lunes, 15 de junio de 2020

La Ciudad y los Perros

La Ciudad y los Perros es la primera novela del escritor peruano Mario Vargas Llosa. Ganador con el Premio Biblioteca Breve en 1962, fue publicado en enero de 1963 y ganó el Premio de la Crítica Española. Originalmente el autor la tituló La morada del héroe y luego Los impostores. Su importancia es trascendental pues abrió un ciclo de modernidad en la narrativa peruana. A la par con otras obras de diversos autores de Latinoamérica, dio inicio al llamado “boom latinoamericano”. Ha tenido múltiples ediciones y ha sido traducida a decenas de idiomas.

Mario Vargas Llosa estudió dos años de educación secundaria en el Colegio Militar Leoncio Prado, entre 1950 y 1951, y esta vivencia o “aventura” (como él mismo la llama) lo marcó profundamente, al punto que cuando años después estuvo convencido de que sería escritor (hacia 1956), tuvo muy en claro que su primera novela debía basarse en esa experiencia escolar. Pero razones de tiempo impidieron que entonces se pusiera manos a la obra. Fue recién cuando partió becado a España, cuando pudo disponer de tiempo libre. Comenzó a escribir la novela en el otoño de 1958 en Madrid, en una tasca de Menéndez y Pelayo llamada «El Jute», que hoy es un restaurante con otro nombre,​ y la terminó en el invierno de 1961, en una buhardilla de París.

El proceso de escritura y reescritura de esta obra fue muy agobiante. Vargas Llosa lo confesó a Abelardo Oquendo en una carta que le escribió a principios de 1959:

En la novela avanzo y me retuerzo. Me cuesta mucho trabajo… Me paso horas enteras corrigiendo una página o tratando de cerrar un diálogo y de pronto me lanzo a escribir sin parar una docena de páginas. No tengo la menor idea acerca de cómo está saliendo, pero me siento embriagado. Escribir es lo único realmente apasionante que existe. El borrador de la novela abarcaba 1.200 páginas y Mario lo presentó a diversas editoriales españolas y latinoamericanas, pero todas la rechazaron. Si bien en España acababa de ganar el premio Leopoldo Alas gracias a su libro de cuentos Los Jefes (publicado en 1959), con su primera novela surgía un escollo aparentemente imposible de superar: la censura franquista. En París hizo leer su manuscrito al hispanista francés Claude Couffon, que quedó encantado con el relato y le sugirió que encargara su publicación al editor Carlos Barral, de la editorial Seix Barral de Barcelona, ya que era el único que podía encontrar la manera de evadir hábilmente la censura.




Antes de leer el manuscrito, Carlos Barral recibió de sus asesores un informe muy negativo sobre la obra. Pese a ello, el editor barcelonés, un día en que se encontraba aburrido, encontró el original guardado en el cajón de un escritorio de su oficina en Seix Barral y lo leyó. Desde el primer momento quedó maravillado con la narración, proponiéndose hacer todo lo que estuviera a su alcance para difundirla. Pero sugirió a Mario que previamente presentara la novela al Premio Biblioteca Breve, y tal como lo había previsto, resultó ganadora. Uno de los miembros del jurado, el célebre crítico español José María Valverde, dijo que la obra era «la mejor novela de lengua española, desde Don Segundo Sombra.»​ (novela esta que había sido publicada en 1926).

Luego de unas largas negociaciones para esquivar la censura franquista, la obra fue publicada en 1963. Obtuvo enseguida el Premio de la Crítica Española, y estuvo a punto de obtener el Premio Formentor, perdiéndolo por un solo voto.

El primer título que tanteó el escritor para su novela fue La morada del héroe, que cambió luego por Los impostores, aunque sin quedar satisfecho. Estando en Lima se encontró con su amigo, el crítico peruano José Miguel Oviedo, a quien consultó sobre esta disyuntiva. Oviedo, que ya había leído la obra con un grupo reducido de amigos, sugirió el nombre de La ciudad y las nieblas, por alusión a la niebla que siempre cubre la zona costera donde se halla el colegio militar y que es aludida frecuentemente en la novela. Como no convencía a Mario, entonces Oviedo se sacó de la manga otro nombre, La ciudad y los perros, por alusión a los “perros” o cadetes de tercer año, personajes de la novela. Mario, entusiasmado, exclamó entonces: «Ese es el título», y así fue como quedó bautizada la primera novela del escritor.

Argumento

La obra está ambientada en el Colegio Militar Leoncio Prado, donde adolescentes y jóvenes internos reciben formación escolar secundaria bajo una severa disciplina militar. Se narran las diferentes historias de unos muchachos que descubren y aprenden a convivir con una forma de vida alienante que no les permite desarrollarse como personas, y donde se les somete y humilla. No obstante, a través de este sistema, algunos encuentran la fortaleza necesaria para asumir sus retos.

Vargas Llosa critica la forma de vida y cultura castrenses, donde se potencian valores determinados (agresividad, valentía, hombría, sexualidad, etc.) que mutilan el desarrollo personal de los muchachos de ese internado. Con gran profusión de personajes, las vidas de estos se van entrecruzando, hasta tejer el tapiz de la obra. El nudo del relato se concentra en torno al robo de las preguntas de un examen, que es delatado por un cadete apodado el Esclavo, quien luego muere, presumiblemente a manos de otro cadete apodado El Jaguar. Otro cadete, el Poeta, tratará infructuosamente de denunciar al Jaguar. Todo ello enfrentará a los cadetes entre sí, y a todos ellos con las autoridades del colegio, que son a la vez oficiales del ejército. El epílogo de la novela certifica lo que ha sido el colegio para los protagonistas: una estación de paso que los ha formado o deformado, para integrarlos a la sociedad civil.

Escenarios

El escenario principal es el "Colegio militar de Lima", cercano al mar y rodeado de descampados o chacras. La entrada principal del colegio, vigilada por un puesto de guardia, es llamada La Prevención, que es a la vez el nombre de la edificación donde son consignados (castigados con reclusión) los cadetes; cerca se halla un patio exterior donde está la estatua del héroe Leoncio Prado. Desde La Prevención se divisan tres bloques de cemento donde están las cuadras de tercero, cuarto y quinto año. Más adentro se halla un estadio, la pista de atletismo y unas tribunas de madera desvencijadas; también una piscina, ante la cual se alza una construcción sostenida por cuatro columnas, conocida como La Glorieta.

Otros escenarios son los barrios de Lima, donde viven los personajes principales: el distrito de Lince (el Esclavo) y el distrito de Miraflores (Alberto Fernández). También la calle Huatica en el distrito de La Victoria, sede del burdel más famoso de la capital.

En las historias alternas del Poeta y del Esclavo se mencionan otras arterias principales de Lima: la avenida Nicolás de Piérola, la avenida Alfonso Ugarte, la avenida Salaverry, así como algunas de las principales plazas capitalinas. El escenario de las historias alternas del Jaguar es el distrito de Bellavista y otros sectores del Callao.

Técnica

La trama central y lineal del relato empieza in media res, es decir en plena acción medular de la novela, que se inicia con el robo de las preguntas del examen de química. Sin embargo, el relato en su conjunto no es lineal pues en torno a la trama central se intercalan episodios cronológicamente anteriores, y que están relacionados con la vida de los principales protagonistas (Ricardo Arana el Esclavo, Alberto Fernández el Poeta y un tercero no identificable por el momento, pero que después se descubrirá como El Jaguar). Estos episodios o historias paralelas se remontan a la época en que los cadetes ingresan por primera vez al colegio militar, pero a través de la técnica de flashback o analepsis retroceden aún más en el tiempo, cuando los protagonistas eran todavía niños, en los meses (e incluso años) previos a su ingreso a dicho colegio. El relato, en su conjunto, se desenvuelve pues en distintas épocas y lugares. Con esta múltiple exposición de sucesos se enriquece la trama central.

Narradores

Al juego temporal anteriormente mencionado se añaden los diferentes narradores y sus diversas perspectivas. El primer narrador claramente identificable es, "el Poeta", Alberto Fernández, con una perspectiva doble: de una parte su visión “desde fuera”, como narrador objetivo, y de otra la transcripción de su monólogo interior. Otro sería el “Boa”, uno de los cadetes del “Círculo”, quien con ímpetu instintivo y emocional comenta los hechos desde una perspectiva interior, subjetiva, en forma de flujo de conciencia. También narra Ricardo Arana, el Esclavo, en forma de monólogo interior y el teniente Gamboa, de la misma manera. A veces también el Boa cumple la función del narrador, por ejemplo, en el episodio de la expulsión del serrano Cava. Otra perspectiva “desde fuera” correspondería al Jaguar, quien en primera persona relata su vida previa a su ingreso al colegio, aunque manteniendo enigmática su identidad, que solo se revelará al final.

Sinopsis

La obra narra las vivencias de los alumnos internos del Colegio Militar Leoncio Prado en especial de Alberto Fernández “el Poeta”, El Jaguar, Ricardo Arana “el Esclavo”, el serrano Cava, El Boa, el Rulos, el brigadier Arróspide y el negro Vallano, los cuales cursan el último año de secundaria, primera sección, y están deseosos de salir de una vez del hoyo en donde se encuentran. De todos ellos, el más apocado es Ricardo Arana, por lo que siempre resulta humillado por sus congéneres, recibiendo por ello el apodo de “El Esclavo”; es el único que no logra adaptarse y se siente ajeno a todo el colegio a pesar de convivir día y noche con sus compañeros en las aulas y en las cuadras (dormitorios).

Todos los días los alumnos se levantan temprano para formarse y recibir sus clases. El teniente Gamboa dirige la formación y castiga a los tres últimos en alinearse. El estilo de vida de los internos es pesado y denigrante para algunos. La narración se remonta a tiempo atrás, cuando Alberto Fernández y sus compañeros recién ingresan al colegio para cursar el tercer año de secundaria, y reciben "el bautismo" por parte de los alumnos de cuarto, del que también participan los de quinto. Este "bautismo" consistía en tratarlos de forma denigrante frente a los miembros del colegio como a "perros", apelativo con que se les conocía a los alumnos de grados inferiores. El Jaguar es el único al que no le pueden “bautizar”, pues se opone con violencia e incluso vence en la pelea a un alumno de cuarto. Como el “bautismo” duraba un mes, El Jaguar y los alumnos de su misma sección deciden formar un "Círculo", para defenderse y vengarse de los alumnos de cuarto año. El "Círculo" es descubierto por el teniente Gamboa y toda la sección es castigada. No obstante, El Jaguar mantiene el grupo, pero reducido a sus tres amigos más cercanos: el serrano Cava, el Rulos y el Boa. Todos ellos, entre otras “hazañas”, roban uniformes para revenderlos, organizan el ingreso de licor y material prohibido en el Colegio (revistas eróticas, cigarrillos, etc.), realizan juegos de dados y naipes, y planifican el robo de las respuestas de los exámenes; la novela empieza precisamente en el momento en que se realiza el robo del examen de química. Pero el serrano Cava, a quien se le encarga tal misión, no tiene cuidado y rompe el vidrio de una ventana, por lo que los del “Círculo” temen ser descubiertos. Sin embargo, confían en que todos sean discretos y no delaten nada. Pero esa misma noche, El Esclavo y Alberto se hallan de imaginarias (guardias por turnos) y se enteran del robo.

Alberto y El Esclavo empiezan a hacerse amigos y se cuentan sus intimidades. El Esclavo deseaba salir el fin de semana para visitar a una chica llamada Teresa, vecina suya, de la que estaba enamorado, pero a la que aún no se atrevía a declararse. Alberto, conocido como el Poeta, era muy solicitado por los cadetes para escribir cartas de amor a las enamoradas y novelitas eróticas, y el Esclavo le pide que le escriba unas cuantas cartas. Durante el examen de química, un papel enrollado con las respuestas del examen cae en la carpeta de Alberto, pero Gamboa lo descubre y ordena al responsable ponerse de pie. El Esclavo se levanta declarándose culpable y Gamboa le confina a no salir el fin de semana. Ese mismo sábado Alberto decide aprovechar su salida para ir donde la célebre “Pies Dorados”, una meretriz del jirón Huatica, en el distrito de La Victoria; al mismo tiempo se ofrece para llevar una carta del Esclavo para Teresa, quien vivía en el distrito de Lince. Alberto invita al cine a Teresa, y empieza a enamorarse de ella, aunque en el fondo se siente mal por faltarle así a su amigo. Regresa a casa, en Miraflores, a pasar la noche, ya sin ganas de ir donde la “Pies Dorados”.

Como era de temer, se descubre el robo de las preguntas del examen de química, y el teniente Gamboa confina a los alumnos que estaban de imaginarias esa noche, es decir, al Esclavo y Alberto, impidiéndoseles la salida hasta que descubriesen al responsable. El Esclavo, quien ya tenía una seguidilla de confinamientos, no aguanta más el castigo y en vez de “tirar contra” (salir furtivamente del colegio), prefiere delatar al culpable, Cava; éste es degradado y expulsado. Dicho castigo era terrible pues el alumno así expulsado perdía todos los años que había cursado.

El Jaguar y los demás del Círculo juran descubrir al soplón (delator) y darle un merecido castigo. Mientras tanto, El Esclavo obtiene permiso para salir del Colegio esa misma tarde y poder así visitar a Teresa. Alberto siente celos, porque también se ha enamorado de Teresa y escapa del colegio para adelantarse al Esclavo. Cuando llega donde Teresa se entera que aún no la había visitado el Esclavo. Alberto aprovecha la ocasión para declarar su amor y Teresa le corresponde. El Esclavo no llega a visitar ese día a Teresa pues sus padres le impiden salir de casa.

La vida en el colegio parece seguir su rutina habitual, pero ocurre entonces un incidente trágico. Durante una salida de práctica de tiro, hacia un descampado en las afueras del colegio, el teniente Gamboa hace las formaciones para escalar una pequeña elevación de terreno, pero en el momento de la maniobra, un alumno cae desplomado al suelo. Era El Esclavo; nadie lo nota hasta momentos después, cuando lo descubren gravemente herido. Una bala, al parecer de manera accidental, le había impactado en la cabeza.

El Esclavo es llevado a la clínica del colegio pero fallece poco después. Se celebran sus exequias ante todo el colegio. Los oficiales del colegio explican que el cadete fue víctima de su propio error, al enredarse con el gatillo de su arma y caer al suelo, disparándose; en realidad ocultan el hecho comprobado de que el disparo había venido de atrás. Sospechan un error en las maniobras y responsabilizan a Gamboa y a los otros oficiales por no ser cuidadosos, pero a fin de evitar un escándalo, mantienen la tesis oficial del error del cadete.

Toda la sección queda impactada por el suceso. Alberto no cree en la versión oficial de la muerte y empieza a sospechar que fue un acto de venganza del Círculo, por lo de la delación del robo del examen de química. El hecho de que El Jaguar se hallara inmediatamente detrás del Esclavo al momento de las maniobras le hace convencer más en su sospecha. Atormentado por esta idea sale del colegio y se dirige donde Teresa, a quien cuenta el triste suceso; ella, confundida ante tal noticia, se limita a responderle que conocía muy poco a Ricardo, pese a que era su vecino, y trata de consolar a Alberto, preguntándole qué otra cosa más le preocupaba. Alberto se molesta con Teresa, creyéndola indiferente ante la muerte de su amigo, y ambos terminan peleando. Al final Alberto se despide de Teresa, con el presentimiento de que ya no la volvería a ver más.

Alberto visita al teniente Gamboa en su domicilio y acusa al Jaguar del asesinato del Esclavo. A la vez, delata el tráfico de licor y cigarrillos, los juegos de dados y el robo de uniformes que el Círculo realiza a escondidas en las cuadras. Gamboa trata de llevar el caso a una real investigación; por lo pronto empieza por encerrar al Jaguar en un calabozo de la Prevención, y realiza una inspección en las cuadras, donde comprueba lo dicho por Alberto, pero en cuanto a la acusación de asesinato, esta no prospera por falta de pruebas concretas. Alberto insiste en su denuncia; entonces el oficial de mayor graduación, un coronel, le llama a su oficina y le exige que deje de insistir pues de lo contrario su versión sería fácilmente rebatida, ya que la inspección realizada en las cuadras sacó también a luz sus muy solicitadas “novelitas eróticas”, lo que demostraría su gran imaginación y su nula confiabilidad como testigo. Además, sería expulsado por pervertido sexual y ningún colegio lo recibiría. Alberto declina entonces y no insiste más en su denuncia. Por el momento es recluido en el calabozo donde estaba El Jaguar, a la espera de la orden del teniente para enviarlo de regreso a la cuadra. El Jaguar y Alberto discuten. En todo momento el Jaguar niega ser el asesino del Esclavo; Alberto, por su parte, confiesa que él fue quien le acusó ante el teniente. Ambos se agarran a golpes, llevando Alberto la peor parte. Luego de pasar por la enfermería, regresan a la cuadra.

Toda la sección, encabezada por el brigadier Arróspide, cree que el Jaguar fue quien delató lo del licor y los cigarrillos, y se vuelven en su contra; varios alumnos lo rodean y lo golpean brutalmente. A pesar de ello, El Jaguar no delata a Alberto como el verdadero soplón, pero se siente muy mal al verse tratado así por sus compañeros a quienes desde un inicio había enseñado a defenderse de los abusos de los mayores. Debido a su insistencia en la investigación de la muerte del Esclavo, el teniente Gamboa cae en desgracia ante sus superiores, quienes deciden enviarlo a una base remota en Juliaca, donde no podrá insistir más sobre el caso. Antes de su partida, el Jaguar le entrega a Gamboa un escrito donde confiesa que mató al Esclavo, creyendo que con esa confesión el teniente sería rehabilitado, pero éste le responde que ya es demasiado tarde, pues el Ejército había ya decidido que la muerte de Ricardo fue accidental a fin de evitar un escándalo mayúsculo. Antes de irse, Gamboa le pide al Jaguar que cambie de actitud y saque algún provecho de lo sucedido.

Más adelante, tiempo después de terminar el colegio, Alberto, quien ya se ha olvidado de Teresa, se prepara para ir a los Estados Unidos a medida que los recuerdos del Colegio Leoncio Prado van haciéndose más distantes e impersonales. Conoce a una nueva integrante de su barrio, Marcela y se enamora de ella. Por otro lado, El Jaguar consigue un empleo y se reencuentra con su amor de la infancia, Teresa (la misma que fuera enamorada fugaz del Esclavo y de Alberto), con quien contrae matrimonio, cambiando así la imagen que hasta ese momento el lector se había hecho del Jaguar, convirtiéndose en un personaje más complejo de lo esperado. Lo singular del relato es que a lo largo de él se intercala la historia del Jaguar previa a su entrada en el Colegio Militar aunque sin mencionar su apelativo; y solo al final el lector poco atento a los detalles de la historia se entera que se trata del mismo.

Se suele decir que la novela tiene carácter “autobiográfico”, pero lo más exacto sería decir que la novela es una ficción inspirada en las vivencias del escritor durante su paso, por dos años, en el colegio Leoncio Prado. El mismo Vargas Llosa deja este punto en claro en sus memorias:

La mayor parte de los personajes de mi novela La ciudad y los perros, escrita a partir de recuerdos de mis años leonciopradinos, son versiones muy libres y deformadas de modelos reales y otros totalmente inventados.

Es inevitable, sin embargo, que en la novela se aludan situaciones reales vividas por el escritor en dicho colegio (algunas de las cuales explica en sus memorias​), pero definitivamente no se debe tomarla como una crónica veraz y minuciosa. No obstante, desde el momento de su publicación en el Perú, la novela ocasionó escándalo, especialmente entre los miembros de la comunidad leonciopradina, que consideraron que la obra denigraba a su institución educativa, hasta entonces muy prestigiosa. Muchos altos miembros de las fuerzas armadas consideraron también que la obra manchaba al ejército. La escena homosexual de Paulino con algunos cadetes fue sin duda la que más escándalo motivó, junto con el supuesto bestialismo practicado por algunos alumnos con gallinas y con la perra Malpapeada, al ser vistos como prácticas aberrantes, o según el decir coloquial, “cochinadas”. El general José Carlos Marín, uno de los fundadores del Colegio, llegó a decir que la obra era «un instrumento por el cual se ataca a las instituciones armadas, táctica típica del comunismo».​ No se ha confirmado, sin embargo, si llegó a producirse la ya legendaria quema de los ejemplares de la novela por obra de los militares en el patio del colegio.

Crítica

En la obra, Mario Vargas Llosa se adentra en la situación social, económica y política de su país. Los personajes de la novela proceden de distintos ámbitos sociales y reflejan el microcosmos de una sociedad —Lima y el Perú de los años 1950— bajo cuya fachada hierven odios y prejuicios de todo tipo, especialmente el racial (“blancos”, “indios”, “cholos” y “negros”, enfrentados entre sí), el regional (costeños, serranos y selváticos) y el socio-económico. Se vislumbra también en la obra la animadversión del escritor hacia el militarismo brutal y antidemocrático. Como fiel escritor de la nueva literatura latinoamericana, Vargas Llosa utiliza un lenguaje crudo y un humor negro para lograr el efecto de crítica que pretende dejar en los lectores.

Su técnica de los "vasos comunicantes" se usa por vez primera en esta novela, con gran maestría. Esta técnica, como la define el mismo autor, consiste en asociar dentro de una narrativa situaciones que ocurren en tiempos o lugares distintos, para fundirlos y hacer surgir de ellos una nueva vivencia, distinta de la que existiría si se hubieran narrado los episodios por separado.​ Es por ello que esta obra está contada en diferentes tiempos, que en ocasiones pueden hacer perder al lector lo que había pasado hasta ese momento, aunque le da un característica vanguardista al relato.

Pero indudablemente, la mayor ambigüedad de la novela radica en la muerte del cadete Ricardo Arana, el Esclavo. A pesar de que el Jaguar, al final de la novela, se responsabiliza de su muerte, queda siempre un hálito de duda. Al respecto ha contado el escritor lo siguiente:

Yo fui a México a ver a un gran crítico francés, que dirigía la comisión de literatura de Gallimard. Él había leído mi novela y yo fui a verlo en su oficina de la Unesco. Me dijo que le gustó mucho el personaje del Jaguar porque se atribuye un crimen que no cometió para reconquistar su autoridad sobre sus compañeros. Yo le dije: “el Jaguar sí cometió ese crimen”. Entonces, me miró y me dijo: “Usted se equivoca. Usted no entiende su novela. Para el Jaguar, perder el liderazgo era una tragedia infinitamente superior a la de ser considerado un criminal”. (Su versión) me convenció; aunque cuando escribí la novela yo pensé que sí lo había matado.
El escritor rescató entonces la importancia de la verdad del lector sobre la verdad del autor: «Un escritor no tiene la última palabra sobre lo que escribe. Creo que es un gran error preguntarle a un autor cómo es esto o lo otro», explicó. Es por eso que desde entonces ha tratado de mantener la duda sobre la responsabilidad del Jaguar en el crimen, aduciendo que sus personajes «tomaron su propia vida, y se me fueron de las manos».

Importancia

La aparición de La ciudad y los perros marcó un hito en el desarrollo de la novela hispanoamericana, significando la superación del regionalismo narrativo, en boga entonces en el ámbito latinoamericano, y de la novela social, preponderante aun entre los autores españoles. Además, abrió las puertas de la industria editorial ibérica a muchos autores latinoamericanos, iniciando lo que ha sido denominado el boom latinoamericano. En el transcurso de pocos años, escritores de la talla de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, José Donoso, Carlos Fuentes y Guillermo Cabrera Infante se harían conocidos universalmente.

Fue incluida en la lista de las 100 mejores novelas en español del siglo XX del periódico español El Mundo.

Entre la realidad y la ficción

Vargas Llosa siempre ha mencionado en la necesidad de inspirarse en personas de la vida real y su interrelación con ellas al momento de escribir sus novelas, aunque en el transcurso de su redacción tienda a deformar al personaje; esta novela, naturalmente no ha sido la excepción. El Poeta, Alberto Fernández Temple, como es obvio, se inspira en sí mismo, aunque hay que señalar que las facetas de otros personajes, como la del Esclavo, también se inspiran en su propia vivencia. Por ejemplo, la relación tormentosa del Esclavo con un padre violento y vociferante, que maltrata a su madre y llega incluso a abofetearle, se inspira en su experiencia familiar propia.

El joven escritor limeño Sergio Vilela (n. 1979) ha profundizado más en esta tarea apasionante de identificar quiénes fueron las personas de la vida real que inspiraron al escritor los esbozos de los personajes de su novela. El mismo Vargas Llosa le hizo la confesión de que el personaje de El Jaguar fue inspirado en un cadete de apellido Bolognesi, un joven burlón y peleador, a quien ya había mencionado en sus memorias.​ Y El Esclavo fue inspirado en otro muchacho de apellido Lynch, un cadete muy callado y tranquilo, probablemente el mismo al que menciona en sus memorias como “el Huevas Tristes”.

Con esos datos, Vilela se adentró a investigar revisando los archivos del colegio y entrevistando a los antiguos cadetes compañeros de Vargas Llosa. De esas pesquisas sacó a la luz la identidad de aquellos: El Jaguar (cuyo nombre en la ficción jamás es mencionado) resultó llamarse en la vida real Estuardo Bolognesi Cedrón, bisnieto del héroe del morro de Arica, y cuyo apodo era “el Loco”. A diferencia de su heroico bisabuelo, Estuardo no siguió la carrera militar y terminó trabajando en una importante empresa de seguros; finalmente falleció en un accidente automovilístico, en 1974. El Esclavo (en la ficción, Ricardo Arana) resultó llamarse en realidad Alberto Lynch Martínez, apodado “el Nene”, o más despectivamente, “el Huevas”, quien, al momento de publicarse el libro de Vilela, aún vivía, en Houston, Estados Unidos, dedicado a los negocios y totalmente desarraigado de su patria.

Para finalizar, diremos que Teresa, uno de los pocos personajes femeninos de la novela, se inspira en Teresa Morales, la que fuera la primera enamorada del escritor (en 1952); ella vivía en Miraflores, muy cerca de la casa del entonces adolescente Mario.

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