sábado, 25 de julio de 2020

Cada Noche Vuelvo a Ser Feliz


"Cada Noche Vuelvo a Ser Feliz"
   Kesvan Burdik


Es noche de luna llena. El astro brilla en lo alto como si se tratase de la esfera de un inmenso reloj. Iluminado por su tenue luz el lago aparenta ser el escenario de una función que está a punto de comenzar. Ya han pasado varias horas desde que el sol desapareció y el silencio es abrumador.
Este es un lugar muy visitado por los vecinos de una cercana ciudad, pero a estas horas no hay nadie. La naturaleza, por lo tanto, como cada día, ha reconquistado sus orillas. Los animales se acercan, la mayoría a beber, aunque algunos anhelan cazar a los que anhelan saciar su sed.

El lago está rodeado en su mayor parte por un cañaveral que solo se ve interrumpido por algunos senderos que llevan hasta la orilla. En la rama de un aliso que surge entre la vegetación aguarda paciente una lechuza. Permanece alerta, a la espera de descubrir algún roedor sediento al que convertir en su cena, cuando de pronto, el tenue sonido de unos pasos acercándose la inquieta y se aleja volando.

Caminando por una senda se aproxima alguien. Es un niño que aparenta unos diez años, aunque sus ojos parecen los de un anciano, como si hubiese vivido experiencias impropias para su edad. El chico se llama Daniel y camina con cuidado, evitando las ramas y zarzas que surgen a su paso. A medida que avanza se encuentra con varias bifurcaciones, pero en ningún momento duda de la dirección que ha de tomar. Parece conocer el camino de memoria. Al cabo de un rato llega hasta un claro en el que destaca una roca plana acariciada por unas lánguidas olas que apenas logran romper contra la orilla. La calma es absoluta.

Daniel se encarama sobre la roca. Una vez allí se agacha y acaricia la dura superficie percibiendo una leve calidez, como si aún albergase el calor del sol, desaparecido tantas horas atrás. Satisfecho tras haber llegado al lago se sienta, fija la mirada en el negro espejo de agua y deja que su memoria viaje al pasado. Solo para recordar ha llegado hasta aquí. Este claro donde ahora se halla fue el mudo testigo de los instantes más felices de su vida. Los que transcurrieron el día en que vino a pescar con su padre.




Quien los hubiese visto sin duda habría sonreído contagiado de la felicidad que transmitía el niño. A Daniel en realidad le habría dado igual estar en cualquier otro lugar, siempre que hubiese sido junto a su padre. Momentos como ese eran los que tanto anhelaba vivir.
En medio de la oscuridad recuerda la luz de aquel día de verano, percibe el aroma de la colonia que usaba su padre y escucha de nuevo su voz explicándole cómo manejar la caña de pescar. Cierra los ojos y revive cada instante como si hubiese pasado el día anterior, en vez de años atrás.
Deseaba verlo sonreír y sentir sus abrazos, aunque sobre todo ansiaba decirle cuanto lo quería y lo mucho que lamentaba ser el motivo de las constantes discusiones que mantenía con su madre.
Repentinamente algo llama su atención devolviéndole a la realidad, lejos de la cálida luz del sol de sus recuerdos.

Observa una forma que se le acerca, sumergida en las oscuras aguas. A pesar de la oscuridad es visible. Parece rodeada de un lóbrego resplandor. Un fétido olor emana del lago cuando las burbujas que provienen del fondo cenagoso estallan al llegar a la superficie, pero huele a algo más, a descomposición.

Daniel, inquieto, se levanta acercándose a la orilla. No puede evitar sentirse intrigado por la forma que emerge. Percibe en su interior la certeza de que esa aparición está unida a su propia presencia en el lago. Quizá debería irse ahora que aún puede, volver a casa, al lado de su madre y buscar los abrazos y besos con que lo consuela, pues ella es la única persona que siempre lo ha cuidado y querido.

Su madre siempre lo amó, no como los demás, que lo rechazaban por estar enfermo desde que nació, por ser débil. Todos pensaban que viviría poco tiempo, pero él sobrevivió durante años, aunque, eso sí, con terribles dolores.
¡Ahora no quiere pensar en el dolor! ¡Ha venido hasta aquí para recordar aquel único día de felicidad, no el sufrimiento que hubo antes!

Poco a poco se acerca aún más al lago, recortando los últimos centímetros que lo separan del agua y observa su reflejo en la superficie. La ropa que lleva está vieja y húmeda, aunque él no siente frío. Mueve la cabeza de lado a lado, queriendo espantar esos pensamientos, ya que cree que la respuesta a lo incomprensible puede ser insoportable, así que decide centrarse en el bulto informe que ya está cerca.

Permanece inmóvil en el borde de la roca mientras lo ve llegar y salir por fin a flote. Un escalofrío recorre su cuerpo dejándolo paralizado por el miedo, pues lo primero que asoma del agua son unos brazos delgados, tan solo huesos cubiertos de piel lechosa. Dos manos que parecen garras se aferran al borde de la piedra en la que él está y estiran, afianzando a la orilla a un niño que lo observa con algo que parece una triste sonrisa dibujada en su rostro. Es imposible que aquel ser viva, puesto que su carne está en avanzado estado de descomposición. El agua chorrea por su boca cuando esta se abre sin emitir sonido alguno, pero lo peor son los ojos, dos fanales blancos sin pupila, que parecen querer decirle algo a través de la niebla que los cubre. No quiere mirarlos. En ellos está seguro de que descubrirá algo que no quiere saber. Siente miedo a perder la cordura.

Él, lo único que quiere es disfrutar recordando aquel lejano día, en que acariciado por el calor del sol pasó la mañana junto a su padre, sintiéndose feliz. Sin embargo, no puede evitar mirar, como si estuviese condenado a ello y no hubiese otra opción más que enfrentarse a lo que esos ojos le quieren decir.

Así es que observa y ve a través de la niebla que los cubre. En ellos contempla el pasado como si se tratase de una película sobre su vida. Rememora una infancia llena de dolor en la que siempre estaba enfermo. Quería luchar y curarse, pero su enfermedad era más fuerte que él. Sus recuerdos de aquellos años son casi todos junto a su madre, en la sala de espera del hospital, ingresado, o conectado a distintas máquinas en su habitación, sin que nadie más que ella le acompañase. Días y días en aquella estancia que debería haber sido su cuarto de juegos y que acabó convertida en su cárcel.

Ante sus ojos avanza el tiempo. Revive las intervenciones quirúrgicas y vuelve a sentir las esperanzas de sanar a pesar del dolor que siempre le acompañaba. Aunque esto no fue lo peor de esos años, lo que resultó más insoportable fue ser la causa de las constantes discusiones entre sus padres. Oír como él gritaba cuando llegaban las facturas médicas, quejándose de que trabajaba para nada, que lo único que hacían era pagar a médicos que no le curarían nunca. Anhelando que muriese de una vez para dejarlos ser felices sin la carga que suponía.

Cada vez que discutían, Daniel se asomaba a la ventana y miraba el bosque cercano en el que sabía que se encontraba el lago al que su padre iba a pescar. Era su modo de escapar ya que no podía huir de otro modo. De esta manera silenciaba en su mente las discusiones, e imaginaba que era como los demás niños, aquellos a los que veía por las tardes pasar ante su ventana junto a sus padres, ajenos a la triste figura que les observaba detrás de aquella celda sin rejas, pero que le mantenía preso en su interior.

Por último, la secuencia que observa en las cuencas de la criatura le traslada hasta el día que justificó los años de agonía. El día en que su padre aprovechando que su madre había tenido que salir, lo llevó con él de pesca.
Era verano y hacía mucho calor. El sol calentaba su piel mientras iban en el coche en dirección al sitio favorito de su padre. Al llegar al sendero y aparcar, su padre lo tomó en brazos y lo llevó hasta la orilla, depositándole con suavidad en una cálida roca, la misma desde la que ahora observa y recuerda.

Allí sentado, ante el espejo de las aguas que lo invitaban a nadar sonrió a su padre. Nunca había sido tan feliz. No podía imaginar algo mejor que estar a su lado. Padre e hijo disfrutando de un día de verano, como hacían las demás familias y en aquel momento se sintió embriagado de felicidad.
Se sintió feliz aun cuando su padre, un rato después, tras comprobar que no había nadie más allí cerca, dejó la caña a un lado y lo cogió en brazos. Siguió siendo feliz cuando se introdujo en el agua llevándole en sus brazos y el frío lago lo acogió, acariciándole, reclamándole, como si hubiese estado esperando su llegada.
Ninguno de los dos habló en ningún momento, no hacía falta. Ambos sabían desde que habían salido de su casa lo que iba a pasar, para que estaban allí en realidad. Daniel estaba preparado para ello y era feliz después de haber disfrutado durante algunos minutos. Ese día había sido un oasis en medio del dolor y del desprecio en que había vivido siempre. Así que sonrió, mirando a los ojos de quien lo iba a ahogar. Entonces sintió la presión de las manos en torno al cuello a medida que su padre lo sumergía y siguió sonriendo. Quería que su padre viese que no le guardaba rencor, que lo amaba a pesar de todo.

Su conciencia se fue apagando poco a poco, pero siguió mirando en todo momento hacia la superficie, al brillante rostro de su padre, enmarcado por la luz del sol.
Un instante antes de desvanecerse cuando el agua comenzó a inundar sus pulmones, pensó en el regalo que había tenido. Un cálido día de verano junto a su padre pescando, lo que tantas veces había soñado.

Daniel desvía la mirada de los ojos del ser que permanece dentro del agua y consigue alejar de su mente la visión del pasado, aunque ha visto y sentido suficiente. Ha recordado lo que ocurrió. El temor que sintió al ver aparecer la criatura ha desaparecido. Así que cuando tiende sus brazos hacia él, reclamándole, se acerca sin temor. Se introduce en el agua y entrelaza sus manos con las suyas dejando que tire de él, llevándole hacia el centro del lago. Poco a poco se sumerge y entonces se da cuenta de que está solo. Ya no hay nadie junto a él y quizá no lo hubo en ningún momento. Antes de que el agua cubra sus ojos se gira y observa la roca donde estuvo con su padre tantos años atrás. Unos segundos más tarde se sumerge y desaparece en las tinieblas.

El lago queda en calma. Pronto amanecerá y la gente acudirá a disfrutar del día, ajenos a lo que sucede cada noche, cuando Daniel regresa y recuerda el día en que fue feliz.

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