.
Y a mí:
-Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras. ¿Entendido?
Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: “el tiempo que quieras” es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.
¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.
Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire… había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era una niña más con un libro: era una mujer con su amante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario