martes, 4 de mayo de 2021

Lluvia

Llueve. Sí, por fin llueve en esta ciudad. Los días en que llueve me siento triste y alegre a la vez. Triste, no sé por qué; quizá sea porque la lluvia se asemeja al llanto. Y alegre, tampoco sé bien por qué; quizá porque el llanto significa desahogo. Es bueno y necesario llorar de vez en cuando, desahogarse; te ayuda a limpiar el alma.

En esta ciudad se llora poco. Quizá si se llorase más todo iría mejor. Todo aparecería más limpio y desahogado si el cielo nos regalase su llanto más a menudo. Tras los cristales, las gotas se deslizan rápidamente. Unas aplastan a las otras, echan carreras a ver cuál no es la última en llegar. Las gotas contra el cristal son la mejor comparación que he encontrado entre la ciudad y el hombre. Al igual que ellas, nosotros andamos corriendo todo el día de un lado para otro; nos aplastamos los unos a los otros. Y todo ello para llegar al final al mismo sitio. ¡Odio esta civilización! Y me entristezco con ella, al igual que me entristezco observando la lucha de las gotas en el cristal. ¡Qué estúpido! Si al final todos acabamos en el mismo sitio: desapareciendo en el interior de la tierra. ¿Qué fuerza es la que nos hace competir para luego caer?

En fin, aquí estoy, solo en este tren, a punto de marcharme, de alejarme de todo este infierno. He decidido irme para no volver, nunca más. ¿Adónde voy? No lo sé. Me voy y se acabó. ¡Qué importa dónde vaya! El caso es largarse de esta jodida ciudad. La lluvia empieza a apretar. Creo que el cielo está dramáticamente triste. Acaba de sonar un trueno y el cacharro este se decide a rodar. ¡Uff!, al fin me largo. Atrás dejo un montón de cosas: mi casa, mi perro, mi familia... ¡Y una mierda! Atrás no dejo nada. Y no dejo nada porque no tengo nada. Podría—y de hecho puedo, es lo que estoy haciendo— esfumarme, morirme, que nadie me echaría en falta. No tengo nada. No he perdido nada. Y nada tengo que perder. Creo que hago bien en irme. Recuerdo cuando estaba durante todo el día buscando la sonrisa de la gente, la amistad, el amor… Me pasé así un montón de años, y al final aquí estoy: solo; sentado en un tren que no sé adónde va, y viendo golpear la lluvia tras los cristales. Eso del amor es una chorrada. Creo que es más productivo el odio. Cuanto más odies, más se van a acordar de ti. Así que ahora lo odio todo, odio lo más que se puede odiar, lo odio odiosamente, endiabladamente. Odio a los niños, a los

ancianos, a los enfermos, a los discapacitados, a los guardacoches, a los policías, a los bomberos, a las empleadas de los almacenes, a los perros, a los gatos, a los elefantes, a las hormigas... ¡Todo es odioso! ¡Todo es una mierda! Toda la vida me la he pasado con la sonrisa en los labios; engañándome, mintiéndole a mi auténtico yo, escapando del propio dolor para ahuyentarlo con un falso sentido de la esperanza. Pero el dolor siempre me ha ganado la partida. Este tren es mi última baza. 

La lluvia continúa golpeando tras los cristales. Tengo frío. De repente mi cuerpo se estremece en un súbito cambio de temperatura. No sé por qué siento este frío, la temperatura en el interior de este cacharro es templada. Parece un frío febril. Estoy tiritando. Tengo el cuerpo cortado, roto. Ya no veo el exterior, no puedo ver nada. El cristal está empañado y la lluvia afuera es intensa.

Dicen que no siempre llueve eternamente, que cuando menos lo esperas sale el sol. Las luces del interior se han apagado. Éste parece un tren viejo, aunque sigue rodando. 

Quizá me baje en la próxima estación. Quizá no quiera bajarme. De cualquier manera, espero que cuando baje todo sea diferente; ésta es la última esperanza que me queda y la que da sentido a este viaje, a esta fuga. Ahora preferiría morir. Aunque quizá sea mejor dormir. Quizá haya paz al final de este trayecto. Mañana será otro día. Ya se verá.


Manu Rodríguez

https://www.manurodriguez.com/
https://www.spanishrockshot.com/

"Lluvia" es un relato escrito por el autor Manu Rodríguez y publicado en 2015 en su recopilatorio "Doce historias y un secreto".




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