"La Ventana"
Vicente Ortíz Guardado
Se despertó con la seguridad de que ese día iba a ser diferente. Como cada mañana, Elisa tardó un buen rato en levantarse de la cama tras escuchar el despertador. Luego se preparó un buen tazón de café, y viendo las noticias se lo tomó sin atender mucho lo que decían en la tele. Después de colocar las cosas que llevaría en su bolso, miró el reloj y aceleró el ritmo cansino que llevaba para asearse y salir a la calle.
Caminando hacia la estación de bus, encendió un cigarrillo y miró un par de veces su teléfono, pero éste no le ofrecía novedades desde hacía varios días. Tras cinco minutos esperando rodeada de extraños a los que no dirigió ninguna palabra, el ruidoso autobús paró donde cada día. Entró y se dejó caer en un asiento de la tercera fila. Se puso el bolso entre las piernas, y lo acarició con cariño.
Mirando por la ventanilla, dejó su mente en blanco mientras observaba sin mucha atención cómo los objetos pasaban en sentido contrario a una velocidad prudente. Quince minutos después bajó en su parada. Caminó despacio, rodeó el edificio principal de oficinas y se sentó en un banco desde el cual, con un poco de suerte podría ver a su amor. Miró el reloj, aún quedaba una hora para que saliera a tomar café, no importaba, si se acercaba a la ventana y la veía sentada en el banco, seguro que dejaría unos minutos su trabajo para mirarla fijamente. Últimamente lo hacía menos, ya que en su oficina habían cambiado al director, y éste controlaba mucho al personal. Antes, cuando ella trabajaba allí las cosas eran distintas, tenían libertad absoluta para tomar un respiro y poder charlar con los compañeros siempre que quisieran. Así se conocieron.
Sacó su cámara de fotos, y apoyada en una papelera centró su objetivo en la cuarta ventada empezando por la derecha de la tercera planta. Unos minutos después le pareció que alguien pasaba de largo, pero no tuvo tiempo de hacer la foto, quizá fuera otra persona. Si, seguro, su amor habría parado para que le hiciera la foto, y si nadie miraba, puede que hasta hubiera saludado.
Miró de nuevo su reloj, quedaba casi media hora para que saliera a tomar café. Se encendió un cigarrillo sin dejar de mirar la ventana. Hoy, con un poco de suerte, si no le acompañaba ningún compañero se sentarían en la misma mesa de la cafetería, y sin decir nada, se quedarían mirándose fijamente lejos de miradas y cotilleos durante los mejores minutos del día. Si todo marchaba según lo previsto, le pediría matrimonio delante de toda la gente de la cafetería.
Mientras en su cara se dibujaba una amplia sonrisa, tocó con sumo cuidado su bolso y acarició el bulto que sobresalía. Tiró la colilla al suelo, y la pisó para apagarla.
Unos minutos después volvió a sacar la cámara, quería inmortalizar ese día tan importante para ella. Fijó toda su atención en la ventana. Cuando estaba agotada y los brazos empezaban a dolerle apareció su amor en mitad de la ventana. Hizo ocho fotos seguidas, quería haber hecho más, pero seguro que su amor no podía posar más para ella, de todas formas quedaba muy poco para el descanso. Pulsó el Play para verlas. La calidad era buena, pero su cara denotaba tristeza y cansancio, casi enfado. Seguramente alguno de sus compañeros se la había vuelto a jugar. Pero eso no importaba, para eso estaba ella, para darle la felicidad que le faltaba a su vida. Cuando pensaba que ya no podría hacerle más fotos, de repente apareció tras la ventana la persona más guapa del mundo corriendo hasta arriba la persiana veneciana y abriendo de par en par la enorme ventana. Por fin pudo fotografiarla bien. Era la mujer más educada y atractiva del mundo. Unos segundos después, dos jóvenes uniformados se colocaron junto a ella. Por la vestimenta, se trataba de los empleados de seguridad de edificio. Sintió envidia y celos. Los chicos eran altos y guapos, pero eso no era problema. Su amor, desde que la conoció ya no se fijaba en los hombres. Sólo tenía ojos para ella.
La guapa mujer de la ventana señaló con el dedo a Elisa. Seguramente les decía a los chicos quién ocupaba su corazón. Elisa, sonrió nerviosa sin dejar de hacer fotos. Cuando los jóvenes se retiraron, no pudo evitar hacer un gesto de saludo con la mano, pero su amor cerró la ventana. Daba igual, había sido muy valiente presentándola en sociedad y desafiando al director.
Elisa pulsó de nuevo el Play. Cuarenta y dos nuevas fotos. Guardó la cámara en el bolso y acarició el bulto, que junto a ella reposaba.
Ya quedaba muy poco para el descanso, así que, se metió un fuerte caramelo de menta en la boca para disimular el olor a tabaco, se levantó del banco y caminó despacio hasta la puerta del edificio. Poco a poco empezó a salir gente con semblante serio a toda velocidad, desde luego aquel sitio machacaba a la gente.
Se retiró unos metros para dejar pasar al grupo y volvió a meterse otro caramelo en la boca. Si tenía la ocasión de besar a su chica quería dejarle un buen sabor de boca.
Los minutos pasaban y no salía. Empezó a ponerse nerviosa, entonces acarició el bolso que colgaba de su hombro. Se tranquilizó.
De repente la puerta se abrió y su amor apareció, pero se quedó parada en la acera. Las dos mujeres se miraron fijamente. Las separaban unos cinco metros, pero ninguna avanzó.
–Es ella, es Elisa –Dijo en voz alta la mujer que acababa de salir.
–¿Qué pasa mi amor? –Preguntó Elisa timorata y preocupada.
Entonces los dos hombres que había visto por la ventana salieron a toda velocidad abalanzándose sobre la perpleja mujer, a la que aplacaron tirándola al suelo.
–Esto debe ser un error –Balbuceó la mujer, que desde el suelo empezaba a llorar temiendo lo peor–. Esto no está pasando, esto no está pasando…
Uno de los guardias de seguridad agarró las manos de Elisa y le apoyó con dureza su rodilla en el pecho. El otro de los guardias sacó su móvil y llamó a la policía.
–Ya la tenemos, no parece peligrosa–. Dijo a alguien, y sin despedirse colgó el teléfono y se lo guardó en el bolsillo.
Cuando la levantaron del suelo pidió que la dejaran hablar antes de llevársela. La mujer que aún permanecía viendo la escena desde la acera asintió. Entonces Elisa sin intentar acercarse se quedó contemplándola, quizá por última vez. El guardia que la sujetaba la soltó y ella aprovechó para acariciar su bolso. Cuando el coche patrulla de la policía paró a unos metros, ésta introdujo su mano en el bolso y extrajo un pequeño revolver con el que apuntó a la mujer que amaba.
–¡Suelta el arma! –Gritó uno de los policías.
–Si no es para mí –Contestó fríamente Elisa–, no será para nadie.
Entonces sonó un disparo y la mujer que sintió como se le destrozaba una rodilla cayo al suelo cayendo también su revolver de plástico.
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