domingo, 22 de marzo de 2020

Las Voces del Mar

El  mar  golpeaba, cadencioso,  la  arena  de  la  playa.  La  madrugada  había  sido   tranquila   y  aún  perseveraban las voces de la noche, que se iban perdiendo como ecos vaporosos. Mientras, el sol nacía por un horizonte de incertidumbres tan hermoso como terrible…

Como todas las mañanas del año, y aunque fuese un día festivo, René abrió la tienda que se hallaba en una pequeña calle del centro. En el escaparate se agolpaban muchas muñecas de todas las formas y tamaños posibles, tantas que resultaba muy difícil saber cuál era la más hermosa. A pesar de eso, él tenía su favorita. Un bebé que estaba vestido con un pijama blanco de manga larga y que llevaba, por encima, otra prenda rosa. Tal vez no fuera la de más calidad, ya que las había mucho mejores, pero siempre encontró algo especial en su mirada. Quizás lo que tanto le llamaba la atención eran esos ojos azules tan intensos que se dibujaban en un rostro finamente redondeado. Además, sin saber por qué, le había puesto un nombre, Beatriz. 

Pasados unos minutos, el dependiente, un hombre de unos cuarenta años, se puso a ordenar algunas mercancías que habían llegado el día anterior. Dado que era mediados de julio, la actividad en la juguetería era más intensa que en los meses anteriores, sobre todo por la mayor presencia de turistas, que aprovechaban las vacaciones estivales para visitar aquella ciudad.  Al mismo tiempo que clasificaba las existencias, por los altavoces de su equipo musical sonaba, majestuoso y solemne, el adagio de la «Sinfonía escocesa» de Mendelssohn, una de sus piezas preferidas. Esa melodía de fondo le revolvía el alma, sacudiéndole lo más profundo de sus entrañas. 




Segundos después, se oyó un leve tintineo en la puerta y apareció un joven matrimonio que venía acompañado por una niña que no superaría los cinco años de edad. Al principio, René apenas reparó en ellos, pero cuando levantó la mirada por encima de unos albaranes que tenía sobre la mesa, vio que la chiquilla que había entrado era muy bella. Su piel era tan blanca y delicada como la del azahar en una noche de primavera, y sus ojos parecían las olas del mar bañadas por el sol del atardecer. El dependiente abandonó todas las tareas y se dirigió hacia ellos con premura. 

..¿Desean algo? Seguro que vienen buscando un juguete para esta niña tan guapa, ¿no es cierto? 

Los padres miraron a su hija muy orgullosos por el piropo que les había regalado aquel hombre y la pequeña sonrió en silencio a la vez que mostraba una mirada algo traviesa. 

..Verá ..se apresuró a contestarle el padre.., le queremos regalar una muñeca a nuestra hija, pero nos va a costar trabajo elegirla porque tiene usted aquí auténticas maravillas. 

..No se preocupen. Tómense todo el tiempo que necesiten. 

La niña, que parecía estar al margen de esa conversación, comenzó a acercarse al escaparate y se sintió muy atraída por el bebé de los ojos azules, el favorito de René. 

..¡Quiero esa, papi! ..dijo la pequeña. 

..¿No vas a mirar más? ..le preguntó la madre. 

..No, mami. Me encanta este bebé. Dámelo, dámelo, que es mío ..protestó la hija estirando sus brazos lo máximo que pudo para alcanzar aquel preciado tesoro. 

Cuando la madre le acercó la muñeca a la chiquilla, le dio un abrazo tan fuerte que parecía que hubieran sido siempre uña y carne, como dos buenas hermanas. Era conmovedor ver cómo la muchacha podía mostrar tanto cariño hacia un juguete desconocido. De hecho no paraba de acariciar la cabeza del bebé, dándole todos los besos posibles. 

Al darse cuenta de la elección que hizo la chica, René se apenó porque sabía que no volvería a ver más aquella muñeca, pero luego se alegró. Después de todo, ¿en qué manos podría estar mejor que en las de esa muchacha? 

..Te vas a llevar mi preferida. Yo ya le había puesto incluso un nombre. 

..¿Sí? ¿Cómo se llama? ..le preguntó la niña con un rostro inocente. 

..Beatriz, y estoy seguro de que a partir de ahora va a ser tu mejor amiga. 

..Beatriz, te quiero mucho. Eres muy guapa ..dijo ella mientras seguía dándole besos y abrazos. 

Los padres estaban felices por ver tan contenta a su hija. Aquella muñeca no era ni mucho menos la mejor de la tienda, y ni siquiera era de esos bebés tan sofisticados de hoy en día que parecen casi reales, pero la chica se había quedado prendada del encanto de esos graciosos ojos azules. 

..Si desean la puedo guardar en su caja y se la envuelvo. 

..No. Yo quiero a Beatriz ahora mismo ..insistió la cría. 

El dependiente se encogió de hombros y se dirigió hacia el mostrador para cobrarles a sus padres. 

..Como eres una niña muy especial y la muñeca que te llevas también lo es, les voy a hacer una pequeña rebaja a tus papás. 

..Gracias. Es usted muy amable ..respondió la madre. 

Poco tiempo después, el joven matrimonio salió de la tienda con su hija, que parecía ir flotando por las nubes, ya que no paraba de acariciar a su nueva compañera. En ese sentido, y aunque sus padres paseaban de un lado para otro de aquella ciudad costera embelesados por todo lo que veían, la niña no tenía ojos para nada más que no fuera su bebé. Incluso le llegó a pedir a su madre un cepillo que ésta siempre guardaba en su bolso y comenzó a peinar los imaginarios cabellos de la muñeca, pues esta no tenía ni un solo pelo en su cabeza. 

Al mediodía, los tres se sentaron en una bonita terraza que daba al paseo marítimo. El viento era tan fuerte y el olor del salitre tan intenso que la madre se vio asaltada por unos recuerdos de su infancia. Aquella era la época en la que vivía en un pequeño pueblo que también se hallaba junto al mar. ¿Cómo olvidar esos domingos por la mañana cuando iba con sus padres a la vieja iglesia cuyas paredes estaban desconchadas por los efectos de la humedad y del paso del tiempo? Cuánto hubiera dado por estar de nuevo junto a sus progenitores, pero por desgracia ambos ya habían fallecido hacía años. Sentía que nunca llegó a conocerlos en profundidad porque sus padres gastaron los mejores años de sus vidas trabajando en una tienda. De ahí que se hubiera propuesto estar junto a su pequeña todo el tiempo posible para que no se volviese a repetir la misma historia nunca más. 

Mientras estos pensamientos rondaban por su cabeza, no paraba de observar a su hija, que seguía jugando con su nuevo bebé. Ahora, después de muchos años, era la primera vez que se encontraba realmente feliz. Quizás porque había tomado las riendas de su vida y porque su marido la apoyaba siempre en todas las decisiones más importantes. Era el momento, pues, de dejar atrás muchas cosas del pasado y de intentar disfrutar de todo lo bueno que le pudiera deparar el futuro. 

Las olas del mar se deslizaban por la orilla de forma acompasada al tiempo que los minutos transcurrían lentamente, con la misma languidez con la que se caen las hojas de un árbol muerto. El sol ya estaba en lo más alto del firmamento. 

En ese intervalo disfrutaron de una buena comida y también bebieron un vino que era de los mejores de la zona. La niña quiso probar un poco de aquel caldo tan delicioso, pero sus progenitores no se lo permitieron. La escena fue tan cómica que no pudieron evitar una sonrisa. Los padres estaban cada día más asombrados por la inteligencia y la madurez de su niña, pese a que ella tuviera aún tan pocos años de vida. 

Tras el almuerzo, los tres se levantaron y siguieron paseando hasta que llegaron a una heladería. La pequeña pidió un helado de chocolate, que era su favorito. Se lo sirvieron en una tarrina y también le dieron dos cucharitas por si le apetecía ofrecerle algo del postre a su nueva amiga. Al final, ambas terminaron con la boca manchada. Menos mal que la madre, como buena previsora que era, llevaba unas toallitas húmedas en su bolso. Gracias a eso las dos hermanas acabaron de tomarse el helado y no quedó ningún rastro del mismo. 

..Sois los papás mejores del mundo ..les dijo la niñita con esos ojos azules que parecían reflejar la bajamar. 

Justo en ese momento en que se iban a levantar, un hombre con la piel muy morena y el pelo tan oscuro como el tizón se dirigió a la chica con un acento algo raro: 

..Qué muñequita más bonita. Pero si las dos tenéis los ojos azules. ¿Me dejas tu bebé? 

..No. Es mío. 

Aquel extraño esbozó una sonrisa amarga y se alejó como alma que lleva el diablo. La madre le dijo a su pequeña que había hecho muy bien en no confiar en ese desconocido. Cuando por fin se levantaron los tres y se marcharon de la heladería, el sol avanzaba de forma cadenciosa hacia el ocaso y cada vez había más gente. 

Al cabo de unos minutos, se dieron cuenta de que unos músicos ambulantes habían logrado llamar la atención de un grupo de personas en torno a ellos. La niña se acercó corriendo ante la curiosidad que todo aquello le producía. Tanto fue así que se logró poner en primera fila para no perderse ni un detalle del concierto. Entonces sonó «Yesterday», una canción que no conocía pero que le pareció la melodía más hermosa que jamás había entrado por sus oídos. Cuando su padre oyó también esa música, sus recuerdos le trasladaron a un verano en el que formó parte de una pandilla que le marcó para el resto de su vida. A finales de ese mes de agosto todos sabían que ya no volverían a verse nunca más. Él tampoco podría estar de nuevo junto a aquella muchacha que posteriormente se convertiría en su primer amor. Se trataba de uno de esos amores platónicos que el paso del tiempo se afana en borrar. Ella era rubia, con los ojos azules y tenía una sonrisa fuera de lo común. Al despedirse de esta, intentó que no se le notara ninguna emoción; sin embargo, aunque por fuera aparentase estar bien, en el interior de su alma sintió un enorme abismo de soledad. Luego, con el trascurrir de los años, conoció a la que ahora era su esposa, enamorándose de ella desde el primer momento. Pese a ello, le resultaba imposible no pensar en esa joven que conoció en un lejano verano y cuyo recuerdo era ya como una ola desvanecida en el mar que de vez en cuando acudía a su memoria. 

Poco después, los músicos comenzaron a tocar otras canciones y la niña bailó sin parar con su bebé, que también parecía estar disfrutando de ese concierto callejero. Los curiosos que pasaban por allí se acercaron conforme sonaban distintos temas interpretados por instrumentos de viento, cuerda y metal, por lo que la fiesta se fue animando y todo el mundo quiso participar de aquel buen ambiente. 

La marea estaba subiendo despacio y las olas se desplomaban, con su estela plateada, por una orilla sobre la que se acumulaban los sueños del atardecer. A lo lejos, un barco iba describiendo una suave trayectoria en el horizonte mientras las gaviotas entonaban con sus chillidos un cántico mortuorio. 

Una vez terminada la actuación, la niña vio cómo muchos espectadores les daban algunas monedas a los artistas. Ella, por supuesto, no quiso ser menos y le pidió un euro a su padre para depositarlo en el sombrero de un violinista que inclinó la cabeza en señal de respeto, regalándole una breve melodía improvisada. La pequeña nunca se había sentido tan orgullosa de sí misma. 

Tras haber pasado un rato tan bueno, los tres se fueron de allí y continuaron descubriendo algunos rincones de la ciudad. La madre se fijó en varios escaparates de tiendas de ropa. De hecho, entraron en una de estas y tanto su hija como ella se probaron algún vestido ante la resignada mirada del esposo. 

..Me encanta este traje, mami ..exclamó la chiquilla señalando uno que estaba decorado con motivos marinos. 
..Pues hoy estás de suerte, ¡vamos a comprarlo! ..contestó la madre. 

La niña daba saltos de alegría al salir de la tienda con esa nueva adquisición. Para ella ese estaba siendo uno de los días más felices de su vida. Creía hallarse en medio de un sueño del que no deseaba despertar. 

A continuación, se fueron a cenar a un restaurante a una hora no demasiado tardía, ya que pretendían madrugar al día siguiente para proseguir con su viaje. Al final acabaron en una crepería y tuvieron la suerte de que un camarero los atendió con rapidez. A la pequeña le gustaban los crepes muy dulces, por eso eligió uno con mermelada de arándanos. 

Como terminaron de cenar pronto, decidieron dar una última vuelta antes de regresar al hotel. El sol se estaba adormeciendo en el horizonte y las olas formaban un espejo brillante a su alrededor. La chica se asomó a la barandilla del paseo marítimo y contempló un atardecer inolvidable junto a su bebé. Una vez el astro rey se terminó de hundir por la lejanía, los padres convencieron a su hija de que era hora de recogerse. No obstante, cuando ya se iban a marchar, sonó de repente un estruendo, como si se tratara del rayo de una tormenta estival. El misterio quedó desvelado muy pronto pues unos fuegos artificiales iluminaron con miles de colores todo el firmamento. La niña estaba tan emocionada que dijo: 

..Vamos a quedarnos un poco más, por favor. 

..Está bien ..respondió el padre.., pero cuando pase un rato nos volvemos al hotel, ¿de acuerdo? 

..¡Viva! ..gritó la chiquilla en el mismo momento en que la estela de un fuego artificial se reflejaba en sus ojos. 

Cada vez había más personas disfrutando de ese espectáculo pirotécnico, pero como la niña bostezó en un par de ocasiones, decidieron que era hora de irse y se abrieron paso entre el numeroso público allí agolpado. Tras caminar unos cuantos metros, oyeron unos gritos a lo lejos. Los padres se quedaron aturdidos sin poder reaccionar. En seguida observaron que algunos turistas estaban corriendo de un lado para otro, lo cual provocó el llanto en la pequeña. 

..No te preocupes, no pasa nada, cariño ..le dijo su padre tratando de ocultar su angustia ante todo lo que estaba viendo a su alrededor. 

De repente vieron cómo un inmenso camión se abría paso entre los viandantes que colapsaban un paseo marítimo que parecía interminable. En cuestión de segundos, ese monstruo de gran tonelaje fue atropellando a todo los que cruzaron por su camino. El vehículo estaba cada vez más cerca y ellos no tenían ningún margen de maniobra posible. Cuando se hallaba a escasa distancia, el padre reconoció al conductor. Era el mismo hombre que habían visto por la tarde en la heladería. Lo último que pudo hacer fue rodear a su esposa y a su niña antes de que ese leviatán los arrastrara hacia el abismo. Un manto de sangre se derramó por el firmamento al mismo tiempo que las olas del mar se ahogaban desesperadas en la orilla. 

A la mañana siguiente, René abrió la juguetería con un espíritu abatido tras la tragedia que había ocurrido la noche anterior. Apenas podía creer que un camión hubiera atentado contra la vida de más de ochenta inocentes. Movido por un extraño impulso, sacó un disco y sonó de nuevo en su equipo la misma sinfonía de Mendelssohn. Ese sería su particular homenaje a todas aquellas víctimas de la barbarie yihadista. Cuando los compases del adagio estaban en su parte más desgarradora, se percató de la existencia de un periódico que le había dejado el repartidor por la mañana temprano. Cogió el diario, que estaba doblado por la mitad, y lo desplegó con rapidez. Al ver la fotografía de la portada sintió un enorme escalofrío. La imagen reproducía un cadáver envuelto por una manta térmica de la Policía, y a escasos centímetros de ese cuerpo inerte se hallaba la misma muñeca que él le había vendido veinticuatro horas antes a esa familia tan encantadora. 

Por desgracia era el mismo bebé que la niña de los ojos azules había acariciado al salir por la puerta de su tienda. Entonces dejó la juguetería y corrió todo lo que pudo mientras las lágrimas le nublaban la vista. No deseaba hacer otra cosa que dirigirse hacia el mar. Al menos allí encontraría algo de paz para su atormentado espíritu. Tras llegar a la playa, recorrió la orilla intentando escuchar el ruido de las olas, pero estaba tan turbado que no podía oír nada, de modo que siguió corriendo sin rumbo fijo hasta que regresó al paseo marítimo, que estaba acordonado por agentes de las fuerzas de seguridad. La consternación era tan grande que muchas personas lloraban en el mismo sitio donde se produjo la masacre el día anterior. Algunos de aquellos seres anónimos depositaron ramos de flores, mientras que otros dejaban mensajes escritos en folios o cartulinas. Caminando un poco más, René vio a lo lejos la muñeca. Esta se encontraba rodeada por unas velas de color rosa y había varios dibujos pintados por niños en señal de duelo. El juguetero se arrodilló junto a Beatriz y siguió sollozando. Justo en aquel instante se volvió a acordar de esos ojos azules tan hermosos de la niña. 

Todo el universo se quedó en silencio y comenzó a oírse el sonido de las olas del mar. Eran unas voces tan puras que no paraban de precipitarse suavemente sobre la orilla. Luego, esas mismas voces se convirtieron de nuevo en ecos lejanos y el mar siguió oscilando de un lado para otro en su eterno vaivén…

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