domingo, 31 de mayo de 2020

Poeta en Nueva York

Considerada por la mayoría de críticos como la mejor obra del autor, en Poeta en Nueva York llegan a su punto culminante los procedimientos formales lorquianos, que sirven de base a una radical protesta social y a una penetrante indagación metafísica.

Poeta en Nueva York es el título de un poemario escrito por Federico García Lorca entre 1929 y 1930, durante su estancia en la Universidad de Columbia (Nueva York), así como en su siguiente viaje a Cuba, y publicado por primera vez en 1940, cuatro años después de su muerte.

García Lorca dejó España en 1929 para impartir unas conferencias en Cuba y Nueva York. Aun así, el motivo del viaje fue quizá un pretexto para cambiar de aires y huir del ambiente que le rodeaba y que le oprimía: debido a un fracaso sentimental y al dilema interior que sentía por su sexualidad, Lorca padeció en esa época una profunda depresión. Vivió en Nueva York del 25 de junio de 1929 al 4 de marzo de 1930, partiendo entonces hacia Cuba, donde residió por un espacio de tres meses.

A Lorca le impactó profundamente la sociedad norteamericana, y sintió desde el inicio de su estancia una profunda aversión hacia el capitalismo y la industrialización de la sociedad moderna, al tiempo que repudiaba el trato dispensado a la minoría negra. Poeta en Nueva York fue para Lorca un grito de horror, de denuncia contra la injusticia y la discriminación, contra la deshumanización de la sociedad moderna y la alienación del ser humano, al tiempo que reclamaba una nueva dimensión humana donde predominase la libertad y la justicia, el amor y la belleza.​ Es por ello por lo que puede ser considerada una de las obras poéticas más importantes y relevantes de la historia de este arte, dado su trascendentalismo. Una crítica poética en un momento de cambios económicos y sociales de una magnitud única en toda la historia de la humanidad, que convierte esta obra en una profunda reflexión pesimista y hace que sea un nexo de unión entre el modernismo y la nueva era tecnológica.




García Lorca partió en 1929 para impartir una serie de conferencias en Cuba y Nueva York. El ambiente previo a su partida fue de un gran desasosiego para el poeta: había roto su relación con el escultor Emilio Aladrén, a la vez que se evidenció su distanciamiento con Salvador Dalí, quien en 1929 realizó junto a Luis Buñuel la película surrealista Un perro andaluz, clara alusión al autor granadino. Lorca recibió en enero de 1929 una invitación para dar una serie de conferencias en Cuba y en diversas universidades norteamericanas, justo en un momento de cierta penuria económica –al parecer sus padres le habían reprochado el hecho de que no se ganara bien la vida–. Federico escribió a sus padres:

“Yo no quiero de ninguna manera que estéis indignados conmigo. Esto me apena. Yo no tengo culpa de muchas cosas mías. La culpa es de la vida y de las luchas, crisis y conflictos de orden moral que yo tengo”.

En estas palabras se muestra inusualmente sincero y consciente de sus sentimientos, a la vez que reflejan un claro pesimismo frente a su situación vital. Asimismo, Lorca se sentía agobiado por la situación política, manteniendo una postura cada vez más crítica con la dictadura de Primo de Rivera: a mediados de 1929 firmó junto a veinticuatro jóvenes escritores un manifiesto expresando su malestar por la situación del país, y pidiendo un cambio de rumbo.​ Todos estos factores propiciaron un estado anímico propenso a la depresión en el poeta andaluz, hecho que no pasó desapercibido para su familia: su padre, Federico García Rodríguez, le comentó en febrero de 1929 que le sentaría bien un cambio de aires.​

En el viaje al nuevo continente acompañó a Lorca el político socialista Fernando de los Ríos, que daría una conferencia en la Universidad de Columbia, así como su sobrina Rita María Troyano de los Ríos, que iba a dar clases de español en una escuela de Herefordshire. El 10 de junio de 1929 partieron en tren hacia París, donde hicieron escala de un día, aprovechando para visitar el Louvre. Viajaron en barco de Calais a Dover, alojándose posteriormente en Londres dos días. Después de dejar a Rita en Hereford, visitaron Oxford, para embarcarse finalmente en el RMS Olympic –gemelo del Titanic–, que partió de Southampton el 19 de junio de 1929 rumbo a América. Antes de partir Lorca escribió a su amigo Carlos Morla Lynch que se sentía deprimido y «lleno de añoranzas», y que se arrepentía de haber hecho el viaje.

Lorca llegó a Nueva York el 25 de junio de 1929. En la ciudad de los rascacielos encontró un nutrido grupo de intelectuales españoles que residían allí: Federico de Onís, profesor de español en la Universidad de Columbia y director de la revista Estudios Hispánicos; Ángel del Río, profesor de literatura española en la misma universidad; León Felipe, profesor de la Universidad de Cornell; y el pintor Gabriel García Maroto.

Fue a instancias de Federico de Onís que Lorca se instaló en la residencia estudiantil Furnald Hall –para lo que tuvo que matricularse en un curso de inglés para extranjeros–. Su primera impresión fue favorable, mostrándose entusiasmado ante el prodigioso espectáculo neoyorquino, sus rascacielos, su vida bulliciosa, las avenidas de Manhattan, las luces de Broadway. Lorca asistió asiduamente a sus clases de inglés, aunque no logró muchos avances, logrando apenas un dominio mínimo del idioma. Se interesó más en conocer la ciudad y hacer vida social, asistiendo a numerosos eventos y espectáculos con sus amigos y conocidos. Pasaba la mayor parte del tiempo en el Spanish Institute de la Universidad de Columbia, donde se impartían conferencias y se celebraban veladas literarias y musicales, y donde se sentía más cercano a su añorado país.

Al cabo de unas semanas Lorca visitó Harlem –donde junto a sus amigos frecuentaban el club de jazz Small’s Paradise–, tomando contacto con la realidad de las minorías étnicas norteamericanas y viendo el lado oscuro, amargo, de la sociedad estadounidense. Gran simpatizante de las minorías sociales –gitanos, negros, judíos–, y de las gentes oprimidas y excluidas de la sociedad del bienestar, Lorca se erigió en portavoz de los humildes, los desfavorecidos, a los que reivindicaba a través de sus poemas, que denunciaban una situación de opresión del hombre por el hombre. Comenzó así a ver el aspecto negativo de la metrópoli americana, su deshumanización, su excesiva mecanización, su frialdad, su materialismo, todo lo contrario a la actitud vital y natural que siempre había sentido el poeta.

También cabe remarcar que Lorca arribó a los Estados Unidos poco antes de producirse el Crack de 1929, que sumergió al país en un ambiente de crisis económica y de miseria social. En unas declaraciones a Luis Méndez Domínguez en 1933 expresó así su impresión de la ciudad:

“Impresionante por frío y cruel... Espectáculo de suicidas, de gentes histéricas y grupos desmayados. Espectáculo terrible, pero sin grandeza. Nadie puede darse idea de la soledad que siente allí un español, y más todavía un hombre del sur”.

Con todas estas impresiones, García Lorca inició la redacción de Poeta en Nueva York, en el que reflejó de forma intimista su estado anímico, su melancolía, sus pulsiones sexuales, la amargura de los amores perdidos, la añoranza de la infancia pasada y de los recuerdos olvidados. Lo hizo con un estilo surrealista, con influencia de Walt Whitman y T.S. Eliot.​ En una carta a sus padres describió así la génesis del poemario neoyorquino:

“Escribo un libro de poemas de interpretación de Nueva York que produce enorme impresión a estos amigos por su fuerza. Yo creo que todo lo mío resulta pálido al lado de estas cosas que son en cierta manera sinfónicas como el ruido y la complejidad neoyorkina”.

Lorca finalizó su curso de inglés el 16 de agosto de 1929, si bien no se presentó a los exámenes. Partió entonces hacia una estancia en el estado de Vermont, invitado por su amigo Philip Cummings, joven poeta estadounidense que había pasado una temporada en Granada, donde conoció a Federico. Allí pasó una temporada gozando de la naturaleza montañosa de Vermont, de sus bosques y lagos. Cummings había alquilado una cabaña a orillas del lago Eden, donde realizaban largos paseos y donde acometieron la traducción al inglés de Canciones, el libro de poemas que Federico realizó en 1927. Sin embargo, el incipiente otoño y la frecuente lluvia provocaron de nuevo en el poeta un estado de ánimo melancólico. Así, el 29 de agosto volvió a Nueva York, para partir de inmediato a una estancia de veinte días con Ángel del Río y su esposa Amelia en una cabaña en Bushnellsville, cerca de Shandaken. Por último, el 18 de septiembre viajó a Newburgh, localidad donde tenía una casa de campo Federico de Onís, con quien pasó unos días más.

El 21 de septiembre de 1929 regresó a Nueva York, instalándose en la residencia John Jay Hall, perteneciente igualmente al campus de Columbia. Continuaba estando deprimido, hecho que se demuestra en un comentario a Rafael Martínez Nadal al enviarle su poema Infancia y muerte, del 7 de octubre: «para que te des cuenta de mi estado de ánimo».​ Coincidió entonces con el crack de la bolsa, siendo testigo de numerosas escenas de pánico e histeria en Wall Street, presenciando al parecer incluso un suicidio, y reforzándose desde entonces su anticapitalismo.

En Nueva York, además del poemario inspirado por la ciudad, Lorca escribió un guion de cine (Viaje a la luna), que habría sido de estilo surrealista, emulando a Un perro andaluz de Buñuel y Dalí, siendo la historia de un amor imposible y la luna un símbolo de la muerte. Pasada la Navidad, abandonó John Jay Hall y se instaló en la residencia International House. El 21 de enero de 1930 dio su primera conferencia en el Vassar College, dando una charla sobre las canciones de cuna que había dado anteriormente en 1928 en la Residencia de Estudiantes de Madrid.​ En vísperas de su marcha a Cuba, el 10 de febrero, Lorca recibió un homenaje en el Spanish Institute, donde dio su conferencia Imaginación, inspiración, evasión, hablando de la poesía en términos cercanos al surrealismo, como ‘fenómeno poético puro’: «ya no hay términos, ya no hay límites, ya no hay leyes explicables. ¡Admirable libertad!».

García Lorca abandonó Nueva York el 4 de marzo de 1930, viajando en tren por la costa este norteamericana hasta Miami, donde se embarcó hacia Cuba, invitado para dar una serie de conferencias por la Institución Hispano-Cubana de Cultura, que dirigía el sociólogo Fernando Ortiz.​ En el país caribeño pasó Lorca tres meses, siendo sin duda para el poeta andaluz una estancia más agradable que en la ciudad de los rascacielos, tanto por el clima como por el idioma y el carácter de la gente. Escribió a sus padres:

“Pero Habana es una maravilla, tanto la vieja como la moderna. Es una mezcla de Málaga y Cádiz, pero mucho más animada y relajada por el trópico. El ritmo de la ciudad es acariciador, suave, sensualísimo, y lleno de un encanto que es absolutamente español, mejor dicho, andaluz”.

Alojado en el Hotel La Unión, Lorca vivió una estancia más despreocupada y libre que en Nueva York o incluso en España, mostrando con más libertad su condición de homosexual.​ En Cuba se sentía gran admiración por Lorca, cuyo Romancero gitano había cosechado un gran éxito. El poeta dio cinco conferencias en el Teatro Principal de la Comedia de La Habana: La mecánica de la poesía (9 de marzo); Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos. Un poeta gongorino del siglo XVII (sobre Pedro Soto de Rojas, 12 de marzo); Canciones de cuna españolas (16 de marzo); La imagen poética en don Luis de Góngora (19 de marzo); y La arquitectura del cante jondo (6 de abril). Las conferencias fueron un gran éxito, y Lorca ganó por primera vez en su vida una importante suma de dinero.

A finales de abril de 1930 pasó unos días en Santiago de Cuba, repitiendo su conferencia La mecánica de la poesía en la Escuela Normal para Maestros. Allí escribió su único poema durante su estancia en la isla, Son de negros en Cuba, incorporado a Poeta en Nueva York. Asimismo, en Cuba escribió Lorca su obra de teatro El público, donde pretendía romper las barreras entre escenario y realidad, entre actores y espectadores, y que por su tono angustiado contrasta con la aparente felicidad de su estancia en la isla.​ El 12 de junio de 1930 Lorca abandonó Cuba de vuelta a España.

El primer y único borrador de Poeta en Nueva York, compuesto por 96 páginas mecanografiadas y 26 manuscritas, fue entregado por Lorca a José Bergamín poco antes de su muerte, en 1936, con abundantes tachones, añadidos y correcciones. Bergamín se llevó consigo el manuscrito al exilio, primero a Francia y luego a México, y a partir de él realizó la primera edición de 1940, que apareció simultáneamente en México (Ed. Séneca) y Estados Unidos (Ed. Norton, traducido por Rolfe Humphries), aunque con importantes diferencias debidas, al parecer, a ligeras modificaciones introducidas por Bergamín, quien sin embargo fue muy respetuoso con las indicaciones de su amigo.​ Sin embargo, años más tarde el también poeta Agustín Millares publicó en la revista Planas de poesía un poema inédito y desconocido, titulado Crucifixión, ausente de las primeras ediciones del libro, que fue adquirido en 2007 por el Ministerio de Cultura de España.

Durante casi toda la segunda mitad del siglo XX, el original del libro permaneció en paradero desconocido, pasando de mano en mano, hasta que fue redescubierto en 1999 en posesión de la actriz Manuela Saavedra y Moreno de Aldama, y adquirido por la Fundación García Lorca en 2003.​ En estos momentos se está preparando una edición basada en todos estos materiales originales recientemente recuperados, que se considera que será la edición «definitiva» de la obra.

Poeta en Nueva York fue considerado por el propio autor como una de sus mejores realizaciones en el terreno de la poesía, hecho que lo demuestra la especial atención que puso en su elaboración y estructuración, cuidando el más mínimo detalle, desde la estructura interna del poemario hasta las ilustraciones que debían acompañarlo. Entre 1930 y 1936 barajó diversas posibilidades de publicación, circunstancia que se vio truncada con su prematura muerte. También cabe remarcar que durante esos años ofreció numerosas conferencias sobre el poemario neoyorquino.

La estructura de Poeta en Nueva York nunca ha sido del todo aclarada debido a la indefinición del autor antes de su muerte, existiendo cierta discrepancia en la adjudicación y distribución de los poemas. Frente a la tradicional lista entregada por Lorca a Bergamín existe una segunda lista encontrada en 1972 por Eutimio Martín en el reverso del manuscrito de El niño Stanton, sobre un posible proyecto de Lorca de un poemario titulado Tierra y luna, que contendría diecisiete poemas: diez del corpus neoyorquino (Cielo vivo, Nocturno del hueco, Asesinato, Panorama ciego de Nueva York, Luna y panorama de los insectos, Muerte, Vaca, Ruina, Vals en las ramas y Paisaje con dos tumbas y un perro asirio); tres que fueron incluidas en el posterior libro de Lorca Diván del Tamarit (Canción de las palomas, convertida en Casida de las palomas oscuras; Amarga, convertida en Gacela de la raíz amarga; y Toro y jazmín, convertida en Casida del sueño al aire libre); y, por último, otros cuatro poemas sueltos (Tierra y luna, Omega, Canción de la muerte pequeña y Pequeño poema infinito). Quizá un primer proyecto de Lorca fue desgajar su vivencia americana en dos obras, Poeta en Nueva York y Tierra y luna, pero parece que lo reconsideró al incluir varios poemas en Diván del Tamarit. En todo caso, nunca quedó aclarado, y diversas ediciones de Poeta en Nueva York han incluido los cuatro poemas que quedaron sueltos, aunque la mayoría ha optado por la versión de Bergamín.29​Galaxia Gutenberg lo edita ahora por primera vez tal y como fue concebido por García Lorca y siguiendo con fidelidad el manuscrito entregado a Bergamín.

Análisis

Poeta en Nueva York supuso un cambio crucial en la evolución poética del autor granadino, iniciada con Canciones en la tradición lírica clásica con un marcado sello popular y una métrica basada en el cancionero y el romance. Sus siguientes obras, Poema del cante jondo y Romancero gitano, estuvieron marcadas por una acusada estilización y la pervivencia de los elementos populares, aunque la versificación tradicional fue perdiendo terreno frente a la fantasía creadora del poeta.​ Perteneciente a la Generación del 27, al igual que otros autores adscritos a este movimiento (Rafael Alberti, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Pedro Salinas, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, etc.) Lorca recibió diversas influencias, desde la poesía popular y los escritores del Siglo de Oro español (Lope de Vega, Góngora, Quevedo), pasando por Bécquer y Rubén Darío, hasta Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, así como el surrealismo, corriente de moda en el momento. Buscaban una renovación estilística, llegar a la «poesía pura», a través de un lenguaje metafórico, una versificación más sencilla que la de sus predecesores –especialmente el modernismo–, recurriendo por una parte a formas tradicionales (cancionero, romancero) y por otra al verso libre y el versículo.

Una de las principales influencias que se denotan en Poeta en Nueva York fue la del surrealismo: esta corriente pretendía renovar radicalmente la literatura, fomentar la libertad creadora del escritor a través de la libre expresión del subconsciente, abandonando cualquier tipo de convencionalismo ya fuese moral, social o artístico. Pretendían trascender la realidad accediendo a un nivel superior de conciencia, a una «sobre-realidad» –de ahí el nombre del movimiento– en la que el autor pueda expresar sin ningún tipo de ambages su visión del mundo y de la vida. Todo ello lo ejecutan a través de una profunda revolución del lenguaje, que pierde su carácter racional y objetivo para servir como instrumento de la libre expresión del pensamiento del escritor, en donde se entremezclan los objetos, los conceptos, las emociones, los sentimientos, expresados de forma espontánea, con un lenguaje onírico, subjetivo, irracional, fuertemente metafórico. Así, en vez de una lectura narrativa y funcional, pretenden que el lector sienta más que reflexione, perciba más que comprenda, que reciba una impresión que le provoque reacciones de tipo emocional.

La obra de García Lorca, pese a su vitalidad y a la dinámica personalidad reflejada por el autor en sus obras, expresa una profunda angustia existencial, una frustración debida a su condición sexual y a las rígidas conductas morales de la época, así como a una reivindicación social por las clases más humildes y desfavorecidas, por la miseria y opresión del hombre. Todo ello se funde con un sentimiento de fatalidad, de destino trágico, un «pathos» que impregna la obra de Lorca y que resultará premonitorio de su trágico final.

La estructura de Poeta en Nueva York es una oposición entre naturaleza y civilización, que el poeta enfrenta de forma dialéctica para denunciar la deshumanización de la sociedad moderna. Lorca reivindica la libertad, el retorno a la naturaleza frente a la alienación de la era industrial, al tiempo que denuncia la opresión sufrida por las clases desfavorecidas, los marginados, los oprimidos, así como la segregación racial. Todo ello lo hace con un lenguaje de gran simbolismo, donde predomina el sustantivo, tanto en la descripción de objetos como en la evocación de sentimientos. Los adjetivos en cambio no suelen ser descriptivos, y generalmente se presentan en asociaciones ilógicas, en imágenes fantásticas de raíz surrealista. Abundan las frases adverbiales y los verbos suelen expresar dinamismo, acción. El lenguaje es por lo general metafórico, con una expresión más sensorial que ideológica. Destaca el uso de la metagoge, que, junto al aspecto caótico de la composición y la sensación alucinante de su descripción, transmite una idea de dinamismo, de metamorfosis, de oposición entre realidad y fantasía.

Poeta en Nueva York se centra en dos aspectos esenciales: la ciudad y el poeta.​ En 1931, en una entrevista concedida a Rodolfo Gil Benumeya para La Gaceta Literaria, Lorca definió la ciudad como «interpretación personal, abstracción impersonal, sin lugar ni tiempo dentro de aquella ciudad mundo. Un símbolo patético: sufrimiento». Así, la ciudad tiene un valor metonímico, referenciado en sus lugares geográficos, que sin embargo queda simbolizada en la ciudad como concepto abstracto, como entidad alienadora del ser humano. Nueva York se convierte pues en un vehículo para que el poeta exteriorice sus sentimientos, plasma en la obra una cosmovisión que refleja el concepto que el autor tiene de la vida, la naturaleza y el hombre, con especial énfasis en el amor, la soledad y la muerte.

Vemos pues que el eje central del libro no es la descripción de la ciudad, sino el propio poeta, la exteriorización de sus emociones, hecho que se demuestra en la recurrente utilización de la primera persona. El poeta reivindica como no había hecho anteriormente su sexualidad, su libertad de amar, como se evidencia en unos versos de Poema doble del lago Eden: «pero no quiero mundo ni sueño, voz divina, quiero mi libertad, mi amor humano en el rincón más oscuro de la brisa que nadie quiera». Asimismo, se expresa con diversas voces o perspectivas poéticas: una «angustiada», en la que plasma su estado anímico depresivo a causa de los desengaños amorosos; otra «libertada», con la que resurgen sus ansias de vivir con plenitud la vida amorosa de su elección; y una última «solidaria», con la que expresa su pesar por el sufrimiento de los pobres y marginados, de las clases desfavorecidas.

Esta nueva expresividad del poeta se traduce en un lenguaje renovado, abandonando sus tradicionales referencias populares y su recurrente imaginería andaluza para buscar nuevas formas de expresión que encontrará en el surrealismo, que sin embargo interpreta de forma original y heterodoxa. El propio autor declaró en 1931: «ahora veo la poesía y los temas con un juego nuevo. Más lirismo dentro de lo dramático. Dar más patetismo a los temas. Pero un patetismo frío y preciso, puramente objetivo». Así, en Poeta en Nueva York recurre frecuentemente a la metáfora, que es fantástica, ilógica, inconexa, con asociaciones insólitas de elementos, animados o inanimados. Sin embargo, siempre conserva un carácter referencial y elaborado, no responde en absoluto a la escritura automática defendida por los surrealistas franceses. El ilogicismo de sus imágenes se encuentra inserido en la lógica de la estructura interna de los poemas, consiguiendo una vertebración de todas sus partes en una composición plenamente coordinada.

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