domingo, 18 de febrero de 2018

Vicente Blasco Ibáñez

Vicente Blasco Ibáñez (Valencia, 29 de enero de 1867-Menton, Francia, 28 de enero de 1928) fue un escritor, periodista y político español.

Nacido en Valencia, fue hijo del comerciante Gaspar Blasco y de Ramona Ibáñez, ambos de origen aragonés. Según su propio testimonio, uno de sus primeros recuerdos fue la barricada levantada en su calle por los insurrectos durante la rebelión cantonal cuando tenía seis años, en los inicios de la Primera República Española (1873-1874). También recordaba haber visto a los héroes del Cantón, Cabalote y el Enguerino. El primer libro que leyó fue La historia de los girondinos de Lamartine y luego las obras de Victor Hugo, especialmente Los miserables. Según el historiador Ramiro Reig, «a partir de ese momento tuvo claro lo que iba a ser: escritor revolucionario.

En su formación política y literaria influyó el escritor radical de la Renaixença valenciana Constantí Llombart, en cuyas tertulias de republicanos se colaba de rondón y quien hizo del joven Blasco su heredero literario.

A los dieciséis años ya había fundado un periódico semanal que, al ser de menor edad, puso a nombre de un amigo suyo zapatero. Quiso ser marino, pero su dificultad para entender las Matemáticas lo llevó a inclinarse por el Derecho. Su gran capacidad de estudio le permitía preparar las materias de todo un año quince días antes de los exámenes. Cursó los estudios en la Universidad de Valencia y durante esos años perteneció a la tuna. Se licenció en 1888, aunque prácticamente no ejerció la carrera de Derecho.

Durante el tiempo de estudiante participó en diversas acciones de republicana y anticlerical, como la de reventar los rosarios de la aurora que organizaba el arzobispado. Aunque esto no ha sido comprobado hasta la fecha se dice que el ingresó a los veinte años de edad en la masonería el 6 de febrero de 1887 adoptando el nombre simbólico de Danton. Formó parte de la Logia Unión n.º 14 de Valencia y posteriormente de la logia Acacia n.º 25.

Comienza a implicarse en la vida política de Valencia al asistir a las reuniones que el Partido Republicano Federal organizaba en el casino de las Juventudes Federales. En sus primeras intervenciones en público descubre que está dotado de un tremendo poder de persuasión. Si su pluma es certera, no lo es menos su oratoria, capaz de enardecer al auditorio y entusiasmar a las gentes insuflándoles grandes sueños.

No es la llamada cuestión social de lucha de clases, planteada a lo largo del siglo XIX con los primeros brotes de socialismo activo y revolucionario el problema fundamental para Blasco; más bien se enfrenta a la realidad de la Valencia de aquellos tiempos en la que el analfabetismo del pueblo se unía a unas condiciones de vida precarias, y todo ello unido a unas creencias anquilosadas y enemigas de todo mejoramiento. Blasco Ibáñez se ve en la necesidad moral de denunciar los abusos y contribuir al progreso del pueblo.


Cuando el pretendiente carlista, el marqués de Cerralbo, llega a Valencia en 1890, Blasco lanza un llamamiento a los republicanos para que boicoteen la visita desde el periódico La Bandera Federal que acababa de fundar. El propio Blasco reparte los pitos y el boicot es un éxito. Es acusado de injurias al poder público y tiene que huir vestido de pescador.​ Se oculta en algunos pueblos, pero finalmente llega a París, donde pasará el invierno de 1890 a 1891. Escribe crónicas de lo que ve para algunos periódicos y comienza su etapa periodística.

Presentado candidato a diputado desde su exilio parisino para las elecciones de 1891, volvió a España ese mismo año aprovechándose de una amnistía general.3​ Desde su vuelta hasta 1905 se dedica enteramente a la política, convirtiéndose en poco tiempo en el "político más popular de Valencia, y en el más temido por su capacidad de arrastrar a la gente. «En Valencia no se puede salir a la calle sin el permiso del señor Blasco Ibáñez y de sus amigos», truena un diputado carlista... Una cosa es cierta: Blasco vive intensamente la política, se patea los barrios de la ciudad y los pueblos de la provincia dando mítines, escribe diariamente en el periódico, es elegido diputado a Cortes en siete legislaturas. «Hasta que me cansé de serlo»".4​ Entre los años 1898 y 1907, ocupó escaño en el Congreso de los Diputados representando al partido republicano denominado Unión Republicana, entre el republicanismo unitario y el federalista -su primera elección como diputado por Valencia fue el 28 de abril de 1898, tres días después de haberse declarado la guerra con EE.UU. tras la voladura del Maine-. Más tarde, en 1909, se formó un partido independiente en Valencia con el nombre de Partido de Unión Republicana Autonomista (PURA).

En su actividad política, caracterizada por su oposición a la monarquía y por sus ideales republicanos, fue clave el periódico El Pueblo, que fundó en noviembre de 1894. En él escribió cerca de mil artículos, e incontables gacetillas o crónicas sin firma. Su originalidad estribaba, además de en su precio -la mitad que el resto de la prensa valenciana-, en sus titulares, en los folletones que escribía el propio Blasco en los que los lectores de las clases populares se reconocían y que se confundían con la historia política y social que el periódico contaba día a día de forma no menos folletinesca, y en "su estilo desenfadado en el que se iban mezclando, con hábil dosificación, el melodrama, la comicidad y la pedagogía".

Al mismo tiempo organizó y lideró en Valencia un movimiento de masas, al estilo de los que comenzaban a implantarse en Europa, cuyas bases eran el nuevo proletariado industrial y el antiguo artesanado -lo que se comenzaba a llamar las clases trabajadoras-. "En una época [la de la Restauración en España] en que los diputados eran «encasillados» por el ministro de la Gobernación y salían elegidos sin ni siquiera ser conocidos de sus votantes, la presencia cordial y cercana, a la par que incandescente, del «gran hombre», en los mítines, en los casinos y en la calle, suponía una ruptura en la forma de hacer política".

La base organizativa del movimiento la constituían la red de los siete casinos republicanos distribuidos estratégicamente por los barrios populares de la ciudad de Valencia, además del casino central -donde funcionó una Universidad Popular-. Los casinos eran centros de reunión y espacios de sociabilidad para "la gente de ideas avanzadas, enemigos de los curas y partidarios de la república social", que proporcionaban una identidad individual y colectiva, en una época en que bastantes personas se definían por la ideología que profesaban y se enorgullecían de ello («yo soy republicano de toda la vida»). Eran un instrumento para la rápida movilización ciudadana, pues en pocas horas centenares de personas acudían a la cita anunciada por el diario El Pueblo, ya fuera para recibir con vítores a Canalejas, para manifestarse en favor de las escuelas laicas o para boicotear una procesión. Además los casinos desplegaban una actividad cultural muy variada y de enorme vitalidad, "con una especial sensibilidad ante todo lo concerniente a los derechos humanos".

Se configuró en torno a su figura un movimiento político denominado blasquismo, que propugnaba el republicanismo, el anticlericalismo y el reformismo económico mediante la difusión de la propiedad.​ Uno de cuyos antecedentes se puede encontrar en los sans-culottes de la Revolución Francesa, defensores del principio roussoniano de que la soberanía popular no se delega, sino que se ejerce, de ahí la movilización continua en la calle de los blasquistas. El movimiento fue hegemónico en la ciudad de Valencia y ganador de todas las elecciones entre 1898 y 1933. Su fuerza, según Ramiro Reig, "estuvo en la asunción de la cultura popular y en su identificación con la cultura republicana. La utilización del lenguaje espontáneo de la calle y de formas desgarradas y plebeyas, de la sociabilidad mediterránea y de su afición por el tumulto y el ruido, de las relaciones de barrio y de las fiestas, hicieron que el republicanismo fuera no solo la expresión política de las clases populares, sino de su manera de ser, de hablar y de imaginar la vida. Los problemas de este planteamiento populista saltan a la vista: la derivación de los residuos emocionales, por decirlo como Pareto, hacia formas de exaltación irracional (simplismo anticlerical, valencianismo grosero, partidismo tribal)".

Durante este período fue perseguido por la justicia en tres ocasiones. La primera, que le costó el encarcelamiento, por un alboroto anticlerical contra una expedición de peregrinos que se dirigía a Roma -en 1892 había publicado un novelón contra los jesuitas titulado La araña negra-. La segunda vez fue en 1896 por soliviantar a las masas contra la guerra de Cuba, lo que le obliga a huir a Italia.​ Durante su estancia en Italia, la nostalgia de su tierra le hace abocarse a una incesante labor literaria. Surge así En el país del arte, que será una de las mejores guías de Italia. La fastuosidad de los monumentos y la grandeza de su historia pasan por la pluma de uno de los mejores escritores descriptivos de nuestro tiempo. Todas estas crónicas son publicadas en sucesivas entregas en su periódico. La catedral de Milán, el foro romano, en el que la imaginación del artista evoca la victoriosa entrada de las legiones romanas, el Vaticano, las obras de Miguel Ángel y Rafael, la Capilla Sixtina, Nápoles, Pompeya, Florencia, Venecia son descritos con una maestría inusitada. Ya de regreso a Valencia es apresado y pasa el invierno de 1896 a 1897 en la cárcel de San Gregorio. Allí escribe El despertar de Budha, precioso relato que narra la historia del gran místico Siddharta Gautama cuando huye del palacio de su padre para alcanzar la iluminación bajo el árbol Bodhi.

La tercera vez en que Blasco tuvo problemas con la justicia fue en 1898, cuando encabeza encrespadas manifestaciones contra la monarquía que le llevan a prisión.

"No resulta contradictorio que sea precisamente, en estos años [de activismo político] cuando escriba sus mejores novelas, las valencianas (Arroz y tartana, 1894; Flor de Mayo, 1895; La barraca, 1898; Entre naranjos, 1900; Cañas y barro, 1902) y algunas de las sociales (La catedral, 1903; El intruso, 1904; La bodega, 1905; La horda, 1906). Mientras en las obras de ficción de su última época el texto sirve como evasión de la realidad, las novelas naturalistas la afrontan, asignando a la política el papel de transformarla. Se podría decir que la política blasquista parte de la realidad descrita en las novelas y sobre ella pretende construir la verdadera historia".

También durante esos años inicia la tarea editorial, fundando con su amigo Francisco Sempere la editorial Prometeo, que publica a precios asequibles no sólo sus obras sino las de autores clásicos y contemporáneos como Aristófanes, Shakespeare, Quevedo, Maupassant, Zola, Gorki, Tolstoi, Dostoievski, Dumas, Hugo, Poe, London, Conan Doyle, Voltaire, Kropotkin, Nietzsche, Darwin o Marx.

En sus estancias en Madrid al ser elegido diputado entre 1898 y 1905 visita a sus amigos valencianos los hermanos Benlliure: Mariano, el famoso escultor que posteriormente esculpiría una estatua con la efigie del novelista, y Juan Antonio, el pintor. Su estudio, dice Blasco, es el templo a la camaradería artística. Además frecuenta la librería de Fernando Fe, donde se relaciona con los intelectuales de su tiempo, Luis Morote, Santiago Rusiñol y Emilia Pardo Bazán. Conoce también a Rodrigo Soriano, periodista de El Imparcial, que se convertirá en su gran amigo, pero posteriormente también en su peor enemigo. Al igual que en París y en Italia, escribe crónicas para El Pueblo describiendo Madrid.

En 1903 el blasquismo sufrió la escisión "sorianista", como consecuencia del ataque despiadado que hizo público el "número dos" del movimiento, Rodrigo Soriano, contra el líder, Vicente Blasco Ibáñez, aspirando a ocupar su lugar. Soriano creó otro partido y se desencadenó una "guerra fratricida entre los fanáticos incondicionales de Blasco y el inevitable batallón de resentidos y desengañados que siguieron a Soriano", lo que enrareció el clima político en la ciudad de Valencia -hubo un tiroteo al volver de un mitin-. Así, Blasco, tras las elecciones de 1905, en las que volvió a salir elegido diputado, decidió trasladarse a Madrid para alejarse de las "pasiones que su persona despertaba en Valencia". Aún se vio obligado por sus correligionarios a presentarse a las elecciones de 1907, volviendo a salir elegido, pero en noviembre de 1908​ renunció a su escaño y abandonó la vida política activa, que no retomaría hasta la dictadura de Primo de Rivera, a la que combatió desde su exilio.

Aunque hablaba valenciano, escribió casi por completo sus obras en castellano con solo nimios toques de valenciano en ellas, aunque también escribió algún relato corto en valenciano para el almanaque de la sociedad Lo Rat Penat.

Aunque por algunos críticos se le ha incluido entre los escritores de la generación del 98, la verdad es que sus coetáneos no lo admitieron entre ellos. Vicente Blasco Ibáñez fue un hombre afortunado en todos los órdenes de la vida y además se enriqueció con la literatura, cosa que ninguno de ellos había logrado. Además, su personalidad arrolladora, impetuosa, vital, le atrajo la antipatía de algunos. Sin embargo, pese a ello, el propio Azorín, uno de sus detractores, ha escrito páginas extraordinarias en las que manifiesta su admiración por el escritor valenciano. Por sus descripciones de la huerta de Valencia y de su esplendoroso mar, destacables en sus obras ambientadas en la Comunidad Valenciana, su tierra natal, semejantes en luminosidad y vigor a los trazos de los pinceles de su gran amigo, el ilustre pintor valenciano Joaquín Sorolla.

Blasco cultivó varios géneros dentro de la narrativa. Así, obras como Arroz y tartana (1894), Cañas y barro (1902) o La barraca (1898), entre otras, se pueden considerar novelas regionales, de ambiente valenciano. Al mismo tiempo, destacan sus libros de carácter histórico, entre los cuales se encuentran: Mare Nostrum, El caballero de la Virgen, el ya citado Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916), El Papa del Mar, A los pies de Venus o de carácter autobiográfico como La maja desnuda, La voluntad de vivir e incluso Los Argonautas, en la que mezcla algo de su propia biografía con la historia de la colonización española de América. Añádase La catedral, detallado fresco de los entresijos eclesiásticos de la catedral de Toledo.

La obra de Vicente Blasco Ibáñez, en la mayoría de las historias de la literatura española hechas en España, se califica por sus características generales como perteneciente al naturalismo literario. También se pueden observar, en su primera fase, algunos elementos costumbristas y regionalistas.

Sin embargo, se pueden agrupar sus obras literarias según su gran variedad temática frecuentemente ignorada en su propio país, puesto que además de las novelas denominadas de ambiente valenciano (Arroz y tartana, Flor de Mayo, La barraca, Entre naranjos, Cañas y barro, Sónnica la cortesana, Cuentos valencianos, La condenada), hay novelas sociales (La catedral, El intruso, La bodega, La horda), psicológicas (La maja desnuda, Sangre y arena, Los muertos mandan), novelas de temas americanos (Los argonautas, La tierra de todos), novelas sobre la guerra, la Primera Guerra Mundial (Los cuatro jinetes del Apocalipsis, Mare nostrum, Los enemigos de la mujer), novelas de exaltación histórica española (El Papa del mar, A los pies de Venus, En busca del Gran Kan, El caballero de la Virgen), novelas de aventuras (El paraíso de las mujeres, La reina Calafia, El fantasma de las alas de oro), libros de viajes (La vuelta al mundo de un novelista, En el país del arte, Oriente, la Argentina y sus grandezas) y novelas cortas (El préstamo de la difunta, Novelas de la Costa Azul, Novelas de amor y de muerte, El adiós de Schubert) entre sus muchas obras.

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