jueves, 10 de diciembre de 2020

El Cuadripléjico

 

  "El Cuadripléjico"

Laura Hernandarias


         

  “Y entonces salió… salió, y ante aquella visión di media vuelta y huí”.

                                                                                                                                    H.P. Lovecraft.


Una noche de invierno, y al calor de las llamas, se encontraban varios amigos reunidos con motivo del aniversario matrimonial de los dueños de la casa. Largo tiempo había pasado. Después del postre, y en la remesa, surgió el inevitable tema.  El matrimonio era Juan y Natalia y los amigos invitados consistían en otra pareja: Cristian y Fernanda; un odontólogo, primo de Natalia, Hernán; y una amiga de la infancia de Juan, Rocío.

Sin siquiera imaginarlo, fue Natalia quien sacó a relucir el tema, que todos (incluso su marido) ignoraban.

-Rocío, estoy tan pero tan feliz de tenerte acá después de tantos años, que no encuentro palabras para explicarte…

- Al contrario, Naty. Yo estoy más feliz. Nunca dejé de pensar en ustedes… ni en el difunto hermano de Juán, el amor de mi vida.

Juán, que en esos seis años había oído muchas versiones no pudo menos que preguntar.

- Dijeron que te habías ido del país, destrozada por la muerte de Guille… pero hubieron muchos que aseguraban que habías quedado tan deprimida que… bueno… te internaron en un neurops…

-Comprendo tu intriga, todo es muy fuerte de tratar.

- No te preocupes, podemos hablar de todo esto en otra ocasión -decía Naty- ahora que reapareciste no te queremos perder de nuevo.

-Lo único que me queda pendiente para acabar con todo esto es contarles todo desde el principio y cerrar ese capítulo de mi vida de una vez por todas, aunque corro el riesgo de que realmente me tomen por loca.

-Con todo respeto -comenzó Hernán- si todos estos años hubo muchas conjeturas sobre tu paradero, sería buena idea contarlo todo ya.

-Nunca se lo conté a nadie… aparte de los psiquiatras…

Rocío tomo un trago de vino, como para darse ánimo, y comenzó:


“Tenía 19 años cuando me enteré por teléfono que el amor de mi vida había muerto en un accidente en moto. Esto me devastó tan terriblemente que, hablando con mis padres, tomé la decisión de abandonar aquella ciudad, de olvidarme de todo y comenzar de nuevo. El lugar elegido fue la casa de una prima lejana de mi padre, que vivía en Santa Fé. Arreglé todas mis cosas y en cuestión de dos semanas ya estaba preparando las valijas para marcharme.

Durante el viaje recibí una llamada de mi padre, quien me avisó que su prima había abandonado la casa hacia una semana, a raíz de la muerte de su marido. Yo realmente no los  conocí nunca. A ella solo por una fotografía, en la cual noté un dejo depresivo en la mirada, cosa que atribuí a la condena de lidiar con un marido cuadripléjico. Éste había quedado paralizado de la nuca para abajo hacía diez años como consecuencia de una mala praxis. Aunque incapacitado de sus cuatro (o mejor dicho… cinco) miembros, podía hablar, respirar e incluso mover la zona cervical normalmente. Ahora parecía haber muerto hace sólo unos días.

Cuando llegué no me costó mucho trabajo encontrar la casa. Era bastante antigua, pero estaba en excelentes condiciones. Al tocar el timbre, salió a recibirme una señora gorda y de aspecto preocupado."

Cristian y Fernanda intercambiaron una mirada de aburrimiento y miraron el reloj de la pared: se hacía medianoche. Hernán parecía bastante interesado en el relato de Rocío, o mejor dicho, en ella. La pareja anfitriona seguía con atención la historia de aquella amiga que hace tiempo atrás habían perdido y ahora recuperaban.

“La mujer se presentó como Adela y dijo ser la empleada de limpieza de la casa desde hacía años. Cuando la dueña se fue tras el funeral, esta se quedó sin empleo, aunque se tomó la molestia de dejar la casa en orden para mi llegada. Dijo además que vivía a cinco cuadras y que podría ir de vez en cuando a limpiar, cosa que le agradecí. En seguida me amoldé a la nueva casa, pero me encontraba terriblemente sola y, para entretenerme, decidí recorrer la ciudad. Incluso en la zona céntrica del pueblo todos parecían conocer mi procedencia y relación con la dueña de la casa.

Al llegar a casa, todavía aburrida  y con una incipiente depresión, me recosté en un sillón para leer una revista. No había pasado media hora, cuando, en la habitación contigua oí algo que se asemejaba al sonido de arrastrar pantuflas. Tuve la sensación de que no cesaba y parecía acercarse. Cuando me estaba incorporando para ir a ver, el ruido cesó repentinamente. Pero mi mano palpó algo raro en un costado del sofá; era una hendidura, pero no faltaba el pedazo. Era, y estoy al cien por ciento segura, una mordida perfectamente marcada. Un poco más abajo había otra.

Tal hecho me llenó de espanto, sobre todo por no poder comprender su significado. Decidí llamar a Adela, quien acudió en breve. Lo que me relató terminó de horrorizarme. A continuación les voy a relatar lo que me reveló:"

“Yo entré a trabajar con la señora Catalina y el señor Gustavo tres años después de su accidente. Mi principal tarea era cuidarlo, pero era (o se había convertido) en un hombre odioso y huraño, como la mayoría de los enfermos o personas que tienen que vivir postrados. Su esposa, al parecer ya no lo amaba y lo sentía como una carga demasiado pesada y por eso creo que empezó a ver y luego a traer a la casa a Fabio; fue por la época en  la que descubrí las mordeduras por toda la casa, unos meses antes de la muerte de Gustavo. Cuando le pregunté a la señora si sabía algo, quedó tan perpleja como yo, pero una noche en la que alimentaba al marido pude ver su dentadura maltrecha y mellada y comprendí lo que pasaba. Él, a su vez, comprendió que yo lo sabía, y sonrió maliciosamente.

Una noche en la que ya estaba a punto de marcharme, Fabio acababa de llegar a ver a Catalina como  de costumbre. Habían pasado quince minutos, cuando desde el portón de la calle, sentí que la señora gritaba. Volví a las corridas adentro.

En el cuarto de Catalina (dicho sea de paso que el matrimonio dormía en habitaciones separadas) me encontré con el señor Gustavo a los pies de la cama y a los amantes tapándose con las sábanas, histéricos. Gustavo hizo algo extraordinario: se había desplazado, arrastrándose, ayudado por las alfombras que cubrían todos los pisos de la casa, con la sola ayuda de su dentadura. Su cabeza había conseguido arrastrar todo el peso de su cuerpo.

-¡Adela, llévese inmediatamente a su cuarto a este engendro! - me lo exigió casi con desesperación.

-Sí, señora. Venga, señor.

Gustavo no dijo nada. Sólo se limitó a mirar con un odio más acentuado a su esposa.

Al parecer Catalina y su amante estaban dormitando, cuando ella empezó a ser besada y luego mordida por quien creía era su amante. Cuando las mordidas se volvieron cada vez más violentas, se asustó y prendió la luz del velador. A quien encontró a su lado fue a su marido, ubicado en medio de ambos.

Sé todo esto por las mordeduras en la mujer y la sangre que Gustavo tenía en la boca cuando lo bajé de la cama.

Cuando me lo llevaba a la rastra a su cuarto (Fabio se había vestido e ido), Catalina me detuvo. Su rostro había adquirido una expresión sombría. Me dijo que me fuera, que ella se encargaría de todo.

Abandoné la casa sintiéndome muy mal, y cuando al otro día fui a trabajar como de costumbre, me enteré por boca de la propia señora que el enfermo se había suicidado, asfixiándose con su propia almohada. Aparentemente había conseguido, extraordinariamente, ponérsela en la cara y apretar…

Por supuesto que yo no lo creí, pero la mujer me dijo que podía seguir viniendo y yo necesitaba el trabajo. Eso fue hace algunos días.

La noche antes de que Catalina se fuera, Fabio apareció como de costumbre. Mientras dormían algo pasó: éste empezó a sentirse oprimido por algo a la altura del pecho, sus sollozos despertaron a la mujer, cuyos gritos se pudieron sentir a la lejanía. Fabio sufrió una muerte súbita causada por un paro respiratorio. Al día siguiente la mujer abandonaba el pueblo y quizás el país."

Esa es la historia de la que todo el pueblo habla, pero déjame decirte algo: yo, que teniendo 64 años estoy tan cuerda como cuando tenía tu edad, seguí escuchando en esta misma casa aquel característico ruido aún después de que ese… de que el señor Gustavo falleciera.

Le dije que le creía porque yo también habías escuchado el sonido. Ella reaccionó muy mal, con mucho espanto. Me preguntó si había visto alguna mordida en la casa y, al mostrarle las del sillón, se apresuró para irse, no sin antes suplicarme que tuviera cuidado y que pensara en irme del lugar.

Cuando se fue, todo parecía surrealmente espeluznante. El engendro, pudiendo arrastrarse de un lado al otro, luego su posible asesinato a manos de su mujer, el amante muerto en circunstancias misteriosas y ahora todo eso de los ruidos y las marcas.

Pensé en hacerme un café con leche y yendo para la cocina descubrí en la mesa de roble otra de sus marcas. Esto me espantó y me llenó de repulsión hacia esa cuasi serpiente humana que existió hasta hacía apenas cuestión de días. Seguí descubriendo marcas en muchos muebles, ¡incluso en la cama en la que dormía!

Totalmente horrorizada, saqué todos los muebles y los cambié por otros de segunda mano. Me sentí muy conforme con mi nueva cama, ya que era bastante alta. Cualquier recuerdo que hubiera permanecido luego de que se fuera Catalina, ya me había encargado yo que desapareciera.

El resto de ese día me pasé el tiempo releyendo las cartas que Guille me escribió. Supongo que me fui a dormir a eso de la una.

Soñé con algo raro, una masa sin forma que me oprimía el pecho y me quitaba el aire; algo lento que serpenteaba por mi cuerpo para robarme el aliento. En el sueño no me podía mover, tan solo pensar en cómo se me iba el aire, en cómo sintió, o debió de sentir lo mismo Fabio, el amante de Catalina; en lo fácil que es perder la vida cuando se está postrado, en lo fácil que es quitársela a alguien postrado, alguien que te inspira, sin embargo, un terror inconmensurable…

Abrí los ojos, espantada, con un peso, con una tremenda opresión sobre el pecho. Aterrada, traté de zafarme, pero no podía. Percibí que ya se hacía de día y, mientras luchaba, pude ver que lo que tenía sobre mi era un almohadón colosal, que había usado para apoyarme y leer la noche anterior.

Este descubrimiento me alivió, pero la histeria me hizo reírme a carcajadas. Entre los débiles rayos de luz me dio por mirar al costado donde había lanzado la almohada, la cual cayó al piso. Al estirarme a observar me pareció que ésta se movía levemente, como si algo que estuviera debajo de ella se deslizara por debajo de la cama. Ya me sentía con ese sudor frio que caracteriza a alguien al borde del pánico. Como para sumarle algo más, en la pata izquierda de la cama había una mordedura.

Cuando sentí debajo del colchón el maldito ruido de arrastrarse, no perdí un solo segundo y huí a la calle. Eso es lo último que recuerdo.

Desperté en una habitación de hospital donde me dijeron que me encontraron corriendo por la calle en ropa interior, gritando que venía el cuadripléjico.

Y eso fue todo. Pasé cuatro años intentando entender lo que pasó, de buscarle alguna buena explicación. Al no poder encontrarla los médicos no me daban el alta. Tuve que retractarme de lo que viví para poder salir; pero en el fondo yo sé lo que pasó… lo tengo presente cada noche cuando me voy a acostar y cada mañana cuando compruebo que en mi cama todo está en orden.



No hay comentarios:

Publicar un comentario