Cornell Woolrich, también conocido como William Irish, es considerado como el mejor escritor de un género en el que confluyen la novela policiaca y el thriller. Uno de los aciertos del escritor neoyorquino fue el de contar la historia desde el punto de vista de la víctima, de alguien corriente en manos del azar. ¿Una prueba? La ventana indiscreta.
Cornell Woolrich comenzó a publicar sus novelas y relatos de misterio en 1934, pero hasta el año 1942 no utilizó el nombre de William Irish: fue con su legendaria La mujer fantasma. Se le conoció con el sobrenombre de El Rey del Suspense y ciertamente lo fue, el mejor escritor de suspense que ha habido nunca. Es autor de relatos y novelas maestras tales como No quisiera estar en sus zapatos, Lo que la noche revela. La novia vestía de negro, Marihuana o Me casé con un muerto, entre otras muchas. Era un hombre retraído, solitario, afectado de una relación amor-odio con su madre, que acabó viviendo en un hotel sus últimos años, alcoholizado, célebre y huraño. Nació en 1903 y murió en 1968.
Bien podríamos decir que el punto de intersección entre la novela policiaca y el thriller es la obra de William Irish. En ella encontramos la clásica tradición de lo que se conoce como novela-problema perfectamente integrada en los espacios cotidianos, sórdidos y crueles de las calles de la ciudad. El modo de operar de Irish se apoya en unos puntos bien definidos. El primero de ellos fue la ingeniosa decisión de colocarse en el lugar de la víctima; buena parte de sus narraciones están contadas desde el punto de vista de la víctima y ahí es donde sustenta la eficiencia de la intriga. El segundo es el tiempo, empleado de dos maneras diferentes: de acuerdo con la ansiedad interna de la víctima, de una parte, y como elemento exterior a ella en forma de amenaza (el tiempo se acaba), de la otra. El tercer punto de apoyo es decisivo: el uso del azar como motor de la historia. Los personajes de Irish, personajes corrientes, gente de la masa anónima de la ciudad, son víctimas de un azar; nada en su vida les hace merecedores de lo que les ocurre sino que se encuentran a merced de una situación azarosa que da un vuelco a su existencia y la amenaza decisivamente; son víctimas vulgares y anónimas, víctimas de una situación límite cuya linde traspasan por obnubilación, credulidad, ingenuidad, inconsciencia o necesidad imperiosa. No son gente importante, a veces son policías, otras profesionales de medio pelo, otras parados o gente reducida a la miseria por la Gran Depresión…, hay corruptos, tipos codiciosos, gánsteres y traficantes, pero en su mayor parte son buena gente alcanzada por el temblor de la desgracia, por estar en el peor momento donde no tenían que haber estado, por “pasar por allí” o permanecer desvelados mientras los demás duermen…
Tras el azar hay una concepción fatídica del mundo que pertenece al propio Irish y a sus angustias y dolores terrenos. Es la concepción de la existencia como un Absoluto, donde vivir consiste en no ser visto por el ojo de la Desgracia, que destruye absolutamente. Ese ojo selecciona caprichosa y desapasionadamente a sus víctimas; la pasión aparece cuando la víctima es alcanzada y trata de escapar a su destino. Se diría que el mundo es una caravana de pequeños hombres y mujeres que atraviesa un territorio llamado la vida y que, de cuando en cuando, son agredidos por una amenaza exterior que, como un monstruo surgido de la nada, atrapa a uno de ellos y se lo lleva con él para devorarlo en su guarida, lejos de los demás. Probablemente, la neurosis, la soledad, el amor malamente correspondido, el peso de la madre… están detrás de este escenario, pero también lo está la América de la Gran Depresión y sus secuelas, pues en los relatos de Irish no hay sólo una intriga impactante sino unas historias perfectamente encajadas en la sociedad de la que surgen.
Pero ¿cuál es el secreto de esa increíble tensión que es capaz de generar en el lector? Antes lo he insinuado; en primer lugar, la búsqueda de la complicidad con la víctima, que alcanza al lector invariablemente. La segunda… la segunda es una escritura prodigiosa en su emocionalidad expresiva, emoción que se sustenta en el transcurso del tiempo, lo mide el ritmo de esa escritura y el tiempo es el tiempo que se agota, la espada que pende sobre las cabezas de sus desdichados o afortunados héroes anónimos.
La ventana indiscreta es el más famoso y perfecto de los relatos que contiene este volumen. En conjunto es una selección correcta y equilibrada que, al ser volumen único, debió buscar piezas mejores, porque no es fácil encontrar hoy sus obras maestras. Pero está Irish en estado puro: desde el suspense admirable de La ventana —comparen con Hitchcock y verán dos personalidades— hasta el azar de El pendiente, la ansiedad de Proyecto de asesinato, el tiempo enemigo de Cocaína o la intriga jovial y bien medida de La Libertad iluminando a la muerte.
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