miércoles, 19 de mayo de 2021

El Ser más Afortunado

Era el amor de mi vida, de eso no tengo ninguna duda. Lo supe desde que la vi la primera vez a pesar de no querer creerlo y de negarme con todas mis fuerzas a mí mismo que eso podía ser una realidad, que el hecho de desearla tanto no podía ni debía existir en mi cabeza ni, ahí justamente donde menos, en mi corazón. Pero, ¿cómo podía gustarme aquella…? ¡No! No sé ni siquiera cómo llamarla, porque me encantaría llamarla mujer, por supuesto, pero la realidad es que tan sólo era un esbozo, un frágil borrador – eso sí, el más bello y cautivador con el que me haya topado nunca- de lo que estaba por venir, del ser perfecto y adorable en que devendría. Como si de una proyección futura se tratara, mi mente se adelantaba varios años para ofrecerme una estampa ideal, y espero que real, de lo que estaba por venir. 

Puede que los demás vieran sólo una niña, un ser endeble con todo el futuro por delante todavía por desarrollar. Pero yo, quizá como privilegio único, veía más allá de eso; es decir, miraba a la niña que actualmente era pero veía otra cosa, la interpretación de aquella imagen era distinta a lo que mis ojos captaban. ¿Mujer?, ¿niña?, no lo veía con claridad, o puede que en el fondo no quisiera verlo. ¿Me estaban engañando mis propios sentidos? ¿Estaba distorsionando la realidad en mi conveniencia? De una manera u otra sentía que ella estaba hecha para mí, para construir un nosotros; intuía que por fin había encontrado eso que por mucho que intenten tildar de obsoleto y manido no deja de ser una verdad y es que todos tenemos una persona ideal que pulula por ahí, a la espera de completarnos y, por fin, ser uno.


El amor está ahí, uno no lo puede negar. Nacemos por amor y morimos varias veces por él. No hay otro camino. Y el mío estaba ahí. Y ése era mi destino. Empecé a pensar qué podría haber pasado, por qué y sobre todo a qué se debía esa gran diferencia de edad. Yo tenía, ¿cuántos? ¿cuarenta y tantos? sí, por ahí, apenas lo recuerdo, pero, ¿y ella? ¿acaso tendría más de catorce? Lo dudo mucho. Con una diferencia así nadie en su sano juicio aceptaría esta relación. Seríamos perseguidos, apaleados, vilipendiados hasta acabar con nuestro amor. Si queremos ser felices hay que aceptar el mundo en que vivimos, con sus convencionalismos, sus creencias y sus costumbres. Luchar contra eso es luchar contra la marea. Es imposible. Eso nos llevaría al ostracismo, a vivir ocultos, bajo demasiada presión. Y ya lo hemos visto y leído muchas veces. Romeo y Julieta. Lolita. Nunca sale

bien. No soy un héroe. Nunca quise serlo. Sólo quiero vivir en paz, con la mujer que amo. Pero no a cualquier precio. Si amar es desear lo mejor para el otro desde luego que no, no quería eso para ella. Me impedía a mí mismo entrar en el aspecto paranoico, y especialmente en el de la conspiración, pero sabía que algo no funcionaba en esa situación. Eran demasiados años, demasiada diferencia ya no para que los demás lo entendiesen sino para que nosotros nos entendiéramos. No podía funcionar. No dejaba de formularme la misma pregunta, ¿y si hubiera nacido treinta años antes que tú, en una casa de la calle en que vivías? ¿Nos habríamos conocido desde niños, con edades similares, creando experiencias conjuntas y experimentando con códigos de esos que consiguen que, con sólo mirarnos, sepamos si reír o llorar y que nadie más en este mundo logra comprender? ¿No sería una maravilla? ¿Acaso no es uno de los pequeños placeres más disfrutables crear esa complicidad secreta entre dos personas que consigue generar una ilusión donde nada existe excepto los dos? Tal vez estaría fuera, mientras tú pasabas en tu bicicleta. Tal vez te mirara en secreto desde la ventana de mi habitación. O, sólo tal vez, nos encontráramos en clase, donde tu jugarías con tus tres mejores e inseparables amigas mientras que yo hacía lo mismo con los míos mientras te, mejor nos, mirábamos de reojo, en secreto, haciendo que nuestros ojos se encontraran simplemente unos segundos y haciendo que eso fuera suficiente para ese día porque, muy en el fondo, sabíamos que mañana y pasado mañana, haríamos lo mismo. 

Todos nos mirarían con envidia, ya que en el fondo lo sabrían. Y es que hay cosas imposibles de negar de tan evidentes que son. Creo firmemente que cuando dos personas que deben estar unidas por fin se unen, acaban expresando uno de los mayores espectáculos de la naturaleza, despidiendo una serie de partículas concretas que hacen todavía más evidente que ahí algo importante está sucediendo. Aún así muchos lo niegan y lo critican pero no por el hecho de que no crean en ello sino justo lo contrario; quizá son los que más lo perciben pero los que no lo quieren ver. Les da tanta rabia, es tanta la ira la que sienten, que lo único que se pueden permitir es destrozar, o como mucho negar su propia visión. Ellos son el gran enemigo a evitar. Veo, como si fuera ayer, que alguna de tus amigas primero me critica para luego intentar acercase a mí, insinuándose tímidamente, con miedo a ser rechazada y que todo se descubra. Pero cuando se ama, se ama de verdad, hasta esas cosas se perdonan. Mejor dejarlo ahí, sin esparcir la culpa ni la vergüenza más allá de lo necesario. Olvidar y a otra cosa. Cuántas historias por vivir, cuántas experiencias por crear nos han faltado. Todo por vivir en tiempos equivocados. Maldigo el sistema, maldigo Matrix. No hay peor sensación que el sentir lo no vivido, el dichoso condicional del ¿y si…?, invertir tiempo de fantasía en lo que pudo ser y no fue. ¿Un ejercicio de imaginación o de amargura pura? Lleno los huecos de lo que no ocurrió con datos de mi propia cosecha, los que invento para sostener una historia que puede que no haya existido aún pero que yo invento para que viva intensamente en mi cabeza. ¿Dónde debe de existir para que sea válida?, me pregunto. Lo desconozco, por eso continuo creándola. Es la única manera que tengo de hacer que esto tenga sentido, aunque sea sólo en mí, aunque sea sólo producto de mi imaginación. ¿Dónde mejor podría vivir nuestro romance que en mi mundo interior? Lo real, aquello que pisamos, y más bien nos pisa cada día, no soporta este tipo de ideales; no es compatible con las grandes historias, ésas que van más allá de la razón y son las que nos mueven de verdad. Es como si pertenecieran a sistemas operativos contrarios diseñados expresamente para que nunca exista ni un puente que los una ni un traductor que los acerque. Por tanto parece o, al menos he llegado a esa conclusión, que las cosas realmente importantes, las que nos hacen sentir intensamente, están dentro de nosotros, no fuera.

Hoy, me olvido de ti. Pero lo hago en un mundo terrenal, tangible, racional. A partir de ahora pensaré en ti en mi más profunda intimidad, la cual me pertenece exclusivamente a mí y me lleva a mí, a mi mundo personal, a mis sentimientos. Y allí eres absolutamente real. Y estás viva. Y estamos juntos. Nos queremos, nos amamos más allá de cualquier mirada, juicio o crítica que los demás puedan ejercer. Dentro de los límites de mi mente estamos seguros. No hay nada que temer. Qué maravilla. ¿Qué probabilidad hay de encontrar a una persona entre siete mil millones? Puede que llevemos un retraso de tres décadas, puede que no hayamos creado ese código de complicidad que nos hace diferentes, pero, ¿sabes qué? al fin te he encontrado. Y más vale así que nunca. Y por ello soy afortunado ya que no todos pueden decir lo mismo. Te he conocido. Y por ello soy el ser más afortunado del mundo.


Guzmán López Bayarri

https://guzmanlopez.com/


No hay comentarios:

Publicar un comentario