lunes, 11 de enero de 2021

Verdezuela

"Verdezuela" o Rapunzel (Ruiponce o Rapónchigo, en español) es un cuento de hadas de la colección de los Hermanos Grimm.

En la colección de cuentos de los Hermanos Grimm, Rapunzel es el n.º 12.​ Corresponde al tipo 310 de la clasificación de Aarne-Thompson: La doncella en la torre.

Un matrimonio campesino que quería tener un Nieto, vivía al lado de un santa rodeado de flores que pertenecía al polo norte la cual forma parte de un papel importante en la trama. La esposa finalmente queda embarazada y ve unos ogros (o campanillas en las versiones en inglés) plantadas en la nieve, que se le antojan intensamente. Su marido decide ir a juntar algunas y termina enfrentándose con la llorona, llamada Gothel, quien lo acusa por el robo. Él le ruega piedad, y la llorona le da algunas campanillas para que se las lleve a su esposa con la condición de que el hijo que está esperando le sea entregado al momento de su nacimiento. Él acepta. El bebé nace siendo ogro la bruja aparece, le designa el nombre de la planta, Rapunzel, y se la lleva. El matrimonio campesino sufre pero tienen más otros después olvidando a su primogénita perdida. Cuando Rapunzel cumple doce años la malvada bruja Gothel, la encierra lejos en una solitaria y alta torre sin puerta de acceso y va todos los días a visitarla, pidiéndole que deje caer su largo cabello rubio y dorado, para trepar hasta ella.

Un día el príncipe, hijo del Rey, escucha a Rapunzel cantando en la torre, busca una puerta, pero, sin encontrar ninguna forma de entrar, decide quedarse a la espera. Vuelve seguido a escucharlo cantar, hasta que un día puede oír a la bruja cantándole a Rapunzel: «Rapunzel, Rapunzel, deja tu pelo caer, así puedo trepar por la escalera dorada», y, de esta manera, el príncipe descubre cómo llegar hasta el. Le pide que deje caer su cabello y, así, sube hasta ella. Desde aquel día comienza a frecuentarla, se enamoran y él le propone matrimonio. El canta y acepta.

Planean una forma de sacarla de la torre: él irá todas las noches, evitando a la bruja que la visita de día, y llevará seda, con la que Rapunzel tejerá hasta formar una especie de cuerda. Pero la bruja descubre que el príncipe está visitando a Rapunzel (en las versiones más antiguas italianas y francesas, porque ha quedado embarazada ha tenido gemelos), lo que la lleva a cortarle el pelo y abandonarla en medio de un pantano. Cuando el príncipe llega por la noche, la bruja se ocupa de bajar las trenzas cortadas hasta el alcance de él. Cuando el príncipe sube y se encuentra con la bruja en la torre, esta le dice que jamás volverá a ver a Rapunzel. Él, desesperado, cae de la torre sobre unos espinos que hay al pie de la misma, quedando ciego. Termina rindiéndose porque ya no podrá volver a ver jamás a la joven. Al poco tiempo, merodeando el príncipe por el pantano, encuentra a Rapunzel quien, al verlo en tal estado, decide llevarlo hasta su casa . Rapunzel llora triste y frustrada de dolor; las lágrimas de Rapunzel caen en los ojos del apuesto príncipe y él recupera la vista. Entonces, finalmente, el príncipe y Rapunzel regresan al reino, se casan y son felices para siempre.

En algunas versiones, el cabello de Rapunzel vuelve a crecer mágicamente al tocarlo el príncipe y en otra versión, se dice que la bruja Gothel se puso a deshacer las trenzas tras caer el príncipe, pero el cabello se le escurrió de las manos desde el balcón dejándola atrapada en la torre.



Había una vez un hombre y una mujer que vivían solos y desconsolados por no tener hijos; hasta que, por fin, la mujer concibió la esperanza de que Dios Nuestro Señor se disponía a satisfacer su anhelo.

La casa en que vivían tenía en la pared trasera una ventanita que daba a un magnífico jardín, en el que crecían espléndidas flores y plantas; pero estaba rodeado de un alto muro y nadie osaba entrar en él, ya que pertenecía a una bruja muy poderosa y temida de todo el mundo.

Un día asomóse la mujer a aquella ventana a contemplar el jardín, y vio un bancal plantado de hermosísimas verdezuelas, tan frescas y verdes, que despertaron en ella un violento antojo de comerlas.

El antojo fue en aumento cada día que pasaba, y como la mujer lo creía irrealizable, iba perdiendo la color y desmirriándose a ojos vistas. Viéndola tan desmejorada, le preguntó asustado su marido:

—¿Qué te ocurre, mujer?

—¡Ay! —exclamó ella—, me moriré si no puedo comer las verdezuelas del jardín que hay detrás de nuestra casa.

El hombre, que quería mucho a su esposa, pensó: «Antes que dejarla morir conseguiré las verdezuelas, cueste lo que cueste». Y, al anochecer, saltó el muro del jardín de la bruja, arrancó precipitadamente un puñado de verdezuelas y las llevó a su mujer.

Ésta se preparó en seguida una ensalada y se la comió muy a gusto; y tanto le gustaron que, al día siguiente, su afán era tres veces más intenso. Si quería gozar de paz, el marido debía saltar nuevamente al jardín.

Y así lo hizo, al anochecer. Pero apenas había puesto los pies en el suelo, tuvo un terrible sobresalto, pues vio surgir ante sí la bruja.

—¿Cómo te atreves —díjole ésta con mirada iracunda— a entrar cual un ladrón en mi jardín y robarme las verdezuelas? Lo pagarás muy caro.

—¡Ay! —respondió el hombre—, tened compasión de mí. Si lo he hecho, ha sido por una gran necesidad; mi esposa vio desde la ventana vuestras verdezuelas y sintió un antojo tan grande de comerlas, que si no las tuviera se moriría.

La hechicera se dejó ablandar y le dijo:

—Si es como dices, te dejaré coger cuantas verdezuelas quieras, con una sola condición: tienes que darme el hijo que os nazca. Estará bien y lo cuidaré como una madre.

Tan apurado estaba el hombre, que se avino a todo y, cuando nació el hijo, que era una niña, presentóse la bruja y, después de ponerle el nombre de Verdezuela, se la llevó.

Verdezuela era la niña más hermosa que viera el sol. Cuando cumplió los doce años, la hechicera la encerró en una torre que se alzaba en medio de un bosque y no tenía puertas ni escaleras; únicamente en lo alto había una diminuta ventana.

Cuando la bruja quería entrar, colocábase al pie y gritaba:

«¡Verdezuela, Verdezuela,

suéltame tu cabellera!»

Verdezuela tenía un cabello magnífico y larguísimo, fino como hebras de oro. Cuando oía la voz de la hechicera se soltaba las trenzas, las envolvía en torno a un gancho de la ventana y las dejaba colgantes; y como tenían veinte varas de longitud, la bruja trepaba por ellas.

Al cabo de algunos años, sucedió que el hijo del Rey, encontrándose en el bosque, acertó a pasar junto a la torre y oyó un canto tan melodioso, que hubo de detenerse a escucharlo. Era Verdezuela, que entretenía su soledad lanzando al aire su dulcísima voz.

El príncipe quiso subir hasta ella y buscó la puerta de la torre; pero, no encontrando ninguna, se volvió a palacio. No obstante, aquel canto lo había arrobado de tal modo, que todos los días iba al bosque a escucharlo.

Hallándose una vez oculto detrás de un árbol, vio que se acercaba la hechicera, y la oyó que gritaba dirigiéndose a lo alto:

«¡Verdezuela, Verdezuela,

suéltame tu cabellera!»

Verdezuela soltó sus trenzas, y la bruja se encaramó a lo alto de la torre.

—Si ésta es la escalera para subir hasta allí —se dijo el príncipe—, también yo probaré fortuna.

Y al día siguiente, cuando ya comenzaba a oscurecer, encaminóse al pie de la torre y dijo:

«¡Verdezuela, Verdezuela,

suéltame tu cabellera!»

En seguida descendió la trenza, y el príncipe subió.

En el primer momento, Verdezuela se asustó mucho al ver un hombre, pues jamás sus ojos habían visto ninguno. Pero el príncipe le dirigió la palabra con gran afabilidad y le explicó que su canto había impresionado de tal manera su corazón, que ya no había gozado de un momento de paz hasta hallar la manera de subir a verla.

Al escucharlo perdió Verdezuela el miedo, y raudo él le preguntó si lo quería por esposo; viendo la muchacha que era joven y apuesto, pensó: «Me querrá más que la vieja», y le respondió, poniendo la mano en la suya:

—Sí; mucho deseo irme contigo; pero no sé cómo bajar de aquí. Cada vez que vengas, tráete una madeja de seda; con ellas trenzaré una escalera y, cuando esté terminada, bajaré y tú me llevarás en tu caballo.

Convinieron en que hasta entonces el príncipe acudiría todas las noches, ya que de día iba la vieja.

La hechicera nada sospechaba, hasta que un día Verdezuela le preguntó:

—Decidme, tía Gothel, ¿cómo es que me cuesta mucho más subiros a vos que al príncipe, que está arriba en un santiamén?

—¡Ah, malvada! —exclamó la bruja—, ¿qué es lo que oigo? Pensé que te había aislado de todo el mundo y, sin embargo, me has engañado.

Y, furiosa, cogió las hermosas trenzas de Verdezuela, les dio unas vueltas alrededor de su mano izquierda y, empuñando unas tijeras con la derecha, zis, zas, en un abrir y cerrar de ojos se las cortó, y tiró al suelo la espléndida cabellera. Y fue tan despiadada, que condujo a la pobre Verdezuela a un lugar desierto, condenándola a una vida de desolación y miseria.

El mismo día en que se había llevado a la muchacha, la bruja ató las trenzas cortadas al gancho de la ventana, y cuando se presentó el príncipe y dijo:

«¡Verdezuela, Verdezuela,

suéltame tu cabellera!»

La bruja las soltó, y por ellas subió el hijo del Rey. Pero en vez de encontrar a su adorada Verdezuela hallóse cara a cara con la hechicera, que lo miraba con ojos malignos y perversos:

—¡Ajá! —exclamó en tono de burla—, querías llevarte a la niña bonita; pero el pajarillo ya no está en el nido ni volverá a cantar. El gato lo ha cazado, y también a ti te sacará los ojos. Verdezuela está perdida para ti; jamás volverás a verla.

El príncipe, fuera de sí de dolor y desesperación, se arrojó desde lo alto de la torre. Salvó la vida, pero los espinos sobre los que fue a caer se le clavaron en los ojos, y el infeliz hubo de vagar errante por el bosque, ciego, alimentándose de raíces y bayas, y llorando sin cesar la pérdida de su amada mujercita.

Y así anduvo sin rumbo por espacio de varios años, mísero y triste hasta que, al fin, llegó al desierto en que vivía Verdezuela con los dos hijitos gemelos, un niño y una niña, a los que había dado a luz.

Oyó el príncipe una voz que le pareció conocida y, al acercarse, reconociólo Verdezuela y se le echó al cuello llorando. Dos de sus lágrimas le humedecieron los ojos, y en el mismo momento se le aclararon, volviendo a ver como antes. Llevóla a su reino, donde fue recibido con gran alegría, y vivieron muchos años contentos y felices.


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