sábado, 26 de septiembre de 2020

La Casa Vacía

        Desde hacía meses tenía una extraña sensación. Ya no sufría los achaques físicos que tanto me afectaban en el pasado. La casa estaba sola y vacía como siempre. Cómo echaba de menos a Silvia; anhelaba su delicioso modo de respirar y de reír, su manera de amar la vida pese a las adversidades. Cuánto hubiese dado por ver de nuevo con ella algún atardecer en la playa, pero una cruel enfermedad se la llevó de mi lado y ya nada ha sido igual desde entonces. Quizás por eso cualquier ruido, por pequeño que fuera, me inquietaba. Llevaba, además, unas semanas en las que casi no podía dormir. Para paliar esa situación, solía levantarme a media noche y me dirigía siempre a la biblioteca. Cogía uno de los libros al azar y me ponía a leerlo hasta altas horas de la madrugada. Así se iban repitiendo los días, uno tras otro, sin haber apenas modificaciones. Llegué incluso a pensar que estaba viviendo en una especie de bucle del que me era imposible salir. Al principio esa idea no me importaba demasiado, pero acabé obsesionándome. Tendría que haberme ido de allí hace años; sin embargo, esa morada ejercía sobre mí una rara influencia. Lo peor era que el tiempo continuaba pasando muy despacio y que las paredes de la vivienda me resultaban cada vez más angostas y opresivas. Cuando se ponía el sol, el universo que me rodeaba se volvía asfixiante y me daba pánico moverme entre aquellos largos pasillos, pues en cualquier instante creía que iba a cruzarme con algún ser tan desesperado como yo. 

      Una noche noté que un frío intenso se apoderaba de mi cuerpo a pesar de que estábamos en primavera. Jamás había percibido nada semejante. Como no podía dormir, acudí de nuevo a la biblioteca. Deseaba coger un libro para relajarme pero hubo algo que me lo impidió. Pronto supe que no estaba solo. Había sin duda otra persona, pero ¿de quién podría tratarse? Intenté tranquilizarme y pensar de una manera racional. Vivía en esa casa desde hacía años y, salvo las visitas ocasionales del cartero y de mi empleada del hogar, nadie más había entrado. ¿Era normal que a las cuatro de la madrugada tuviera la percepción de que un desconocido estuviese a escasos metros de donde yo me hallaba? Creí que me estaba volviendo loco, por eso inspeccioné todas y cada una de las habitaciones. Sólo oí una especie de respiración entrecortada. Imaginé que podría tratarse de un ente invisible que  habría realizado una visita transitoria.

      A raíz de esa experiencia, el miedo comenzó a apoderarse de mí y ya no me atrevía a ir a la biblioteca por temor a encontrarme con una sorpresa desagradable. Los muros seguían haciéndose más estrechos y me ahogaba sin poder evitarlo. 


      Pocos días más tarde, estoy seguro de que vi a ese individuo por primera vez. Tuve apenas unos segundos para fijarme en él, lo suficiente para darme cuenta de que se trataba de un anciano que andaba encorvado. Aquello me llenó de horror porque demostraba que había alguien más y que en cualquier momento nos cruzaríamos de nuevo. Calmarse en esas circunstancias resultaba complicado sabiendo que no iba a poder dejar de sentir tanto pavor. Jamás había creído en fantasmas ni en nada parecido, pero ese viejo confirmaba lo equivocado que había estado durante muchos años. Cuando nos casamos y compramos la casa nunca advertimos nada raro. Ni siquiera tras el fallecimiento de Silvia experimenté fenómenos paranormales de ningún tipo, pero ya era incapaz de discernir entre el sueño y la razón. 

      Los días transcurrieron de una forma poco habitual. Cada vez sentía más frío aunque estuviéramos en pleno mes de mayo. Tenía la esperanza de que no fuera a reencontrarme con ese ser que habitaba supuestamente en el mismo hogar que yo. Por eso decidí salir de la habitación en la que había estado recluido durante las últimas jornadas. Visité la biblioteca, ya que allí siempre disfrutaba de mucha paz. En esa ocasión me hice con un libro al que tengo especial cariño, Himnos a la noche, de Novalis, y releí aquellos hermosos versos que siempre elevaban mi espíritu hacia a un plano superior. Con todo, transcurridos unos minutos, me percaté de una presencia inquietante. Se trataba sin duda de ese engendro. Lo observé a lo lejos y él también pareció mirarme. Ambos nos quedamos uno frente al otro sin poder reaccionar. El pánico volvió a adueñarse de mí. Creo que tuve que desmayarme o algo parecido, pues, sin saber qué sucedió exactamente, me encontré de nuevo en el cuarto que había ocupado en los últimos días. El rostro de ese viejo volvió a dibujarse una y mil veces en mi mente. Concluí que si aquel espectro se había apoderado de mi casa me costaría mucho trabajo poder vivir allí. Siempre había creído que se trataba de un lugar seguro, pero ya no podía tener certeza de casi nada.

      También recuerdo que durante varios días no tuve apetito alguno. Pese a lo cual, me encontraba muy bien, tal vez mejor que nunca. Daba la impresión de que me hubiera librado de una carga pesada que me venía aprisionando desde hacía bastante tiempo. Pero mi dicha no sería plena hasta que averiguase por qué se aparecía ese ente. Puede que deseara comunicarme alguna cosa importante. Aun así, no estaba dispuesto a exponerme demasiado, porque a cada hora que pasaba padecía una sensación de horror más profunda.

      Aparte del frío que hacía, al asomarme a una ventana me di cuenta de que una niebla inverosímil devoraba el firmamento. La primavera parecía haberse terminado de un modo abrupto, saltando el calendario sin solución de continuidad hacia un otoño prematuro. Por eso no quise salir a la calle, pues me sentía mucho más seguro entre las paredes de aquella vieja casa. Los días eran tan raros que ya casi no sabía distinguir entre el amanecer y el crepúsculo. A lo mejor por esa circunstancia nunca tenía sueño y me hallaba en un duermevela continuo. Por tal motivo, las horas se me hacían eternas y hasta el decrépito reloj de pared del salón se había detenido. Intenté ponerlo de nuevo en funcionamiento pero fue en vano. Poco a poco, comprendí que las cosas estaban empezando a deteriorarse y que ya nunca más tendrían arreglo.

      Después de haber pasado semanas sin ver al fantasma, viví otra desagradable experiencia cuando menos lo esperaba. Ese día había estado encerrado en mi habitación casi la mayor parte del tiempo, de ahí que  necesitara salir para no volverme loco. En vez de caminar, casi me deslizaba por los suelos y los pasillos me resultaban etéreos, como si yo ya no perteneciera a ese lugar. Visité varios cuartos y no vi nada anormal. Sin embargo, al entrar en el salón tuve un nuevo encuentro con ese ser aberrante. Estaba al lado de una ventana. La luz que le daba era casi irreal y su rostro mostraba una serie de rasgos imposibles de describir. Nuestras miradas se cruzaron sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Lo único que recuerdo ahora son los escalofríos que sentí al verlo. Mi cuerpo se quedó paralizado por una fuerza invisible. Durante unos segundos creí incluso que me iba a hablar. No obstante, lo que más me llamó la atención fue que él también parecía estar aterrorizado. Entonces, comenzó a andar hacia mí. Intenté marcharme pero al tratar de moverme mis miembros seguían bloqueados. Quise chillar mas fue en vano porque no me salían las palabras. Otra vez sufrí una especie de desmayo y todo lo que había a mi alrededor se desvaneció. No podía seguir viviendo en esa casa ni un minuto más.

      A las pocas horas desperté de un extraño sueño en el que me vi envuelto durante no sé cuánto tiempo, quizás días, tal vez semanas. Mi situación era insostenible aunque no supiera cómo escapar de aquel caos. Ese espíritu estaba absorbiendo mis energías y cada vez me sentía peor. Tanto era así, que ya ni tenía ganas de salir de mi cuarto. El miedo me estaba consumiendo lentamente. Tampoco quería mirar por la ventana porque esa espantosa niebla seguía fagocitando inmisericorde la ciudad sin que hubiera esperanzas de ver de nuevo el sol. Por eso no abandoné mi casa, ya que sabía que se estaba convirtiendo en un refugio del que no podría escapar. Ojalá Silvia hubiera estado allí para darme su aliento; de hecho, una sola palabra suya hubiese bastado para sanarme.

          A veces, cuando trataba de serenarme, abría un poco la puerta de mi dormitorio y me parecía oír algún ruido lejano. Sin duda tenía que tratarse de ese engendro que me estaba arruinando la vida. Poco después, el silencio se apoderaba de nuevo de la vivienda y pasaban las jornadas sin que se oyera ni siquiera el batir de alas de una mosca. 

        Así fueron sucediéndose los días. Me encontraba en un estado de tanta confusión que ya había perdido la noción del tiempo. Además, seguía con la misma inapetencia de las últimas semanas. En ocasiones visitaba algunas de las habitaciones pero no había ni rastro del anciano. Era como si la tierra se lo hubiera tragado. Durante unos días albergué la esperanza de que este se hubiese ido hacia otro lugar para siempre. Tras darme cuenta al fin de que no había nadie más, inspeccioné la casa cual si fuera un explorador que recorriera tierras ignotas. Percibí cómo había recuperado parte de las energías perdidas. Impulsado por un anhelo personal, regresé a la biblioteca, espacio en el que me sentía tan seguro como dentro del útero materno. Entre esos cientos de volúmenes se respiraba la calma necesaria para seguir adelante y no desfallecer. Cogí un libro de Shakespeare y disfruté varios pasajes de sus tragedias que conocía de memoria. Reencontrarme con Hamlet o El Rey Lear fue delicioso a la vez que conmovedor. Empero, en un momento dado volví a experimentar esa sensación espeluznante que no había advertido desde muchos días atrás. El mismo frío y la misma desolación se apoderaron de mi cuerpo y no pude moverme ni siquiera un milímetro. El silencio se vio roto por el viejo reloj de pared, que de repente volvió a dar las horas después de que llevara muchos meses parado. Una vez más advertí la hostilidad que había dentro de esa morada. Los minutos pasaban rabiosos y yo continuaba petrificado. Llegué a pensar que mi alma estaba poseída por un demonio o una criatura similar. Un miedo irracional se había apoderado de cada poro de mi espíritu y era incapaz de adivinar dónde me encontraba. Mientras proseguía en ese estado de pánico, oí a lo lejos un ruido que me resultó muy familiar. Allí estaba de nuevo ese sujeto odioso que me producía una sensación nauseabunda. Sus pasos cansinos habían profanado ya para siempre un lugar que yo consideraba sagrado. Intenté incluso encararme con él para preguntarle qué quería; sin embargo, ninguna palabra pudo brotar de mi interior. Mientras, continuaba atenazado por un frío que penetraba hasta en lo más hondo de mis entrañas. Ojalá hubiera podido huir de ese ser que tanto me repugnaba, pero por desgracia me tenía hipnotizado. Estaba convencido de que la niebla se debía a él también. Por terrible que pueda parecer, tuve incluso pensamientos suicidas, ya que mi existencia había entrado en un callejón sin salida. Estaba perdiendo las energías y casi no podía permanecer entre esos muros. Entonces, un estado de melancolía se apoderó de mí. Si continuaba en ese lugar sufriría un final  terrible. A vez que pensaba qué iba a hacer, vi unas manos cadavéricas que me produjeron una gran repulsión. Todo se volvió borroso y perdí de nuevo la conciencia.

      Me desperté horas después de mi último desvanecimiento. Me hallaba solo pero algo había cambiado. Noté el mismo miedo que la última vez que me encontré con ese espectro. Las paredes parecían cíclopes angostos que desearan atraparme para siempre. Ante esa situación adversa no quise regresar a la biblioteca. Del viejo no había ni rastro pero, por paradójico que resultara, lo sentía muy cerca. Se había adueñado hasta de los secretos más íntimos de la casa. En cualquier momento podría volver a manifestarse para perturbar la poca paz que todavía me quedaba. En un estado de absoluta desesperación me asomé varias veces a una ventana con la única esperanza de ver reaparecer el sol, así al menos creería que todo lo ocurrido durante las últimas semanas había sido fruto de una pesadilla. Pero lejos de deleitarme con el astro rey, vi con horror cómo este era devorado por unas tinieblas que no paraban de crecer. No sabía si quiera cuánto tiempo de vida podría quedarme en esas condiciones tan opresivas. El universo se había desmoronado y hasta Dios parecía haberme abandonado a mi suerte. El recuerdo de Silvia era cada vez más lejano y casi no me acordaba de sus hermosas facciones. Temí, incluso, que se me olvidara hasta cómo olían sus cabellos recién mojados por la lluvia. 

        Estaba llegando a una situación insostenible. Ya no me movía como lo había hecho siempre y tenía los miembros entumecidos. Debía enfrentarme por última vez a ese fantasma. Ansiaba preguntarle por qué me estaba atormentando de ese modo tan cruel. Por eso salí a la biblioteca, pues ahí se habían producido casi todos nuestros encuentros anteriores. Estuve esperándolo mientras el reloj no paraba de dar las horas. Al frío atroz de siempre se le unía la tristeza que imperaba en el ambiente. Así pudieron pasar varios días hasta que por fin reapareció el viejo. En su rostro ceniciento también se dibujaba una expresión de pavor. No paraba de toser y de su boca salían borbotones de sangre. Caminaba con un paso lento y cansino. Se acercó tanto a mí que casi pudimos rozarnos. Durante unos momentos nuestras miradas se cruzaron. El desconocido volvió a toser hasta que ya no pudo respirar. Poco después cayó al suelo y murió entre espasmos. Me acerqué al cadáver aún caliente y mi mente se aclaró por fin. 

        Comprendí entonces que ese individuo y yo habíamos sido siempre la misma persona y que mi alma continuaría vagando sin descanso hasta la eternidad. Desde aquel día, la casa se quedó vacía y la niebla siguió envolviéndola sin que nunca más saliera el sol. Tan sólo me quedaría un único refugio de paz para mi espíritu errante: la biblioteca.     

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