martes, 2 de junio de 2020

El Barón Rampante

Cuando tenía 12 años, Cósimo Piovasco, barón de Rondó, en un gesto de rebelión contra la tiranía familiar, se encaramó a una encina del jardín de la casa paterna. Ese mismo día, el 15 de junio de 1767, encontró a la hija de los marqueses de Ondariva y le anunció su propósito de no bajar nunca de los árboles. Desde entonces y hasta el final de su vida, Cósimo permanece fiel a una disciplina que él mismo se ha impuesto. La acción fantástica transcurre en las postrimerías del siglo XVIII y en los albores del XIX. Cósimo participa tanto en la revolución francesa como en las invasiones napoleónicas, pero sin abandonar nunca esa distancia necesaria que le permite estar dentro y fuera de las cosas al mismo tiempo.

De las tres fábulas de Italo Calvino (San Remo, 1923) que componen el ciclo Nuestros antepasados, acaso El barón rampante sea la más redonda y perfecta. Y no sólo a causa de su extensión, que duplica con creces la de los otros dos relatos, sino por su complejidad, por su entidad de obra en sí, al margen de las otras dos. Tanto el Medardo de El vizconde demediado como el Agilulfo de El caballero inexistente son ideas, símbolos, esquemas, que su autor echa a andar mundo adelante como «enxemplos morales» de una humana condición escindida, falta de identidad; mientras que el Cósimo de El barón rampante es todo un personaje, de los pies a la cabeza, y a su alrededor va creciendo, con el progresar de las páginas del libro, todo un mundo fascinante, articulado y coherente.




El barón rampante, la segunda cronológicamente de las novelas del ciclo (escrita en 1956-1957) surgió, confiesa el propio Calvino, como concreción de su verdadero tema narrativo: «Una persona se fija voluntariamente una difícil regla y la sigue hasta sus últimas consecuencias, ya que sin ella no sería él mismo ni para sí ni para los otros.»

Y eso es lo que hace Cósimo Piovasco de Rondó, a la temprana edad de doce años, cuando el 15 de junio de 1767, rebelándose contra la tiranía familiar, se encarama a una encina del parque de la casa paterna. El impulso, en principio irracional, queda formulado en palabras y esboza sus primeras reglas ese mismo día, cuando Cósimo se encuentra con la niña de los marqueses de Ondariva, vecinos no muy amistosos de los Rondó. Y una vez explicitada la resolución, la magia del verbo se suma a la inicial cabezonada y Cósimo engrosa las filas del «sostenella y no enmendalla», pues para eso es honrado y principal...

Pero este sostenella del baroncito de Rondó no es mero empeño terco, ni sólo testarudez obstinada. Una vez decidido a pasar su vida sobre los árboles, el protagonista de El barón rampante no se desentiende del mundo que tiene a sus pies. La novela no nos habla de una huida de las relaciones humanas, de la actividad, de la política. Cósimo, en sus árboles, es más homo faber que sus inútiles congéneres de la nobleza dieciochesca; se niega a caminar por tierra como los demás, pero no es un misántropo, sino un hombre consagrado de continuo al bienestar de los otros —tras haberse asegurado el propio, con los deliciosos inventos que llenan los primeros capítulos del libro—, inserto en el movimiento de su época, que aspira a participar en todos y cada uno de los aspectos de la vida: desde el progreso de las técnicas a la administración local, desde la política a la vida galante. Como dice Calvino en el prólogo a la edición de I nostri antenati (junio de 1960): «...El único camino para estar con los otros de verdad era estar separado de los otros, imponer tercamente a sí y a los otros esa incómoda singularidad y soledad en todas las horas y en todos los momentos de su vida, como es la vocación del poeta, del explorador, del revolucionario.»

Aunque la intervención central de la novela es pura fantasía, queda ligada, sin embargo, con refinada desenvoltura a los acontecimientos históricos que sacudieron los años finales del siglo XVIII y los albores del XIX. Cósimo, que pasa en los árboles más de medio siglo —cincuenta y tres años, para ser más exactos—, participa desde su mundo vegetal en las conmociones producto de la Revolución francesa, de las invasiones napoleónicas; se entrevista con el mismísimo Napoleón en una de las páginas más brillantemente irónicas del libro, y despide desde su superior atalaya al tolstoiano príncipe Andrei, el cual le aporta —con su conciencia de hacer una cosa horrible, la guerra, por unos ideales que no sabría explicarse a sí mismo— una confirmación de que allá arriba en los árboles el barón de Rondó está haciendo algo bueno, aunque tampoco sepa a veces explicarse a sí mismo sus ideales.

El «pasatiempo privado» que para Italo Calvino había constituido la escritura de El vizconde demediado, asciende a categoría narrativa en El barón rampante. ¿Cómo nace el libro? «También en este caso —son palabras de Calvino— tenía hacía tiempo una idea en la cabeza: un muchacho que sube a un árbol; sube, ¿y qué le ocurre? Sube, y entra en otro mundo. No: sube y encuentra personajes extraordinarios. Esto es: sube, y de árbol en árbol viaja días y días, más aún, nunca vuelve a bajar, se niega a descender al suelo, pasa en los árboles toda su vida. (...) El hombre completo, que en El vizconde demediado yo no había aún propuesto claramente, aquí en El barón rampante se identificaba con quien realiza su plenitud sometiéndose a una ardua y reductiva disciplina voluntaria.»

En el curso de la composición, al autor le ocurre algo desacostumbrado: tomar en serio a su personaje, creer en él, identificarse con él. ¿Cuánto tiene Italo Calvino de Cósimo de Rondó, es decir, de quien toma sus distancias respecto a sus semejantes, sin que esa toma de distancia excluya el compromiso? En una entrevista de hace un par de años («Cuadernos para el Diálogo, núm. 210, 13 de mayo de 1977, pág. 78), Calvino afirmaba: «Debo tener bastante, sí, aunque yo no programé la novela para decir eso; fue después de escribirla cuando descubrí que el personaje se me parece bastante..., porque el barón es un personaje que participa en la vida de todo el mundo, pero guarda una distancia, porque ocurre que los poetas pueden ser también revolucionarios; es una distancia necesaria que permite ver mejor las cosas, estar fuera y dentro de ellas al mismo tiempo.»

Quizá la parábola del hombre trepador sea la respuesta que Calvino, salido de las filas del PCI por los años de la redacción del libro, en 1957, cuando los sucesos de Hungría, quiso dar a quienes le acusaban de hurtar el cuerpo a sus obligaciones de intelectual orgánico. En el fondo, El barón rampante es una afirmación de optimismo histórico, pues en la novela, según su autor, se trata sólo «de encontrar la relación justa entre la conciencia individual y el curso de la historia».

En El barón rampante, cuya peripecia no voy a desentrañar —cincuenta y tantos años en las copas de los árboles dan para mucho, incluyendo toda una educación sentimental—, el autor vuelve sobre el tema roussoniano de la libertad en la Naturaleza, de la bondad innata del hombre, de las excelencias del instinto; a ellas se contrapone la opresión de las instituciones creadas por la sociedad: la familia, la ley, la educación. Curiosamente la cultura, despreciada por Cósimo al principio, vuelve pronto por sus fueros. Diríase que Cósimo se siente más libre cuanto más culto sea, y se convierte por propia iniciativa en un enciclopedista, aunque arbóreo, eso sí. La cultura desempeña, pues, un papel fundamental en esa búsqueda de la plenitud que el baroncito emprende nada más trepar al primer árbol. Y, paradójicamente, el «hombre-pájaro de Ombrosa» discurseará ante quienes desde abajo le escuchan sobre las virtudes de la Razón Universal y preparará un «Proyecto de Constitución de un Estado ideal fundado en los árboles», donde describe la imaginaria República de Arbórea, habitada por hombres justos. La calidad de solitario de Cósimo de Rondó se ve confirmada por el epílogo que nunca escribió para su «Proyecto de Constitución», ya que la obra quedó inacabada; «El autor, tras fundar el Estado perfecto en lo alto de los árboles y convencer a toda la humanidad de que se estableciera en ellos y viviera feliz, bajaba a habitar en la tierra, que se había quedado desierta.»
Este empecinamiento del protagonista en su soledad acompañada lo ejemplifican a la perfección los dos capítulos —XVII y XVIII—, donde se narra la convivencia de Cósimo con los españoles que también habitan en los árboles en una comarca cercana a Ombrosa, Olivabassa. Para Calvino, este episodio estaba muy claro desde el principio: el contraste entre quienes se encuentran en los árboles por motivos contingentes y, desaparecidos estos motivos, descienden de ellos, y el «rampante» por vocación interna, que se queda en los árboles incluso cuando ya no hay ningún motivo externo para permanecer allí. El motivo es más hondo, claro: el ajustarse a la «difícil regla» de que hablábamos al principio de estas líneas.

La lectura de El barón rampante, bajo la primera impresión de facilidad, es un ejercicio difícil y rico: Calvino nos obliga a coger al vuelo sugerencias, alusiones, guiños al lector y la permanente ironía que brota de sus páginas. La peripecia se encuadra perpetuamente en un marco burlesco —son ejemplares, en este sentido, las páginas del capítulo XII en las que el terrible bandido Gian dei Brughi llora y se desespera porque sus compinches le han arrebatado el ejemplar de la Clarisa, de Richardson, que estaba leyendo—, pero el personaje central, saliéndose del marco de la peripecia, va configurando un retrato moral, con connotaciones culturales muy concretas: los ilustrados y jacobinos italianos de finales del siglo XVIII.

Al centrarme en Cósimo Piovasco de Rondó he dejado en la sombra a los otros personajes que se azacanan por estas páginas en torno al barón. Quizá la característica que tienen en común es la de ser todos ellos solitarios —incluso la misma Viola, el personaje femenino, enteramente pasional, caprichosa, incoherente, siempre en busca de la totalidad, del amor absoluto—: lo es Gian dei Brughi, lo es sobre todo el Caballero Abogado, que recuerda en muchos de sus aspectos al doctor Trelawney de El vizconde demediado, lo son los padres de Cósimo, entregado cada cual a sus inocentes y absorbentes manías... Pero, a diferencia de todos ellos, el barón organizará perfectamente su soledad en lo alto de las ramas, alcanzando en su mínimo reducto una totalidad antes desconocida: «En sus solitarias vueltas por los bosques, los encuentros humanos eran, aunque escasos, tales que se imprimían en el ánimo, encuentros con gente que entre nosotros no se ve.» Toda esa gente que la nobleza ombrosense no veía, constituye una especie de coro para las aventuras del barón, y en conjunto sus historias son un canto a la solidaridad de Cósimo con el resto de los seres de este bajo suelo... Remata la nómina de personajes el yo-narrador, el oscuro Biagio, hermano del protagonista y fiel transcriptor de su vida y milagros. Al igual que en las otras novelas del ciclo, Calvino recurre aquí a un elemento narrativo que mediante la primera persona —aproximadora y lírica— corrija la frialdad objetiva propia del narrar fabuloso; y la personalidad de este yo-narrador tiene una explicación concretísima que nos da el propio Calvino, en el prólogo ya citado: «Para El barón rampante tenía el problema de corregir mi impulso demasiado intenso a identificarme con el protagonista, y puse en práctica el bien conocido dispositivo Serenus Zeitblom; es decir, desde las primeras frases presenté como "yo" un personaje de carácter antitético al de Cósimo, un hermano sosegado y lleno de buen sentido.» Narrador que sólo al final, en las ultimísimas frases de la novela, parece interrogarse sobre su sensatez: «Este hilo de tinta..., que corre y corre y se devana y envuelve un último racimo insensato de palabras, ideas, sueños, y se acabó.»

Para cerrar esta breve invitación a adentrarse por el fabuloso mundo de Calvino, quiero traer aquí un texto del autor: la reflexión de Marco Polo en su conversación con Kublai Kan en Las ciudades invisibles (Ed. Minotauro, Buenos Aires): «El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo ya. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno. Y hacerlo durar, y darle espacio.» Cósimo Piovasco de Rondó, un ecologista avant la lettre, reconoció esa porción de no-infierno en el paisaje boscoso en el cual transcurrió su vida, entre el Piamonte y el mar.

El Barón Rampante es un libro del autor italiano Italo Calvino, publicado en 1957, una de las obras literarias más reconocidas de este autor y también de las letras italianas del siglo XX. En el libro Calvino manifestó su conciencia de vivir en un mundo que niega la más sencilla individualidad de las personas, reducidas a un conjunto de comportamientos culturalmente determinados, pues en este caso el personaje principal, el barón Cosimo, vive en soledad en los árboles desde muy joven.

Este es el segundo libro de la trilogía Nuestros antepasados, conformada además por las novelas El vizconde demediado (1952) y El caballero inexistente (1959).

Es la historia de dos hermanos, Biaggio y Cosimo que pertenecen a una familia aristocrática en decadencia, que busca imitar el modo de vida de la clase alta. La historia comienza cuando Cosimo decide subirse a los árboles y promete nunca más volver a pisar el suelo, pues había tenido una discusión con su padre, por culpa de su hermana Battista la cual cocinaba con hongos, ratas y otros animales raros. Biaggio empieza a narrar la vida que llevaría su hermano desde que se subió a los árboles hasta su muerte, pues durante su vida en los árboles éste le enviaría cartas y cada vez que lo visitaba le contaba sus aventuras. Cosimo crea su propia casa sobre los árboles y consigue comida mediante la caza de animales y también crea su propia ropa con las pieles de estos mismos. Él, desde joven, vive grandes aventuras sobre los árboles pues veía todo lo que sucedía en el pueblo cerca de la villa donde vivía.

Cosimo, en sus aventuras, conoce a una niña llamada Viola de la cual estaría enamorado toda su vida, la conoce en uno de sus recorridos por los árboles, pues ella tenía un columpio colgado en un árbol. Viola de niña, era líder de una banda de niños ladrones, los cuales conoce Cosimo en uno de sus recorridos en los árboles. Después de un cierto tiempo, los papás de Viola toman la decisión de enviarla a otra parte por su comportamiento y por ser líder de la banda de niños. De aquí Cosimo viviría enamorado de ella toda su vida, aunque tuvo ciertos romances con mujeres de lugares que él visitaba, inclusive del mismo pueblo.

Cosimo recorre muchas partes debido a su gran agilidad para moverse en los árboles, además de que se hizo de amistades como un ladrón que era el más buscado del pueblo, el cual le pedía libros que el leía pues a éste le encantaba leer. Conoció mucha gente de otros países, además de aprender idiomas leyendo libros, lo que se convierte en un gran hobby durante su vida. Se enfrenta a piratas, vive con desterrados españoles sobre los árboles, además de defender los bosques de ladrones; son las grandes cosas que vivió Cosimo durante gran parte de su vida.

Su vida cambiaría con el regreso de Viola, con la cual sostiene una relación de muchos celos y además de que Viola lo dejaba por un largo periodo de tiempo. Viola y él disfrutaron mucho tiempo juntos, aunque pelearan muchas veces pero toda historia tiene su final. Viola se enojaría con él por celos y otras cosas que lo dejó para siempre y de aquí en adelante la vida de Cosimo no sería la misma. Vive en un estado de soledad en los árboles, además de que se deteriora su salud al pasar los años. Desaparece, luego de estar muy enfermo sobre los árboles, yéndose en un globo aerostático el cual pasó por el pueblo y al que Cosimo se aferró para así nunca bajar de los árboles y lograr su cometido.

Personajes:
  • Cosimo: el personaje principal del libro. Desde que se subió a los árboles a los 12 años, nunca pisó el suelo.
  • Óptimo Máximo: era su Compañero de aventuras y también un perro de Viola, que acompañó a todas partes a Cosimo hasta que Viola abandonó Ombrosa y lo llevó consigo.
  • Viola: el amor de su vida. Creció en Ombrosa, de donde se iría aun siendo niña. Termina regresando a su villa natal, se enamora de Cósimo; aunque al final termina abandonándolo.
  • Enea Silvio Carrega: el caballero abogado, hermano ilegítimo del padre de Cósimo, de carácter huraño, esquivo, el cual era de toda su confianza. Aficionado a la apicultura y la hidráulica.
  • Barón Arminio: Papá de Cosimo y Biaggio, un hombre con ideas confusas que le importaba mucho lo que decía la gente.
  • Corradina von Kurtewitz: hija del general Konrad von Kurtewitz, madre de Cosimo y Biaggio, era una mujer con mucha influencia militar pues muchos de sus familiares habían sido militares.
  • Battista: Hermana de Cosimo y Biaggio, una mujer solitaria y rebelde la cual hace todo lo posible para hacer pasar malos ratos a sus hermanos.
  • Abate Fauchelafeur: Viejo jansenista que vivía con los de Rondó.
  • Biaggio: Hermano de Cósimo, que es también el narrador de esta novela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario