martes, 13 de noviembre de 2018

Caperucita Roja

Caperucita Roja (en francés, Le Petit Chaperon rouge; en alemán, Rotkäppchen) es un cuento de hadas de transmisión oral, difundido por gran parte de Europa, que luego se ha plasmado en diferentes escritos; llamado así por el hecho de que la protagonista lleva puesta siempre una caperuza de color rojo. El relato marca un claro contraste entre el poblado seguro, y el bosque peligroso; una contraposición habitual en el mundo medieval.

Caperucita era una niña que quería mucho a su abuelita, y un día su madre le dio una cesta llena de comida para que llevara la merienda a la abuelita , que vivía en una casa en el bosque, porque estaba enferma.

El Lobo Feroz retó a Caperucita a correr una carrera hacia la anciana. Le dijo que había dos caminos, uno largo y uno corto. Le dijo a Caperucita que ella tomara el corto y que él tomaría el largo, pero el muy astuto le enseñó los caminos al revés y Caperucita, sin saberlo, tomó el camino largo. El Lobo, llegó antes a la casa, se hizo pasar por Caperucita y ante la puerta pregunto si podía pasar. La abuela le dijo que pasara, que la puerta estaba abierta, el Lobo Feroz entró y se comió a la abuela de un sólo bocado, se puso la ropa para hacerse pasar por ella y se metió en la cama para esperar a Caperucita.

Perrault fue el primero que recogió esta historia y la incluyó en un volumen de cuentos para niños (1697), en el que destacaba sobre los otros por ser, más que un cuento, una leyenda bastante cruel, destinada a prevenir a las niñas de encuentros con desconocidos, y cuyo ámbito territorial no iba más allá de la región del Loira, la mitad norte de los Alpes y el Tirol.

Este autor suprimió los elementos más perturbadores de las versiones originales, como el lance en que el lobo, ya disfrazado de abuela, invita a la niña a consumir carne y sangre, pertenecientes a la anciana a la que acaba de descuartizar, y a la que posteriormente obliga a acostarse con él desnuda tras hacerle quemar toda su ropa. Al igual que en el resto de sus cuentos, quiso dar una lección moral a los jóvenes que entablan relaciones con desconocidos, añadiendo una moraleja explícita, inexistente hasta entonces en la historia. Al contrario que en la versión de los hermanos Grimm, la de Perrault no tiene final feliz.

En 1812, los hermanos Grimm, dieron otra vuelta de tuerca a la historia. Retomaron el cuento, y escribieron una nueva versión, que fue la que hizo que Caperucita fuera conocida casi universalmente, y que, aun hoy en día, es la más leída.

En la colección de cuentos de los Hermanos Grimm, Caperucita Roja (Rotkäppchen) es el n.º 26.2​

En contra de lo que se pueda pensar, los hermanos Grimm no se limitaron a transcribir palabra por palabra la tradición oral. Partieron de tres fuentes: la primera, el cuento de Perrault de 1697; la segunda, una versión oral de una chica que había tenido acceso a una buena educación, y que, por tanto, es probable que conociera el escrito de Perrault; y la tercera, una obra escrita en 1800 por el autor Ludwig Tieck, "Leben und Tod des kleinen Rotkäppchens: eine Tragödie" ("Vida y muerte de la pequeña Caperucita Roja. Una tragedia"), en la que se introduce la figura del leñador, que salva a la niña y a su abuelita.

Los hermanos Grimm escribieron una versión más inocente, y con menos elementos eróticos que las publicadas anteriormente. Además añadieron un final feliz para el cuento, tal y como solían tener los cuentos de la época.

Propusieron un final alternativo, en el que un momento antes de que el lobo se coma a Caperucita, ella grita y un leñador que estaba cerca, rescata a la niña, mata al lobo, le abre la panza y saca a la abuelita, milagrosamente viva.

Aunque Walt Disney nunca lo llevó al cine junto a los otros cuentos clásicos, Caperucita Roja es todo un icono de la cultura popular y, en muchas ocasiones, ha influido en la sociedad urbana la creencia de que los lobos son peligrosos para los seres humanos. Al contrario que otras obras y mitos como el de Rómulo y Remo​ o El libro de la selva,​ donde son las lobas las que cuidan de los niños, los protegen y los dan calor hasta que pueden valerse por sí mismos, este cuento nos presenta a un lobo inteligente y cruel, o al menos eso parece intentar. Muchos autores y artistas no se han podido resistir a realizar ciertas interpretaciones de situaciones que resultan extrañas si no se tiene en cuenta el origen de la narración. El cuento escrito por los dos hermanos alemanes parte de una tradición oral adulta donde no había ningún lobo y sí seres humanos. Perdiendo este dato de vista surgen preguntas difíciles de responder si el protagonista es un animal:

¿Qué tipo de mujer era su madre que, conociendo los peligros que acechan en el bosque, mandara sola a su hija?
¿Cómo el lobo, siendo el dueño y señor del bosque, no ataca a la niña en sus dominios sino que la espera metido en la cama?
¿Cómo se explica que la muchacha no sea capaz de reconocer las diferencias, que sí nota, entre su abuela y una bestia disfrazada?
Quizá la más sarcástica es la que hace hincapié en las continuas preguntas de la niña al lobo sobre el tamaño de su cuerpo o, al menos, el gran tamaño de algunas parte de su cuerpo. Esto no se debe a un miembro determinado, sino a la diferencia de envergadura entre una anciana y un adulto joven.
Una de estas interpretaciones la ilustró la Orquesta Mondragón en la portada de su álbum Caperucita feroz, donde mostraba al lobo asustado de una Caperucita ya dentro de la cama y con mirada insinuante.



ERASE una vez una niña tan dulce y cariñosa que robaba los corazones de cuantos la veían; pero quien más la quería era su abuelita, a la que todo le parecía poco cuando se trataba de obsequiarla.
Un día le regaló una caperucita de terciopelo colorado, y como le sentaba tan bien y la pequeña no quería llevar otra cosa, todo el mundo dio en llamarla «Caperucita Roja».
Díjole un día su madre:
—Mira, Caperucita: ahí tienes un pedazo de pastel y una botella de vino; los llevarás a la abuelita, que está enferma y delicada; le sentarán bien. Ponte en camino antes de que apriete el calor, y ve muy formalita sin apartarte del sendero, no fueras a caerte y romper la botella y entonces la abuelita se quedaría sin nada. Y cuando entres en su cuarto no te olvides de decir «Buenos días», y no te entretengas en curiosear por los rincones.
—Lo haré todo como dices —contestó Caperucita dando la mano a su madre.

Pero es el caso que la abuelita vivía lejos, a media hora del pueblo en medio del bosque, y cuando la niña entró en él encontróse con el lobo. Caperucita no se asustó al verlo, pues no sabía lo malo que era aquel animal.
—¡Buenos días, Caperucita Roja!
—¡Buenos días, lobo!
—¿Adónde vas tan temprano, Caperucita?
—A casa de mi abuelita.
—¿Y qué llevas en el delantal?
—Pastel y vino. Ayer amasamos, y le llevo a mi abuelita algo para que se reponga, pues está enferma y delicada.
—¿Dónde vive tu abuelita?
—Bosque adentro, a un buen cuarto de hora todavía; su casa está junto a tres grandes robles, más arriba del seto de avellanos; de seguro que la conoces —explicóle Caperucita.
Pensó el lobo: «Esta rapazuela está gordita, es tierna y delicada y será un bocado sabroso, mejor que la vieja. Tendré que ingeniármelas para pescarlas a las dos». Y, después de continuar un rato al lado de la niña, le dijo:
—Caperucita, fíjate en las lindas flores que hay por aquí. ¿No te paras a mirarlas? ¿Y tampoco oyes cómo cantan los pajarillos? Andas distraída, como si fueses a la escuela, cuando es tan divertido pasearse por el bosque.
Levantó Caperucita Roja los ojos y, al ver bailotear los rayos del sol entre los árboles y todo el suelo cubierto de bellísimas flores, pensó: «Si le llevo a la abuelita un buen ramillete, le daré una alegría; es muy temprano aún, y tendré tiempo de llegar a la hora».
Se apartó del camino para adentrarse en el bosque y se puso a coger flores. Y en cuanto cortaba una, ya le parecía que un poco más lejos asomaba otra más bonita aún y, de esta manera penetraba cada vez más en la espesura, corriendo de un lado a otro.

Mientras tanto, el lobo se encaminó directamente a casa de la abuelita y, al llegar, llamó a la puerta.
—¿Quién va?
—Soy Caperucita Roja, que te trae pastel y vino. ¡Abre!
—¡Descorre el cerrojo! —gritó la abuelita—; estoy muy débil y no puedo levantarme.
Descorrió el lobo el cerrojo, abrióse la puerta y la fiera, sin pronunciar una palabra, encaminóse al lecho de la abuela y la devoró de un bocado. Púsose luego sus vestidos, se tocó con su cofia, se metió en la cama y corrió las cortinas.
Mientras tanto, Caperucita había estado cogiendo flores, y cuando tuvo un ramillete tan grande que ya no podía añadir una flor más, acordóse de su abuelita y reemprendió presurosa el camino de su casa.
Extrañóle ver la puerta abierta; cuando entró en la habitación experimentó una sensación rara, y pensó: «¡Dios mío, qué angustia siento! Y con lo bien que me encuentro siempre en casa de mi abuelita».
Gritó:
—¡Buenos días!
Pero no obtuvo respuesta. Se acercó a la cama, descorrió las cortinas y vio a la abuela, hundida la cofia de modo que le tapaba casi toda la cara y con un aspecto muy extraño.

—¡Ay, abuelita! ¡Qué orejas más grandes tienes!
—Así te oigo mejor.
—¡Ay, abuelita, vaya manos tan grandes que tienes!
—Así puedo cogerte mejor.
—¡Pero, abuelita! ¡Qué boca más terriblemente grande!
—¡Es para tragarte mejor!
Y, diciendo esto, el lobo saltó de la cama y se tragó a la pobre Caperucita Roja.
Cuando el mal bicho estuvo harto, se metió nuevamente en la cama y se quedó dormido roncando ruidosamente.
He aquí que acertó a pasar por allí el cazador, el cual pensó: «¡Caramba, cómo ronca la anciana! Voy a entrar, no fuera que le ocurriese algo!». Entró en el cuarto y, al acercarse a la cama, vio al lobo que dormía en ella.
—¡Ajá! ¡Por fin te encuentro, viejo bribón! —exclamó—. ¡No llevo poco tiempo buscándote!
Y se disponía ya a dispararle un tiro, cuando se le ocurrió que tal vez la fiera habría devorado a la abuelita y que quizás estuviese aún a tiempo de salvarla.
Dejó pues la escopeta y, con unas tijeras, se puso a abrir la barriga de la fiera dormida.
A los primeros tijeretazos, vio brillar la caperucita roja, y poco después saltó fuera la niña exclamando:
—¡Ay, qué susto he pasado! ¡Y qué oscuridad en el vientre del lobo!
A continuación salió también la abuelita, viva aún, aunque casi ahogada. Caperucita Roja corrió a buscar gruesas piedras, y con ellas llenaron la barriga del lobo. Éste, al despertarse, trató de escapar; pero las piedras pesaban tanto, que cayó al suelo muerto.
Los tres estaban la mar de contentos. El cazador despellejó al lobo y se marchó con la piel; la abuelita se comió el pastel, se bebió el vino que Caperucita le había traído y se sintió muy restablecida. Y, entretanto, la niña pensaba: «Nunca más, cuando vaya sola, me apartaré del camino desobedeciendo a mi madre».

Y cuentan también que otro día que Caperucita llevó un asado a su anciana abuelita, un lobo intentó de nuevo desviarla de su camino. Mas la niña se guardó muy bien de hacerlo y siguió derechita, y luego contó a la abuela que se había encontrado con el lobo, el cual le había dado los buenos días pero mirándola con unos ojos muy aviesos.
—A buen seguro que si no llegamos a estar en pleno camino me devora.
—Ven —dijo la abuelita—, cerraremos la puerta bien para que no pueda entrar.
No tardó mucho tiempo en presentarse el muy bribonazo gritando:
—Ábreme, abuelita; soy Caperucita Roja, que te traigo asado.
Pero las dos se estuvieron calladas, sin abrir. El lobo dio varias vueltas a la casa y, al fin, se subió de un brinco al tejado, dispuesto a aguardar a que la niña saliese al anochecer para volver a casa; entonces la seguiría disimuladamente y la devoraría en la oscuridad.
Pero la abuelita le adivinó las intenciones. He aquí que delante de la casa había una gran artesa de piedra, y la anciana dijo a la pequeña:
—Coge el cubo, Caperucita; ayer cocí salchichas; ve a verter el agua en que las cocí.
Hízolo así Caperucita, y repitió el viaje hasta que la artesa estuvo llena. El olor de las salchichas subió hasta el olfato del lobo, que se puso a husmear y a mirar abajo; al fin, alargó tanto el cuello que perdió el equilibrio, resbaló del tejado, cayó de lleno en la gran artesa y se ahogó.
Caperucita se volvió tranquilamente a casita sin que nadie le tocase ni un pelo.

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