viernes, 18 de diciembre de 2020

La Caja de Música

La Caja de Música

Un cuento navideño de amor a través del tiempo

Por Andrés González-Barba


I

Esa tarde del 18 de diciembre hacía mucho frío y el cielo estaba completamente desnudo de nubes, pero, por una extraña razón, no nevaba como solía suceder por aquella época. Los transeúntes iban de un lugar a otro cual estrellas fugaces. En medio de una avenida, Sergio caminaba embutido en sus pensamientos. Tenía varios encargos que hacer; sin embargo, no quería pasar por alto un regalo para el día de Nochebuena. Necesitaba encontrar algo único para una persona especial, su tía Esther. Desde que era pequeño existía entre ambos un nexo muy fuerte de unión. Por eso ansiaba dar con un presente que la animara, pues en los últimos tiempos esta parecía más triste de lo normal. Tal vez el hecho de que faltara poco para las fiestas navideñas avivase el carácter melancólico de una mujer que se hallaba siempre rodeada de una aureola misteriosa.

Quizás fuese el destino o cualquier otra razón, el caso es que el joven acabó en un comercio del centro que no había visitado nunca pero que le atrajo mucho. Se trataba de una tienda de antigüedades cuyo escaparate despertaba ya de por sí la atención de cualquiera que tuviera un mínimo de sensibilidad. Detrás de aquel cristal lleno de vaho y sueños se podían contemplar esculturas y cuadros muy hermosos. El chico se quedó embelesado durante unos minutos ante tantas maravillas. Al final decidió entrar sin saber muy bien qué era lo que iba buscando exactamente. Allí había para todos los gustos, desde alfombras decimonónicas a relojes de pared estilo Luis XIV, además de miniaturas, retratos de elegantes damas y hasta unas figuritas napolitanas que hubieran encandilado a cualquier amante de los nacimientos. El muchacho no sabía dónde mirar y se hubiera llevado varias cosas, aunque tampoco contaba con un presupuesto demasiado alto como para hacer florituras. 





De repente, un hombre que hasta ese instante había permanecido en un segundo plano se le acercó. Su rostro transmitía confianza:

—¿Deseas algo?

—Bueno, eh —balbuceó—, estaba buscando un regalo para un familiar.

—Pues has venido al lugar adecuado. ¿Es para una señora o para un caballero?

—Es para mi tía.

Entonces, el anticuario comenzó a mostrarle varios artículos muy hermosos. 

—¿Cuál de estos te gusta más? —le preguntó a la vez que le enseñaba unos pendientes, un collar y una pulsera.

—Me gustan todos, señor, pero me temo que no tengo dinero suficiente. 

La cara del hombre se arrugó unos milímetros, pero no porque le molestara saber que ese chaval andaba con poco dinero. Al contrario, en el fondo deseaba ayudarlo para que pudiera llevarse algo muy vistoso. 

—No te preocupes, espera un momento. Voy a buscar una cosa que tengo en el almacén. A ver si eso te convence. 

Sergio aprovechó la ausencia del dependiente para seguir deleitándose con tantas antigüedades. En una estantería había unos soldaditos de plomo de la época napoleónica que eran todo un primor, al igual que un abrecartas del siglo XVIII con un mango de nácar en forma de cisne. Cuántas cosas se hubiera comprado de haber podido hacerlo. Al cabo de unos minutos regresó el desconocido. Traía en sus manos un objeto curioso. 

—¿Qué te parece? —le preguntó mostrándole una caja de música no demasiado grande. Estaba hecha en madera de gran calidad con incrustaciones brillantes. El anticuario le dio cuerda y, al abrir la tapa, apareció una delicada bailarina de porcelana que tenía el rostro tan pálido como el mármol y unas mejillas levemente encendidas. La figurita comenzó a dar vueltas sobre sí misma al tiempo que sonaba «O Little Town of Bethlehem». Al oír esa música, el joven se quedó paralizado ante tanta belleza—. ¿A que no has visto nunca nada igual en tu vida?

—Es increíble, pero creo que no me va a alcanzar para llevármela —contestó apesadumbrado.

—No te preocupes. Podemos llegar a un acuerdo. No en vano, a los anticuarios nos gusta entrar en el juego del regateo con los clientes —bromeó. 

—Sólo tengo treinta euros y esta caja tiene que costar cuatro veces más por lo menos. 

—Vamos a hacer una cosa. Ahora puedes pagarme esa cantidad, y después, cuando acabe la Navidad y ahorres algo, me das si quieres el resto. ¿Te parece bien? 

—De acuerdo, pero que va a salir perdiendo con esa oferta. 

El comerciante se alegró de ver tan contento al chico y sacó de debajo del mostrador un papel de regalo de color rojo adornado con trineos y abetos. Tras envolverlo, rodeó el paquete con un lazo dorado.

—Espero que le guste a tu tía.

—Seguro que sí. Le deseo a usted y a su familia una feliz Navidad. Ya cuando pueda volveré y le pagaré lo que le debo.

 —No tengas prisa ninguna. Ahora el tiempo está por fin de mi parte. 

Aunque no hubiera entendido esa última frase tan enigmática, salió de la tienda con la satisfacción de haber hecho una buena compra. Por muchas vueltas que le diera al asunto, le era imposible adivinar el motivo que había impulsado a aquel individuo a ayudarlo de esa manera tan generosa. En todo caso, estaba seguro de que su regalo iba a animar a su tía, y eso le entusiasmaba.


Cuando llegó la Nochebuena, se reunieron en casa de la abuela de Sergio. Esta y la madre del muchacho se habían encargado de hacer un menú muy especial para la ocasión. Al servirse los platos los comensales aplaudieron en señal de agradecimiento. Durante las siguientes horas hubo momentos muy alegres pero también algunos más melancólicos, puesto que el abuelo había fallecido justo hacía un año. A pesar de lo cual, intentaron mantener vivo el espíritu navideño a lo largo de la velada. Todos participaron en varias conversaciones salvo Esther, que no había hablado demasiado. Su sobrino se acercó a ella para ver cómo se encontraba:      

—Estás muy callada hoy. 

—Ya sabes que no me entusiasma la Navidad. 

—Debes de tener algún motivo importante, ¿no?

—Es una época que me pone triste y no lo puedo evitar. Pero no quiero que te preocupes por mí, de verdad que estoy bien.  

—A lo mejor esta Nochebuena es distinta a las demás.

—¿Por qué lo dices?

—No lo sé, ya lo verás —le contestó Sergio sonriendo para sus adentros al imaginarse la ilusión que le haría recibir la sorpresa que le había preparado. 

A la par que seguían charlando, la hermana de Esther los llamó para que probaran los dulces. Así estuvieron hasta que a las doce en punto celebraron el nacimiento del Niño Jesús. El chaval aprovechó la ocasión para darles unos regalos a sus padres y a su abuela. La anciana se mostró muy agradecida, pero no terminaba de comprender que las nuevas generaciones quisieran dar presentes en Navidad en vez del día de los Reyes Magos, tal y como siempre había sido tradición en España. Un poco más tarde llegó el mejor momento de la celebración cuando el sobrino le entregó a su tía un paquete no demasiado grande. Al ver lo bien envuelto que estaba, esta trató de abrirlo con mucho cuidado. Finalmente apareció la caja de música con sus brillantes incrustaciones sobre la madera.

—Dale cuerda primero —insistió Sergio. 

Esther le hizo caso y giró la manivela metálica varias veces. A continuación, abrió la tapa y la delicada bailarina comenzó a girar mientras se oyeron las primeras notas del villancico que tanto había entusiasmado al adolescente días atrás. Todos se deleitaron ante ese mágico espectáculo, pero la reacción de la tía fue inesperada. Al principio se quedó en silencio durante unos segundos y luego comenzó a llorar.

—¿No te gusta? —le preguntó su sobrino pensando que se había equivocado con su elección. 

—En absoluto. Creo que es el regalo más maravilloso que me han hecho en mi vida —contestó incapaz de contener sus emociones. En el corazón de aquella mujer afloró un sentimiento que había estado dormido durante mucho tiempo. El muchacho se dio cuenta de que algo le sucedía, pero no pudo hablar con ella porque estaban en plena celebración familiar.

Las horas pasaron hasta que el cansancio pudo con la abuela, que fue la primera en acostarse. Pese a la reciente muerte de su esposo, se lo había pasado muy bien. Esther ayudó a su hermana y a su cuñado a recoger todas las cosas. Luego se sentaron y hablaron un poco más, pero el sueño venció al matrimonio. Estos se fueron a su casa sin Sergio, ya que vivían muy cerca y Esther lo acompañaría después. Tras el trasiego de la primera parte de la noche, el salón se quedó en penumbras iluminado sólo por las pálidas luces del árbol y los débiles destellos del nacimiento. Tía y sobrino aprovecharon que estaban por fin solos para continuar con una conversación que habían dejado inacabada. Entonces, Sergio le explicó la historia al completo, desde que llegó a la tienda de antigüedades hasta que el dueño le buscó la caja. También le relató lo generoso que había sido con él al habérsela dejado a un precio muy asequible. Una vez concluida su narración, ella comentó algo que dejó muy sorprendido al chico: 

—Pensarás que estoy loca si te digo que creo haber visto antes esta caja.

—¿Cómo? —exclamó el joven sin dar crédito a lo que oía—. ¿No te estarás confundiendo con otra? 

—No, era esta sin duda. Al verla hoy me he acordado de esas incrustaciones en la madera, de la bailarina que había dentro y de la música.

—¿Dónde la viste?

—Ese es el mayor misterio porque no sé dónde ni cuándo —dijo con un gesto de frustración. Acto seguido volvió a darle cuerda y se dejó seducir por aquel villancico que tanto le gustaba. ¿Por qué tendría recuerdos de esa música?—. Se me ocurre una cosa. Podríamos ir a la tienda pasado mañana para tratar de hablar con el anticuario a ver si él nos dice dónde la adquirió. 

—¡¡Estupendo!! —exclamó él lleno de emoción—. A lo mejor ese hombre nos pone sobre la pista y nos revela quién fue su anterior dueño. 

Los dos continuaron charlando pero pronto les pudo el agotamiento. Esther acompañó a Sergio y luego regresó a casa de su madre porque no quería dejarla sola en una fecha tan especial. Al entrar en el piso, se llevó la caja al dormitorio y volvió a fijarse en la bailarina. El movimiento giratorio de tan hermosa figurita pareció hipnotizarla. En unos pocos segundos se quedó dormida.  

       

II

Después de un día de Navidad muy tranquilo, el 26 de diciembre amaneció con mucho frío pero seguía sin nevar. Al acabar su jornada laboral, Esther quedó con el sobrino tal y como habían acordado. Ambos se dirigieron al centro convencidos de que podrían solucionar el enigma de la caja de música. Cuando llegaron a la tienda de antigüedades tuvieron la suerte de que en ese momento no había ningún cliente. El muchacho le enseñó a su tía todas las cosas que viera días atrás y esta se sintió abrumada al contemplar tantas maravillas. El anticuario se acercó a ellos y les dijo:

—Buenas tardes, ¿puedo ayudarles en algo?

Sergio se sorprendió al comprobar que aquel no era el mismo hombre que le atendió la primera vez que fue para allá. Pensó que el otro dependiente estaría de descanso o tal vez no hubiera ido a trabajar por hallarse indispuesto. 

—Verá —dijo titubeante—, quisiéramos preguntarle por esta caja de música que compré hace unos días en su tienda. 

El anticuario la cogió entre sus manos y la examinó durante unos segundos.  

—Lo siento, pero nunca he tenido este objeto, ni recuerdo habérselo vendido a usted. Puede que lo haya comprado en otra tienda cercana. De hecho, por esta zona hay varias. 

—Pero si yo estuve aquí, se lo aseguro. Lo que pasa es que no tengo ningún ticket porque su compañero no me lo dio.

—¿Compañero? Disculpe pero llevo trabajando aquí desde hace más de treinta años y jamás he tenido otro empleado. 

El chico se quedó tan confundido que no supo qué decir, de ahí que su tía decidiera salir en su ayuda. 

—Perdone que le insistamos, señor. Necesitamos saber de dónde viene esta caja, ya que es muy importante para nosotros.

—Me temo que es la primera vez en mi vida que la veo. Desde luego es un artículo de gran valor, porque la madera es de muy buena calidad, pero no puedo ayudarles mucho más. 

—Está bien, disculpe que le hayamos robado su tiempo. Que tenga una feliz Navidad —dijo ella. 

—No se preocupe. Le deseo lo mismo para ustedes.

Tía y sobrino salieron de allí muy frustrados. Sin duda debía de haber un error en todo aquello, pues estaba claro que esa caja no podía haber salido de la nada.

—¿Y ahora, qué hacemos? —preguntó el chaval. 

—No lo sé. Habíamos venido aquí a buscar respuestas y nos hemos encontrado con más preguntas. Esta caja puede traernos muchos quebraderos de cabeza. 

—Y todo por mi culpa. No tendría que haberla comprado —se reprochó el adolescente.

—No vuelvas a decir eso. Me encanta tu regalo, lo que pasa es que no paro de pensar en el hecho de haberla visto antes. 

Para tranquilizarse un poco decidieron tomar algo en una cafetería. Ansiaban resolver el caso, pero no eran capaces de saber por dónde empezar. Estaba claro que alguien le había mostrado a Esther ese objeto en otra ocasión. 

—Ni la abuela ni mis padres dijeron nada en Nochebuena al respecto. No hay duda de que ellos desconocían la existencia de la caja. 

—Por eso me resulta tan raro, porque parece como si fuera un recuerdo que hubiese tenido dormido en la memoria y que ahora ha despertado tras muchos años. Ha de haber un sentido en este asunto.

—¿Y si alguien intentara comunicarse contigo a través de la caja?

—¿Quién querría hacer algo así? No hay ninguna lógica. ¿Y qué me dices de lo del anticuario? Se supone que hace unos días te atendió otro hombre y ahora ha desaparecido como si se lo hubiera tragado la tierra. 

Mientras continuaban hablando, una chica se acercó a ellos: 

—¿Es usted Esther?

—Sí. 

—Esto es para usted —dijo entregándole un ramo de flores azules que desprendía un olor delicioso.

—Perdone, tiene que haber un error porque yo no las he pedido.

—No se preocupe, un caballero las encargó esta mañana. 

—¿Les dijo cómo se llamaba?

—Lo siento, sólo nos dejó este sobre.

Esther lo cogió y al abrirlo descubrió un papel de color amarillo claro en el que ponía un escueto mensaje: «Saludos del viajero». Observó detenidamente la letra en varias ocasiones y luego le entregó la nota a su sobrino, que estaba igual de estupefacto que ella. ¿Quién habría escrito algo tan enigmático y por qué le querrían regalar esas flores? Otra vez daba la impresión de que todo estaba conectado con la caja de música.

Ambos se fueron de la cafetería con la sensación de no saber qué paso tomar a partir de ese momento, pero necesitaban hacer algo urgente para de encontrar una solución a tantos secretos.

—¿Y si tienes un admirador? —bromeó Sergio. 

—Quien sea me conoce muy bien, porque las flores azules siempre han sido mis favoritas. Están pasando unas cosas muy extrañas, ya que desde que me hiciste el regalo en Nochebuena he tenido una sensación constante de déjà vu. Esto no me había pasado en la vida y no sé qué pensar o qué hacer. 

En una plaza se cruzaron con un coro que estaba cantando villancicos. Por casualidades del destino, interpretaron «O Little Town of Bethlehem». Ambos se miraron, puesto que era la misma melodía de la caja. Aquella era, sin duda, otra señal que se sumaba a la lista de incógnitas. A la vez que sonaba la música, miraron hacia arriba y se fijaron en unas luces que brillaban con gran intensidad. En una parte de la instalación eléctrica había una figurita. No podían creerlo pero era exactamente igual que la bailarina.


III

Los días fueron pasando y Esther no paraba de darle vueltas al mismo asunto. Estaba obsesionada con algo para lo cual no tenía respuestas. Primero había sido la caja de música y luego vinieron las flores, el mensaje de ese viajero y la luz tan similar a la bailarina. A lo mejor la solución a tantos acertijos fuera mucho más sencilla de lo que pensaba. Aprovechando que se había cogido unas pequeñas vacaciones, el día 31 salió a la calle a dar un paseo. Miró al firmamento y vio que tenía una textura plomiza. En otras ocasiones, y dado el frío que hacía, hubiera caído una gran nevada que habría teñido toda la ciudad con un inmenso manto del color de un armiño. Quizás se tratase de otro indicio, aunque ya dudaba hasta de sí misma. En el fondo de su corazón notaba un sentimiento extraño, algo que no había experimentado jamás y que le quemaba por dentro.

Una vez pasada la primera gran fiesta navideña, todo el mundo andaba ocupado en los preparativos de fin de año. Sin embargo, deseaba mantenerse al margen de cualquier algarabía. En esos instantes no tenía demasiadas ganas de celebraciones. Además, era consciente de que no cumpliría muchos de los propósitos que se había planteado para el año siguiente, como ya le había sucedido en varias ocasiones.

Estuvo dando una vuelta por el centro durante un par de horas. Por la noche iría a cenar a casa de su madre y también les acompañarían Sergio, su hermana y su cuñado, al igual que la semana anterior; no obstante, hubiera preferido estar sola sin tener que rendirle cuentas a nadie.

Como se sentía cansada, decidió tomarse algo en una cafetería. El dependiente se acercó y le pidió una infusión. Al no haber apenas clientes iban a cerrar temprano, por lo que el muchacho no tardó en traerle lo que había pedido. Esther cogió la taza y la rodeó con sus manos en un gesto típico de ella cuando deseaba calentárselas. Así estuvo durante unos minutos a la par que reflexionaba sobre su situación. Sin saber el motivo exacto, comprendió que había una pieza que no terminaba de encajar en el puzle de su vida, de ahí que se hallara intranquila. Eso le venía sucediendo desde hacía mucho tiempo. Al cabo de media hora pidió la cuenta. Tenía que regresar a su casa para arreglarse. 

—¿Cuánto le debo?

—Nada. 

—¿Es por ser Navidad?

—No, señora.

—¿Entonces?

—Hace unas horas llegó un caballero y me dijo que usted iba a venir. Pagó por adelantado y se fue inmediatamente.

—¿Cómo era ese hombre?

—Creo recordar que era alto y moreno, pero ahora mismo no me acuerdo bien de su cara.

—¿Por qué?

—Cuando vino teníamos mucha clientela y no me pude parar a atenderlo bien. Sólo le cobré y poco más. 

—¿Dejó algo para mí?

—Esto —dijo el joven mostrándole un pequeño objeto envuelto en un papel dorado. 

Al cogerlo, notó que pesaba bastante aunque tuviera unas dimensiones reducidas. Salió de allí no sin antes desearle un feliz Año Nuevo a aquel individuo. Necesitaba estar calmada para ver qué había dentro de ese enigmático paquete. A continuación, fue rompiendo poco a poco el papel hasta que apareció una bola de cristal. La agitó con suavidad y una tormenta de nieve se precipitó cadenciosamente sobre el tejado de una casita que se hallaba en su interior. Entonces, miró al cielo de manera instintiva y sintió que sobre su rostro comenzaban a caer unos copos tan suaves como el algodón. Al principio se asemejaban a pompas de jabón, pero, transcurridos unos segundos, comprobó cómo todo se envolvía de una tonalidad inmaculada. Era increíble que la nieve se hubiese retrasado tantos días y que al agitar la bola la ciudad se hubiera cubierto de blanco en apenas unos minutos. Aquello no debía de ser casual; tenía que existir una explicación lógica que diera sentido a los sucesos que había vivido en los últimos días.

Después de celebrar con su familia la llegada del nuevo año, Esther le contó a su sobrino lo que le había pasado esa tarde y cómo se había puesto a nevar justo cuando sacó la bola de cristal y la sacudió. Sergio no daba crédito al relato. ¿Cómo era posible que un desconocido se hubiera pasado un poco antes por la misma cafetería que su tía dejándole un regalo tan mágico?

—¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó el chico. 

—No lo sé. Alguien me está mandando muchas señales pero no las sé interpretar de forma correcta —dijo con tristeza.

Unas horas más tarde, las luces navideñas que habían estado brillando toda la noche se apagaron despacio y los últimos cohetes y petardos dejaron de sonar en la lejanía. 


IV

El resto de la Navidad fue muy tranquila y no sucedió nada extraordinario. Daba la sensación de que las cosas hubieran vuelto a la normalidad y que los encantamientos hubiesen desaparecido. Las jornadas transcurrieron presurosas cual el viento de la madrugada. Esther guardó la caja de música y la bola de cristal en un pequeño mueble del salón. Allí también colocó las flores azules, que, curiosamente, no se marchitaron como cabría esperar. Siempre estaban frescas y desprendían el mismo aroma que el primer día. Una vez le llegó a preguntar a un amigo suyo que tenía una floristería, pero este nunca había visto nada parecido.

—Tal vez sea una de esas especies exóticas que se cultivan en el extranjero y que por aquí son más difíciles de ver. De todas formas, a pesar de que no sepas su origen, tienes la suerte de que siempre se van a conservar así de bien —le dijo. 

Aquella respuesta no hizo sino avivar un misterio que ya de por sí era muy grande y que no tenía explicación. Si en verdad alguien se estaba preocupando por ella, ¿por qué no habría dado pruebas de su existencia desde hacía tiempo? Aun así, lo más extraordinario de ese asunto era que Esther tenía la impresión de que conocía a dicho viajero de toda la vida, pero ¿dónde lo habría visto antes?

Las estaciones fueron sucediéndose en el calendario y, tras completar todas las hojas, Esther tuvo que cambiar los almanaques en varias ocasiones. Parecía haber pasado una eternidad desde el día en que Sergio le regalara la caja. Cada vez que llegaba la Navidad volvía a oír el mismo delicioso villancico, mientras la bailarina de rostro marmóreo y mejillas encendidas giraba sobre las puntas de sus zapatillas sin parar. Todo aquello le provocaba nostalgia al remitirle a unos recuerdos de algo que probablemente nunca habría vivido. Conforme avanzaban los meses le fue invadiendo un estado de absoluta soledad. Por su parte, su sobrino comenzó a salir con una chica pero nunca se olvidó de su tía, ya que le profesaba un amor profundo. Lo que más miedo le daba a ella era que el tiempo continuase marcando su paso inexorable y que su memoria se desvaneciera poco a poco, de ahí que no dejara de escuchar una y otra vez la hipnótica música que salía de ese artilugio mecánico.  

Durante los siguientes años nevó varias veces aunque nunca con la intensidad de aquella vez en la que salió de la cafetería con la bola de cristal entre sus manos. Hasta la ciudad había perdido parte de su magia.

Un día Sergio se casó con su novia. Su tía se puso muy contenta al ver tan dichosas a las personas que más amaba, pero en su alma aún había un gran vacío y pensaba que jamás sería capaz de llenarlo.   

La calma se mantuvo hasta que llegó una Nochebuena especial. Esa mañana el firmamento se despertó con la misma tonalidad grisácea que la de aquel día que nevó tanto en el pasado; tal vez fuera una nueva señal. Como había ocurrido en los últimos años desde que la abuela se marchara para siempre, se iría a casa de su hermana y de su cuñado. Además, la felicidad llegó de nuevo a la familia gracias a una preciosa niña llamada Carlota, la primera hija de Sergio y de su esposa, que tenía los mismos ojos azul marino de la anciana. Todo estaba, pues, preparado para otra velada inolvidable. 

Cuando empezó a arreglarse, alguien pasó un pequeño sobre amarillo por debajo de la puerta. Al verlo, se levantó de la butaca como un rayo. Lo abrió y en su interior leyó un mensaje muy enigmático: «No me busques, yo te encontraré esta misma noche. No olvides llevarte la caja.»


V

Esther no daba crédito a lo que ponía la nota. ¿Cómo y dónde se iba a encontrar con un sujeto al que ni siquiera conocía pero con el que llevaba años manteniendo una relación tan especial? Dado su estado de nervios, tardó más de lo acostumbrado en arreglarse para la cena. Cuando salió a la calle observó que había un gran trasiego de personas. Ella, sin embargo, continuó pensando en la carta que había recibido unas horas antes. Su expectación fue creciendo a cada minuto que pasaba, ya que por fin podría ponerle un rostro a quien había estado tanto tiempo intentando contactar con ella. Asimismo, se aseguró también de llevar consigo la caja de música. ¿Para qué la querría el desconocido?

Mientras estaba cruzando una calle, se fijó en el parque que se hallaba en la acera de enfrente. En esos momentos en que no había nadie a su alrededor, se percató de algo extraño. Como iba bien de tiempo, entró por una larga avenida flanqueada por árboles. El viento agitaba las ramas con suavidad. Era curioso porque, a pesar del aparente frío que notaba, tenía una sensación de cierta calidez. Al fondo, en una glorieta, se divisaba una fuente con una escultura de una ninfa. Le pareció que estaba nevando, pero pensó que eso era imposible porque el cielo se encontraba completamente despejado y la luna brillaba a lo lejos en todo su esplendor. Aquello no podía ser cierto, de modo que fue a ver qué sucedía. Al llegar a ese lugar, comprobó que unas gruesas capas de nieve se acumulaban alrededor de la fuente e, incluso, sobre el mismo surtidor. No se oía nada salvo el sonido acompasado del agua al caer. Las temperaturas continuaron bajando aunque por otra parte parecía como si fuera una noche primaveral. De repente, miró a su derecha y vio a alguien sentado en un banco. Su rostro estaba oculto entre las sombras. El corazón le dio un vuelco al comprender que esa podía ser la persona que estaba detrás de los mensajes secretos. Conforme se fue acercando, las pulsaciones se le aceleraron. Debía seguir adelante porque intuyó que algo extraordinario iba a suceder. 

—Por fin nos encontramos, Esther. Me alegro mucho de haber venido a verte —dijo un hombre levantándose del banco. Sus facciones reflejaban alegría y tristeza al mismo tiempo.

—¿Cómo puede saber quién soy si nunca nos hemos visto antes?

—Por favor, siéntate un rato conmigo y tuteémonos. Que no haya nada de formalismos entre nosotros. Sé que has quedado con tu familia para pasar la Nochebuena, por eso te prometo que esta conversación no nos llevará demasiado tiempo.

Ella le hizo caso porque sintió como si lo conociera desde hacía muchos años.

—Me imagino que te preguntarás qué hacemos en medio de este parque un día como hoy, ¿no? Por cierto, ¿me puedes enseñar la caja, por favor? —dijo a la vez que ella la sacaba de la bolsa. El hombre le dio varias vueltas a la manivela y la música del villancico comenzó a sonar—. Me acuerdo perfectamente del día en el que te la regalé, o más bien tendría que decir del día en el que te la regalaré, porque será exactamente dentro de once meses, tres semanas y tres días, es decir, el 18 de diciembre del año que viene, en la tienda de antigüedades de la calle del Olvido. 

—¿Cómo? No entiendo nada. Esta caja me la regaló mi sobrino hace algunos años.

—Sí, lo hizo porque yo se la entregué antes a él. 

—Esto parece una broma de mal gusto. Quizás no haya sido una buena idea venir aquí. 

—Claro que sí. Has venido porque sabías que tenías que hacerlo. De hecho, esta es la última oportunidad que nos queda. ¿No comprendes que se la di a Sergio para poderte conocer hoy? Un par de días después regresasteis a la tienda, pero el vendedor que os atendió ya no era yo porque había logrado por fin cambiar la línea del tiempo y las cosas empezaron a ser distintas desde entonces. Deseaba que te desvincularas de mí y que no tuvieses nada que ver conmigo, pero te amo tanto que no pude evitar mandarte todas las señales  —mientras oía el relato, Esther no sabía qué pensar de aquel individuo. Nada de lo que decía era congruente—. Tienes que creerme. ¿Quién si no te hubiera enviado la bola de cristal, el ramo de flores azules y las dos notas escritas? Hasta sabía lo que ibas a consumir el día que fuiste a la cafetería, porque en estos años me he ido adelantando a tus movimientos.

—¿Qué quieres decir con que has cambiado la línea del tiempo? 

—Me refiero a que nosotros vivimos en un bucle desde hace muchos años. Ahora no te acuerdas de mí porque se supone que aún no nos hemos conocido, ya que el ciclo todavía no ha comenzado. Como ya te dije antes, lo haremos exactamente el 18 de diciembre del año que viene. Hasta entonces, nuestras vidas transcurrirán en paralelo, pero a partir de esa fecha los destinos de ambos volverán a cruzarse una vez más. 

—Estoy muy confundida. Además, si es verdad que aún no nos hemos conocido, ¿cómo es que te acuerdas de mí?

—Escucha a tu corazón, Esther. Sabes que algún día nos uniremos y que ya nadie nos podrá separar. Precisamente por eso he retrocedido justo hasta este momento. Si estoy aquí es porque no quiero que sufras en el futuro. Una vez que he logrado modificar el tiempo puedo hacer que tu vida cambie para siempre a partir de esta noche. Si después de nuestra charla aceptas mis condiciones, cuando te vayas de aquí ya no recordarás nada de lo que hemos hablado y todo será completamente distinto. Desde mañana mismo no volverás a saber nada más de esta caja de música ni de mí.

—Lo que no comprendo es por qué has tardado tantos años en reaparecer después de que le dieras la caja a mi sobrino.

—Porque si hubiera estado más presente en tu vida se habría creado otra línea temporal distinta a la que yo deseaba para ti. 

—¿Y por qué pretendes que no nos veamos el año que viene? ¿Es que ya no piensas lo mismo de mí?

—Jamás dejaré de quererte, ya sea ahora o dentro de un año, que es cuando en teoría tendríamos que encontrarnos por primera vez. Pero en la vida hay que hacer sacrificios para que las personas que amas sean felices. Si yo fuera egoísta te desearía siempre para mí. 

Mientras oía esas últimas palabras, Esther notaba cómo su alma estaba totalmente desgarrada por dentro. También advertía que nadie había sido jamás tan sincero con ella como aquel hombre. 

—¿Qué es lo que nos pasará a partir del día en que nuestros destinos se crucen?

—Quiero reservarme esa parte porque es muy dura. Por favor, Esther, quedémonos con este último encuentro y olvídate de mí para siempre. Vas a ser mucho más dichosa con tu familia. Estoy seguro de que conocerás a otra persona y acabarás enamorándote de nuevo. Te mereces lo mejor, y yo sé por desgracia que a mi lado no lo vas a tener. 

—Ni siquiera me has dicho tu nombre. Necesito saberlo.

—Preferiría no hacerlo —dijo temblando—. Cuantos menos vínculos se establezcan entre nosotros, mucho mejor. 

—Dímelo —le suplicó mientras las estrellas se reflejaban en sus ojos verdes anegados por las lágrimas—. Si no nos vamos a ver más a partir de esta noche, por lo menos me gustaría saber cómo te llamas. 

Él se acercó a ella y la abrazó. En ese instante le susurró su nombre al oído y Esther percibió como si una llama hubiera prendido algo en su interior. De algún modo sabía que sus destinos estarían unidos para siempre y que eran dos almas gemelas. Mientras seguían abrazados, lo único que se oía era el rumor del viento, el agua cayendo sobre la fuente y el delicado sonido de los copos de nieve. Todo lo demás parecía haberse detenido, hasta el propio curso del universo.

—¿Qué nos pasará más adelante?

—No puedo decírtelo. Sólo deseo que desde mañana tengas una nueva vida y una nueva esperanza.

—Por favor —insistió al tiempo que sus cuerpos continuaban unidos. Entonces, él se volvió a aproximar a su oído y le dijo unas breves palabras que provocaron en ella un llanto profundo. 

—¿Comprendes por qué no podemos seguir juntos? La vida es demasiado maravillosa como para desperdiciarla a mi lado —dijo mientras le secaba las lágrimas—. No llores más porque estás mucho más guapa cuando sonríes. ¿Te das cuenta? Así me gusta. Si dejas aquí la caja y te marchas ahora mismo estarás liberada para siempre y nunca más sufrirás este bucle. Ya nada te unirá a mí.

—¿Y si al final conservara un recuerdo tuyo aunque fuera mínimo?

—Eso significaría que nos volveríamos a reencontrar y todo empezaría de nuevo.

Después de quedarse unos segundos callada Esther dijo: 

—Está bien, pero quiero oír la música por última vez.

—Por supuesto —a la vez que este le daba cuerda, a ella se le cayó algo al suelo.

—¿Quieres que te ayude a buscarlo?

—No te preocupes, creo que está por aquí. Ya está. 

En el mismo instante en que sonó de nuevo «Oh Little Town of Bethlehem», la bailarina salió algo más pausada que en ocasiones anteriores, como si quisiera despedirse de su querida dueña. Los dos la contemplaron cogidos de las manos a la par que ella reclinaba su cabeza sobre el hombro del viajero. Aquellos minutos parecieron durar una eternidad, aunque ¿qué es la eternidad sino un estado que habita en nuestras almas?

Tras un par de horas, tal vez días, se levantaron del banco y Esther se despidió de ese hombre con un último abrazo. Cuando se separaron, ella apenas quiso mirar hacia atrás mientras recorría la arboleda que conducía a la salida del parque. Al volver a pisar las calles, miró el reloj y comprobó que las agujas apenas habían avanzado unos pocos minutos desde que saliera de su casa. Sin saber por qué, tenía ganas de pasar la Nochebuena junto a su familia. Quizás se le abriera una nueva etapa en su existencia. Eso sólo lo podría saber el destino.     


VI

Pasaron los meses y Esther llevó una muy vida tranquila. Cada cierto tiempo quedaba con algunos amigos pero por lo general prefería estar con su familia o sola. Cuando llegó el otoño, cogió su abrigo preferido. Al ponérselo para salir a la calle se dio cuenta de que algo se cayó del bolsillo derecho. Se trataba de un pequeño papel con unos garabatos apenas inteligibles. Después de leerlo en varias ocasiones, se dio cuenta de que era su propia letra. Allí ponía algo revelador: «Visitar la tienda de antigüedades de la calle del Olvido el 18 de diciembre de 2022». Tras revisar ese escueto mensaje se quedó muy extrañada porque no recordaba que hubiera escrito eso. Apenas quedaban un par de semanas para dicha fecha, por lo que se esperó a que llegara el día señalado. Hacía tiempo que no nevaba en la ciudad, pero esa tarde todo se cubrió de blanco. Llegó a la tienda y vio en el escaparate una caja de música preciosa; era de madera con unas incrustaciones brillantes. Le gustó tanto que decidió entrar y preguntarle al vendedor cuánto costaba. Desde el momento en que ambos se vieron, sintieron una chispa que les sacudió su cuerpo por dentro. 

Quince años después de ese día tan señalado, Esther estaba abrazada a aquel hombre en el mismo banco del parque donde se conocieron por primera vez. No había nadie más que ellos y sólo se oía el rumor del viento y el agua de la fuente. Estaba a punto de caer una nevada. Él la había amado con toda su alma pero ya casi no se acordaba de ella desde que una cruel enfermedad se apoderara de sus recuerdos. Aun así, seguían el uno junto al otro porque su amor estaba hecho del mismo material del que se tejen los sueños.


Sevilla, 15 de noviembre de 2020    

  



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