lunes, 1 de enero de 2018

El Gran Dios Pan y Otros Relatos Sobrenaturales

Arthur Machen (1863-1947), al igual que su contemporáneo Lord Dunsany, fue un obstinado soñador que creó una de las obras más líricas y exquisitas que ha dado hasta la fecha el denominado género de terror. Tutor, traductor, corrector de pruebas, catalogador de libros raros, actor de teatro y sobre todo periodista, Machen trasladó al papel sus arrebatados y melancólicos sueños con esa rara intensidad y soledad propias de la poesía, tratando de desvelar los enigmas que se ocultan más allá de la existencia y fuera del tiempo y logrando que la belleza y el horror suenen en sus relatos al unísono.
A diferencia de Le Fanu o M.R. James, Machen, inspirado por su origen celta, no escribió sobre fantasmas sino más bien sobre fuerzas elementales, maleficios que sobreviven o poderes malignos invocados por el folklore y los cuentos de hadas, como los hermosos y juguetones seres que se le aparecen en el bosque a la protagonista de El pueblo blanco, «probablemente el mejor relato sobrenatural del siglo, tal vez de la literatura» en palabras de E.F. Bleiler), o la malévola «gente pequeña» que hace acto de presencia tanto en El Sello Negro como en La pirámide resplandeciente o en De las profundidades de la tierra, esa enigmática y horrible raza pre-céltica, negra y achaparrada, forzada a vivir en las entrañas de la tierra, donde todavía practica sus infames ritos sacrificiales. La presente antología recoge catorce relatos (algunos de ellos inéditos en castellano), lo más granado y significativo de la ingente obra fantástica de Machen, que tanto influyó en el maestro del horror sobrenatural, H.P. Lovecraft.

El gran dios Pan y otros relatos de terror, de la colección El Club Diógenes, recoge cuatro de los más citados relatos de terror de Arthur Machen: el que da nombre al libro, La luz interior, La novela del sello negro y La novela del polvo blanco. En ellos, Machen imprimiría con fervor de poeta su particular visión del mundo a la que no privó ni un instante de su propio pasado galés. Nacido en Caerleon-on-Usk, este enclave en tierras galesas, punto de encuentro de Historia y fantasía, supondría uno de los principales acicates del autor a la hora de escribir gracias a su trasfondo de leyendas celtas y ruinas abandonadas en agrestes campos. Este aire de ensoñación romántica encontraría un singular compañero de viaje en el agitado fin de siécle y años posteriores, bullente época donde la confianza en la Razón como único modo de aproximación al conocimiento verdadero da paso a ciertas dudas sobre sus fundamentos. Científicos y pseudo-científicos, también ocultistas, interesados por el esoterismo (a este respecto, cabría decir que Machen fue miembro de la Orden Hermética del Amanecer Dorado, o Golden Dawn, por un corto periodo de tiempo) y los así llamados magos, comenzaron a penetrar en las capas del pensamiento, desde la superficie hasta el fondo y vuelta hacia la superficie, resquebrajando ciertas ideas asentadas y preconcebidas. Son los años de Marx, Freud o Lombroso, cuyos estudios ya sobre la sociedad, ya sobre la mente y su importancia respecto a la conducta, apuntan a un ser humano cuyos pies no están tan firmes como éste quisiera creer.

De esta relación surgiría una renovación del cuento de terror, gracias a un Machen que sacaría al horror de la oscuridad y lo trasplantaría a la floresta, donde la luz del sol mitiga ese respeto atávico del ser humano por la noche y le hace creerse a salvo de toda amenaza -acaso un trasunto, ya voluntario o involuntario, de la luz de la Razón y su aparente solidez-. En palabras de Rafael Llopis para la introducción de ese libro fundamental que es Los mitos de Cthulhu (Alianza Editorial, 1969), “[Arthur Machen] empezó a eliminar de él [el cuento de miedo] una serie de elementos caducos: el castillo medieval, el muerto en todas sus infinitas variedades y subespecies, la noche… En una palabra, sepultó la tramoya romántica y se puso a escribir cuentos de miedo a base de luz, de campo, de verano, de cantos de insectos, de piedras y de montes”.

Este horror dentro de la vida común se aprecia notablemente en los dos primeros relatos del libro: El gran dios Pan, donde un experimento de cirugía da paso a toda una vorágine de sucesos donde mente y fuerzas numinosas tienen una extraña alianza, y La luz interior, de nuevo un experimento humano, aunque en esta ocasión Machen va más allá y hace del alma de la esposa el objeto acariciado por el científico. Son relatos donde la duda, la incertidumbre del lector, van diluyéndose conforme avanza la narración, tejida mediante una atmósfera que se va haciendo palpable y visible como una niebla espesa, dejando hueco a un desasosiego real, ya no onírico o de simple sugestión. Aspectos que Machen desarrolla con mayor finura en los dos siguientes relatos.





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