René Albert Guy de Maupassant (pronunciación en francés: /ɡid(ə) mopasɑ̃/; Dieppe, 5 de agosto de 1850-París, 6 de julio de 1893) fue un escritor francés, autor principalmente de cuentos, aunque escribió seis novelas.
Existe controversia acerca del lugar exacto de su nacimiento, generada por el biógrafo fecampés Georges Normandy en 1926. Según una primera hipótesis, habría nacido en Fécamp, en el Bout-Menteux, el 5 de agosto de 1850. Según la otra hipótesis habría nacido en el castillo de Miromesnil, en Tourville-sur-Arques, a ocho kilómetros de Dieppe, como establece su partida de nacimiento. No obstante, todo parece apuntar a que el auténtico lugar de nacimiento fue este último.

Su presencia en Las veladas de Médan y la calidad de su relato, permitió a Maupassant adquirir una súbita y repentina notoriedad en el mundo literario. Sus temas favoritos eran los campesinos normandos, los pequeños burgueses, la mediocridad de los funcionarios, la guerra franco-prusiana de 1870, las aventuras amorosas o las alucinaciones de la locura: La Casa Tellier (1881), Los cuentos de la becada (1883), El Horla (1887), a través de algunos de los cuales se transparentan los primeros síntomas de su enfermedad.
Su vida parisina y de mayor actividad creativa, transcurrió entre la mediocridad de su trabajo como funcionario y, sobre todo, practicando deporte, en particular el remo al que se entregó con denuedo en los pueblos de los alrededores de París en compañía de amistades de dudosa reputación. De vida díscola y sexualmente promiscuo, jamás se le conoció un amor verdadero; para él el amor era puro instinto animal y así lo disfrutaba. Escribió al respecto: «El individuo que se contente con una mujer toda su vida, estaría al margen de las leyes de la naturaleza como aquel que no vive más que de ensaladas». Y por añadidura, el carácter dominante de su madre lo alejó de cualquier relación que se atisbase con un mínimo de seriedad.
Su carácter pesimista, misógino y misántropo, estaba motivado por la poderosa influencia de su mentor Gustave Flaubert y las ideas de su filósofo de cabecera, Schopenhauer. Abominaba de cualquier atadura o vínculo social, por lo que siempre se negó a recibir la Legión de Honor o a considerarse miembro del cenáculo literario de Zola, al no querer formar parte de una escuela literaria en defensa de su total independencia. El matrimonio le horrorizaba; suya es la frase «El matrimonio es un intercambio de malos humores durante el día y de malos olores durante la noche». No obstante, pocos años después de su muerte, un periódico francés, L'Eclair, informó de la existencia de una mujer8 con la que habría tenido tres hijos. Identificada en ocasiones por algunos biógrafos como la "mujer de gris", personaje que aparece en las Memorias de su criado François Tassart, se llamaba Josephine Litzelmann, natural de Alsacia y, sin duda, judía. Los hijos se llamaban Honoré-Lucien, Jeanne-Lucienne y Marguerite. Si bien sus supuestos tres hijos reconocieron ser hijos del escritor, nunca desearon la publicidad que se les dio.
Atacado por graves problemas nerviosos, síntomas de demencia y pánico heredados —reflejados en varios de sus cuentos como el cuento Quién sabe, escrito ya en sus últimos años de vida— como consecuencia de la sífilis, intentó suicidarse el 1 de enero de 1892. El propio escritor lo confesó por escrito: «Tengo miedo de mí mismo, tengo miedo del miedo, pero, ante todo, tengo miedo de la espantosa confusión de mi espíritu, de mi razón, sobre la cual pierdo el dominio y a la cual turbia un miedo opaco y misterioso». Tras algunos intentos frustrados, en los que utilizó un abrecartas para degollarse, fue internado en la clínica parisina del Doctor Blanche, donde murió un año más tarde. Está enterrado en el cementerio de Montparnasse, en París.
Maupassant está considerado uno de los más importantes escritores de la escuela naturalista, cuyo máximo pontífice fue Émile Zola, aunque a él nunca le gustó que se le atribuyese tal militancia. Es cierto que fue un fotógrafo de su tiempo y su doctrina literaria está recogida en el prólogo que escribió para su novela Pierre et Jean, donde escribió: «La menor cosa tiene algo de desconocido. Encontrémoslo. Para descubrir un fuego que arde y un árbol en una llanura, permanezcamos frente a ese fuego y a ese árbol hasta que no se parezcan, para nosotros, a ningún otro árbol ni a ningún otro fuego». Para el historiador Rafael Llopis, Maupassant, perdido en la segunda mitad del siglo XIX, se encontraba muy lejano ya del furor del Romanticismo, fue «una figura singular, casual y solitaria».
Su prosa tiene la virtud de ser sencilla pero directa, sin artificios. Sus historias, variopintas, transmiten con una fidelidad absoluta la sociedad de su época. Pero lo que más lo caracteriza es lo impersonal de su narración; jamás se involucra en la historia y se manifiesta como un ser omnisciente que se limita a describir detalladamente sus observaciones. No en vano, está considerado como uno de los mayores cuentistas de la historia de la literatura. En los últimos años de su vida, e influenciado por el éxito de Paul Bourget, abandonó el relato de costumbres o realista, para experimentar con la novela psicológica, con la que tuvo bastante éxito. Es en esta etapa donde abandona su visión impersonal para profundizar más en el alma atormentada de sus personajes, probablemente un reflejo del tormento que sufría la suya. Siempre padeciendo grandes migrañas, abusó del consumo de drogas, como la cocaína y el éter, que potenciaban más su talento natural y le proporcionaban estados alterados de conciencia que lo hacían sufrir alucinaciones y otras visiones que a la postre condicionarían su narrativa fantástica o de terror.
Fue tanta la influencia que ejerció sobre otros autores que llegó a ser uno de los más plagiados. Era admirado por Chéjov, León Tolstói, Horacio Quiroga y un largo etcétera. Pero sin duda, el autor que más lo plagió fue el italiano Gabriele D'Annunzio. En su antología de narraciones Cuentos del río Pescara podemos encontrar historias y pasajes copiados literalmente de algunos cuentos de Maupassant. Otro de los que plagió al autor francés fue Valle Inclán, en su primer libro Femeninas, donde en el relato Octavia Santino reproduce fielmente la escena final del libro de Maupassant, Fort comme la mort.
Su extensa obra incluye seis novelas, unos trescientos cuentos, siendo el primero, «Bola de sebo» («Boule de Suif») (1880), el más aclamado, además de seis obras de teatro, tres libros de viajes, una antología de poesía y numerosas crónicas periodísticas. Escribió bajo varios seudónimos: Joseph Prunier en 1875, Guy de Valmont en 1878 y Maufrigneuse de 1881 a 1885.
En cuanto a su narrativa corta, son especialmente destacables sus cuentos de terror, género en el que es reconocido como maestro, a la altura de Edgar Allan Poe. En estos cuentos, narrados con un estilo ágil y nervioso, repleto de exclamaciones y signos de interrogación, se echa de ver la presencia obsesiva de la muerte, el desvarío y lo sobrenatural: ¿Quién sabe?, La noche, La cabellera, La mano, Mesero, una "Bock"!, El Perdón, Reina Hortensia, La aparición, El diablo o El Horla, relato perteneciente al género del horror. Según Rafael Llopis, quien cita al estudioso de lo fantástico Louis Vax, «El terror que expresa en sus cuentos es exclusivamente personal y nace en su mente enferma como presagio de su próxima desintegración. [...] Sus cuentos de miedo [...] expresan de algún modo la protesta desesperada de un hombre que siente cómo su razón se desintegra. Louis Vax establece una neta diferencia entre Mérimée y Maupassant. Este es un enfermo que expresa su angustia; aquel es un artista que imagina en frío cuentos para asustar. [...] Este temor centrípeto es centrífugo en Maupassant. "En 'El Horla' -dice Vax- hay al principio una inquietud interior, luego manifestaciones sobrenaturales reveladas solo a la víctima; por último, también el mundo que la rodea es alcanzado por sus visiones. La enfermedad del alma se convierte en putrefacción del cosmos"».
Maupassant publicó novelas de corte mayormente naturalista: Una vida (1883), Bel-Ami (1885) o Fuerte como la muerte (1889), entre otras. Menos conocida es su faceta como cronista de actualidad en los periódicos de la época como Le Gaulois, Gil Blas o Le Figaro, donde escribió numerosas crónicas acerca de múltiples temas: literatura, política, sociedad, entre otros.
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