martes, 23 de febrero de 2021

Las Princesas Bailarinas

"Las Princesas Bailarinas" (Las princesas bailadoras o Los zapatos gastados de baile según algunas traducciones) es un cuento alemán publicado originalmente por los hermanos Grimm en 1812 en Kinder-und Hausmärchen como el cuento número 133 de su colección.

Charles Deulin muestra una versión francesa en su Contes du Roi Cambinus (1874), que él atribuye a la versión de Grimm. Alexander Afanasiev recogió una variante de Rusia, El Baile Secreto, en Narodnye skazki russkie.


Argumento

Doce princesas bien ricas, cada una más grande que la anterior, dormían en doce camas en la misma habitación. Todas las noches, sus puertas están firmemente bloqueadas. na de sus hijas a cualquier hombre que pueda descubrir el secreto de las doce princesas dentro de tres días y tres noches, pero los que fracasasen dentro del plazo antes señalado serían castigados con la muerte.

Un viejo soldado, al regresar de la guerra, oye a la llamada del rey después de que varios príncipes han fracasado en el intento. Mientras viaja a través de un bosque se encuentra con una anciana, esta le da una capa encantada de que él puede utilizar para observarlas sin que nadie pudiese verlo y le dice que no coma ni beba nada que cualquiera de las princesas le diese, y que pretenda estar dormido hasta después de que ellas se vayan.

El soldado es bien recibido en el palacio al igual que los otros habían sido y, de hecho, por la noche, la princesa mayor viene a su habitación y le ofrece una copa de vino. El soldado, recordando el consejo de la anciana, lo tira en secreto y comienza a roncar ruidosamente como si estuviera dormido.

Las doce princesas, al estar seguras de que el soldado está dormido, se visten con trajes de baile finos y escapan de su habitación por una trampilla en el suelo. El soldado, al ver esto, se pone su capa mágica y las sigue. Pisa sin querer el vestido de la princesa más joven, cuyo grito de alarma para sus hermanas es rechazado por la mayor. El camino les lleva a tres grupos de árboles; los primeros tienen hojas de plata, los siguientes, de oro, y lo últimos, de brillantes diamantes. El soldado, con el deseo de una prueba, rompe una rama de cada uno como evidencia. Caminan hasta que se encuentran con un gran lago claro. Once barcos, con once príncipes, donde aparecen las doce princesas están esperando. Cada princesa se mete en uno, y el soldado se mete en el mismo barco que la doceava y más joven princesa que iba junto a su hermana . La princesa más joven se queja de que el príncipe no rema lo suficientemente rápido, sin saber que el soldado está en el barco. En el otro lado del lago se encuentra un castillo, en el que todas las princesas van y bailan toda la noche excepto la mayor .

Las once princesas bailan alegremente toda la noche hasta que sus zapatos se gastan y se ven obligadas a abandonar el baile. La extraña aventura continúa en la segunda y la tercera noche, y todo sucede como antes, excepto que en la tercera noche el soldado se lleva una copa de oro como muestra de dónde ha estado. Cuando llega el momento de que declare el secreto de las princesas, va delante del rey con las tres ramas y la copa de oro, y le dice al rey todo lo que ha visto. Las princesas saben que no hay caso en negar la verdad, y confiesan. El soldado elige a la mayor como su novia porque él no es un hombre muy joven y ella no tenia príncipe , y se hace heredero del rey. Los once príncipes pasaron el pasadizo y cada una de las princesas se fueron a vivir con su príncipe.


Fuentes

Los hermanos Grimm aprendieron la historia de sus amigos, los Hauxhausens, quienes habían oído el cuento en Munster. Otras versiones eran conocidas en Hesse y Paderborn. En la versión de Hesse, sólo una princesa se cree que es responsable por llevar a cabo una docena de zapatos cada noche hasta que un joven aprendiz de zapatero descubre que se le unen otras once princesas en la parranda. El hechizo se rompe, y el aprendiz se casa con la princesa. En la versión de Paderborn, son tres princesas quienes bailan cada noche. Esta versión introduce el ardid del soldado que desecha el vino drogado y se hace el dormido.

Editores victorianos no les gustaba la condición de "vida o muerte" impuesta a aquellos que estén dispuestos a descubrir el paradero de las princesas, y no lograron resolverlo. Los candidatos en esta versió desaparecieron sin explicación en lugar de ser enviados a la muerte. El jardín de árboles con hojas de oro, plata y diamantes recuerda a un jardín similar en la epopeya de Gilgamesh.

Curiosamente, las princesas son a menudo retratadas como personajes un tanto maliciosos, sin mostrar ningún remordimiento por haber mentido a su padre, y dando vino drogado varias veces a sus pretendientes para asegurarse de que su misterio siguiese sin resolverse, a pesar de saber que estos fuesen condenados a muerte en algunas versiones de la historia.


https://cuentos-de-hadas.fandom.com/es/wiki/Las_doce_princesas_bailarinas


Érase una vez un rey que tenía doce hijas, a cual más hermosa. Dormían todas juntas en una misma sala, con las camas alineadas, y por la noche, a la hora de acostarse, el Rey cerraba la puerta con llave y corría el cerrojo. Mas por la mañana, al abrir de nuevo el aposento, advertía que todos los zapatos estaban estropeados de tanto bailar sin que nadie pudiese poner en claro el misterio. Al fin, el Rey mandó pregonar que quien descubriese dónde iban a bailar sus hijas por la noche, podría elegir a una por esposa, y, a la muerte del Monarca, heredaría el trono; pero con la condición de que quien se ofreciese y al cabo de tres días con sus noches no hubiese esclarecido el caso, perdería la vida.

Al cabo de poco tiempo presentóse un príncipe, que se declaró dispuesto a intentar la empresa. Fue bien recibido, y al llegar la noche se le condujo a una habitación contigua al dormitorio de las princesas. Pusiéronle allí la cama. Él debía averiguar adónde se iban ellas a bailar, y para que no pudiesen hacerlo en secreto o escaparse a otro lugar, dejaron abierta la puerta de la sala. Mas al príncipe le pareció que tenía plomo en los ojos y se quedó dormido; y cuando se despertó por la mañana, encontróse con que las doce habían ido al baile, pues todas tenían agujereadas las suelas de los zapatos. Lo mismo se repitió la segunda noche y la tercera, por lo cual el príncipe fue decapitado sin compasión. Después de él vinieron otros muchos dispuestos a correr la suerte, y todos dejaron la vida en la empresa.

En esto, un pobre soldado que, habiendo recibido una herida, no podía seguir en el servicio, acertó a pasar por las inmediaciones de la ciudad donde aquel rey vivía. Topóse con una vieja, que le preguntó adónde iba.

- Ni yo mismo lo sé - respondióle él y, en broma, añadió -: Me entran ganas de averiguar dónde se desgastan los zapatos bailando las hijas del Rey. Así, un día podría subir al trono.

- Pues no es tan difícil - replicó la vieja -. Para ello, basta con que no bebas el vino que te servirán por la noche y simules que estás dormido -. Luego, dándole una pequeña capa, añadió -: Cuando te la pongas, quedarás invisible y podrás seguir a las doce muchachas.

Con aquellas instrucciones, el soldado se tomó en serio la cosa y, cobrando ánimos, presentóse al Rey como pretendiente. Recibiéronle con las mismas atenciones que a los demás y le dieron vestidos principescos. A la hora de acostarse, lo condujeron a la antesala de costumbre, y, cuando ya se dispuso a meterse en la cama, entró la princesa mayor a ofrecerle un vaso de vino. Pero él se había atado una esponja bajo la barbilla y, echando en ella el líquido, no se tragó ni una gota. Acostóse luego y, al cabo de un ratito, se puso a roncar como si durmiese profundamente. Al oírlo, las princesas soltaron las carcajadas, y la mayor exclamó:

- He aquí otro que podría haberse ahorrado la muerte.

Se levantaron. Abrieron armarios, arcas y cajones y sacaron de ellos magníficos vestidos; y mientras se ataviaban y acicalaban ante el espejo, saltaban de alegría pensando en el baile.

Sólo la más joven dijo:

- No sé. Vosotras estáis muy contentas, y yo, en cambio, siento una impresión rara. Presiento que nos ocurrirá una desgracia.

- Eres una boba - replicó la mayor -. Siempre tienes miedo. ¿Olvidaste ya cuántos príncipes han tratado, en vano, de descubrirnos? A este soldado ni siquiera hacía falta darle narcótico. No se habría despertado el muy zopenco.

Cuando todas estuvieron listas, salieron a echar una mirada al mozo; pero éste mantenía los ojos cerrados y permaneció inmóvil, por lo que ellas se creyeron seguras. Entonces la mayor se acercó a su cama y le dio unos golpes. Inmediatamente, el mueble empezó a hundirse en el suelo, y todas pasaron por aquella abertura, una tras otra, guiadas por la mayor. El soldado, que lo había visto todo, sin titubear se puso su capita y bajó también detrás de la menor. A mitad de la escalera le pisó ligeramente el vestido, por lo cual la princesa, asustada, exclamó:

- ¿Qué es eso? ¿Quién me tira de la falda?

- ¡No seas tonta! - exclamó la mayor -. Te habrás cogido en un gancho.

Llegaron todos abajo, encontrándose en una maravillosa avenida de árboles, cuyas hojas, de plata, brillaban y refulgían esplendorosamente. Pensó el soldado: "Es cuestión de proporcionarme una prueba," y rompió una rama, produciendo un fuerte crujido al quebrarla.

La más joven volvió a exclamar:

- Pasa algo extraño. ¿No oísteis un crujido?

Pero la mayor replicó: - Son disparos de regocijo, por la pronta liberación de nuestros príncipes.

Llegaron luego a otra avenida cuyos árboles eran de oro, y, finalmente, a una tercera, en que eran de diamantes; y de cada una desgajó el soldado una rama, con gran susto de la pequeña; pero la mayor insistió en que eran disparos de regocijo. Prosiguiendo, no tardaron en hallarse a la orilla de un gran río, en el que había doce barquitas, y, en cada una, un gallardo príncipe. Aguardaban a las princesas, y cada cual subió a una en su barca, sentándose el soldado en la de la menor.

Dijo el príncipe:

- No sé por qué, pero esta barca es hoy mucho más pesada que de costumbre. Tengo que remar con todas mis fuerzas para hacerla avanzar.

- Debe de ser el tiempo - respondió la princesa -. Hoy está bochornoso, y también yo me siento deprimida.

En la orilla opuesta levantábase un magnífico y bien iluminado castillo, de cuyo interior llegaba una alegre música de timbales y trompetas. Entraron en él, y cada príncipe bailó con su preferida. Y también el soldado bailó, invisible, y cuando la princesa menor levantaba un vaso de vino, él se lo bebía, vaciándolo antes de que llegase a los labios de la muchacha, con el consiguiente azoramiento de ella; pero la mayor siempre le imponía silencio. Duró la danza hasta las tres de la madrugada, hora en que todos los zapatos estaban agujereados y hubieron de darla por terminada. Los príncipes las devolvieron a la orilla opuesta, y esta vez el soldado se embarcó con la mayor. En la ribera se despidieron de sus acompañantes, prometiéndoles volver a la noche siguiente.

Al llegar a la escalera, el soldado pasó delante y se metió en su cama. Cuando las doce muchachas entraron fatigadas y arrastrando los pies, reanudó él sus ronquidos, y ellas, al oírlos, dijéronse entre sí:

- ¡De éste nos hallamos seguras!,

Desvistiéronse, guardando sus ricas prendas y, dejando los estropeados zapatos debajo de las respectivas camas, se acostaron. A la mañana siguiente, el soldado no quiso decir nada, deseoso de participar de nuevo en la magnífica fiesta, a la que concurrió la segunda noche y la tercera. Todo discurrió como la primera vez, durando el baile hasta el desgaste total de los zapatos. La tercera noche, empero, el soldado se llevó una copa como prueba. Cuando sonó la hora de rendir cuentas, cogió el mozo las tres ramas y la copa y se presentó al Rey, mientras las doce hermanas escuchaban detrás de la puerta lo que decía. Al preguntar el Rey:

- ¿Dónde han estropeado mis hijas sus zapatos? - respondió él:

- Bailando con doce príncipes en un palacio subterráneo ­ y relató cómo habían ocurrido las cosas, aportando en prueba las ramas y la copa.

Mandó entonces el Rey que compareciesen sus hijas, y les preguntó si el soldado decía la verdad. Al verse ellas descubiertas, y que de nada les serviría el seguir negando, hubieron de confesar. Entonces preguntó el Rey al soldado a cuál de ellas quería por mujer.

- Como ya no soy joven, dadme a la mayor - contestó.

El mismo día se celebró la boda, y el Rey lo nombró heredero del trono. En cuanto a los príncipes, quedaron encantados durante tantos días como noches habían bailado con las princesas.


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