domingo, 31 de mayo de 2020

Voltaire: Cuentos Completos en Prosa y Verso

Aunque Voltaire empezó a escribir cuentos en su etapa de «cortesano», cuando, como gentilhombre de la cámara del rey, debía proveer al entretenimiento de la corte, en estos textos ya estarán presentes los propósitos de toda su escritura: divulgar las nuevas ideas, combatir la ineptitud y la mentira religiosas, luchar por la tolerancia, y todo ello envuelto en ficciones narrativas que pueden llevar al lector tanto a los espacios interplanetarios como a Oriente, con las aventuras amorosas de sus princesas y huríes.

Sus Novelas y cuentos son un arma más de la «máquina de guerra» que, según Flaubert, era todo lo que salió de la pluma de Voltaire. Todas sus preocupaciones, todas sus «lecciones» de filosofía de la vida, están en estos cuentos: desde su apoyo a los avances científicos de la época hasta su lucha, casi obsesiva, contra la superstición y el fanatismo religioso. Todos sus protagonistas, desde Cándido hasta el Ingenuo, después de verse arrastrados por una riada de acontecimientos aparentemente caóticos y faltos de sentido, una vez hecha por el escritor la sátira del desorden del mundo, terminan triunfando porque aplican la filosofía de la experiencia. Nunca como en estas ficciones, que reúnen la originalidad del pensador y la sátira del crítico, su espíritu y su pluma fueron tan libres.




Si hay un término que unifique la visión que del siglo XVIII en Europa se tiene, ése es el de Razón, hasta el punto de que fue convertida en diosa cuando la Revolución francesa derrocó viejos altares. Y a la cabeza de los philosophes que combatieron en todos los frentes, desde el industrial hasta el ideológico, figuró Voltaire, que dio su nombre a ese siglo XVIII, también llamado el «Siglo de Voltaire». La Enciclopedia, d’Alembert, Voltaire, Diderot, Rousseau y un largo etcétera, emprendieron la tarea de reescribir el mundo, y la visión que de él se tenía, desde la lógica y el pensamiento racional; hasta entonces, eran fuerzas extraterrestres, un Dios que regía el Universo con reglas y normas contrarias al sentido común, las que ordenaban la existencia del hombre en la tierra, y, por otro lado, cimentaban un orden social injusto. Con la Razón por linterna, los philosophes se encaminaron hacia la búsqueda de la Verdad; había que explicar el mundo de nuevo, porque la teología, rígida conductora de mentes y de comportamientos sociales hasta entonces, hacía aguas e imponía un dogmatismo contrario a lo que los propios ojos, sin necesidad de más luces, veían, sometiendo los fenómenos naturales y la ordenación social a lo sobrehumano.

Todos los philosophes —D’Alembert, Diderot, Voltaire, Rousseau y un largo etcétera de compañeros tanto literarios como científicosse lanzaron a reescribir el mundo y dejaron sentados, en el trabajo mayor de la historia contemporánea, la Enciclopedia, los fundamentos de esa visión nueva. Esa generación ha pasado a la historia marcada por esa primacía. Voltaire, por ejemplo, es el razonador y polemista infatigable, el filósofo de su tiempo por su radical antimetafísica, el historiador que escudriña con detalle la realidad de su propia época olvidando voluntariamente las viejas historias y los cuentos para viejas, el redactor de panfletos, el articulista furibundo. Pero ¿dónde estaba la loca de la casa, la imaginación, la fantasía? El peso de los citados philosophes consistía en esa agitación permanente del espíritu a que sometieron su época en todos los planos del pensamiento y la acción: punto por punto asestaron sus lentes de aumento sobre todos los oficios, desde los más prácticos a los menos prensiles, desde los más concretos a los más abstractos: estudios y tratados que analizan oficios manuales como la carpintería o el vidrio y su aplicación a objetos suntuarios o medicinales —anteojos para la vista, para la investigación científica—, o sutiles paradojas sobre hechos más abstractos, con su séquito de circunstancias sociológicas o filosóficas: por ejemplo, la Paradoja sobre el comediante, de Diderot, que expone los rudimentos teatrales a su protagonista: el actor.

No son la Belleza ni la Fantasía las que rigen el concepto de lo Ilustrado ni lo que persiguen los philosophes: y sin embargo, en el caso de Voltaire, son las que han salvado su nombre durante tres siglos: con sonrisa sardónica unas veces, con virulencia otras, aplicó la crítica a todos los problemas que se planteaban al hombre del siglo XVIII, empleando para ello todas las armas a su alcance: el panfleto, el artículo, los libros de filosofía o de historia, una correspondencia ingente… No hay obra más enorme que la de Voltaire en la literatura francesa: a los cincuenta volúmenes que abarca su obra completa, ha venido a añadirse una docena más de una correspondencia que cada día se revela más abrumadora e importante: por sus casi veinte mil páginas pasa completo el siglo XVIII, con todos los temas que le habían interesado desde la infancia, hasta el punto de constituir una unidad con el resto de esa gigantesca obra que, en la nueva edición en marcha, iniciada en 1968, tiene previstos 150 volúmenes. Todo lo que salió de su pluma apunta, si dejamos a un lado sus iniciales intentos de escritor cortesano, a un fin «social», a un objetivo: cambiar el mundo.

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