jueves, 2 de enero de 2020

Los Obreros

 "Los Obreros"
Marcelo Brignole


     Había sido un estadio de fútbol profesional. Ahora, era un inmenso baldío, surcado por montículos de tierras negras, máquinas para la construcción, escombros y maderas. Hacía frío y estaba nublado en aquel despertar de lunes.
      -Entonces- dijo un hombre parado encima de una montaña de piedras y cascotes. No sabía que ese día era el último de su vida- La oferta que hace la empresa para los que quieran seguir trabajando, es esta: quince pesos por día; viáticos y comida por su cuenta. Los días de lluvia dejan de pagarse hasta que no estén las losas hechas.
      Era el capataz. Un grupo de más de cincuenta hombres lo escuchaba en silencio unos metros más abajo. Pocos lo miraban: la mayoría de ellos tenían la vista clavada en el suelo mientras con sus pies jugaban con  piedras sueltas. Pero todos conservaban, hasta ese momento, las manos dentro de sus camperas. Hacía frío.
      De pronto, uno del grupo levantó su brazo derecho. Era un hombre morocho, de cincuenta años. Sin esperar que el capataz lo autorizara, dijo:
      -Si no me equivoco, no vamos a sacar ni 300 pesos por mes, siempre que haya buen tiempo. Paguen  los viajes, por lo menos.
      -No puedo hacer nada. Esa es la oferta de la empresa- contestó el capataz. Esperó un tiempo. No había más preguntas. Los hombres continuaban callados, tal vez pensando.
      -Los que se quedan hagan una fila a mi derecha, para hacer una reinscripción. Los que se van, mañana puedan pasar por la administración para cobrar los días trabajados hasta hoy.




El tiempo volvió a pasar. Todo siguió quieto y en silencio, hasta que una piedra voló, desde algún lugar del grupo, con dirección al capataz. El tiro falló. Pero las demás fueron más contundes. Una lluvia de pedruscos, arrojados con furia y sin contemplaciones, lo derribó sobre el montículo. 
     Había querido escapar, pero apenas había comenzado el alud, un grupo de hombres se había movido de manera imperceptible para rodearlo. No porque previeran que el capataz intentaría huir. Lo que sucedió era que los que estaban lejos, no tenían el blanco asegurado y se habían ido acercando para no errar.
Siete  hombres treparon hasta la cima del montículo. El capataz estaba echado boca arriba. Sangraba por la boca, por el estómago, por la espalda y por las piernas, pero, aún tenía aferrada en su mano derecha, la carpeta para hacer la reinscripción. Aunque ninguno ellos dio la orden, los siete se agacharon casi al mismo tiempo y levantaron el cuerpo del capataz por las axilas y por los zapatos. 


  Atravesaron el campo en busca de la máquina de moler escombros. Uno de ellos se les había adelantado, porque cuando llegaron ya estaba prendida. Los demás habían marchado detrás de los que llevaban al moribundo. Treparon con cierta dificultad el cuerpo hasta que lograron ponerlo en la cúspide. Enseguida la cinta transportadora lo arrastró hasta la boca de la máquina y en unos pocos segundos- en los que se escucharon ruidos desconocidos- lo devolvió en forma de pasta humana empapada de pelos y sangre que se deslizó por la cinta transportadora. Algunos de los obreros siguieron alimentando la máquina. El que una vez fue humano, quedó sepultado y ya nada se vio de él.


A media mañana, llegaron dos hombres. Uno era el arquitecto y el otro el maestro mayor de obras. Los obreros estaban dispersos en grupos, tomando mate o conversando. El arquitecto se acercó hasta uno de los grupos.
      -¿Por qué no están trabajando? ¿Y el capataz?- preguntó.
      -Hoy no vino- fue la respuesta anónima.
El arquitecto le hizo una seña a su ayudante y se retiraron del grupo unos metros. Hablaron entre ellos y más tarde por un teléfono celular. Después, caminaron los dos hasta la máquina de moler escombros. Treparon. Cuando estuvieron arriba, el maestro mayor de obras gritó para que los obreros se acercaran.
Cuando estuvieron todos reunidos,  el arquitecto habló:
      -Pueden irse por hoy. Nos dijeron en la empresa que creían que el capataz estaba acá y que les había comunicado algunas novedades pero no supieron decirnos de que se trataba. El capataz se reunió con el gerente pero ahora el gerente está de viaje y es imposible ubicarlo. Vuelvan mañana a la hora de siempre.


Los obreros abandonaron la obra. Se perdieron en la ciudad por distintos rumbos, montados en bicicletas o  caminado rápido con las  manos metidas en los bolsillos de sus camperas. Algunos volverían al día siguiente porque no tenían otra cosa que hacer, unos se emborracharían y otros irían a buscar un nuevo trabajo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario