James Augustine Aloysius Joyce (Dublín, 2 de febrero de 1882 – Zúrich, 13 de enero de 1941) fue un escritor irlandés, reconocido mundialmente como uno de los más importantes e influyentes del siglo XX. Joyce es aclamado por su obra maestra, Ulises (1922), y por su controvertida novela posterior, Finnegans Wake (1939). Igualmente ha sido muy valorada la serie de historias breves titulada Dublineses (1914), así como su novela semiautobiográfica Retrato del artista adolescente (1916). Joyce es representante destacado de la corriente literaria de vanguardia denominada modernismo anglosajón, junto a autores como T. S. Eliot, Virginia Woolf, Ezra Pound o Wallace Stevens.
Aunque pasó la mayor parte de su vida adulta fuera de Irlanda, el universo literario de este autor se encuentra fuertemente enraizado en su nativa Dublín, la ciudad que provee a sus obras de los escenarios, ambientes, personajes y demás materia narrativa. Más en particular, su problemática relación primera con la iglesia católica de Irlanda se refleja muy bien a través de los conflictos interiores que atormentan a su álter ego en la ficción, representado por el personaje de Stephen Dedalus. Así, Joyce es conocido por su atención minuciosa a un escenario muy delimitado y por su prolongado y autoimpuesto exilio, pero también por su enorme influencia en todo el mundo. Por ello, pese a su regionalismo, paradójicamente llegó a ser uno de los escritores más cosmopolitas de su tiempo.
La Encyclopædia Britannica destaca en el autor el sutil y veraz retrato de la naturaleza humana que logra imprimir en sus obras, junto con la maestría en el uso del lenguaje y el brillante desarrollo de nuevas formas literarias, motivo por el cual su figura ejerció una influencia decisiva en toda la novelística del siglo XX. Los personajes de Leopold Bloom y Molly Bloom, en particular, ostentan una riqueza y calidez humanas incomparables.
El editor de la antología The Cambridge Companion to James Joyce escribe en su introducción: «A Joyce lo leen muchas más personas de las que son conscientes de ello. El impacto de la revolución literaria que emprendió fue tal que pocos novelistas posteriores de importancia, en cualquiera de las lenguas del mundo, han escapado a su influjo, incluso aunque tratasen de evitar los paradigmas y procedimientos joyceanos. Topamos indirectamente con Joyce, por lo tanto, en muchas de nuestras lecturas de ficción seria de la última mitad de siglo, y lo mismo puede decirse de la ficción no tan seria». En 1882, James Joyce nace en Brighton Square, en Rathgar, un barrio de clase media de Dublín, en el seno de una familia católica; sus padres se llamaban John y May. James fue el mayor de los diez hermanos supervivientes, seis mujeres y cuatro varones. Uno de los hermanos fallecidos habría sido mayor que él, puesto que nació y murió en 1881. La madre quedó encinta en total quince veces, las mismas que la señora Dedalus, en Ulises.
La familia de su padre, originaria de Fermoy, fue concesionaria de una explotación de sal y piedra caliza en Carrigeeny, cerca de Cork. Vendieron la explotación por quinientas libras, en 1842, aunque siguieron manteniendo una empresa como «fabricantes y vendedores de sal y caliza». Esta empresa quebró en 1852.
Joyce, como su padre, sostenía que su ascendencia familiar provenía del antiguo clan irlandés de los Galway. Para la crítica Francesca Romana Paci, el escritor rebelde e inconformista valoraba sin embargo «la respetabilidad basada en la tradición de una antigua casa»; sentía «apego por una cierta forma de aristocracia». Los Joyce presumían de ser descendientes del libertador irlandés Daniel O'Connell.
Tanto su padre como su abuelo contrajeron matrimonio con mujeres de familias adineradas. En 1887 el padre de James, John Stanislaus Joyce, fue nombrado recaudador de impuestos de varios distritos por la Oficina de Recaudación del Ayuntamiento de Dublín. Esto permitió a la familia trasladarse a Bray, un pequeño pueblo de cierta categoría residencial, a diecinueve kilómetros de Dublín. En Bray vivían junto a una familia protestante, los Vance. Una hija de éstos, Eileen, fue el primer amor de James. El escritor la evocó en el Retrato del artista adolescente, citándola por su propio nombre. Este personaje resurgirá en varias otras obras, incluso en Finnegans Wake.
Un día en que estaba jugando con su hermano Stanislaus junto a un río, James fue atacado por un perro, lo que le acarrearía una fobia de por vida hacia estos animales; también le causaban pavor las tormentas, debido a su profunda fe religiosa, que hacía que las considerase como un signo de la ira de Dios. Un amigo le preguntó en cierta ocasión por qué estaba asustado, y James replicó: «A ti no te criaron en la Irlanda católica». De estas pertinaces fobias quedaron cumplidas muestras en obras como Retrato del artista adolescente, Ulises y Finnegans Wake.
Entre febrero y marzo de 1889, el Libro de Castigos del colegio de Conglowes recoge que el futuro escritor, contando siete años, recibió dos palmetazos por no llevar a clase cierto libro, seis más por tener las botas sucias y cuatro por proferir «palabras indecentes», algo a lo que Joyce fue siempre muy aficionado.
En 1891, con nueve años, James escribe el poema titulado "Et tu, Healy", que trata de la muerte del político irlandés Charles Stewart Parnell. El padre quedó tan encantado que hizo imprimirlo, e incluso envió una copia a la Biblioteca Vaticana. En noviembre de ese mismo año, John Joyce ve su nombre registrado en la Stubbs Gazette, un boletín de impagos y quiebras, y es apartado de su trabajo. Dos años más tarde es despedido, coincidiendo con una severa reorganización de la Oficina de Recaudación, que comprendía una importante reducción de personal. John Joyce, con antecedentes por gestión poco cuidadosa, sufrió especialmente la crisis, e incluso estuvo a punto de ser despedido sin una indemnización, algo que consiguió evitar su esposa. Este fue el inicio de la crisis económica de la familia, debida a la incapacidad del padre para gestionar sus finanzas, y también a su alcoholismo. Esta tendencia, muy común en su familia, sería heredada por su hijo mayor, bastante manirroto en general; sólo en sus últimos años adquirió James el hábito del ahorro, especialmente debido a la grave enfermedad mental que aquejó a su hija Lucia, circunstancia que le acarreó grandes gastos. En una ocasión, su hermano Stanislaus le reprochó: «Puede que haya personas que no estén tan preocupadas por el dinero como tú». A lo que él replicó: «Oh, diantre, puede que las haya, pero me gustaría que uno de esos individuos me enseñara el truco en veinticinco lecciones».
A lo largo de su vida, entre 1907 y 1939, Joyce publicó una obra corta pero intensa, debido a lo cual suele ser considerada libro a libro. Consta de una colección de cuentos: Dublineses, dos libros de poesía: Música de cámara y Poemas manzanas, una obra de teatro: Exiliados, y las tres novelas que lo hicieron célebre: Retrato del artista adolescente, Ulises y Finnegans Wake. De este autor se conservan además una novela inacabada: Stephen Hero, un conjunto de ensayos, en prosa y en verso, algunos poemas sueltos y dos cuentos infantiles que dedicó a su nieto, así como abundante correspondencia. Joyce recibió importantes influencias de los siguientes autores: Homero, Dante Alighieri, Tomás de Aquino, William Shakespeare, Edouard Dujardin, Henrik Ibsen, Giordano Bruno, Giambattista Vico y John Henry Newman, entre otros.
Dublineses es el único libro de cuentos de Joyce, empezado en 1904 en Dublín, y terminado en Trieste en 1914. El libro comprendía en principio doce cuentos, a los que más tarde se añadieron otros tres. Los cuentos, escritos en un estilo fuertemente realista, tratan de reflejar el anquilosamiento y el inmovilismo a que había llegado la sociedad de Dublín a principios del siglo XX. Son «historias de parálisis», reflejos de la experiencia negativa recibida por el escritor en su juventud de la ciudad que lo vio nacer, por lo que, como toda su obra, exhiben un fuerte contenido autobiográfico. Algunos cuentos se refieren a la infancia, y otros a la edad adulta, pero en todos ellos se aprecia el afán casi obsesivo de su autor por ser fiel a la verdad que había visto y oído, verdad que él jamás altera o deforma. Según su más importante biógrafo, Richard Ellmann, el escritor «deseaba que sus contemporáneos, en particular los irlandeses, se echasen un buen vistazo en su bruñido espejo —como él decía—, pero no para aniquilarlos. Tenían que conocerse a sí mismos para ser más libres y estar más vivos».
Esta obsesión por ser fiel a los detalles más nimios será una de las causas que dificultará la publicación de Dublineses. El manuscrito ya obraba en poder de un editor a principios de 1906, sin embargo, como se ha visto, no fue publicado hasta 1914, aunque no sin el apoyo incondicional de amigos como Ezra Pound y W. B. Yeats. Las objeciones que se hacían al escritor eran principalmente de índole moral y en último término las llevaban a cabo los propios linotipistas, los cuales se negaban a imprimir nada que pudiera comprometerlos. El crítico Fernando Galván, en este sentido, recuerda que «aunque hoy nos parezca absurdo, las leyes de la época hacían responsable al linotipista de todo lo que se imprimiera, por lo que estos operarios ejercían de hecho una censura sobre expresiones y contenidos que estimaran ofensivos y susceptibles, por consiguiente, de ser perseguidos por la justicia».
Puente de James Joyce, en Dublín, ciudad que inspiró toda la narrativa del autor.
Los relatos contienen en diversos lugares lo que Joyce llamó "epifanías", revelaciones o iluminaciones repentinas de verdades profundas que transforman súbitamente el alma o la conciencia de los personajes. Estas epifanías, que aparecen ya en obras anteriores como Stephen el héroe y Retrato del artista adolescente, provienen del lenguaje religioso, donde aluden a la manifestación de lo divino. Según Jeri Johnson, responsable de una edición inglesa del libro, se trata de un «término hoy común en el lenguaje crítico, pero fue originalmente Joyce quien lo tomó prestado [...] de la liturgia católica, aplicándolo a los fines del arte».
Al publicarse el libro, la recepción no fue entusiasta. Aunque algunos críticos lo elogiaron, en general se censuró al autor el haber puesto tanto énfasis en aspectos triviales y desagradables de la vida cotidiana. Se le comparó negativamente con el también irlandés George Moore y se achacó a los relatos carecer de argumento y un estilo plano y monótono. Ezra Pound, sin embargo, en la revista The Egoist, comparaba el estilo de Joyce con el de la mejor prosa francesa, alabando, además, su «condensación estilística».
"El niño gritó: ¡Ay, papá!, y dio vueltas a la mesa, corriendo y gimoteando. Pero el hombre le cayó detrás y lo agarró por la ropa. El niño miró a todas partes desesperado, pero, al ver que no había escape, cayó de rodillas.
—¡Vamos a ver si vas a dejar apagar la candela otra vez! —dijo el hombre, golpeándolo salvajemente con el bastón—. ¡Vaya, coge, maldito!
El niño soltó un alarido de dolor al sajarle el palo un muslo. Juntó las manos en el aire y su voz tembló de terror.
—¡Ay, papá! —gritaba—. ¡No me pegues, papaíto! Que voy a rezar un padrenuestro por ti... Voy a rezar un avemaría por ti, papacito, si no me pegas... Voy a rezar un padrenuestro."
Dublineses no ha recibido mucha atención en español, pese a sus diversas traducciones, la más conocida quizá, la de Guillermo Cabrera Infante. Ya bastante tarde, Mario Vargas Llosa (1987) resaltó el naturalismo algo arcaico de la colección, aunque para él no se trata en modo alguno de una obra menor. La obsesión con la fidelidad, sigue el escritor peruano, es de filiación flaubertiana. Destaca como su gran mérito la «objetividad» del texto, pero alejada de Zola. Esta objetividad era resultado, por un lado, del absoluto dominio de la técnica narrativa por parte del autor y, por otro, de una finísima percepción estética que lo alejaba de toda pulsión moralizante o sensiblera. De este modo, según Vargas Llosa, Joyce lograba la proeza de dignificar estéticamente la mediocridad de la clase media dublinesa.
Para José María Valverde, hoy es difícil de imaginar que relatos tan transparentes y austeros pudieran escandalizar a nadie; las críticas vendrían precisamente por la pureza elemental del estilo, objetivo, directo e impersonal, «que da así una energía sin límites a lo que fotografía». Añade Valverde: «Ningún pesado novelista naturalista habría podido en un millar o dos de páginas darnos tan nítidamente el Dublín de esa época, y el perenne drama minúsculo de las vidas corrientes en incidentes aburridos, pero reveladores». Y en su Historia de la literatura universal, De Riquer y el citado Valverde valoran en especial la «pureza expresiva» de estos relatos, apuntando asimismo que las dificultades para su publicación pudieron provenir incluso de un veto lanzado por la realeza británica, debido a ciertas alusiones en el libro.
Anthony Burgess observa en Dublineses el primer gran fruto del exilio joyceano. «Hoy nos parece un purgante suave, pero porque se trata del primero de toda una farmacopea catártica a la que hoy ya hemos desarrollado tolerancia. [...] Dublineses era totalmente naturalista, y ningún tipo de verdad es inofensivo; como dijo Eliot, la especie humana no puede soportar demasiada realidad».
El crítico irlandés y editor de la obra, Terence Brown, estudia la sólida armazón estructural de la misma, que se manifiesta en los frecuentes paralelismos y equivalencias entre las historias, hasta el punto de que los títulos del primer y último relatos ("Las hermanas" y "Los muertos") podrían perfectamente intercambiarse, sin que eso afectase al sentido general de aquella. Mediante dichos alardes técnicos, Joyce contribuyó a demostrar «la significación literaria del relato breve como forma artística de notable economía y cargada de implicaciones».
Entre los muchos comentarios sobre los contenidos intertextuales presentes en este libro, se encuentra el siguiente del amigo de Joyce, Frank Budgen: «Stephen [Dedalus] aparece por primera vez como personaje en el Retrato del artista adolescente, pero no cabe duda de que es el narrador anónimo de los tres primeros estudios de Dublineses».
Siguiendo con su carácter realista, Harry Levin rastrea a lo largo del libro influencias, entre otros, de Chéjov, Dickens y Sherwood Anderson, y Jeri Johnson comenta ampliamente la del dramaturgo Henrik Ibsen; esta estudiosa subraya asimismo la «madura inteligencia estética» del muchacho de veinticinco años capaz de componer el prodigioso relato que cierra la colección, "Los muertos". Según W. Y. Tindall, esta historia sugiere, a través del personaje de Gabriel Conroy, un lúgubre retrato del Joyce que pudo haber sido, de haber continuado en Dublín, casado con Nora (representada por Gretta), enseñando en la universidad y escribiendo artículos para el Daily Express, mientras que para Burgess «"Los muertos" es quizá el informe más personal en la larga crónica dublinesa que supuso el trabajo de su vida». Este cuento es definido por la Enciclopedia Británica como uno de los mejores que se han escrito.
Joyce escribió a lo largo de su vida ensayos, conferencias, críticas de libros, notas, artículos periodísticos, cartas a directores de publicaciones y poemas satíricos, si bien es ésta su labor menos conocida. Ya en sus obras narrativas pueden encontrarse multitud de comentarios sobre obras literarias y otros muchos aspectos de la sociedad, la historia y el arte. El Retrato del artista adolescente, en concreto, contiene todo un sistema estético, y en Ulises el autor dedica un capítulo entero a la vida y obra de Shakespeare. En cualquier caso, «si Joyce jamás se consideró crítico, fue por propia decisión, no por incapacidad». El primer texto de Joyce recogido en la compilación Ensayos críticos data de sus catorce años, y el último de sus cincuenta y cinco.
Tanto el continente adulador y servil como el talante altanero y orgulloso ocultan un carácter indigno. La Fortuna, esa pompa destellante, cuyo brillante esplendor ha atraído, y ha engañado por igual a los orgullosos y a los pobres, es tan veleidosa como el viento. Sin embargo, siempre hay "algo" que nos revela el carácter de un hombre. Es la mirada.
A partir de 1899, encontró un filón en la literatura dramática, particularmente la obra de Ibsen, y escribió su artículo "Drama y vida". Éste quizá constituya la más clara manifestación de un credo artístico efectuada por el autor. En dicho artículo, Joyce insiste en la superioridad del drama contemporáneo sobre el clásico. Según Mason y Ellmann, «la superioridad del drama contemporáneo se basa en que se halla más cerca de las eternas leyes del comportamiento humano, leyes que no varían en función del tiempo y el espacio, postulado éste que informa el Ulises y Finnegans Wake».
En 1900, publica el ensayo "Ibsen's New Drama", donde insiste en sus tesis anteriores. En 1901, el panfleto "The Day of the Rabblement", y en 1902 el ensayo "James Clarence Mangan". En el segundo, según Eco, «vibra el desdén hacia el compromiso con la masa, una especie de ascética aspiración al retiro y al aislamiento absoluto del artista». En el último trabajo, estudia la intensa imaginería de ese poeta irlandés decimonónico aficionado al opio.
En años posteriores, se manifiestan sus inquietudes sociales: avisa a sus conciudadanos contra el provincianismo, el folklorismo y el chovinismo irlandés. También propone una estética europea encaminada a superar los límites del arte cristiano. La literatura es la gozosa afirmación del espíritu humano. Para ello el escritor debe huir de la hipocresía y asumir su cuerpo y sus pasiones. De esta época es importante el artículo en verso "El santo oficio". Una vez abandonada Irlanda (1904), dictó una serie de conferencias sobre la misma en Trieste, en las que describe la historia de su país como una constante sucesión de traiciones, aunque también alaba su belleza natural y su valor ante la opresión inglesa. En 1912 publicó su famoso poema "Gases de un quemador", otra acerba crítica contra Irlanda, con motivo del desprecio de un editor dublinés hacia su libro Dublineses. A partir de ese momento, y pese a los ruegos de su amigo Ezra Pound, deja prácticamente de escribir artículos. Sólo, durante la guerra, escribió otro poema crítico de importancia: "Dooleysprudencia". Según Mason y Ellmann, compiladores de la obra ensayística de Joyce, la crítica de escritores como Thomas Mann o Henry James interesa por lo que dice de otros escritores; la de Joyce, por lo que dice de él mismo, cuyos «textos críticos se comprenderán mejor si se los considera como parte de esa dramatizada autobiografía que Joyce escribió a lo largo de su vida en un ensamblaje perfecto».
Burgess, sobre este aspecto, comenta que el Joyce poeta, dramaturgo y crítico de mayor valía y originalidad se encuentra en sus dos grandes novelas. «Finnegans Wake completa el trabajo empezado en A Portrait, el trabajo de demostrar que la literatura no es solo un comentario sobre la vida sino parte integral de la misma. El poeta mediocre, el dramaturgo impasible y el crítico ocasional adquieren su grandeza en el contexto de la vida, que es el contexto de la novela».
"Pues estoy obligado para con Irlanda:
tengo su honor en mi mano,
esta hermosa tierra que siempre envió
a sus escritores y artistas al exilio
y con irlandés sentido del humor
traicionó a sus propios líderes, uno tras otro."
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