martes, 1 de septiembre de 2020

Soy la Unica


       "Soy la Unica"
        Vicente Ortíz Guardado


    En cuanto me vio llegar, la enigmática joven me miró profundamente. Luego, pareciendo ignorarme miró al frente y levantó los brazos diciendo algo incomprensible. Entonces aparecieron cientos, puede que miles de pájaros negros que apenas dejaban ver el cielo. La chica volvió a mirarme sin parar de hablar, pero entre los graznidos y el aleteo me fue imposible oír lo que decía. Nos separaban unos cuatro metros, pero su mirada cada vez era más penetrante y aunque en ningún momento me vi amenazado por ella, la impresionante bandada de pájaros empezó a sugestionarme. Cuando ella volvió a mirar al frente aproveché para salir corriendo. No quería seguir allí ni un segundo más. Buscando protección, me oculté tras el enorme tronco de un viejo árbol. Me senté en el suelo, apoyé la espalda y cerré los ojos un instante, quizá unos minutos, no estoy seguro. Quería desaparecer de allí, pero ¿cómo?

    El diabólico sonido de aquellos pajarracos empezó a desvanecerse poco a poco. Abrí los ojos. Respiré profundamente y miré a mi espalda. La chica ya no estaba y los pájaros se veían avanzar en el horizonte como una enorme nube negra preparada para descargar. Sin pensarlo me levanté y salí corriendo. Después de bajar la loma de aquel monte paré para coger aire. Sudaba. Tras una llanura casi desértica, a unos dos o tres kilómetros se veía un pequeño pueblo. Antes de continuar miré atrás para asegurarme que estaba solo. Tras confirmarlo, comencé a correr de nuevo respirando con más dificultad. Mis piernas cada vez estaban más agarrotadas y cada paso que daba era un pequeño castigo. Al poco rato empecé a toser y tuve que parar de nuevo.
No había sido buena idea quedar a través de internet con aquella chica misteriosa. Desde que nos conocimos todo había sido muy raro, pero algo en ella me atrajo desde el primer saludo y tras unos días de insistencia acepté aquella estúpida cita. Me aseguró que no me iba a olvidar de ese día, pero a cambio yo tenía que desplazarme hasta aquel remoto lugar en el que lo único que quedaba eran las ruinas de un viejo castillo olvidado al que algún estúpido había llenado de pintadas con símbolos que no había visto antes.




    Un poco más tranquilo decidí continuar la carrera. Las primeras zancadas fueron golpes rígidos que apenas controlaba y a punto estuve de caer al suelo, luego cogí el ritmo y aunque estaba muy agotado, ver las casas cada vez más cerca me animó a seguir. Miré atrás sin parar de correr y entonces ocurrió; tropecé con algo y entre una nube de polvo caí al suelo. Con la manga de la camiseta me limpié el sudor de la cara y cuando alcé la vista… allí estaba ella, a pocos metros me miraba sin expresión en la cara. Un escalofrío recorrió mi nuca cuando me levanté. Mis piernas temblaron, no sé si por el cansancio o por el miedo que, esta vez sí me provocó su presencia.
―Soy la única ―dijo casi en susurros―, ya no hay vida a mi alrededor.
No fui capaz de hablar. Estaba tan bloqueado que ni siquiera reaccioné cuando apareció uno de aquellos pájaros revoloteando entre el polvo para posarse finalmente en su hombro.
―Ven a mí ―continuó mientras se acercaba―, no tengas miedo, ya ha pasado todo.
Quería desaparecer de allí y no volver a saber de ella, pero estaba tan agotado que ni me planteé volver a salir corriendo. Sentí que mi voluntad le pertenecía, estaba totalmente a su merced y alguna fuerza desconocida me impedía moverme.
―¿Qué está pasando? ―pregunté tembloroso.
Justo en ese momento vino una fuerte racha de viento que nos envolvió en un pequeño tornado. Cerré los ojos para protegerme. Cuando los volví a abrir la tenía a dos palmos de mi cara. El viento paró y fue cuando me di cuenta que en su cara no había ojos, solo dos terroríficas y oscuras cuencas…

    …Reaccioné y caí de la cama. Por suerte había sido el sueño que llevaba repitiéndose tres noches seguidas. Miré el reloj, era hora de levantarme.
Me senté a la mesa para tomarme un café y ojear el arrugado periódico que mi padre acababa de devorar. Normalmente siempre empiezo por las últimas páginas, pero esta vez empecé por el principio. En portada aparecía a todo color una imagen que me impactó. Sin tiempo que perder, empecé a leer el artículo que figuraba en el interior. Era terrible; un avión se había estrellado cerca de mi ciudad y no había supervivientes. Al final del párrafo ponía que habían cerrado la edición del periódico poco tiempo después del accidente y que seguirían informando en la edición digital del periódico.
    Encendí la tele y busqué el canal de noticias. El destrozado fuselaje del avión se había desperdigado cientos de metros. La amalgama de sanitarios, bomberos y policías se movía de un lado a otro entre los restos. Subí el volumen.
―Fuentes cercanas al ministerio ―decía la reportera― nos han confirmado que una insólita bandada de aves han sido la causa del siniestro. Teniendo en cuenta a la altura que volaba el avión, aún se desconoce cómo los pájaros pudieron entrar por las turbinas de los motores haciendo que éstos pararan. De momento sólo hay un superviviente, se trata de una chica de unos treinta años, aún sin identificar.

    Entonces apareció la imagen de una joven que estaba siendo atendida. Era ella. Miró a la cámara y, aunque no se entendió bien, sus labios dijeron claramente: Soy la única.

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