lunes, 9 de noviembre de 2020

Mamá, tú eres mi Regalo

 "Mamá, tú eres mi Regalo"

           Kesvan Burdik 

        (Trilogía 1ª Parte)


La luz del sol atravesaba el cristal de la vieja ventana acariciando con languidez las desnudas paredes del pequeño apartamento. La tarde avanzaba con lentitud, pero de forma inexorable. Era Nochebuena y mientras en la mayoría de hogares las familias se reunían y comenzaban los preparativos de la cena, María, se preparaba en cambio para salir de casa, debiendo dejar en ella sola por unas horas, a su pequeña hija Laura.

Ambas vivían en un cuchitril de mala muerte. Apenas treinta metros cuadrados a los que ella llamaba con sarcasmo “El Loft”, pues aparte del aseo solo contaba con otra habitación, que les servía de comedor, cocina y dormitorio. Sin luz eléctrica, ya que se la habían cortado meses atrás y sin apenas muebles, El Loft era en realidad poco más que una chabola.

Sin embargo, para María que había soportado durante años la existencia junto al padre de su hija, este era su hogar. Aunque en ese momento, inmóvil junto a la puerta debía abandonarlo. Solo iba a ser por unas horas, se decía a sí misma, convenciéndose de que esta era la única alternativa que tenía.

La mujer era consciente de que su plan quizá no fuese el más apropiado y que podía tratarse del fruto de la desesperación. Resultaba irónico, ya que hasta ese momento le había parecido la mejor opción posible dadas las circunstancias. En cambio ahora sentía una profunda inquietud ante la perspectiva de dejar a su hija que apenas contaba con siete años sola en casa.

Laura, ajena a los pensamientos de su madre, permanecía sentada en el suelo del comedor. Su rostro se veía iluminado por las titilantes llamas de varias velas que María había encendido unos minutos antes. Con el tenue resplandor que desprendían dotaban al apartamento de una falsa sensación de calidez. Sin embargo la niña permanecía ajena al frío y sonreía mientras se afanaba en crear adornos para el Árbol de Navidad. Un abeto que unos días antes se habían encontrado. Alguien lo había abandonado junto a un aparatoso reloj de mesa en la calle y se lo llevaron con ellas.

Sin nada en casa que colgar de sus quebradizas ramas a Laura se le había ocurrido su propia forma de decorarlo, y en aquel momento se concentraba en dibujar sobre unos cartones bolas de colores, estrellas, muñecos de nieve y bastoncillos de caramelo que más tarde recortaría para colgarlos del árbol.

—Mamá, no te preocupes por mí. Si tienes que salir a trabajar un rato hazlo. Estaré entretenida con los adornos hasta que vuelvas —dijo Laura al ver que su madre no se movía de la puerta.

—No sé si es buena idea dejarte sola cuando ya oscurece —le contestó María sintiendo remordimiento como consecuencia de no haber contado toda la verdad a su hija —.Quizá pueda llamar y no ir.

—De verdad, no te preocupes —dijo sonriendo la niña—. La luz de las velas me acompañará hasta tu regreso.

Así que María se decidió a poner en práctica su plan, con el objetivo de que su hija fuese feliz en Navidad, después de tanto tiempo de privaciones.

Había soportado un año de absoluta escasez tras abandonar a su marido. Un hombre adinerado que la engatusó en su juventud cegándola con la promesa de una vida de lujos. Un ser abyecto que no tardó en desvelarse como un mujeriego y maltratador que disfrutaba humillándola. Una persona que aparentaba de cara a la galería ser el esposo perfecto, siempre con una sonrisa en los labios y que luego en la intimidad disfrutaba ridiculizándola y mofándose de ella, alardeando de sus nuevas conquistas. Eran estas mujeres siempre más jóvenes, guapas e inteligentes que ella, claro está, todo esto a ojos de él, que en su esposa no parecía ver nada más que un saco al que golpear de todos los modos posibles.

Esta fue su vida durante largos años, hasta que cansada, un día cogió a su hija de la mano y desapareció con las cuatro cosas que pudo meter en una pequeña maleta. Huyó con el firme propósito de no solo sobrevivir, sino de vivir.

De esta manera comenzó el que había sido un año repleto de problemas, sobre todo económicos. Meses en los que había estado a punto de tirar la toalla en multitud de ocasiones y en los que solo la responsabilidad de cuidar de su hija la había empujado a seguir adelante y no regresar cabizbaja ante el padre de la niña. Hasta que por fin la vida le dio un vuelco cuando unas semanas atrás desde los servicios sociales la llamaron para ofrecerle un empleo. Un trabajo humilde, pero que marcaba un punto de inflexión desde el que salir de la miseria.

Sin embargo, todavía seguía sumida en la pobreza. Aún faltaba una semana para que el mes terminase y cobrase por fin su primer salario. Unos días que sin dinero, se le representaban como una eternidad infranqueable. Estaba acostumbrada a recoger comida de los contenedores y de ellos provenía la mayoría de noches la cena en casa, pero no iba a permitir que su hija se alimentase de basura en navidad. Las patatas medio podridas y los huevos caducados habían sido con frecuencia el menú y eso se iba a acabar.

Estaba decidida a celebrar esta Nochebuena como las que recordaba de su niñez. Cenarían las dos juntas, algo sabroso y de calidad. Después acostaría a su hija y le leería algún cuento de un viejo libro que habían encontrado tiempo atrás. Un libro que trataba sobre las aventuras de un alocado elefante que viajaba junto a un niño metiéndose en mil entuertos. Más tarde, cuando se hubiese dormido con una sonrisa en los labios la arroparía y sacaría de su bolso un regalo que depositaría bajo el árbol. Esa era la Nochebuena que esperaba disfrutar y sabía cómo conseguirla. Para cumplir su sueño había elaborado el plan. Salía de casa con el firme propósito de vender su cuerpo.

Unos días antes había publicado desde su móvil, el mismo que tantas veces le había espiado su marido, siempre controlándola, un anuncio en Internet. Constaba de una frase, “Ama de casa ofrece sexo a cambio de ayuda económica”

Poco después un hombre la llamó y tras un breve intercambio de palabras acordaron un pago de cien euros por una hora. Con ese dinero tendría lo necesario para comprar la cena, el regalo de su hija y comida suficiente para aguantar los días que aún quedaban hasta que cobrase su primera nómina.

Así que haciendo de tripas corazón, cerró la puerta del apartamento y salió a la calle, sumiéndose en la penumbra que comenzaba a extenderse por la ciudad y que parecía invadir su corazón. Anduvo durante unos minutos hasta llegar a la dirección que su “cliente” le había indicado y llamó al timbre de un piso como tantos otros. Subió y se entregó a un hombre que nada sabía de sus sueños ni de sus problemas y al que tampoco le habrían importado. Durante el tiempo acordado bloqueó sus sentimientos, se convirtió en una piedra que ante todo quería evitar llorar y quizá arruinar su posibilidad de conseguir el dinero que necesitaba, e hizo todo lo que él quiso.

Una hora después, cuando la oscuridad se había adueñado de las calles y la mayoría de negocios estaban a punto de cerrar, María consiguió comprar una muñeca y unos platos preparados para cenar en casa, con su hija. Solo le quedaba volver al Loft, hacia el que se dirigió con impaciencia. Ansiaba estar junto a Laura.

Sabía que su vida comenzaba a mejorar y a pesar de lo nauseabunda que le había resultado la experiencia vivida momentos antes no podía evitar sentir que estaba rodeada de belleza. Rostros sonrientes en los pocos transeúntes, luces y decoraciones por todas partes. ¡Hasta el frío aire de la noche parecía arder en sus pulmones! Pues por fin, todas las penurias iban a terminar y la vida comenzaba a sonreírle.

Sin embargo, aunque lo creamos a veces, nosotros no tejemos el hilo del destino y María lo iba a descubrir al llegar a su calle. Absorta como estaba se encontró con lo que le pareció en un primer momento algún evento navideño, puesto que una multitud se agolpaba en las aceras, rodeada por luces de colores. Pronto descubrió que la iluminación en realidad provenía de los focos de varios vehículos policiales, de los bomberos y de una ambulancia. Alrededor de estos se congregaban un gran número de espectadores que se habían detenido atraídos por el morbo que las tragedias ajenas ocasionan. En sus rostros se reflejaba el consuelo de saber que en breve retomarían el camino a sus hogares y que por fortuna no vivían en el piso desde el que las llamas brotaban tras haber engullido todo en su interior.

María dirigió su mirada hacia lo alto y reconoció la única ventana de su apartamento. A ella la fortuna no la iba a sonreír, al contrario que al resto de espectadores. Estupefacta siguió con la mirada la lluvia de recortes que caían desde lo alto, algunos carbonizados y otros quién sabe porqué, aún intactos: bastoncillos de caramelos, bolas de colores y muñecos de nieve. Eran los adornos en los que su hija con tanto esmero había estado trabajando.

En ese momento la puerta del edificio se abrió y por ella salieron unos bomberos llevando una camilla en la que transportaban el cuerpo de Laura. De algún modo, ya que no era consciente de moverse se situó a su lado. Anhelaba que no estuviese muerta, que solo hubiese sufrido algunas quemaduras, pero antes de poder descubrir si estaba viva vio su pequeña mano que pendía a un lado de la camilla, y en la que aferraba una estrella de cartón en la que con su letra infantil había escrito:

“Mamá, tú eres mi regalo”


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