miércoles, 9 de septiembre de 2020

Sangre y Sillar

  "Sangre y Sillar"
 Jull Antonio Casas Romero


“Con mucha precaución merodeo alrededor de lo profundo, le sonsaco algunos vértigos y me escabullo como un estafador de abismos.”
Emil Cioran. Silogismos de la Amargura.



Su nombre es Glauco y es hermano de mi abuela Alicia. Siempre intenté imaginar el rostro de mis antepasados, por medio de las facciones de mi abuela y su hermano, muy parecidos entre ellos, perfiles que ya no existen ahora, como diríamos, caras antiguas enmarcadas en lugares añejos, en los cuales podemos imaginar faroles, casonas antiquísimas y anécdotas del siglo pasado. Incluso opinaba que eran gemelos, pues salvando la diferencia de género, todo lo tienen semejante: sus ojos tan verdes, la mirada profunda, la nívea palidez de sus rostros, sus formas tan antiguas y exquisitas, en fin, hasta la manera de pensar, pues Tío Glauco es una copia en vida de mi querida abuela y exhibe la calvicie incipiente que ella siempre ocultaba en sus últimos años bajo hermosos gorritos de lana que tejía primorosamente. 

La imagen de Tío Glauco joven es difusa en mis evocaciones de niñez, allí hay solamente retazos de su mirada profunda, la delicadeza que siempre tuvo al hablarme, sus formas tan antiguas muy protocolares y grabada en mi mente la ocasión que lo vi por primera vez. Fue un día que estaba de visita por vacaciones en la casa de mis abuelos y jugaba a los soldados con mi primo Miguel, en la huerta, una mañana en la cual, luego de haber cavado agujeros entre las flores, procedimos a esconder profundamente en la tierra algunos soldados de madera que mi abuelo tallaba finamente en su taller; por cierto, nunca volví a desenterrar los muñecos de aquel escondrijo, allí deben estar, esperando que mis hijos o sobrinos los hallen jugando algún día, en ese lugar de nuestra niñez. 

Este juego infantil olvidado por esta generación, trata de esconder un tesoro, para luego elaborar un mapa que guíe, hasta donde se ha escondido; los dos leímos en detalle La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson y esa aventura permaneció indeleble muchos años en nuestra mente, inclusive hurtamos pedazos de cuero pulido, para imitar la cartografía corsaria, con marcas de pasos, lugares, promontorios y calaveras, acabando con la señal tradicional en el punto secreto, lugar donde se encontraría el tesoro oculto muy profundamente debajo de un esqueleto, todo al más puro estilo pirata. 




Como dije, estábamos muy absortos, tratando de dejar la superficie de tierra lo más plana posible, para evitar que curiosos pudieran descubrir nuestra riqueza, entonces vi en la pared de una de las estructuras cercanas, un bloque de sillar enorme que sobresalía de la rectitud del muro, con rastros de haber sido movido anteriormente. Los sillares antiguos son voluminosos, casi tanto como los adobes de la sierra, ocupando en las casas antiguas una buena parte de la estructura de la pared, un ejemplo está en mi casa paterna, donde hay varios lugares donde la construcción muestra cavidades bastante grandes donde han obviado poner uno o más de ellos, formando así pasadizos que pueden tener el uso más disímil. El modelo más interesante y donde también pasé muchas horas de juegos está entre la cocina y el comedor principal, lugar donde faltan dos adobes, y con lo cual se ha formado un corredor que una vez cerrado por paneles a cada lado era un retiro ideal para los juegos de escondite con mi hermana.
El bloque en cuestión, estaba muy cercano a nuestro proyecto de escondrijo, pensé en extraerlo, llevarlo hasta el lugar del tesoro, y así con él, disimular mejor el lugar secreto; nos acercamos y tratamos de forzarlo con las barretas de nuestro abuelo. El sillar era enorme, no podíamos siquiera estremecerlo, tenía maleza en la base y procuramos escarbar en torno; no conseguimos mover ni un centímetro aquella piedra antigua. Intentamos muchas formas, aún más por el apremio del tiempo, pues llegaba el término de la hora de juegos y pronto llamarían al comedor de los abuelos. No queríamos perder el almuerzo delicioso de la abuela.
Probamos de todo, hasta el agotamiento. Entonces mi primo se retiró a tomar un vaso de agua y ver si podríamos disponer de ayuda adicional. Yo, que estaba desfalleciente, trataba de empujar una vez más el sillar y tras un esfuerzo supremo, sentí un movimiento leve, imaginé que la dieta de espinacas había dado resultado y que mis esfuerzos infantiles por fin podrían equipararse a las de mi héroe favorito de dibujos animados. Me fijé en una sombra que tapaba el sol y levanté la mirada, vi con alarma y asombro a un señor enfundado en un traje antiguo, creo un frac o levita, que, con mirada profunda, me ayudaba a empujar el obstáculo. Por cierto, más que seguir con el intento, quedé inmóvil. Hacía poco había visto en la televisión, una película de vampiros en blanco y negro, y el protagonista, con la misma mirada profunda, estaba ayudándome con el bloque de la pared.
Hola, dijo, soy tu Tío Glauco, hermano de tu abuela Alicia, vivo al frente de esta casa, tú eres Antonio, ¿no es así? Asentí con el poco valor que me quedaba, estaba aterrorizado, esperaba que saltara en cualquier momento a mi cuello para tomar mi sangre como alimento y luego verlo convertirse en murciélago o algo por el estilo y escapar a su ataúd que debería estar en algún recóndito lugar del sótano. Su actitud fue impasible, seguramente, estaba acostumbrado a actitudes como la mía, y en aquella ocasión, condescendió a dirigirme la palabra, porque soy el nieto mayor, y eso me llevaba a un lugar privilegiado a sus ojos.

No supe qué responder. Como dije, imaginaba que la película vista la noche anterior estaba haciéndose realidad, yo estaba clavado en el sitio. Algunos indicios indicaban lo improbable de aquella idea: era casi mediodía y el sol caía directamente sobre nosotros, pero Tío Glauco estaba allí y no se había carbonizado bajo los rayos de ese enemigo mortal para los vampiros. Esta circunstancia me tranquilizaba un poco respecto a mis temores. El sillar cedió finalmente, debía tener fuerza sobrehumana pues llegó al lugar en un movimiento, luego el tío, irguiéndose en un tamaño desmesurado comparado con mi humanidad escasa, dirigió hacia mí una sonrisa amplia y se alejó sin despedirse, hacia la puerta de la huerta.
El almuerzo transcurrió, salpicado por retazos de historias de la familia. Era extraño a mis ojos que Tío Glauco no estuviera sentado a la mesa, y aún más insólito que nadie lo mencionara siquiera en la conversación. Aunque conmocionado, estaba seguro que no debía decir nada a nadie pues no me creerían, no me atreví a indagar y pensé que pasaría por loco; por lo tanto, estuve silencioso todo el tiempo, concentrándome en terminar las viandas rápidamente. Todo fue tan bien, que nadie se dio cuenta, pues la comida estuvo muy deliciosa, al terminar, pedí permiso para retirarme de la mesa y al obtener la venia de mis abuelos, me levanté y tomando un juguete me dirigí de nuevo a la huerta, lo que no causó sospechas a los ojos de la familia y esta quedo departiendo en la sobremesa. 
Al llegar al huerto, observé el sillar en su nueva ubicación, ese indicio demostraba que el episodio era real y que tal vez había malinterpretado las circunstancias y que todo tenía una explicación creíble, traté de cambiar las ideas que me embargaban y decidí ir a la tienda de la esquina para comprar unas golosinas de leche condensada que me gustaban mucho y que se llamaban cocadas; Al salir de casa, un Deja-Vu dirigió mi mirada hacia las construcciones que se hallaban al frente y entre ellas, una pequeña construcción con la puerta abierta que invitaba a ingresar sin tocar, me acerque, pero no me atreví a entrar, solamente fui capaz de observar el conjunto desde el exterior; lo extraño era que no había ventanas visibles y que extraordinariamente se veía una oscuridad densa en el interior de la morada, casi se podía sentir cómo la luz se reflejaba desde aquel resquicio al exterior y una especie de barrera, como cortina desconocida impedía que se pudiera distinguir más allá de ese límite; No quise ver más, regresé a la casa familiar y me cobijé en la sala, cogiendo las revistas Epopeya de mis tíos y tratando de reordenar mis ideas.
La noche llegó y mi sueño era intranquilo, sonó la medianoche en el reloj del salón principal y me levanté para refrescarme, porque la vigilia se hacía larga. Desde el gran ventanal de la sala, se divisaba claramente toda la calle y, en ese momento, observé frente de la casa, una silueta que con ojos brillantes se deslizó desde la puerta de la construcción misteriosa hacia un lado; La sombra informe parecía flotar en el céfiro de la medianoche; por un momento miró en mi dirección y tras esbozar algo que pareció una sonrisa, se diluyó en la bruma con dirección hacia la calle de abajo. Un sentimiento de valor inconsciente, similar al de los protagonistas de mis lecturas me impulsó a seguirlo. Salí rápidamente a la calle y alcance a ver a la aparición volteando la esquina; al llegar a ella, la distancia entre nosotros se hizo mínima, pude identificar entonces a Tío Glauco, que se había detenido a la media calle y se hallaba conversando con alguien, en actitud extraña.

Me oculté tras un bordillo y siguiendo su trayectoria me arrastré, acercándome más a su ubicación. La actitud de Tío Glauco era extraña pues monopolizaba la conversación, desde mi nueva posición podía percibir remotamente el episodio, su voz era la única que se escuchaba irregularmente, se oían palabras ininteligibles, pero con un tono imperioso, apagados murmullos que pensaba eran de asentimiento salían del otro personaje; me conformé con estar cerca, ya que tal vez en cierto momento, podría escuchar o ver algo que aclararía lo extraño del momento. No me quedaba más que esperar y observar lo que pasara entre los actores de este drama, mientras la noche se hacía más oscura y una bruma misteriosa comenzaba a darle un tinte irreal a las sombras.
Me quedé dormido en esa posición y cuando me di cuenta, no se escuchaba ya nada, el silencio era profundo y ominoso, me atreví a asomarme al borde del parapeto: no vi a nadie en la calle. Me incorporé observando que los protagonistas no estaban en el lugar supuesto. Un bulto extraño se divisaba bajo el soto en el cual me encontraba, no lo había visto anteriormente; más teniendo en cuenta que había llegado demasiado lejos y que no podía dar marcha atrás, me arrastré por el interior, rodeé la ubicación para acercarme al objeto extraño y así completar la aventura. No llegué a acercarme totalmente, se trataba de un cuerpo exánime muy pálido, con dos marcas de punción en el cuello, no se notaban signos vitales en él. Muy asustado corrí hasta la casa, entré hasta mi habitación sin ningún cuidado y arrebujándome entre mis sabanas, tapándome la cabeza, esperé la agonía del amanecer en aquella noche que se antojaba eterna.
Al día siguiente, puse al tanto a mi primo sobre lo que había pasado, pero no quiso creerme, dijo que nunca había escuchado mencionar a Tío Glauco y que seguramente el día anterior me había asoleado mucho en el jardín; fue muy convincente al punto que una semilla de titubeo germinó en mi mente, comencé a creer que todo había sido una mala pesadilla, fruto de la cena abundante de la abuela. Miguel me dijo que lo comprobáramos visitando el cuarto del frente, yo acepté más por orgullo que por valor, aún quedaban vívidas las escenas de la noche pasada. La hora pactada fue al anochecer, en ese momento la familia estaría ocupada con los quehaceres de la cena. Cogimos uno de los fanales de nuestro abuelo, y saliendo a la calle enrumbamos directamente a la puerta que ahora se notaba entrecerrada y sin seguro. 

Tocamos tímidamente. Al no advertir presencia inmediata tras la entrada, al cabo de un momento, empujamos el acceso y la puerta se separó con un gruñido agudo; por un momento nuestra resolución se vio afectada por el miedo, pero un impulso, casi un empujón intangible en la espalda nos conminó a entrar en el rellano que, a pesar de nuestra exigua luz, se advertía sin iluminación directa pero con un tono fosforescente; Casi se podía notar cómo nuestro farol disminuía su iluminación al entrar en contacto con aquellas tinieblas. Un efluvio irrespirable nos rodeaba y Miguel, sintiendo alguna clase de recelo, tiró de mí para salir de aquel lugar.
No pudimos marcharnos, la puerta estaba cerrada por completo; tratamos de forzarla, pero nuestros bríos fueron inútiles, no quedaba más que seguir adelante, tratando de encontrar otra salida, y con ella el final de nuestra precoz aventura; entrevimos una puerta escondida a nuestra derecha, sin ninguna otra posibilidad de avance la atravesamos, para profundizar de esa forma el raid, arrastrando los pies y viendo cómo nuestro reflector se agotaba definitivamente, nos introdujimos en el laberinto. No tuvimos que caminar mucho. Después de bajar unas mohosas gradas, hallamos una gran losa que interrumpía nuestra senda. La estela estaba fuera de su lugar, hallándose inclinada hacia un lado. Al acercarnos vimos en su interior, los avíos de un lecho carmesí, con vestigios de sangre coagulada matizando la almohada nívea del tálamo; lo más perturbador eran las marcas a los lados del mármol que se asemejaban a arañazos forjados por garras inhumanas.
No alcanzamos a ver más detalle. Un ruido resonante en la puerta nos obligó a buscar refugio en una oquedad del recinto; no reparamos que nuestra lámpara quedaba olvidada al lado del sepulcro. Desde mi posición, sentí un arrastrarse en dirección al lecho de pesadilla y luego de oír que la tapa se deslizaba, hui apresuradamente con dirección a la calle. No reparé que Miguel se encontraba en el interior de la cripta, hasta luego de recuperar el resuello en la sala común; lo busqué por toda la casa, pero no lo hallé. Salí presuroso a la calle para buscarlo y en ese momento observé que dejaba la puerta tenebrosa, su rostro reflejaba un estupor profundo; tuve que zarandearlo para que vuelva a ubicarse en este mundo, lo conduje a la sala y lo acomodé en el sillón, para que pudiera recuperarse de la experiencia. 
Busqué en su cuello las marcas de lo evidente, pero no las hallé. Miguel todavía pertenecía a los nuestros y no podía contarlo como miembro de la legión de Tío Glauco. Después de recuperarse, me contó que trató de seguirme, pero en ese momento una forma vaporosa, tal vez el sirviente del Amo Sangriento salió de un anexo a la cripta y tuvo que volver al escondrijo en el cual habíamos estado, dicho ente procedió a limpiar los restos del aquelarre, que se hallaban diseminados en las losas de recinto, apagó las velas y salió por el mismo sitio por el cual había ingresado. Fue entonces que pudo salir de aquella pesadilla y fue en esas condiciones que lo hallé en la puerta de la casa tenebrosa.

Nunca comentamos nada con nadie de la familia, todo quedó entre nosotros y juramos olvidarlo; una mutua promesa de silencio se había establecido con sangre. Veía muy de vez en cuando a Tío Glauco cuando volvía por la casa de los abuelos, lo vi por última vez el día del sepelio de mi abuela. Miguel creció y se fue al extranjero por trabajo, así que no hubo con quién evocar el episodio fantástico de nuestra niñez. Lo extraño de todo esto es que la puerta del frente nunca más estuvo abierta y nadie jamás confirmó la actitud extraña de mi tío abuelo. 
Mis hijos están jugando ahora en la huerta. En un momento, Diego viene preguntando por qué hay un sillar en medio del jardín y si pueden moverlo. Observo el jardín por la ventana y junto a mi hijo mayor, Tío Glauco sonríe y se agacha para ayudarlo a empujar el obstáculo y así permitirles encontrar mi tesoro.

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