"El Gato con Botas" (Il gatto con gli stivali o Cagliuso, en Italiano, Le chat botté, en Francés) es un cuento popular europeo recopilado en 1500 por Giovanni Francesco Straparola en su novela Las noches agradables, en 1697 por Charles Perrault en su libro Cuentos de mamá ganso como El gato maestro y anteriormente en 1634 por Giambattista Basile como Cagliuso.
El reparto de la herencia de un sencillo molinero no dejó a su benjamín más que el gato del granero. Decepcionado, el hijo consideró comérselo para no morir de hambre, pero el gato resultó estar lleno de recursos, y le dijo: «No debéis afligiros, mi señor, no tenéis más que proporcionarme una bolsa y un par de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra herencia no es tan pobre como pensáis». El hijo del molinero no pensó mucho en ello y decidió seguirle la corriente. El gato, galantemente calzado, con la bolsa atada al cuello, se encaminó inmediatamente a una conejera cercana y cazó un conejo. Así puso su gran plan en marcha, yendo al palacio y presentando su caza al rey:
«He aquí, Majestad, un conejo de campo que el Señor Marqués de Carabás (que es el nombre que se le ocurrió dar a su amo) me ha encargado ofrecerle de su parte». Con el regalo de un par de perdices y otros obsequios, siempre de parte del Marqués de Carabás, el gato con botas estuvo pronto en disposición de saber cuándo el rey y su hermosa hija pasearían por la ribera del río:
«Si seguís mi consejo podréis hacer fortuna —le dijo el gato a su amo—; no tenéis más que meteros en el río en el lugar que yo os indique y después dejadme actuar».
Así siguió el famoso momento, el giro en la fábula, en la que el gato gritaba «¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Qué se ahoga el Marqués de Carabás!» De esta forma, el hijo del molinero, desnudo, fue envuelto en ropajes regios y subido al coche de caballos del propio rey, revelándose la fábula con el aplomo y divertido ingenio característicos de Perrault. El gato se adelantó entonces a la comitiva real y se dirigió a las tierras de un poderoso ogro.
A los campesinos que estaban trabajando en ellas les dijo: «Buena gente que estáis cosechando, si no decís que todos estos campos pertenecen al Marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de budín». Cuando el carruaje del rey pasó junto a los campesinos y Su Majestad preguntó quién era el dueño de aquellas tierras, todos ellos respondieron: «Son del señor Marqués de Carabás».
Mientras tanto el gato llegó al palacio del ogro y pidió audiencia. Los guardias, desconcertados por la apariencia del gato parlante, abrieron la puerta inmediatamente y lo llevaron ante su señor.
Cuando estuvieron sentados, el gato le dijo: «Me han asegurado que vos teníais el don de convertiros en cualquier clase de animal; que podíais, por ejemplo, transformaros en león, en elefante». Halagado, el ogro le dijo que era cierto, y se transformó en el acto en un rugiente león para demostrar sus habilidades. El gato lo retó entonces a transformarse en un animal muy pequeño, «en un ratón, en una rata». Ansioso por impresionar a su invitado, el ogro respondió convirtiéndose en ratón, pero tan pronto como lo hizo el gato lo tomó por la cola y se lo tragó entero.
Entonces reclamó el palacio del ogro como hogar para el recién nombrado Marqués y recibió al rey con su hija. Al final el Marqués consigue casarse con la princesa, y «el gato se convirtió en gran señor, y ya no corrió tras los ratones sino para divertirse».
A pesar de su popularidad, la dudosa moralidad de la historia, o en realidad la ausencia de ella, ha hecho tradicionalmente al cuento menos interesante de analizar que otras historias de la época. Comparada con el rico material proporcionado en La bella durmiente o Barbazul, El gato con botas es considerablemente más alegre en tono. Perrault era conocido ciertamente por sus tendencias moralistas, pero si realmente hay una lección por aprender en El gato con botas, parece ser que el engaño y la mentira dan beneficios más rápida y generosamente que el trabajo duro y el talento.
Para algunos lectores actuales, la nota éticamente discordante es cuando el gato amenaza a los campesinos que trabajan para el ogro, obligándoles a decir que trabajan para el Marqués de Carabás. En una versión moderna, el gato con botas llega a un acuerdo con los campesinos por el que si dicen ser siervos del Marqués de Carabás entonces él los librará de la tiranía del cruel ogro. Esto eleva considerablemente el tono moral de la historia.
También se puede considerar esta historia para fines didácticos de administración de empresas, todo jefe o gerente en algún momento deberá confiar o delegar trabajos a un subalterno. Darle la oportunidad a alguien de ayudarnos puede ser la clave en nuestra vida que nos haga prosperar.
En otras interpretaciones el gato con botas representa el juego de la naturaleza racional y animal en el destino del hombre. El gato es un animal humanizado, no sólo camina erguido sino también habla, es un animal que razona y que libera sus instintos cuando ello es necesario, en la historia cuando amenaza a los campesinos o se come al ogro trasformado en roedor.
Dejó un molinero por todo patrimonio a sus tres hijos, el molino, el asno y el gato. El reparto fue cosa breve, sin necesidad de la intervención del notario ni del procurador, quienes se hubieren comido muy pronto la pobre herencia. Al hijo mayor correspondiole el molino, al segundo el asno y al menor el gato.
Este no podía consolarse de haberle tocado tan pobre lote y se decía:
—Mis hermanos podrán ganarse la vida honradamente formando sociedad; pero cuando me haya comido el gato y echo un manguito de su piel, no me quedará otro recurso que morirme de hambre.
Maese Zapirón, que oía estas palabras, pero sin que al parecer fijara en ellas la atención, le dijo:
—No os pongáis triste, señor amo. Dadme un saco y un par de botas para penetrar en la maleza y os convenceréis de que el lote que os ha correspondido no es tan malo como creéis.
Aunque el dueño del gato no hizo gran caso de lo que le dijo, como le había visto hacer tantas travesuras para cazar ratas y ratones, en particular cuando se colgaba de los pies o se metía en la harina haciendo el muerto, tuvo alguna esperanza de salir de su miseria.
Cuando el gato tuvo lo que había pedido, calzose resueltamente las botas, y poniéndose el saco a la espalda cogió los cordones con sus dos patas y se fue a un conejar donde había muchos conejos. Metió salvado y cerrajas en el saco, y tendiéndose como si estuviera muerto, esperó a que algún gazapo, poco entendido en mañas, se colase en el saco para correr lo que dentro había puesto.
Apenas estuvo en el suelo cuando un aturdido gazapillo metiose en el saco, y maese Zapirón tiró en el acto los cordones, cogió el gazapo y lo mató sin misericordia.
Muy orgulloso de su presa fuese al palacio del rey y pidió hablarle. Le hicieron subir a la cámara real y en cuanto entró hizo una gran reverencia y dijo al rey:
—Señor: el marqués de la Chirimía, (este fue el título que dio a su amo) me ha encargado os ofreciera este conejo.
—Di al marqués, contestó el rey, que le doy las gracias y recibo con gusto su regalo.
Otro día maese Zapirón fue a un campo de trigo, donde se ocultó teniendo el saco abierto como de costumbre, y cuando se hubieron metido en él dos perdices, corrió los cordones y cazó las dos. Fuese enseguida a regalarlas al rey, como había hecho con el conejo; el rey las recibió muy contento y mandó que le dieran una propina.
Durante algunos meses el gato continuó llevando al rey conejos y perdices como regalo de su amo. Supo un día que el monarca debía ir a pasear con su hija, la más bella de las princesas, a orillas del río, y dijo al pobre hijo del molinero:
—Si queréis seguir mi consejo ganáis una fortuna, y para lograrlo no tenéis más que hacer sino bañaros en el punto del río que os indicaré, y luego dejadme obrar.
El marqués de la Chirimía hizo lo que su gato le aconsejaba, sin adivinar lo que se proponía. Mientras se estaba bañando pasó el rey y el gato comenzó a gritar tan recio como pudo:
—¡Socorro!, ¡socorro! ¡El marqués de la Chirimía se ahoga!
A sus gritos el rey asomó la cabeza a la portezuela, reconoció el gato que le había traído conejos y perdices tantas veces, y ordenó a su escolta que fuese volando en socorro del marqués de la Chirimía.
Mientras sacaban del río al pobre marqués, el gato se acercó a la carroza y dijo al rey que durante el tiempo que su amo había estado bañándose habían venido ladrones y se habían llevado sus vestidos a pesar de haber dado voces con toda la fuerza de que era capaz. El pillín había ocultado los vestidos debajo de una gruesa piedra.
El rey ordenó en el acto a oficiales de su guardarropa que fuesen a buscar uno de los más hermosos vestidos para el señor marqués de la Chirimía, con quien el monarca se mostró muy amable; y como los ricos vestidos que acababan de traerle pusiesen más de relieve su buen aspecto, pues era guapo y bien formado, la hija del rey le dijo que era muy buen mozo; y bastaron dos o tres miradas del marqués, muy respetuosas y algo tiernas, para que la princesa se enamorara locamente de él.
El rey quiso que subiera al coche y hablara con él. Muy alegre el gato de ver que sus planes comenzaban a tener buen éxito, se adelantó; y habiendo encontrado dos campesinas que guadañaban un prado, les dijo:
—Buenas gentes que estáis guadañando, si no decís al rey que este prado pertenece al señor marqués de la Chirimía, seréis destrozados hasta hacer gigote de vuestras carnes.
El rey no dejó de preguntar a los guadañeros de quién era el prado en el que trabajaban, y como la amenaza de maese Zapirón les había espantado, ambos contestaron a un tiempo:
—Pertenece al señor marqués de la Chirimía.
—Tenéis una magnífica propiedad, le dijo el rey.
—Es un prado, respondió el marqués, que no deja de producirme muy buena renta cada año.
El gato, que continuaba teniendo la delantera, encontró varios segadores y les dijo:
—Buenas gentes que estáis segando, si no decís que todos estos trigos pertenecen al señor marqués de la Chirimía, seréis destrozados hasta hacer gigote de vuestras carnes.
Pasó el rey poco después y quiso saber quién era el dueño de todos los trigos que veía.
—Pertenecen al señor marqués de la Chirimía, contestaron los segadores; y el rey expresó de nuevo su contento al marqués. El gato, que no había dejado de ir delante de la carroza, dirigía las mismas palabras a cuantos encontraba y el rey estaba maravillado de los muchos bienes del señor marqués de la Chirimía.
Maese Zapirón llegó por último a un hermoso castillo cuyo dueño era un ogro, el más rico que se haya visto, pues todas las tierras por donde el rey había pasado dependían del castillo. El gato, que había procurado informarse de quién era el ogro y lo que sabía hacer, pidió hablarle, diciendo que no había querido pasar tan cerca del castillo sin haber tenido el honor de ofrecerle sus respetos.
El ogro le recibió con toda la finura de que es capaz un ogro y le invitó a descansar.
—Me han asegurado, dijo el gato, que tenéis el don de transformaros en toda suerte de animales, como por ejemplo, en león, en elefante...
—Es verdad, contestó el ogro bruscamente, y para mostrároslo me veréis convertido en león. Tan grande fue el espanto del gato al hallarse delante de un león, que de un salto se fue al alero del tejado, no sin pena y peligro, a causa de sus botas, que de nada le servían para andar por encima de las tejas.
Cuando el ogro hubo recobrado su primitiva forma, el gato bajó del tejado y confesó que había tenido miedo.
—También me han asegurado, añadió maese Zapirón, pero no puedo creerlo, que podéis tomar la forma de los más pequeños animales, como, por ejemplo, convertiros en rata y en ratoncillo. Os confieso que tal cosa la tengo por del todo imposible.
—¡Imposible! —exclamó el ogro. Ahora veréis.
Apenas hubo pronunciado estas palabras cuando se transformó en ratoncillo que comenzó a correr por el suelo. En cuanto el gato lo hubo visto, lo cogió y se lo comió.
Mientras tanto el rey, que al pasar fijose en el soberbio castillo, quiso entrar en él. Oyó el gato el ruido de la carroza que atravesaba el puente levadizo, salió al encuentro del monarca y le dijo:
—Sea bienvenida Vuestra Majestad al castillo del señor marqués de la Chirimía.
—¿También os pertenece este castillo, señor marqués? —preguntó el rey.— Es imposible hallar cosa más agradable que este patio y los edificios que le rodean. Veamos el interior.
El marqués dio la mano a la joven princesa, y siguiendo al rey, que subió el primero, entraron en una gran sala en donde hallaron una magnífica comida que el ogro había mandado disponer para sus amigos, que debían verle aquel mismo día, pero que no se habían atrevido a entrar al saber que el rey estaba allí. El monarca, muy satisfecho de las buenas cualidades del señor marqués, lo mismo que la princesa que estaba locamente enamorada de él, al ver los grandes bienes que poseía le dijo, después de haber bebido cinco o seis veces:
—De vos depende, señor marqués, que seáis mi yerno.
El marqués hizo una gran reverencia y aceptó el honor que le dispensaba el rey, y aquel mismo día la casó con la princesa. El gato llegó a ser un señor muy principal y sólo cazó ya ratones por diversión.
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