viernes, 2 de agosto de 2019

Entre la Muchedumbre

 "Entre la Muchedumbre"
Jull Antonio Casas Romero


La muchedumbre era la misma en toda ocasión. Inevitable, constante, infaltable. Se componía de muchas personas; entre ellas siempre estaba una señora con vestido rojo, un anciano con bufanda raída, un señor con corbata gris y una niña de ojos azules, pálida y de sonrisa triste.
Aunque la muchedumbre fuera numerosa, los cuatro personajes siempre estaban allí, diseminados, atentos, eternos. La primera vez que la vi, fue un día que estaba rumbo a mi trabajo, sentado a la ventana en el bus y este, esperaba cambio de luces del semáforo, casi llegábamos al cambio de vía y entonces los pasajeros empezaron a cuchichear por algo que pasaba más adelante en el tráfico. Soy muy curioso y el morbo por estos espectáculos me domina, así que baje del transporte y procure acercarme al escenario del suceso. Era un accidente y parecía leve, el vehículo estaba poco dañado, había una persona tendida en la pista, al lado del auto, inmóvil, sufriente, necesitada de ayuda. Una muchedumbre lo rodeaba, inmóvil, rumoreante, se escuchaban comentarios de cómo había sucedido el accidente y se daban opiniones respecto a qué hacer. Esperar a los paramédicos o mover al accidentado a otro lugar más seguro, Entonces se impuso la voz de una señora con vestido rojo que recomendó esperar a la asistencia médica, esta no tardó en llegar y rápidamente se hizo cargo de la situación, la sugerencia fue buena y todos nos dispersamos aliviados cuando vimos que el herido recuperaba la conciencia.

Hasta allí no había nada extraño, era un accidente común, con resultados previsibles, esta vez la persona herida sobrevivió, como en muchos en muchos otros accidentes, a veces era asi y en otras no había tanta suerte, parecía que era una decisión del destino y los hombres no tenían mucho que hacer o decir cuando los dados estaban echados y mostraban su jugada definitiva.
Como dije, no había nada extraño o eso pensé, hasta que unos días después, paso de nuevo. Yo de nuevo en mi movilidad, esta vez volviendo del trabajo; Entonces otro accidente, esta vez un bus grande, colisionado con un taxi amarillo, el conductor de este último estaba atrapado en su auto, parecía aún consciente. La muchedumbre rodeaba el dramático escenario. Me di cuenta de que estaban los mismos personajes extraños de la vez anterior, no había margen de error, estaba la señora de rojo y varios otros que había visto, mezclados con los demás, entre la muchedumbre.
Era extraño que estuvieran los cuatro y lo más siniestro era que llevaran nuevamente la voz principal en lo que el gentío opinaba, esta vez un señor de bufanda raída, recomendó e insistió en mover al taxista, para ponerlo en mejor posición dijo, un señor de corbata gris lo ayudo solícitamente. Pero esta vez fue diferente, el conductor no resistió y cuando llego la ayuda médica, ya había fallecido.

La coincidencia de encontrar a personajes repetidos en ambas ocasiones se antojó extraña, claro yo también era un actor repetido en la historia de estos dos accidentes, pero no había tratado de opinar, sugerir o hacer algo directamente, en cambio los espectadores repetidos sí que lo habían hecho y además con mucho énfasis. Trate de no pensar mucho en ello y lo olvide por un tiempo.
Durante el siguiente mes no pasó ningún accidente, se diría que fue un lapso tranquilo, no supe de ellos ni en titulares de la prensa, solo había noticias aburridas de huelgas, robos en la ciudad, política y corrupción. Enero fue diferente, apenas se inició la primera semana, luego del fin de año, estaba yo en un colectivo donde la gente se apiñaba porque salió tarde de sus casas, casi llegaba a mi destino y los vi de nuevo, la muchedumbre volvía a rodear otra escena de accidente.

Estaban todos, juntos, expectantes, ellos, los cuatro, liderando la voz del gentío, como siempre decidieron la suerte del accidentado, pronto comprendí que tenían la última palabra, la decisión final, si optaban por no mover al accidentado, este sobrevivía independientemente de lo que pasaría después; por el contrario, si decidían moverlo, la victima inevitablemente moría. Siempre fue así y no faltaron ni una vez en los varios accidentes que hubo ese mes fatídico y yo estaba presente de forma anónima, como mudo integrante de la muchedumbre, ya casi sentía que formaba parte de ese grupo selecto que tenía poder sobre la vida o la muerte.
Esta mañana salí como siempre, apurado para mi trabajo, apenas desayuné, había trasnochado más de la cuenta escribiendo un relato de desamor, que bullía en mi mente la última semana, no podía dejar de escribirlo, tenía que escribirlo o si no se iría como tantas historias que ahora flotan en los abismos de mi inconciencia.

Tome mis implementos, mi tablet, corrí al paradero, subí de un salto a la primera combi que apareció por la esquina, varias personas estaban en el mismo trance, nos empujábamos en la perpetua lucha de ocupar el mejor lugar, defendiendo el poco espacio respirable que podíamos ocupar. Apenas se desocupó un lugar al lado del conductor, decidí tomarlo para no tener que respirar aquel hedor de multitud que a momentos se hacía casi palpable al tacto.

Un auto nos embistió directamente, no lo vimos, salió de la nada, fui uno de los heridos y caí inconsciente, entonces desperté echado en la acera, con un fuerte dolor de cabeza, el brazo y cuello doblados bajo mi pecho, no podía moverme. Gracias a que mi visión lateral izquierda estaba en buena posición y por los murmullos a mi alrededor sabía que la muchedumbre estaba allí.
Pude verlos, no faltaba nadie, la señora de vestido rojo brillante, con boca roja, sonriente y burlona, el anciano de bufanda raída señalándome y hablando muy fuerte, el hombre de corbata gris que decía ser médico y decía saber qué hacer en estas ocasiones y una niña de los ojos azules a mi lado que solo miraba y que cogía en la mano una muñeca sin cabello.
Hablaban de mí. yo trataba de decirles que no me movieran, que decidieran esperar a los paramédicos, que ellos me ayudarían, que dependía de ellos. Quería vivir, aún no había hecho muchas cosas en la vida, quería disfrutar de mi vida y de lo que esta buena o mala me trajera. La muchedumbre me sofocaba, las heridas me dolían, no sé cuánto tiempo había pasado en esas condiciones. El Sol abrasaba fuertemente en esta mi ciudad que me cobijaba en su seno y que ahora contemplaba mi dolor en una de las pistas anónimas de su organismo.

La muchedumbre seguía rodeándome, había tomado una decisión, los personajes que lo habían hecho como siempre y en todas las ocasiones que lo hicieron, estaban a un lado esperándome, expectantes de lo que habían ordenado realizar, entonces y como acto de obediencia la muchedumbre me movió y los ojos de ellos despidieron mis sentidos.



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