"Los 30.000 Euros"
Andrés González-Barba
Todas las noches hacía el mismo frío en la gasolinera que se hallaba junto al parque. Normalmente presentaba un aspecto desolado a partir de las nueve o las diez de la noche, cuando los transeúntes se acercaban por aquel lugar para repostar combustible y se marchaban lo antes posible para no quedarse ateridos por el frío, pues ese mes de diciembre estaba siendo especialmente húmedo. Marcelo tenía veinticinco años y llevaba poco tiempo trabajando allí, aunque a él se le había hecho una eternidad. En un principio había tenido serias aspiraciones profesionales, e incluso llegó a soñar con ser ingeniero, abogado o algo por el estilo, pero por desgracia no supo conducir bien su vida y al final acabó en esa gasolinera en donde no se hallaba a gusto. Por este motivo, mientras realizaba las guardias de madrugada, su mente viajaba a mundos imaginarios para encontrar alguna realidad paralela que fuera superior a la vida tan ordinaria que sufría. Tenía las manos tan entumecidas por el frío que cuando cogía la manguera para recargar los tanques de los vehículos se ponía unos guantes para evitar que se le resquebrajaran y se le pusieran más ásperas aún. El único elemento que le daba algo de alegría era un árbol que estaba decorado con luces y bolas navideñas. Al menos, eso era una señal de que las cosas no podían ser tan negativas como pintaban. Aún había, pues, algún margen para la esperanza, o tal vez eso era lo que él creía desde la inocencia más profunda de sus pensamientos.
Aquella noche era la del 23 de diciembre. Por eso pasaron muchas personas que venían de celebrar las típicas cenas de empresa o que, simplemente, habían quedado con sus amistades más íntimas o familiares. Serían las cuatro de la madrugada aproximadamente cuando Marcelo se dio cuenta de que junto a uno de los surtidores de combustible había un pequeño sobre. Como se encontraba sentado en su casetilla, se puso el abrigo y salió pese a que en esos momentos aquello significase toda una temeridad, dadas las bajas temperaturas imperantes. Sus dientes castañeaban con tanta fuerza que ese sonido rompió la tranquilidad de la noche. De hecho, el viento zarandeó en muchas ocasiones al árbol navideño, por lo que las bolas y los adornos corrieron serio peligro de desprenderse. En un último esfuerzo, Marcelo se aproximó a escasos metros de donde se encontraba el sobre. Éste era de un color crema, y su tamaño, mediano. Cuando lo tuvo entre sus manos notó que había algo en su interior que abultaba más de lo normal. Daba la sensación de que fueran unos billetes doblados o algo similar. Rápidamente se dirigió a la casetilla con su presa y cerró la puerta para no morir congelado ante el relente que estaba cayendo en esos momentos.
Al abrir dicho envoltorio comenzó a ver billetes de 500 euros, de esos que dicen que no existen pero que en verdad están en alguna especie de extraño paraíso virtual alejado de los más necesitados. Su corazón se agitó con fuerza, sobre todo cuando terminó de contar todos los billetes y advirtió que había sumado la cantidad de 30000 euros. Se trataba, sin duda, de una barbaridad. En sus manos tenía una fortuna y ahora seguro que debía haber alguien buscando desesperadamente ese sobre millonario. Por eso, no sabía si llamar a su jefe, pero, tratándose de la madrugada del 24 de diciembre, no le era grato molestarlo, máxime cuando estaba disfrutando de su semana de vacaciones en un destino paradisíaco.
Marcelo sopesó su situación una y mil veces. Reflexionó sobre las ventajas e inconvenientes que tenía en esos momentos ser el albacea de tanto dinero. Probablemente la noticia saldría en las próximas horas en los medios de comunicación y entonces todo el mundo lo señalaría como cómplice de ese complicado affaire. El muchacho se sentía cada vez más amenazado por una situación que se le hacía harto incómoda y que se le estaba escapando de las manos. ¿Por qué le habría tocado esa extraña lotería? Y es que ya se lo decía su abuela Pepa cuando él apenas era un chiquillo, de esos a los que les gusta jugar todo el tiempo posible en la calle: «Marcelito, no te metas en líos porque la vida es más sencilla de lo que te crees y cuanto más te compliques, peor». Por entonces el niño tenía 10 años y no entendió demasiado bien ese mensaje; sin embargo, al cabo del tiempo llegó a hacer suya esa filosofía. A fin de cuentas, sus abuelos siempre fueron para él una fuente de sabiduría inagotable. Pero, dejando al margen todas esas reflexiones, ahora lo urgente era resolver qué iba hacer con esos 30000 euros que habían caído por arte de magia en sus manos. Tal cantidad de dinero sería perfecta para tapar muchos agujeros, expresión que emplearon, apenas dos días antes, los que fueron agraciados por el Gordo de Navidad. Pero él se sentía un desgraciado porque no sabía qué hacer con ese dinero.
Aun estando muy nervioso, intentó indagar en qué momento de la noche se le podría haber caído a algún cliente todo ese dinero. De esta forma, repasó mentalmente los rostros de las decenas de personas que se habían pasado por la gasolinera; a pesar de lo cual, le resultó imposible dar con alguien que tuviera la cabeza tan distraída como para haberse dejado aquel valioso tesoro en un lugar tan inhóspito como ése.
«Vamos, piensa un poco, Marcelo —se dijo para tratar de animarse—. ¿Qué culpa tengo yo de este marrón? Esta noche es Nochebuena y no quiero tener líos con nadie. Maldita sea, ¿mira que si viene la pasma y termino en la cárcel?». A raíz de esto último decidió llamar a la Policía, pero luego creyó que era mejor esperar a ver qué ocurría y si alguien demandaba el sobre. El joven estaba debatiéndose en plena tormenta de dudas morales por culpa de esos dichosos 30000 euros. «Pero, ¿qué iluso se habrá dejado tanto dinero en estos tiempos tan malos que corren?», se interrogó una vez más. Mientras estaba sentado en su garita, siguió rumiando miles de pensamientos inconexos, sin sacar ninguna conclusión clara sobre aquella situación. Jamás se hubiera imaginado que iba a tener tantos problemas después de haberse encontrado una cantidad tan considerable de dinero.
De repente, un coche deportivo rojo de último modelo se paró a unos metros de donde él estaba. Marcelo vio cómo se le aceleraban las pulsaciones. «Ya está ahí el dueño del dinero, me lo temía», pensó al mismo tiempo que sentía una mezcla de alegría y tristeza ante la idea de la posible pérdida de los 30000 euros. Del coche salió un individuo extraño, de mediana edad y cuya estatura no sería superior al metro setenta siendo muy generoso. Éste se acercó con un paso firme. Aquello pareció intimidar a Marcelo, que estuvo a punto de gritarle a ese tipo que no se preocupase por nada, pues él había custodiado muy bien el dinero en su ausencia. Cuando ese hombre estuvo al lado de la mampara de cristal que protegía la garita del muchacho gritó con una voz eminentemente gutural:
—Buenas noches. Me he perdido y mi GPS se ha vuelto loco. Necesito encontrar esta avenida —sentenció mientras señalaba con un dedo grueso un mapa de medianas dimensiones.
—¿Eso es sólo lo que desea? ¿No ha venido por ningún otro motivo? —le preguntó Marcelo con los ojos desorbitados ante la sorpresa de ver que aquel ser parecía no tener nada que ver con el dinero perdido.
—No, no deseo repostar el coche porque tengo suficiente gasolina, pero ya que estoy aquí le compraré también unos caramelos de menta. La humedad de estos días me está matando la garganta.
El muchacho no daba crédito a lo que había escuchado. Con la mayor compostura que pudo le indicó la dirección que requería y le entregó los caramelos con un leve temblor en las piernas. Tras unos segundos de incertidumbre, el coche deportivo rojo de último modelo se fue alejando de la gasolinera a la vez que Marcelo volvía a acariciar los billetes de 500 euros. Estaba claro que, de momento, nadie se había percatado de su desaparición. Quizás la persona que había extraviado ese dinero era tan millonaria que dicha pérdida podría representarle una simple calderilla, pero pensar en eso era ciencia ficción. La madrugada del 24 de diciembre siguió avanzando de manera inexorable. Llegó una hora en que las primeras luces del día comenzaron a arañar la línea del horizonte. En ese momento, Marcelo sentía todo su cuerpo muy entumecido por culpa de aquella horrible humedad. Los coches comenzaron a repostar con mucha más frecuencia pero nadie reclamó el dinero. El joven estaba cada vez más atacado de los nervios y no sabía qué iba a suceder. Incluso llegó a pegarse a los auriculares para ver si en los informativos de la mañana se comentaba algo sobre el tema, pero todo resultó en vano. Daba la sensación de que aquel dinero fuera una entelequia, una mera ilusión de un muchacho que comenzaba a pensar que tal vez se estaba volviendo loco.
«Decididamente voy a invitar a mi familia esta noche a algo grande. Después de todo, 30000 euros no se ganan todos los días», musitó metiéndose cada vez más en el rol de nuevo millonario. Los remordimientos que había tenido hacía apenas unas horas habían pasado a mejor vida y ya estaba convencido plenamente de que nadie iba a solicitar tanto dinero.
—Póngame cincuenta euros de gasolina sin plomo 95, por favor —dijo una mujer con un gesto algo nervioso.
—Enseguida —respondió Marcelo de forma lacónica. Pasaron unos minutos de silencio, pero todo seguía en calma—. Que tenga unas felices fiestas— le dijo a la vez que separaba la manguera del depósito del coche y volvía a cerrar la tapadera del mismo.
—Igualmente —contestó la mujer introduciéndose de nuevo en el coche.
Marcelo seguía pensando qué debía hacer. En cualquier momento todos los castillos de naipes que había fabricado en las últimas horas se podrían derrumbar y él estaría perdido.
De repente, tuvo una intuición y puso de nuevo la radio. Pensó que a lo mejor iba a escuchar algo muy importante, de modo que no perdió el tiempo.
«Noticia de última hora. Una banda organizada ha sido capturada por la policía con más de 250.000 euros bajo su posesión, presuntamente robados en distintos bancos de la ciudad y de la provincia. Los agentes habían estado investigándolos durante las últimas semanas en el barrio de L…».
Al escuchar está última frase, el muchacho comprendió que la gasolinera se encontraba justo en aquel lugar.
«Afortunadamente se ha podido recuperar todo el dinero robado y los detenidos han pasado a disposición judicial».
¿Todo el dinero se había recuperado? Entonces, ¿qué ocurría con los 30000 euros que se habían dejado en la gasolinera? ¿Es que eso pertenecía a otro botín distinto? Marcelo estaba tan nervioso que casi no se tenía en pie, máxime cuando aquel dinero que tenía bajo su posesión ya le estaba quemando entre las manos. Debía hablar cuanto antes con la Policía o, de lo contrario, él también sería detenido por haber omitido una información valiosísima a las autoridades. Al mismo tiempo que estaba embargado por estas dudas hamletianas, el joven atendió como pudo a los automovilistas y motoristas que venían a repostar combustible.
—Venga, muchacho, que no tengo todo el día y hoy aún me quedan muchas cosas que preparar para esta noche —le apremió un cincuentón que iba cabalgando sobre un Mercedes de último modelo.
—Disculpe, señor —se excusó Marcelo con un gesto de vergüenza.
—Chico —prosiguió el cliente—, debes espabilarte o de lo contrario no vas a durar demasiado en este trabajo.
—Tiene razón. Perdone.
—Está bien, así lo espero por tu bien. Te deseo que pases una muy feliz Navidad —añadió el desconocido con un gesto algo más bonachón.
—Feliz Navidad para usted también, caballero.
Una vez terminó de hablar con este hombre tan peculiar, Marcelo volvió a entrar en la garita. Tenía la necesidad de ver de nuevo el fajo de billetes que estaba bajo su tutela.
Las horas fueron pasando y cada vez el ambiente era más navideño. Muchos de los automovilistas que se pararon a repostar tenían en sus radios los típicos villancicos. De esta forma, el joven llegó a escuchar durante aquellas largas horas, y en medio de tantos repostajes de combustible, zambombas flamencas; coros de voces blancas; éxitos navideños de Mariah Carey, John Lennon y los Beach Boys, entre otros, además de algún que otro estándar de los años cuarenta y cincuenta interpretado por Frank Sinatra, Nat King Cole o Bing Crosby. Sin embargo, pese al aparente incremento de la euforia, Marcelo seguía muy angustiado por la enorme carga que le había tocado. ¿Qué pasaría si no todos los ladrones habían sido arrestados y quedara aún alguno que pudiera pasarse por la gasolinera para recuperar los billetes que había sustraído? Entonces él sería hombre muerto y todo habría acabado de una forma dramática. Ante tantas preocupaciones decidió echar una pequeña cabezada aprovechando que no venía ningún cliente en aquel momento. Por fin, a media mañana, fue relevado por otro compañero. Cuando éste llegó a la gasolinera le dijo a Marcelo:
—Chico, ¿estás bien? Te veo muy pálido.
—No te preocupes, Julio. Es que he pasado una mala noche, eso es todo, pero creo que ahora me van a venir muy bien los dos días de descanso que tengo por delante.
—Bueno, me dejas más tranquilo. Que tengas una muy feliz Navidad.
Marcelo, que respondió como pudo a su compañero de trabajo, deseó con toda su alma que hubiera sido Julio el que se hubiese topado con los 30000 euros. Empero, ahora era demasiado tarde para conjeturas; además, le dolía la cabeza muchísimo. Así pues, se despidió de su compañero y se dirigió hasta su coche con la máxima premura posible. Notaba el fajo de billetes en el bolsillo derecho de su pantalón y su simple tacto le parecía una carga insoportable. En todo caso, se sentía relativamente tranquilo porque la Policía no había hablado de que faltara más dinero. Después de arrancar su vehículo, se deslizó silenciosamente por las calles de una ciudad que ya estaba casi desierta porque todo el mundo se hallaba recluido en sus casas preparando la cena navideña. Si no llegaba pronto a su casa, sus padres lo llamarían preocupados. Por esa razón estaba claro que debía de actuar con pies de plomo y con total naturalidad. Finalmente llegó a su calle. Todo parecía estar tranquilo, así que se bajó del coche con el sobre de billetes escondido esta vez bajo un bolsillo que se encontraba en lo más profundo del forro de su abrigo. El corazón le latía con gran violencia. De repente, un individuo con muy mal aspecto se le acercó. Marcelo intentó correr hacia otro lado, pero ya era demasiado tarde.
—¿Me da usted algo de dinero?
—No llevo nada, lo siento —contestó horrorizado ante la idea de que aquel hombre supiese algo del sobre.
—Vaya, pero si se está haciendo el inocente. ¿Cree que no estoy al tanto de que tiene 30000 pavos? La Policía anda por ahí buscando pistas y creo que no le gustaría saber que el dinero se lo ha quedado usted.
—¿Qué es lo que quiere de mí?
—Lo quiero todo, mequetrefe, de lo contrario iré inmediatamente a la pasma y cantaré como un pajarito. ¿Sabe que le puede caer una condena por apropiarse de un dinero que no le corresponde? Con lo tranquilo y aburrido que vivía usted en la gasolinera y ahora está en posesión de una cantidad de billetes que jamás hubiera ni olido de otra manera.
—Si le doy el dinero, ¿me dejará tranquilo?
—No lo sé. Esto me divierte muchísimo. Después de todo, usted mismo ya forma parte del mundo de la delincuencia por la torpeza de quedarse con algo que no le pertenecía.
—Le he dicho que no quiero saber nada del dinero.
Ahora mismo se lo doy y aquí no ha pasado nada —trató de enmendarse el muchacho.
El desconocido lo tenía totalmente arrinconado y se rio con una carcajada sarnosa, a la vez que enseñaba una dentadura amarillenta muy castigada por el efecto nocivo del tabaco.
Marcelo, que estaba asqueado y horrorizado al mismo tiempo por aquel ser tan diabólico, sacó el sobre que tenía escondido debajo de su abrigo. El silencio en la calle era atronador; sólo se escuchaba el rumor de un viento que parecía gritar ante aquella grotesca escena. Cuando aquel hombre cogió el sobre, lo abrió con una escrupulosidad inusitada y comenzó a contar todos los billetes para ver si faltaba alguno.
—Veo que ha tenido la prudencia de no gastarse nada. Buen chico, es usted más inteligente de lo que yo pensaba. Creo que, a partir de ahora, nos vamos a entender.
Marcelo se preguntaba qué relación tendría este individuo con los delincuentes que habían sido detenidos por los robos.
—Quiero que se quede con el dinero y que me deje tranquilo para siempre.
—Ya veremos, señor valiente. Probablemente seguiremos negociando en un futuro porque quizás podría pedirle más dinero más adelante para no tener que chivarme a la Policía. Bueno, no le voy a entretener más porque imagino que tendrá que ir a casa de papá y mamá para celebrar la Nochebuena. En cuanto a mí, creo que con tantos billetes me puedo dar un lujo, ¿no cree? —cacareó al mismo tiempo que volvía a esbozar esa sonrisa sarnosa tan desagradable.
El joven se fue de allí abrumado por un ser tan repulsivo. Lo único que quería era ir a su casa y olvidarse de todo. No obstante, cuando apenas hubo caminado unos cuantos metros, escuchó el sonido de una trifulca. Se giró rápidamente y vio cómo dos sujetos que salieron de la nada estaban golpeando al hombre que le había quitado minutos antes todo el dinero. Al principio se quedó allí inmóvil y sin saber qué hacer. Si se metía en la disputa probablemente saldría mal parado. Pero su código moral no le permitía aquello, de modo que corrió hacia allá gritando:
—Alto ahí. ¿Qué están haciendo ustedes? Dejen a ese hombre en paz.
Los dos tipos se giraron hacia donde estaba Marcelo y pararon en seco. Entonces, sin pensárselo ni un instante, fueron a por él. El joven sabía que estaba perdido y que ese iba a ser sin duda su fin. Por eso empezó a correr todo lo que pudo, pero aquellos matones le estaban ya dando alcance. Por desgracia no iba a tener escapatoria.
—Marcelo. Despierta, hombre.
—Apártate, Julio, que como te acerques vas a recibir un golpe —contestó su compañero aún angustiado por lo que acababa de vivir.
Estaba claro que éste se había quedado dormido en la garita durante unos minutos y que tuvo una pesadilla. Por fortuna no se había encontrado con el hombre indeseable de la dentadura amarillenta ni con los dos matones a sueldo. Todo fue producto de un mal sueño y no se
había movido de la gasolinera en ese tiempo.
—¿Qué te pasa, Marcelo?
—Nada, que simplemente me acabas de salvar la Nochebuena. No te lo puedes ni imaginar.
Al ver la reacción de su compañero de trabajo, Julio pensó que éste debía haberse vuelto loco; no obstante, le pareció divertido ver tanta felicidad en su amigo.
—Anda, Marcelo. Creo que debes descansar bien.
—¿Descansar? De eso ni hablar. Ahora mismo tengo muchas cosas que hacer y no me puedo detener ni un solo momento.
—Está bien, chico. Que pases una buena Navidad.
—Lo mismo te digo, Julio. Nos vemos de nuevo el día 27.
Marcelo se metió en su coche a la velocidad del rayo. Sólo tenía en su mente una idea: ir a la comisaría más cercana de Policía y dejar allí los dichosos 30000 euros que no le habían dado más que quebraderos de cabeza. Después de aquello se sentiría totalmente liberado para hacer lo que le diera la gana, sin meterse en ningún problema con nadie, tal y como le había advertido su abuela en su momento.
Al llegar a la comisaría del barrio comprobó que estaba completamente cerrada. Ahora ¿qué iba a hacer? Siendo Nochebuena era comprensible que todo el mundo tuviera derecho a celebrarlo, pero no podía quedarse más tiempo con ese dinero. Entonces pensó que lo escondería muy bien debajo de su colchón y que a la mañana siguiente lo llevaría allí.
Regresó a su coche y condujo hacia su casa. Había quedado con sus padres, hermanos y cuñados. Estaba tan ansioso que no tenía ganas de nada. Sólo quería acabar con aquel asunto lo antes posible. Fue en ese instante de ansiedad cuando tuvo una revelación y todo cambió para él. Por casualidad encendió la radio y, en medio del discurso del Rey, escuchó un canal en el que estaban hablando de algo muy trascendente para aquella noche:
«Ángel es un niño que tiene sólo 14 meses, pero sufre una enfermedad rara y requiere de una operación urgente»,
decía una voz sobrecogida por la emoción al otro lado de la emisora.
«Los padres de Ángel están recaudando todo el dinero que pueden porque necesitan ir cuanto antes a una clínica de Estados Unidos donde probablemente el bebé tendrá esperanza de vida si se actúa con rapidez».
Marcelo se quedó paralizado con esta historia. Estuvo oyendo el resto de la noticia y tomó el número de cuenta en donde se debían hacer los ingresos. Por lo visto, se necesitaban más de 50000 euros para poder asumir todos los gastos, tanto los de la operación como los costos del viaje y la estancia en Estados Unidos. El corazón le latió al muchacho con mucha más violencia.
«El que haya perdido el dinero no lo ha reclamado y ya han pasado casi 24 horas desde que me lo encontré. Y ahí está ese pobre niño que necesita ser operado cuanto antes, de lo contrario todo habrá acabado para aquella familia. Creo que ya sé qué es lo que tengo que hacer y nadie me va a impedir que lo lleve a cabo», reflexionó.
El día 26 de diciembre, a primera hora de la mañana, Marcelo fue a la entidad que albergaba la cuenta corriente para la operación del pequeño e ingresó los 30000 euros de forma anónima, exigiéndole total discreción al empleado del banco que lo atendió. No quería que nadie pudiera saber que él había hecho algo así. El director de la oficina bancaria se quedó muy sorprendido ante la cantidad tan grande de dinero que había aportado aquel chaval. Sin embargo, Marcelo se sentía muy seguro de lo que estaba haciendo y ya no iba a dar marcha atrás.
Pocos días después, todas las emisoras y canales de televisión del país anunciaron la noticia de que la operación del pequeño había sido todo un éxito y que tenía grandes esperanzas de vida. Los padres del niño fueron entrevistados en muchas ocasiones y siempre se deshicieron en elogios hacia aquel donante anónimo que había hecho posible un milagro de ese calibre.
Numerosos columnistas y comentaristas de tertulias televisivas y radiofónicas ensalzaron a aquel benefactor que había aportado tanto dinero para que el niño se curase. Aquella Navidad fue sin duda muy distinta para Marcelo, y éste siempre guardó en lo más hondo de su corazón todo lo que había vivido en las últimas semanas. Durante algún tiempo, el país entero se preguntó quién sería ese individuo que habría aportado de forma anónima tanto dinero para que la operación pudiera llevarse a cabo, pero después el eco mediático se silenció y se volvió a la más absoluta normalidad.
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