domingo, 18 de febrero de 2018

Pío Baroja

Pío Baroja y Nessi (San Sebastián, Guipúzcoa, 28 de diciembre de 1872-Madrid, 30 de octubre de 1956) fue un escritor español de la llamada generación del 98.

Fue hermano del también escritor y pintor Ricardo Baroja y tío del antropólogo Julio Caro Baroja y del director de cine y guionista Pío Caro Baroja.

Pío Baroja creció en el seno de una familia acomodada de San Sebastián, relacionada con el periodismo y los negocios de imprenta. Su bisabuelo paterno, el alavés Rafael Baroja, fue un boticario que se fue a vivir a Oyarzun e imprimió el periódico La Papeleta de Oyarzun y otros textos (proclamas, bandos, cartillas y ordenanzas de franceses y españoles) durante la Guerra de la Independencia. Allí se casó con la hermana de otro farmacéutico apellidado Arrieta y, ayudado por sus hijos, trasladó la imprenta a San Sebastián y editó además El Liberal Guipuzcoano y algunos números de La Gaceta de Bayona que dirigía el famoso periodista y escritor Sebastián de Miñano desde Francia.

Su abuelo paterno del mismo nombre, Pío Baroja, aparte de ayudar a su padre a editar en San Sebastián el periódico El Liberal Guipuzcoano (1820-1823) durante el Trienio Liberal, imprimió la Historia de la Revolución francesa de Thiers en doce tomos con traducción del citado Sebastián de Miñano y Bedoya. Él y su hermano Ignacio Ramón continuaron con el negocio de imprenta y un hijo de este último, Ricardo, tío del novelista, será, con el tiempo, editor y factótum del periódico donostiarra El Urumea.

La madre de Pío Baroja, Andrea Carmen Francisca Nessi Goñi, nació en Madrid (1849) y descendía de una familia italiana lombarda originaria de la ciudad de Como, a orillas del lago del mismo nombre, los Nessi, a la que el escritor debe su segundo apellido. Debido a la repentina muerte de su padre, la madre marchó a educarse a San Sebastián con el abuelo Justo Goñi, y esta rama materna de los Goñi estaba vinculada a la navegación, algo que influyó en la narrativa posterior de Baroja, por ejemplo en su segunda tetralogía novelística, El mar.

El padre, José Mauricio Serafín Baroja Zornoza, fue un ingeniero de minas al servicio del estado; hombre inquieto y de ideas liberales, ejerció ocasionalmente el periodismo y su posición de ingeniero de Minas condujo a su familia a constantes cambios de residencia por toda España. Su primer apellido paterno, Baroja, procede del nombre de la aldea alavesa homónima (citada como Barolha en 1025, y situada en el actual municipio de Peñacerrada), de etimología incierta, aunque puede contener el elemento eusquérico ol(h)a 'cabaña', 'chabola'. En sus Memorias,​ el propio don Pío aventura una posible etimología del apellido, según la cual «Baroja» sería una aféresis de ibar hotza, que en euskera significa 'valle frío' o 'río frío'. Aunque también podría tratarse de una contracción del apellido castellano Bar(barr)oja.

Baroja fue el tercero de tres hermanos: Darío, que nació en Riotinto y murió, joven aún, en 1894 de tisis; Ricardo, que sería en el futuro también escritor y un importante grabador, conocido sobre todo por sus espléndidos aguafuertes, y Pío, el hermano menor, que dejaría la profesión de médico por la de novelista hacia 1896. Ya muy separada de ellos temporalmente, nació la última hermana: Carmen, que habría de ser la inseparable compañera del novelista y la mujer del futuro editor de su hermano, Rafael Caro Raggio, ocasional escritora también. Es posible que naciera un cuarto hermano, César, y que falleciera a muy temprana edad.​ La relación estrecha con sus hermanos se mantuvo hasta el final de sus días.


Tras su experiencia interrumpida como médico rural decide regresar a la bulliciosa Madrid; su hermano Ricardo dirigía una panadería (Viena Capellanes) que su tía materna Juana Nessi les había legado tras la muerte de su marido​ y Ricardo le había escrito desde Madrid que estaba harto y quería dejar el negocio. Baroja decidió encargarse él mismo de regentar la tahona cercana al monasterio de las Descalzas Reales, antigua casa de la familia (cerca de la plaza de Celenque). Sobre esta situación laboral de Baroja gastaron bromas que le agradaban poco: «Es un escritor de mucha miga, Baroja» — dijo de él Rubén Darío a un periodista. A lo cual respondió el escritor: «También Darío es escritor de mucha pluma: se nota que es indio».

Instalado en Madrid, empezó a colaborar en periódicos y revistas, simpatizando con las doctrinas sociales anarquistas, pero sin militar abiertamente en ninguna. Al igual que su contemporáneo Miguel de Unamuno, abominó del nacionalismo vasco, contra el que escribió su sátira Momentum catastrophicum.​

La intervención de Baroja en la panadería de Viena Capellanes atrajo los odios de los familiares de Matías Lacasa. A esto se añadieron los problemas con los trabajadores de la panadería, la lucha con el gremio. Todo este ambiente hizo que dedicarse a la panadería no fuera de los negocios más felices de Baroja. A pesar de todo, conoce durante este periodo de la panadería, trabajando en el obrador a los personajes curiosos que nutrirían algunas de sus novelas (Silvestre Paradox, y la trilogía La lucha por la vida). Eran épocas en la que se encontraban en la calle noticias de la guerra hispano-estadounidense, algo que desataba pasiones encontradas. Baroja lee ávidamente en las largas horas en el mostrador. Durante los meses de verano Pío se iba a ver las obras de teatro que se representaban en los jardines del parque del Retiro de Madrid. Una vez su madre y la hermana Carmen regresan de nuevo a vera de Baroja en Madrid, al poco de su regreso, la tía Juana Nessi fallece. Los Baroja se instalan en la casa y cierran definitivamente la panadería de Capellanes. Esta estancia en Madrid coincide con el auge del modernismo y con una bohemia literaria más o menos pintoresca.

La afición por la literatura que le surgió en su adolescencia se ve incrementada ahora en las largas estancias tras el mostrador de la panadería, en las que lee con avidez filosofía alemana, desde Inmanuel Kant a Arthur Schopenhauer, decantándose finalmente por el pesimismo de este último. Su culto amigo suizo, el traductor e hispanista Paul Schmitz, lo introduciría más tarde en la filosofía de Nietzsche. Baroja fue así acercándose cada vez más al mundillo literario. Estrechó una especial amistad con el anarquista José Martínez Ruiz, más conocido como Azorín. De igual manera cultivó la amistad de Maeztu. Con él y Azorín formaron durante un breve período el Grupo de los Tres. En 1898 el animador de círculos literarios Luis Ruiz Contreras lo visita repetidas veces para que escriba en Revista Nueva, de la que Baroja, tras escribir algunos artículos, acaba renegando.

En 1900 publicó su primer libro, una recopilación de cuentos titulada Vidas sombrías,​ la mayoría compuestos en Cestona sobre gentes de esa región y sus propias experiencias como médico. En esta obra se encuentran en germen todas las obsesiones que reflejó en su novelística posterior. El libro fue muy leído y comentado por prestigiosos escritores como Miguel de Unamuno, quien se entusiasmó con él y quiso conocer al autor; por su amigo Azorín también y por Benito Pérez Galdós. Siempre negó la existencia de la «Generación del 98» por considerar que carecían sus pretendidos componentes de las necesarias afinidades y similitudes. En ese mismo año publica la que será su primera novela: La casa de Aitzgorri, iniciando así su carrera como escritor y ensayista.​

Caserío de Itzea propiedad de los Baroja en Vera de Bidasoa, Navarra.
Como bibliófilo aficionado frecuentador de librerías de viejo, de la cuesta de Moyano y de los bouquinistes a la orilla del Sena en París, fue acumulando Baroja una biblioteca especializada en ocultismo, brujería e historia del siglo XIX que fue instalando en un viejo caserío del siglo XVII destartalado (pero de magnífica construcción), que compró en Vera de Bidasoa y restauró paulatinamente y con gran gusto, convirtiéndolo en el famoso caserío de «Itzea», donde pasaba los veranos con su familia, que se instaló en Vera del Bidasoa, aunque no en el caserío inhabitable por el momento, sino en un piso alquilado, donde falleció el 15 de julio de 1912 su padre Serafín Baroja cuando las obras de la restauración del caserío aún no habían comenzado. Tras la muerte del padre y las bodas de su hermano y hermana, Pío y su madre se quedaron solos en el caserón.

Su principal aporte a la literatura, como él mismo confiesa en Desde la última vuelta del camino (sus memorias compendiadas, Ed. Tusquets, 2006), es la observación y valoración objetiva, documental y psicológica de la realidad que le rodeó. Tenía conciencia de ser persona dotada de una especial agudeza psicológica a la hora de conocer a las personas; es un mito su pretendida misoginia, habiendo descrito numerosos personajes femeninos encantadores o sin denigración alguna hacia éstos, más bien al contrario, se mostró un observador imparcial de la mujer con sus virtudes y defectos y creó entrañables caracteres femeninos como el de Lulú en El árbol de la ciencia. Por demás, en su descripción de los personajes asoman a veces ciertos prejuicios raciales derivados de sus lecturas como médico de las teorías frenológicas de Cesare Lombroso, con cierto toque antropológico que derivaba de sus conversaciones con su propio sobrino, el antropólogo Julio Caro Baroja, quien fue en su juventud ayudante suyo y residió largas temporadas en Itzea.

En sus novelas reflejó una original filosofía realista, producto de la observación psicológica y objetiva («Ver en lo que es», como decía Stendhal, a quien cita en Juventud, egolatría, junto a Dostoievski como una de sus fuentes a la hora de diseñar psicologías), impregnada además con el profundo pesimismo de Arthur Schopenhauer, pero que predicaba en alguna forma una especie de redención por la acción, en la línea de Friedrich Nietzsche: de ahí los personajes aventureros y vitalistas que inundan la mayor parte de sus novelas, pero también los más escasos abúlicos y desengañados, como el Andrés Hurtado de El árbol de la ciencia o el Fernando Ossorio de Camino de perfección (pasión mística), dos de sus novelas más acabadas. Fuera de esto, su mundo literario bebió de las numerosas lecturas de folletines y libros decimonónicos de aventuras que marcaron profundamente su juventud en el Madrid bohemio y de género chico de comienzos de siglo XX.

Prefería el clima, luz, paisaje y vegetación del Norte de España, por eso eligió Navarra para veranear en 1936. Fue arrestado por fuerzas carlistas (requetés) que se dirigían desde Pamplona a Guipúzcoa y le retienen en el pueblo vecino de Santesteban; esta experiencia lo asustó bastante. Es liberado de la cárcel municipal por mediación de Carlos Martínez de Campos y Serrano, duque de la Torre (años más tarde preceptor del príncipe de España, don Juan Carlos).​ Al regresar de nuevo a Vera, Baroja decide evitar problemas y marcharse a pie a la cercana frontera con Francia. Cruzando la frontera se traslada inmediatamente a Francia en un automóvil, estableciéndose inicialmente en San Juan de Luz y posteriomente en París, en el Colegio de España de la Ciudad Universitaria, gracias a la hospitalidad que le ofreció el director de dicho colegio, el Sr. Establier (hospitalidad que le fue agriamente reprochada al director por el entonces embajador de la República en Francia, Luis Araquistáin, que personalmente y a través de su esposa hizo repetidas gestiones ante el director Establier para que expulsase a Baroja de su alojamiento, gestiones que gracias a la caballerosidad de dicho director no dieron el menor resultado).

Debido a las gestiones que realizó el profesor Manuel García Morente a Baroja le concedieron un salvoconducto para acceder a la España Nacional. El 13 de septiembre de 1937, tras un año de exilio regresa a España, cruza el puente internacional de Irún. Vive en la casa de Vera y se deja ver poco. En enero de 1938 invitan a Baroja a Salamanca para jurar como miembro del recién creado Instituto de España y para gestionar la publicación de artículos periodísticos muy críticos con la República en general y con los políticos republicanos (como el conocido «Una explicación», publicado en el Diario de Navarra, 1-IX-1936).

Regresa a París, e inicia una serie de viajes de ida y regreso a España hasta el final de la guerra. A medida que se acercaba el año 1939, en París se anunciaba la proximidad de un confrontamiento. Regresa a España definitivamente en junio de 1940. Ese mismo año regresa a un Madrid de posguerra. En La soledad de Pío Baroja (1953) Pío Caro relata la vida de la familia en el periodo que va desde 1940 a 1950.

Baroja cultivó preferentemente el género narrativo, pero se acercó también con frecuencia al ensayo, y más ocasionalmente al teatro,​ la lírica (Canciones del suburbio) y la biografía. Existe una contribución de Pío al libreto de una opereta escrita por el músico Pablo Sorozábal titulada: Adiós a la bohemia (estrenada en el Calderón en 1933).

El propio autor agrupó sus novelas, un poco arbitrariamente, en nueve trilogías y dos tetralogías, aunque es difícil distinguir en algunas de ellas qué elementos pueden tener en común: Tierra vasca, La lucha por la vida, El pasado, El mar, La raza, Las ciudades, Agonías de nuestro tiempo, La selva oscura, La juventud perdida y La vida fantástica. Saturnales pertenece en su temática a la Guerra civil y permaneció inédita a causa de la censura franquista, publicándose las dos últimas novelas de la serie en el siglo XXI.

Tierra vasca es una tetralogía que agrupa La casa de Aizgorri (1900), El mayorazgo de Labraz (1903), Zalacaín el aventurero (1908) y La leyenda de Jaun de Alzate (1922).

La vida fantástica está formada por Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox (1901), Camino de perfección (pasión mística) (1901)[cita requerida] y Paradox rey (1906).
La lucha por la vida integra La busca (1904), Mala hierba (1904) y Aurora roja (1904).

El pasado consta de La feria de los discretos (1905), Los últimos románticos (1906) y Las tragedias grotescas (1907).

La raza está formada por La dama errante (1908) y La ciudad de la niebla (1909) y El árbol de la ciencia (1911).

Las ciudades agrupa a César o nada (1910); El mundo es ansí (1912) y La sensualidad pervertida: ensayos amorosos de un hombre ingenuo en una época de decadencia (1920).

El mar es su segunda tetralogía: acoge Las inquietudes de Shanti Andía (1911); El laberinto de las sirenas (1923); Los pilotos de altura (1929) y La estrella del capitán Chimista (1930).

Agonías de nuestro tiempo recoge El gran torbellino del mundo (1926); Las veleidades de la fortuna (1927) y Los amores tardíos (1926).

La selva oscura incorpora La familia de Errotacho (1932); El cabo de las tormentas (1932) y Los visionarios (1932).

La juventud perdida reúne Las noches del Buen Retiro (1934); El cura de Monleón (1936) y Locuras de carnaval (1937).

Saturnales, la última, agrupa a El cantor vagabundo (1950); Miserias de la guerra (2006) y Los caprichos de la suerte (2015).

Una serie de novelas de la última etapa de la vida del escritor no fue recogida en trilogías y se las suele llamar «novelas sueltas» porque el autor no llegó a escribir las que faltaban por causa de la vejez y la censura (especialmente en las que trataban la Guerra Civil) principalmente: Susana y los cazadores de moscas (1938), Laura o la soledad sin remedio (1939), Ayer y hoy (publicada en Chile en 1939), El caballero de Erlaiz (1943), El puente de las ánimas (1944), El hotel del Cisne (1946) y El cantor vagabundo (1950).

El hotel del Cisne sería la primera pieza de otra inconclusa trilogía que llevaría por nombre Días aciagos. En cuanto a Saturnales, trilogía sobre la Guerra civil, llegó a escribirla entera, pero la censura franquista impidió la publicación de dos de las novelas que la integraban; la llegada de la democracia posibilitó que se imprimieran; son Miserias de la guerra (2006), y Los caprichos de la suerte (2015).

Eugenio de Aviraneta en una litografía antigua, protagonista de las 22 novelas históricas agrupadas en la serie Memorias de un hombre de acción.
Entre 1913 y 1935 aparecieron los veintidós volúmenes de una larga novela histórica, Memorias de un hombre de acción, basada en la vida de un antepasado suyo, el conspirador y aventurero liberal y masón Eugenio de Aviraneta (1792-1872), a través del cual refleja los acontecimientos más importantes de la historia española del siglo XIX, desde la Guerra de la Independencia hasta la regencia de María Cristina, pasando por el turbulento reinado de Fernando VII. Constituye una amplia serie de novelas históricas comparable a los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós y aproximadamente sobre el mismo periodo histórico, aunque el escritor canario escribió casi el doble de novelas que el escritor vasco y Baroja se documentó con tanto rigor como el propio Galdós, aunque su estilo es mucho más impresionista. Son las siguientes: El aprendiz de conspirador (1913), El escuadrón del «Brigante» (1913), Los caminos del mundo (1914), Con la pluma y con el sable (1915), que narra el período en que Aviraneta fue regidor de Aranda de Duero, Los recursos de la astucia (1915), La ruta del aventurero (1916), Los contrastes de la vida (1920), La veleta de Gastizar (1918), Los caudillos de 1830 (1918), La Isabelina (1919), El sabor de la venganza (1921), Las furias (1921), El amor, el dandysmo y la intriga (1922), Las figuras de cera (1924), La nave de los locos (1925, en cuyo prólogo se defiende de las críticas hacia su forma de novelar vertidas por José Ortega y Gasset en El Espectador), Las mascaradas sangrientas (1927), Humano enigma (1928), La senda dolorosa (1928), Los confidentes audaces (1930), La venta de Mirambel (1931), Crónica escandalosa (1935) y Desde el principio hasta el fin (1935).

En 1938 publicó en la editorial Reconquista Comunistas, judíos y demás ralea, libro formado por fragmentos de obras y artículos de Baroja anteriores a 1936, pero también contremporáneos a la Guerra civil, donde se muestra hostil a la democracia y a la política en general.

Baroja publicó también cuentos, recogidos al principio en Vidas sombrías (1900) y después en Idilios vascos (1902). Asimismo, fue un asiduo del género memorialístico y autobiográfico (Juventud, egolatría, 1917 y los ocho volúmenes Desde la última vuelta del camino, compuestos por El escritor según él y según los críticos, 1944; Familia, infancia y juventud, 1945, Final de siglo XIX y principios del XX, 1946; Galería de tipos de la época, 1947; La intuición y el estilo, 1948; Reportajes, 1948; Bagatelas de otoño, 1949; y La Guerra civil en la frontera, 2005).35​ Además redactó un par de biografías: Juan van Halen, el oficial aventurero (1933) y Aviraneta o la vida de un conspirador (1931); ensayos como El tablado de Arlequín (1904), La caverna del humorismo (1919), Momentum catastrophicum (contra el nacionalismo vasco), Divagaciones apasionadas (1924), Las horas solitarias, Intermedios. Vitrina pintoresca (1935), Rapsodias. Pequeños ensayos, El diablo a bajo precio, Ciudades de Italia, La obra de Pello Yarza y otras cosas, Artículos periodísticos y algunas obras dramáticas: Nocturnos del hermano Beltrán, Todo acaba bien... a veces, Arlequín, mancebo de botica, Chinchín, comediante y El horroroso crimen de Peñaranda del Campo.

Baroja nació en el seno de una familia de periodistas y sus abuelos fueron impresores y editores. Es más, su padre Serafín era colaborador de diversos periódicos de San Sebastián. Sus primeros trabajos literarios los realizó Baroja precisamente escribiendo pequeños artículos en periódicos y a lo largo de su vida surtió una abundante y constante creación de materia periodística que ha sido objeto de profundos estudios.​ Baroja escribe en El Liberal, en La Justicia, en El Imparcial, todos diarios madrileños, pero también en periódicos como el Mercantil Valenciano y El País e históricos periódicos donostiarras como La Unión Liberal, La Voz de Guipúzcoa y El Pueblo Vasco. Escribe en revistas finiseculares como Germinal, Revista Nueva, La Vida Literaria, Alma Española y Juventud, prosiguiendo luego en La Lectura y España.

A los diecisiete años de edad escribe sobre literatura rusa en La Unión Liberal de San Sebastián, periódico de corte monárquico. A veces lo hace empleando pseudónimos: «Doctor Tirteafuera» (como hizo Dionisio Pérez Gutiérrez), «Pío Quinto», «Juan Gualberto Nessy», etc. Fue también corresponsal de guerra. Y, durante su estancia en París en plena Guerra civil española, tuvo que colaborar activamente para ganarse la vida y escribió en La Nación de Buenos Aires desde fines de 1936 hasta mediados de 1940. En su primera etapa como periodista escribió artículos al alimón con su hermano Darío y, tras su regreso a España y ya anciano, colaboró en Granada Gráfica, El Norte de Castilla y Heraldo de Aragón, así como en otros muchos a que no puede bastar cuenta cierta.

El primer periódico donde probó a escribir fue El Ideal, propiedad del comandante Prieto; se trataba de un periódico de corte republicano y lo hizo sin firmar. Tras este breve intento periodístico pasó a colaborar en La Justicia de Nicolás Salmerón. Las colaboraciones en El Globo marcan un hito en la carrera literaria de Baroja. Fundó en 1915 la revista España, algunos de cuyos colaboradores llegaron a ser ministros y cargos públicos durante la Segunda República.

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